18 de septiembre de 2020

Este año, el Día Internacional de la Paz, que se celebra el 21 de septiembre, debería comenzar honrando a todas las vidas que se han perdido a causa de la pandemia de COVID-19. La paz no solo es sinónimo de armonía, seguridad y bienestar, sino también un producto de la igualdad y la no discriminación. La paz, tal y como la entendemos, simplemente no puede existir si no tenemos en cuenta el bienestar de las mujeres y las niñas, las cuales constituyen la mitad de la población del mundo.

A lo largo de la historia, las mujeres siempre han sido las más afectadas por la guerra y los conflictos, sin embargo, han sido algunas de las personas que más han colaborado en los procesos de paz fructíferos. En 1915, mucho antes de que se firmase la Carta de las Naciones Unidas en 1945, se creó la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad en respuesta a los horrores de la Primera Guerra Mundial. En ese momento, más de 1.200 mujeres defendían el derecho de la mujer a participar en la toma de decisiones relacionadas con asuntos de seguridad y de paz.

En 1969, la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer cuestionó si las mujeres y los niños debían recibir una protección especial durante los conflictos. Cinco años más tarde, en 1974, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración sobre la Protección de la Mujer y el Niño en Estados de Emergencia o de Conflicto Armado. Entre 1975 y 1995, una serie de Conferencias Mundiales de las Naciones Unidas sobre la Mujer marcaron un punto de inflexión significativo, puesto que en ellas se reconoció a las mujeres como poderosos agentes de paz. En 1975, se presentaron de manera oficial las primeras reivindicaciones relacionadas con una mayor participación de la mujer en la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer, que se celebró en la Ciudad de México. Diez años más tarde, en Nairobi, las perspectivas de las mujeres se tuvieron en cuenta en las operaciones multidimensionales destinadas a consolidar la paz mundial. Finalmente, en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing en 1995, se reivindicó una mayor inclusión de la mujer en los niveles más altos de toma de decisiones en materia de paz y seguridad.

Resolución 1325 (2000) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: un hito para los derechos de las mujeres en el mantenimiento de la paz y la seguridad

Las mujeres se ven afectadas de manera desproporcionada por la proliferación y el uso de armas. Si bien los hombres son mayoritariamente responsables del uso indebido de las armas pequeñas y causan el 84 % de las muertes violentas, incluidos los homicidios y los conflictos armados, cada dos horas muere una mujer debido a la violencia sexual y doméstica de género, especialmente por el uso de armas pequeñas.

La resolución 1325 (2000) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre mujeres, paz y seguridad fue uno de los logros cumbre del movimiento mundial de las mujeres y una de las decisiones más notables del Consejo. En la resolución, que se adoptó en el año 2000, se reconocen los efectos de los conflictos sobre las mujeres y las niñas, y se reafirma el importante papel que estas desempeñan para alcanzar la paz y la seguridad, al tiempo que se abordan cuatro pilares interrelacionados: la participación, la protección, la prevención, y el socorro y la recuperación.

La igualdad de género es un elemento indicativo más sólido de la paz de un Estado que su nivel de democracia o su producto interno bruto.

En los siguientes 15 años, en las siete1 resoluciones del Consejo de Seguridad posteriores se abordaron cuestiones fundamentales relacionadas con las mujeres, la paz y la seguridad. Estas resoluciones ayudaron a reconocer la violencia sexual relacionada con los conflictos como táctica de guerra; a aumentar la participación de la mujer en operaciones de paz; a exigir al personal de mantenimiento de la paz una tolerancia cero en lo que respecta a la explotación y el abuso sexuales por motivos de género; a desplegar Asesores de Protección de las Mujeres; y a reconocer el papel fundamental de las organizaciones de mujeres en la protección de los derechos humanos.

No obstante, a pesar de los grandes avances alcanzados en los últimos 20 años, todavía existen deficiencias en la implementación en el plano normativo y presupuestario. Actualmente, solo el 41 % de los Estados Miembros de las Naciones Unidas han aprobado un plan de acción nacional con respecto a la resolución 1325 (2000) del Consejo de Seguridad, y solo el 22 % de dichos planes incluía un presupuesto en el momento de su adopción. Menos del 20 % de las resoluciones del Consejo de Seguridad de 2018 contenían referencias a la importancia de la mujer y a la necesidad de garantizar los derechos y las libertades fundamentales de la sociedad civil, los grupos de mujeres y las defensoras de los derechos humanos. La continua marginación de las mujeres en este tipo de debates constituye una carencia esencial que afecta a la calidad, la celeridad y la sostenibilidad de las decisiones en materia de paz y seguridad.

No existe una paz sostenible sin la participación total e igualitaria de las mujeres

Somos muy conscientes de que la paz es mucho más que la ausencia de guerra. El mantenimiento de la paz no solo incluye actividades destinadas a prevenir el estallido o la intensificación de la violencia, además de la continuación o la reanudación del conflicto, sino que también atiende a la naturaleza de la exclusión, la discriminación, la injusticia, la desigualdad y la violencia estructural.

Hoy en día, las mujeres representan únicamente el 4,2 % del personal militar en las misiones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas, y solo el 29 % de los acuerdos de paz recientes incluyen disposiciones relacionadas con el género, frente al 45 % de 2013. A pesar de que 35 millones de mujeres necesitan ayuda humanitaria, al menos una de cada cinco mujeres refugiadas sufre violencia sexual y solo el 28 % de las evaluaciones de las necesidades humanitarias reflejan una repercusión diferenciada en función del género.

La igualdad de género es un elemento indicativo más sólido de la paz de un Estado que su nivel de democracia o su producto interno bruto. En aquellos casos en los que la igualdad de género es la pauta general, es menos probable que un Estado recurra al uso de la violencia, abuse de los derechos humanos, cometa actos de tortura, experimente un conflicto civil o entre en guerra. Según el índice de paz mundial, durante el año pasado, la paz se deterioró en todo el mundo por novena vez en los últimos 12 años. Por tanto, no es ninguna coincidencia que países como Islandia sigan siendo los más pacíficos y los mayores defensores de la igualdad de género.

Veinticinco años después de la histórica Declaración de Beijing, y a pesar de los notables avances, la mayor disparidad de género sigue siendo la participación política de la mujer. Actualmente, las mujeres representan menos de un cuarto de los políticos electos del mundo. En 85 de los 193 países nunca ha existido una Jefa de Estado o de Gobierno; las mujeres representan únicamente el 21 % de los ministros de gobierno; y, en algunos países, las mujeres todavía no cuentan con representación.

Aunque la participación de la mujer en los parlamentos ha aumentado del 11,2 % al 24,9 % en los últimos dos decenios, todavía está lejos del umbral de un tercio que se considera el mínimo necesario para dar forma a leyes y políticas en materia de igualdad de género. A este ritmo, la brecha de género no desaparecería hasta dentro de 100 años.

Aún queda un largo camino para poder cumplir los objetivos de representación de la mujer, y la participación política de esta sigue siendo sumamente desalentadora. Las mujeres constituyen un blanco doble en lo relativo a los niveles récord de violencia política. El incremento de los discursos misóginos, sexistas y de odio en los contextos políticos contribuye a que aumente la violencia contra la mujer.

De la COVID-19 a la crisis climática: desafíos de la agenda sobre las mujeres, la paz y la seguridad

En medio de la crisis más profunda y devastadora que ha existido desde la Gran Depresión, hemos sido testigos del liderazgo de la mujer en acción. Desde la toma de decisiones hasta los servicios de primera línea, las mujeres se han enfrentado al brote de COVID-19 de forma más eficaz. Las pruebas de primera mano han demostrado que, cuando se implica y se empodera a las mujeres, existen menos casos de contagio y una tasa de mortalidad inferior. Sin embargo, mientras el mundo lucha contra esta pandemia (y a pesar del llamamiento al alto el fuego en todo el mundo), seguimos observando unos niveles elevados de conflicto, violencia e inestabilidad. Además, seguimos luchando contra la crisis existencial del cambio climático, la cual, si no se aborda, aumentará el riesgo de conflictos violentos, planteará nuevas amenazas para la seguridad humana y dificultará la recuperación después de un conflicto y la consolidación de la paz.

A medida que el mundo se esfuerza por recuperarse tras la COVID-19, ha llegado el momento de abordar las causas fundamentales de la desigualdad de género y “reconstruir para mejorar” con una perspectiva de igualdad y que contemple los derechos de la mujer.

En 2015, por primera vez, el Consejo de Seguridad relacionó el cambio climático con la agenda sobre las mujeres, la paz y la seguridad2. La pandemia y el aumento de la cifra de refugiados y desplazados internos, junto con el incremento del extremismo violento, se consideraron factores clave en el marco de un panorama mundial en rápida transformación para la paz y la seguridad. La conexión es evidente: el cambio climático debilita la seguridad humana. Los conflictos violentos provocados por el cambio climático pueden agravar la pobreza, la discriminación, la desigualdad, la violencia de género, la inseguridad alimentaria y la migración forzada. Estos desafíos exigen un enfoque más exhaustivo con respecto a la participación significativa de las mujeres en todos los niveles, desde la prevención de los riesgos relacionados con el clima hasta los procesos de negociación sobre el clima. Aunque las mujeres son, y serán, las más afectadas por los conflictos relacionados con el clima (especialmente, las mujeres indígenas y con discapacidad), ellas son y deberían ser agentes en el fortalecimiento de la resiliencia y la transformación.

A medida que el mundo se esfuerza por recuperarse tras la COVID-19, ha llegado el momento de abordar las causas fundamentales de la desigualdad de género y “reconstruir para mejorar” con una perspectiva de igualdad y que contemple los derechos de la mujer. Para ello, debemos otorgar prioridad a la prevención de los conflictos y las medidas centradas en las nuevas amenazas para el sostenimiento de la paz. Debemos garantizar una aplicación real de la agenda sobre las mujeres, la paz y la seguridad como uno de los principales compromisos mundiales en relación con la prevención de conflictos, el sostenimiento de la paz, el desarrollo sostenible y los derechos humanos.

La COVID-19 constituye un contratiempo para la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Las crecientes desigualdades han empeorado, la igualdad de género y los derechos de las mujeres se han visto afectados de manera desproporcionada y los Estados frágiles podrían quedar devastados por los conflictos y las guerras civiles. Sin embargo, este contexto turbulento puede contemplarse como una oportunidad para intensificar las iniciativas destinadas a combatir los efectos de la desigualdad y la exclusión, una oportunidad para pulsar el botón de reinicio en la lucha contra la pobreza y el fin de la crisis climática. No se trata de una cuestión de voluntariado, sino de una acción concertada, firme y comprometida con respecto a una redistribución transformadora de la riqueza y el poder, así como de una inversión en un entorno más sabio y ecológico, por mencionar algunos. Para asegurarnos de que estamos a la altura de los desafíos, tanto de los antiguos como de los nuevos, necesitamos un “nuevo contrato social” que garantice una participación significativa e igualitaria de las mujeres al frente de la paz, la seguridad y la acción humanitaria, no solo para proteger los derechos y la dignidad de las mujeres, sino también para garantizar que realmente actúan como agentes clave en la consolidación y el sostenimiento de la paz.

Este año confluyen tres hitos internacionales: el septuagésimo quinto aniversario de la firma de la Carta de las Naciones Unidas; el vigésimo quinto aniversario de la adopción de la Plataforma de Acción de Beijing; y el vigésimo aniversario de la creación de la agenda sobre las mujeres, la paz y la seguridad tras la aprobación unánime de la resolución 1325 (2000) del Consejo de Seguridad, que refuerza el papel fundamental de las mujeres a la hora de prevenir los conflictos y en el sostenimiento de la paz. No hay mejor forma de honrar estos hitos históricos que eliminando las deficiencias en la implementación y asegurándonos de predicar con el ejemplo; además de consiguiendo que las voces y la representación de las mujeres formen parte de todas las medidas para lograr una reconstrucción para mejorar, con el fin de construir un mundo más pacífico y justo en el que no existan injusticias, violencia, pobreza ni desigualdades. La paz no debe ser simplemente un ideal o un sueño utópico, sino un factor impulsor e inspirador para la actuación y la transformación.

Notas

1 S/RES/1820 (2008); S/RES/1888 (2009); S/RES/1889 (2009); S/RES/1960 (2010); S/RES/2106 (2013); S/RES/2122 (2013); S/RES/2242 (2015).

2 S/RES/2242 (2015).

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