25 de enero de 2022

El 22 de marzo de 2018 falleció a la edad de 107 años uno de los héroes de la resistencia más famosos de los Países Bajos, Johan van Hulst. Su historia está estrechamente relacionada con la antigua escuela protestante de formación del profesorado de Plantage Middenlaan, en Ámsterdam, que dirigió durante la Segunda Guerra Mundial.

Esta escuela se sitúa enfrente del Hollandsche Schouwburg, un antiguo teatro. Entre 1942 y 1943, por un periodo de 14 meses, el edificio fue transformado por los nazis en un centro de transición para 46.000 judíos holandeses antes de ser enviados a los campos de exterminio de Europa del Este. Durante este tiempo, a menudo el teatro se sobresaturaba, por lo que se enviaba a los niños al centro infantil judío de enfrente, situado junto a la escuela del profesorado.

Johan van Hulst estableció una relación de confianza con la directora del centro infantil y, como resultado, a veces dejaba que los bebés durmieran en una de las aulas de la escuela. Se los entregaban por encima del seto del patio y los metían en la escuela, aprovechando el momento en que el tranvía que pasaba por su calle se paraba frente al teatro y bloqueaba así la vista de los guardias alemanes allí apostados. En su debido momento, y con la ayuda de grupos de resistencia, se trasladó a 600 niños desde la escuela del profesorado a diferentes lugares donde eran escondidos. Además de Van Hulst, esta conmovedora historia de rescate también está vinculada con el heroísmo personal de la directora del centro infantil, Henriëtte Henriquez Pimentel, y sus jóvenes enfermeras judías. Todos aquellos implicados que lograron sobrevivir a la guerra tuvieron que vivir con el trauma de no haber podido salvar a más niños. Henriëtte Henriquez Pimentel fue asesinada en Auschwitz.

En el verano de 2023, el Barrio Cultural Judío de Ámsterdam abrirá el Museo Nacional del Holocausto en la sede de la antigua escuela del profesorado y el teatro de Hollandsche Schouwburg. Los Países Bajos será uno de los últimos países de Europa occidental en crear un museo de este tipo, cuya inauguración llega más de 75 años después de la Segunda Guerra Mundial. El nuevo museo no solo abordará la historia del propio Holocausto, sino también mostrará las enormes consecuencias que tuvo sobre la sociedad holandesa, tanto judía como no judía.

El Museo Nacional del Holocausto busca confrontar a la gente con las consecuencias de la indiferencia, la discriminación y la exclusión, tanto de aquel momento como de la actualidad. El Barrio Cultural Judío ha afirmado que "la información sobre este oscuro capítulo de la historia tiene un valor incalculable. Representa una potente herramienta para reconocer amenazas para nuestra sociedad e incluso para evitarlas. De esta forma es como el museo puede contribuir a una sociedad en la que los derechos de todos están protegidos."

El mayor reto para el Museo Nacional del Holocausto reside en la inevitable fragilidad de tratar la memoria en dos sitios históricos diferentes con funciones distintas. El teatro constituye un lugar oficial de conmemoración, y el museo ofrece al visitante una compleja experiencia a través de la conservación y la presentación de hechos históricos, sin vulnerar o siquiera desdibujar la autenticidad del recuerdo. Conservar y presentar hechos históricos reviste una importancia mayor en una sociedad actual saturada de información. Los museos, las universidades y otras instituciones con misiones educativas comparten la responsabilidad de ofrecer al mundo información fiable, fácilmente accesible y sin filtros sobre el Holocausto, probablemente la mayor atrocidad de la historia del siglo XX.

Impresión artística, Museo Nacional del Holocausto de los Países Bajos (interior). Imagen de Opera Amsterdam y Studio Louter, Museo Nacional del Holocausto

Los Países Bajos gozan de una reputación de tolerancia, liberalismo y estabilidad política a nivel global. A menudo, otros países occidentales miran con sorpresa y envida su enfoque tolerante y sus leyes liberales sobre cuestiones como el uso de drogas blandas y duras, el aborto, la integración de minorías, el matrimonio homosexual y la eutanasia. Una de las explicaciones más extendidas a la prevalencia de la tolerancia en los Países Bajos gira en torno a la presencia de un sentido centenario de pragmatismo económico, social y ético. Desde esta perspectiva, una sociedad que funcione bien se beneficiará de la inclusión y no de la exclusión de nuevas ideas, nuevas personas, nuevos avances médicos y progreso en general.

Pero ¿esto refleja fielmente la realidad? En ocasiones se ha argumentado que solo existe una delgada línea entre la tolerancia y la indiferencia social. No se puede negar que, en las últimas décadas, no se han abordado adecuadamente las preocupaciones y los miedos del ciudadano "corriente". Los políticos de derechas, que también se consideran liberales, sacan provecho de esto. Esgrimen que la tolerancia tradicional ha situado al país bajo el peligro constante de fanáticos religiosos islamistas, lo ha sumido en una peligrosa "dilución homeopática" de la identidad holandesa o ha provocado que un gobierno presuntamente poco fiable imponga restricciones desproporcionadas por la COVID-19. Una y otra vez, los judíos, el Holocausto e incluso las políticas del Estado de Israel aparecen en estos debates, independientemente de su pertinencia.

Del mismo modo, la conmemoración del Holocausto es una constante fuente de desacuerdo entre judíos y no judíos, así como entre la izquierda y la derecha políticas. Los holandeses tardaron décadas en enfrentarse al duro hecho de que se deportaron más judíos de su país que de cualquier otro de Europa, con la única excepción de Polonia. De los 140.000 judíos que se estima que vivían en los Países Bajos antes de la Segunda Guerra Mundial, 102.000 fueron asesinados. En lugar de reconciliarse con este legado, se celebraban las heroicas historias de resistencia nazi y se ignoraban cómodamente los flagrantes casos de colaboración privada y pública. En Ámsterdam y en La Haya, entre otras ciudades, los judíos que volvían de los campos eran recibidos por los ayuntamientos con liquidaciones de impuestos por los arrendamientos de terrenos atrasados que se les habían acumulado durante su forzada ausencia del país, por dar solo un ejemplo.

Poema de Siem Vos para su mujer Roza Rijksman, escrito en Auschwitz, 1944. Colección del Barrio Cultural Judío. D005779.

En los años 70 y 80 se produjo un aumento de la conciencia pública respecto al destino de los judíos, muchas veces promovido, aunque no exclusivamente, por miembros de la generación de la posguerra que querían reconciliarse con esta estremecedora parte de la historia. Esto condujo a la creación de numerosos monumentos dedicados no tanto a la experiencia bélica de los holandeses, sino a los judíos holandeses.

No obstante, el debate continúa. El Día Nacional del Recuerdo, que conmemora a los ciudadanos y los soldados holandeses que perdieron la vida en la guerra o en misiones de mantenimiento de la paz desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se celebra anualmente el 4 de mayo, seguido por el Día de la Liberación, que tiene lugar el 5 de mayo. Estos días conmemorativos se han convertido en una fuente constante de agitación pública, tanto entre judíos como no. ¿Qué deberíamos conmemorar exactamente? ¿A quién deberíamos recordar? ¿Deberíamos incluir solo a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial? ¿Solo deberíamos conmemorar a las víctimas holandesas o también a las alemanas? ¿Se podrían considerar víctimas también algunos de los responsables? ¿No deberían tener un estatus separado los judíos, los romaníes y los sinti? ¿Y qué pasa con otras minorías?

El 19 de septiembre de 2021 se inauguró en Ámsterdam el Monumento nacional de los nombres del Holocausto y recibió un amplio reconocimiento público, por otra parte inesperado. El monumento fue diseñado por el arquitecto Daniel Libeskind y se construyó con 102.000 ladrillos, cada uno con el nombre de una víctima holandesa, los cuales, juntos, forman la palabra hebrea le-zekher, "en memoria". El Comité holandés de Auschwitz quería que el monumento fuera visible, público e impresionante, y que sirviera como un tipo de advertencia de "nunca más". Muchos judíos recibieron con los brazos abiertos la idea, pero otros, incluidos varios personajes relevantes, expresaron fuertes objeciones que fueron desde "completamente innecesario" hasta "megalómano". Incluso un grupo de ciudadanos de Ámsterdam recurrieron a los tribunales para impedir su construcción. No obstante, desde su inauguración, casi todo el mundo está de acuerdo en que constituye un memorial casi perfecto: emotivo, global e íntimo.

¿Qué pueden hacer los museos para enriquecer estos debates? La mejor respuesta es que hagan lo que se les da bien hacer: facilitar información fiable y preparar intervenciones comisariadas de confianza. Los museos del Holocausto pueden cumplir esta misión a través de exposiciones y programas educativos y, en particular, desarrollando nuevos modos contemporáneos de debatir y conmemorar el Holocausto. Puede parecer ambicioso, pero como dijo una vez el Primer Ministro de Israel, David Ben-Gurión, "para ser realista, debes creer en los milagros".

 

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