21 de diciembre de 2021

En las Naciones Unidas, existen dos mundos: la Sede y el terreno. La Sede de las Naciones Unidas en Nueva York es nuestra nave nodriza. En sus emblemáticas salas, como el Salón de la Asamblea General y el Salón del Consejo de Seguridad, nuestros Estados Miembros toman decisiones que afectan a personas de todo el mundo. Por su parte, el terreno es el lugar donde se perciben las decisiones con mayor intensidad. Es donde se encuentran las misiones de mantenimiento de la paz, las operaciones humanitarias, de carácter esencial, y los mediadores que participan en la diplomacia itinerante.

Durante el verano de 2021, estuve sumamente inmerso en el mundo de la Sede. Como Director de Comunicaciones y Portavoz de la Presidencia de la Asamblea General, mi labor consistía en informar a la prensa y a la población de lo que estaba sucediendo en el órgano más democrático de la Organización. Me centraba en las resoluciones, las declaraciones y las reuniones de alto nivel. Estaba rodeado de palabras, pero sin ver de primera mano si esas palabras mejoraban realmente la vida de las personas ni de qué modo lo hacían.    

En esa época, descubrí por casualidad una película sobre Sérgio Vieira de Mello, un héroe de las Naciones Unidas que perdió la vida en un estremecedor atentado en el Iraq, en 2003. Yo me había incorporado a la Organización poco antes del atentado y nunca olvidaré el efecto que tuvo en mis colegas y en mí. De repente, las Naciones Unidas eran un blanco. En aquel momento, el terreno parecía un lugar mucho más aterrador.

No obstante, casi dos decenios después, la película no despertó miedo en mí, sino que me resultó inspiradora. La trayectoria profesional de Sérgio en las Naciones Unidas podía haber transcurrido en rascacielos de vidrio y salas de conferencias con aire acondicionado. Sin embargo, optó por instalarse sobre el terreno, por acercarse a las personas a las que las Naciones unidas se proponen atender. Habían pasado varios años desde mi última asignación de destino sobre el terreno y quería retomarlo.

Lo que desconocía en aquel momento (ya que mi trabajo se centraba en la Asamblea General) era que el Consejo de Seguridad justo había aprobado una resolución nueva con respecto al Iraq. La resolución 2576 (2021), de 27 de mayo de 2021, acogió con beneplácito la solicitud de apoyo del Gobierno del Iraq a sus elecciones del 10 de octubre de 2021, y pidió una campaña estratégica de las Naciones Unidas para concienciar e informar a los votantes iraquíes de los preparativos de las elecciones y las actividades conexas de las Naciones Unidas.

Dado que el plazo disponible entre la aprobación de esa resolución y las elecciones era inferior a cinco meses, la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para el Iraq (UNAMI) necesitaba contar de inmediato con un equipo de comunicaciones sobre el terreno. Fue entonces cuando me pidieron que me trasladara a Bagdad.

Desde luego, una cosa es sentirse inspirado después de ver una película y otra trasladarse realmente a un lugar que las Naciones Unidas califican de lugar de destino difícil de carácter peligroso. Aun así, no me costó mucho decidirme. Tras hablar con mi familia, acepté la propuesta de la UNAMI.

Desde el punto de vista profesional, me sentía preparado, pero pronto descubrí lo complicado que era trabajar en el expediente de un país sin encontrarse realmente sobre el terreno. Por ejemplo, estando todavía en Nueva York, una de mis primeras tareas consistía en crear una etiqueta para nuestra nueva campaña de comunicaciones electorales. Escogí #Vote4Iraq para animar a los votantes iraquíes a poner a su país por delante de cualquier otra afiliación. Sin embargo, el personal nacional de la UNAMI de habla kurda me aconsejó que contemplara también otras opciones. Según me indicaron, mencionar el nombre del país alejaría a los kurdos. Hasta que visité la Región del Kurdistán del Iraq, tres meses después, no entendí verdaderamente a qué se referían. A lo largo de toda la capital regional, Erbil, vi ondear con frecuencia la bandera kurda, pero no siempre la bandera iraquí. Me di cuenta de que no todos los ciudadanos iraquíes se consideraban como tal, algo que nuestras comunicaciones tenían que tener en cuenta.

En las Naciones Unidas, la gente suele hablar de la “vida de la misión”, como si todas las misiones fueran más o menos iguales, pero no es así. Cuando trabajaba en Jerusalén y en Pristina, tenía mi apartamento propio en la ciudad. Podía reunirme con mis nuevos amigos de la zona en restaurantes y parques. En cambio, en Mogadiscio, en 2013, estaba encerrado en el complejo de las Naciones Unidas. Dormía en un minúsculo contenedor de paredes finas que carecía de baño privado. Solo disponíamos de alimentos en el comedor, que contaba con lo básico. La deficiente conexión wifi dificultaba el contacto con los familiares que habíamos dejado en casa. Era habitual oír disparos por la noche. Y, a pesar de que teníamos acceso a una playa, bañarse no era recomendable, debido a los tiburones, las corrientes y los piratas.

Mi experiencia en Bagdad se situó en un término medio entre la de Jerusalén o Pristina y la de Mogadiscio. Todo el personal de las Naciones Unidas, independientemente de si trabajaba para la UNAMI o para los organismos, tenía que vivir en el complejo. No era posible salir de la Zona Verde de seguridad sin escolta. Si bien las instalaciones colectivas eran excepcionales para la camaradería dentro de las Naciones Unidas, a menudo la atmósfera podía resultar claustrofóbica. El tiempo al aire libre debía limitarse por causa de las intensas temperaturas diarias, de 46 °C. Entendí por qué el personal tenía derecho a 1 semana de descanso y recreación (R&R) cada 4 semanas de servicio.

Sin embargo, no puedo quejarme de mis condiciones de vida en Bagdad. Mi apartamento disponía de baño, cocina y televisor modernos, y el complejo contaba con gimnasio, pizzería y barbería. Incluso había instalaciones donde el personal podía jugar al tenis, al fútbol y al pimpón.

Antes de llegar a Bagdad, había elaborado una estrategia de comunicaciones basada en una de las esferas prioritarias del Departamento de Comunicación Global (DCG): “historias centradas en las personas”. El personal directivo de la UNAMI quería que nuestra campaña se centrase, en parte, en convencer a los iraquíes de que participasen en las elecciones. Por tanto, con un equipo de cámaras, tenía previsto dar mayor resonancia a los ciudadanos iraquíes que pensaban votar. Creía que los iraquíes podrían escuchar o no a las Naciones Unidas, pero que, seguramente, se alentarían unos a otros. Imaginé un vídeo donde una mujer pasaba por un hospital en ruinas de su barrio y decía: “Voy a votar porque quiero una atención de la salud mejor”.

Sin embargo, una vez más, lo que se daba por sentado en la Sede chocaba con la realidad sobre el terreno. En primer lugar, había miedo. Dadas las restricciones de seguridad, ya resultaba difícil encontrar iraquíes corrientes con los que hablar y, en caso de encontrarlos, muchos de ellos se mostraban reacios a mostrar su rostro antes las cámaras. Temían las repercusiones que se producirían si las personas equivocadas los veían hablando sobre algo que se podría percibir como un tema político. También existía una desconfianza general hacia las autoridades. Muchos iraquíes pensaban que no tenía sentido votar, ya que el fraude, sumado a un sistema deficiente, simplemente devolvería al poder a los mismos políticos de antes.

El mensaje que transmitimos era que, aunque las elecciones pertenecían a los iraquíes y estaban dirigidas por ellos, las Naciones Unidas estaban apoyando al país en todas las fases del proceso.

Al final, conseguimos retratar las historias de algunos iraquíes, pero el escepticismo que percibí entre la población me llevó a centrarme también en otra esfera prioritaria del DCG: el intercambio de información exacta para combatir las noticias falsas. Empezamos a producir vídeos y entablar diálogos que abordaban los rumores que oíamos y los contrarrestaban con datos. Explicamos cuáles serían las diferencias de esas elecciones con respecto a las anteriores y de qué manera el apoyo técnico de las Naciones Unidas ayudaría a garantizar un proceso creíble. Por primera vez, la UNAMI empezó a retransmitir en tiempo real las conferencias de prensa de la Representante Especial del Secretario General para el Iraq. Contratamos a artistas locales para que pintasen murales en favor del voto por todo el país. Asimismo, trabajamos con personas influyentes de los medios sociales del Iraq para llegar a la juventud del país, dado que el 60 % de la población tenía 25 años o menos.

A medida que se acercaban las elecciones, empezó a llegar más personal de las Naciones Unidas para supervisar los comicios, y nuestro objetivo principal se convirtió en aumentar su visibilidad. Todos los supervisores de las Naciones Unidas, muchos miembros del personal de la UNAMI e incluso la Representante Especial del Secretario General para el Iraq empezaron a llevar de manera regular gorras y chalecos de las Naciones Unidas al desplazarse por el país para que los iraquíes nos vieran y se sintieran seguros de que las Naciones Unidas se encontraban sobre el terreno ayudando. El mensaje que transmitimos era que, aunque las elecciones pertenecían a los iraquíes y estaban dirigidas por ellos, las Naciones Unidas estaban apoyando al país en todas las fases del proceso.

Finalmente, llegó y pasó el día de las elecciones. La participación electoral no fue ni especialmente elevada ni especialmente baja. No obstante, en un país donde una cantidad significativa de los votantes con los que hablé afirmaron que preferirían tener una monarquía, era fundamental recordar que nosotros, las Naciones Unidas, desempeñábamos una función de apoyo. En definitiva, le correspondía al pueblo iraquí decidir qué tipo de sistema preferían y si deseaban participar en él. Como nota positiva, nos alegramos al ver que las elecciones discurrían sin contratiempos, que presentaban mejoras significativas en cuanto a los aspectos técnicos y al procedimiento, y que podían representar un importante avance para el futuro.

Durante mi estancia en el Iraq, al margen de mi trabajo, inicié un proyecto puramente personal. Decidí utilizar mi propia cuenta de Instagram para mostrar a mis seguidores cómo era en realidad el país. Dado que la mayoría de la gente no podía viajar por turismo a muchos de los lugares que visité, probablemente sus conocimientos sobre el Iraq se basaban en lo que veían en las noticias, que, en su mayoría, era destrucción y desesperación. El Iraq que yo estaba conociendo no se correspondía con esa percepción. Vi cafeterías bohemias en Bagdad, modernos restaurantes en las azoteas en Dahuk y Erbil, y unas vistas preciosas del río en Basora. Conocí a jóvenes artistas, cineastas, músicos y empresarios del Iraq. Compré ropa streetwear de diseñadores locales y sonreí al ver a los hipsters iraquíes, que parecían sacados de las calles de Brooklyn.

Las Naciones Unidas me habían enviado a Bagdad como asesor en materia de comunicaciones electorales, pero también me habían brindado la oportunidad de conocer un país que seguía siendo un misterio para gran parte del mundo. Era consciente de la suerte que tenía. La suerte de crecer y aprender. La suerte de formar parte de algo más grande que yo. Y la suerte de trabajar sobre el terreno.

 

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