10 de diciembre de 2021

Pocas imágenes generan reacciones tan fuertes y universales como las de los niños que han sido obligados a participar en hostilidades. Si la condena del uso de los niños como instrumento en las guerras es unánime, la solución para acabar y evitar esta plaga atroz resulta compleja y presenta múltiples facetas.

Hace 25 años, en diciembre de 1996, la Asamblea General de las Naciones Unidas dio un paso sin precedentes al crear un mandato con el fin de proteger a los niños frente al conflicto armado. La cuestión no era nueva: a lo largo de todas las épocas, los niños han sido utilizados y objeto de abusos de múltiples formas: explotados como mano de obra barata y sometidos a esclavitud, mutilaciones, torturas, violaciones y asesinatos. Aunque al principio tardó en llegar, con el paso del tiempo la presión internacional ha crecido gradualmente hasta dar lugar a compromisos revolucionarios como la adopción de la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989 y la creación de mi mandato.

La Oficina de la Representante Especial del Secretario General para la Cuestión de los Niños y los Conflictos Armados (ORESG-NCA) nació en los años posteriores a la Guerra Fría, en un momento en que la naturaleza del conflicto estaba experimentando cambios fundamentales. Los autores, las tácticas y las armas estaban cambiando, al igual que las víctimas de los conflictos modernos. Los civiles se convirtieron cada vez más en el centro de los enfrentamientos, al igual que los niños. Al mismo tiempo, el panorama de los medios de comunicación también estaba experimentando una transformación trascendental, que dio lugar a imágenes más realistas, incluidas las de la guerra y sus víctimas, que llegaban a más espectadoras con mucha más rapidez que antes. Los niños que participaban en conflictos armados cada vez eran más visibles.

Fue en este contexto cuando, en agosto de 1996, se presentó ante la Asamblea General un informe de Graça Machel titulado Repercusiones de los conflictos armados sobre los niños, un preludio del mandato que represento. Aprovechando el impulso, unos meses después la Asamblea aprobó la resolución 51/77, por medio de la cual se creó el mandato sobre los niños y los conflictos armados (NCA). Sus objetivos eran ambiciosos: reforzar la protección de los niños afectados por los conflictos armados, aumentar la concienciación, promover la recogida de información acerca de los aprietos de los niños afectados por la guerra y fomentar la cooperación internacional para garantizar que se respeten los derechos de los niños en tales circunstancias.

Nuestro mandato nació de la comprensión de que, a pesar de los sólidos compromisos internacionales y marcos jurídicos, el mundo no estaba logrando proteger de manera eficaz a los niños de las trágicas repercusiones de la guerra. Con el paso de los años, gracias a una intensa implicación de la comunidad internacional y los órganos de las Naciones Unidas de más alto nivel, el mandato ha evolucionado de maneras que permiten a mi oficina abordar mejor las necesidades de los niños afectados por la guerra. Además, desde 1999, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha incluido en su programa la situación de los niños afectados por conflictos armados, puesto que se trata de una cuestión que puede repercutir en la paz y la seguridad. Identificó seis graves violaciones que afectan a los niños durante los conflictos: la muerte y mutilación de niños; el reclutamiento o el uso de niños como soldados; la violencia sexual contra los niños; el secuestro de niños; los ataques contra escuelas y hospitales; y la denegación de acceso humanitario a los niños. A través de mi oficina, las Naciones Unidas vigilan estas violaciones, identifican a los autores y hacen partícipes a las partes en los conflictos para desarrollar compromisos y planes de acción destinados a poner fin y evitar tales delitos.

El mandato sobre los niños y los conflictos armados supone un compromiso práctico y concreto entre las Naciones Unidas y las partes mencionadas. A pesar de que cada año se producen numerosas violaciones contra los niños, muchos más niños logran escapar de la tragedia gracias a la acción de las Naciones Unidas.

Una vez tuve la oportunidad de hablar con una joven que había sido violada por un grupo armado en la República Centroafricana. Aunque logró escapar, su comunidad la rechazó tanto a ella como a su hijo nacido de la guerra. Los asociados de las Naciones Unidas sobre el terreno le prestaron asistencia en un centro de reintegración, en el que recibió capacitación sobre panadería para que desarrollase esta habilidad como actividad de subsistencia. Le pregunté “¿qué más podemos hacer por ti?, ¿qué necesitas?”. Me respondió que lo que necesitaba era alguien que le comprase el pan.

Al volver la vista atrás sobre nuestros 25 años de trabajo, vienen a la mente algunos de los hitos más importantes en lo relativo a la protección de los niños afectados por los conflictos armados. Más de 170.000 niños han sido liberados de grupos y fuerzas armadas como resultado de las tareas de promoción de las Naciones Unidas, incluidos 12.300 solamente en 2020. El Consejo de Seguridad ha adoptado 15 resoluciones relacionadas con los niños y los conflictos armados. El Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados, aprobado en el año 2000, ha sido ratificado por 171 Estados partes. Las partes en los conflictos han suscrito cientos de compromisos destinados a poner fin y evitar graves violaciones contra los niños, incluidos 37 planes de acción, 20 de los cuales actualmente ya se han puesto en marcha; además, 15 partes en el conflicto han cumplido íntegramente sus compromisos y, en consecuencia, han sido eliminadas de la lista. La comunidad internacional ha respaldado el mandato a través de una serie de iniciativas que actúan como poderosas herramientas de prevención: los Principios de París, los Principios de Vancouvery la Declaración sobre Escuelas Seguras, entre otras.

De cara al futuro, el próximo decenio será fundamental para trasladar los compromisos a la acción, a cambios reales y sostenibles para los niños. Al hacer eso, debemos asegurarnos de que nuestras iniciativas en nombre de los niños afectados por los conflictos formen parte de la visión global más amplia de las Naciones Unidas y se centren en la prevención, la colaboración y la recuperación, a lo cual, como parte del mandato sobre NCA, nos referimos como reintegración.

Desde que comencé mi trabajo en 2017 bajo el liderazgo del Secretario General de las Naciones Unidas António Guterres, el carácter fundamental de la prevención en el trabajo de las Naciones Unidas ha permitido a la ORESG-NCA ampliar su compromiso con las partes en los conflictos y acercar las soluciones para proteger mejor a los niños en los conflictos armados. También resulta esencial hacer partícipes a los asociados regionales y subregionales en las iniciativas de prevención, a medida que la naturaleza del conflicto y la influencia de algunos grupos armados transnacionales continúa evolucionando.

Permítanme que sea clara: las graves violaciones que se cometen contra los niños no son un producto secundario inevitable de la guerra, sino que se pueden prevenir. Debemos esforzarnos por erradicar la violencia contra los niños en situaciones de conflicto armado y no tratar de aliviar simplemente su sufrimiento. Para lograr esto, debemos ser proactivos y no simplemente reactivos y apuntar hacia la destrucción de los ciclos de violencia que perpetúan estas violaciones. Asimismo, existe esperanza: en los últimos años, se han firmado, emitido o actualizado un número récord de planes de acción, compromisos conjuntos y órdenes de mando junto con los Gobiernos y los grupos armados, muchos de los cuales abordan cuestiones relacionadas con la prevención y no solo las medidas de protección.

Al mismo tiempo, el mundo en el que vivimos se encuentra cada vez más interconectado, lo que significa que los desafíos a los que nos enfrentamos, así como sus soluciones, deben nacer de la cooperación, de la cual siempre ha dependido nuestro trabajo. Las partes en el conflicto, los Estados miembros, las organizaciones internacionales y regionales, las Naciones Unidas y sus agencias y entidades, así como las organizaciones de la sociedad civil, pero también las comunidades y los niños afectados por los conflictos, deben desempeñar una función esencial a la hora de prevenir y abordar las violaciones de los derechos del niño y de responder a las necesidades de los supervivientes.

Dicho trabajo continuo, proactivo y colaborativo trae consigo resultados: en países como la República Centroafricana y Filipinas, se han desarrollado y puesto en marcha nuevas legislaciones en las que se criminalizan las violaciones graves contra los niños, mientras que Gobiernos como los de la República Democrática del Congo y Colombia han presentado distintos mecanismos de rendición de cuentas. Del mismo modo, nuestro compromiso con las partes en el conflicto promueve el diálogo y un cambio sostenible, y, con el tiempo, da lugar a cambios de comportamiento y a mejoras considerables en la protección de los niños, como ya se ha visto en el pasado en Côte d’Ivoire y Nepal, y de lo cual estamos siendo testigos actualmente en Sudán del Sur.

En ocasiones, podemos tomar diferentes rutas y priorizar distintas herramientas, pero, al final, todos trabajamos por un único objetivo: hacer de la protección de los niños afectados por los conflictos una realidad. La oportunidad está al alcance de la mano y debemos aprovechar el impulso, dado que el futuro de los niños afectados por los conflictos también depende de nuestra capacidad de trabajar juntos.

Uno de los objetivos clave para todos los asociados que se centran en acabar con la utilización y el abuso de los niños en la guerra debe consistir en garantizar no solo la liberación de los niños de los grupos y fuerzas armadas, sino también de su reintegración sostenible cuando vuelvan a sus comunidades. Actualmente, solo una parte de los niños liberados de las partes en el conflicto reciben apoyo en su proceso de reintegración. Los ex niños soldados tienen derecho a una nueva vida, a una segunda oportunidad, y, para ello, nosotros, la comunidad internacional, debemos respaldar política y económicamente programas de reintegración sostenibles, serios y a largo plazo que combinen atención de la salud, apoyo psicosocial, educación y actividades de subsistencia.

Por ese motivo, mi Oficina, junto con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), presentó en 2018 la Coalición Mundial para la Reintegración de Niños Soldados, con el fin de acabar con la “brecha de la reintegración” a través de un aumento de la concienciación y de la acción global coordinada. La reintegración no solo constituye un imperativo humanitario y de derechos humanos, sino que también representa una inversión estratégica en una paz sostenible y en el desarrollo de nuestras sociedades.

Hemos recorrido un largo camino para garantizar que todos los niños, incluidos aquellos afectados por los conflictos, estén mejor protegidos de los estragos de la guerra. Sin embargo, debemos hacer mucho más.

Los meses pasados han puesto a prueba nuestra resiliencia e inventiva, ya que hemos tenido que responder a algunos de los mayores desafíos de nuestro tiempo, causados por la pandemia de COVID-19. De todas las personas que sufren los efectos de los conflictos y la pandemia, los niños son los más afectados. Sin embargo, también hemos visto que cuando la humanidad se enfrenta a una amenaza común, se pueden priorizar las peticiones de alto el fuego, de acuerdo con lo manifestado por el Secretario General Guterres.

Mientras trabajamos en la reconstrucción del mundo pos-COVID-19, debemos situar las necesidades de los niños en el centro de nuestros planes de recuperación y darles prioridad durante los próximos 25 años.

Hemos fallado a nuestros niños durante demasiado tiempo: no hemos evitado que las personas que participan en un conflicto armado utilicen a los niños y las niñas ni que abusen de ellos. Debemos hacer más que simplemente enseñar a las víctimas a sobrevivir o a “aprender a cocer pan”. Debemos “comprarles el pan” y prometerles que sus hijos estarán mejor protegidos de lo que estuvieron ellos. Debemos prometer a los niños que serán tratados como niños, que se les ahorrarán los horrores de la guerra y que se les ofrecerán todas las oportunidades de recibir una educación libre de violencia en la que sus esperanzas y aspiraciones puedan prosperar.

Todos los niños tienen derecho a soñar con un futuro prometedor. Los niños en situaciones de conflicto armado no deben ser doblemente victimizados al robarles sus oportunidades de alcanzar sus sueños.

En palabras del Secretario General, “las decisiones que tomemos ahora determinarán nuestra trayectoria en las próximas décadas”. Por una vez, elijamos dar prioridad a los niños, a todos los niños, especialmente a los afectados por los conflictos armados. Por una vez, la trayectoria podría conducir hacia una paz sostenible.
 

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