China

08/07/2021

El G20 se enfrenta a tres pruebas de fuego

António Guterres

Desde que comenzó la pandemia de COVID-19, no hemos cesado de oír hablar de la solidaridad mundial. Lamentablemente, las palabras por sí solas no acabarán con la pandemia, ni disminuirán el impacto de la crisis climática. 

Es hora de demostrar lo que significa en la práctica la solidaridad. Cuando los Ministros de Finanzas del G20 se reúnan en Venecia, se enfrentarán a tres pruebas de fuego en materia de solidaridad, a saber: las vacunas, la concesión de un salvavidas económico a los países en desarrollo y el clima.

Primero, las vacunas. El desfase que existe en materia de vacunación a nivel mundial constituye un peligro para todos. La COVID-19 circula entre las personas no vacunadas y sigue mutando en variantes que podrían ser más transmisibles, más mortales, o las dos cosas. Estamos en una carrera entre las vacunas y las variantes: si las variantes ganan, la pandemia podría matar a millones de personas más y retardar en años la recuperación mundial.

Si bien en algunos países desarrollados el 70 % de los habitantes está vacunado, el porcentaje no llega al 1 % en los países de ingreso bajo. La solidaridad implica hacer que todos tengan acceso a las vacunas, rápidamente.

Las promesas de dosis y de fondos son bienvenidas. Pero seamos realistas. No nos bastan mil millones, necesitamos al menos once mil millones de dosis para vacunar al 70 % de la población mundial y acabar con esta pandemia. Las donaciones y las buenas intenciones no son suficientes; para lograr este objetivo se deberá realizar el mayor esfuerzo mundial de salud pública de la historia.

El G20, respaldado por los principales países productores y las instituciones financieras internacionales, debe poner en marcha un plan de vacunación mundial que llegue a todas las personas, en todos lados, lo antes posible.

La segunda prueba de solidaridad consiste en lanzar un salvavidas económico a los países que se encuentran al borde de no poder pagar la deuda.

Los países ricos han dedicado el equivalente al 28 % de su PIB a capear la crisis de la COVID-19. En los países de ingreso mediano, este porcentaje pasa al 6,5 %; en los países menos adelantados, a menos del 2 %.

Muchos países en desarrollo han de hacer frente ahora a costos abrumadores del servicio de la deuda, precisamente en un momento en que sus presupuestos nacionales están al límite de sus posibilidades y su capacidad para subir los impuestos se ve reducida. La pandemia aumentará el número de personas extremadamente pobres en unos 120 millones a nivel mundial; más de tres cuartas partes de estos “nuevos pobres” se encuentran en países de ingreso mediano.

Estos países necesitan una mano amiga para evitar la catástrofe financiera y poder invertir en una sólida recuperación.

El Fondo Monetario Internacional ha intervenido para asignar 650.000 millones de dólares en derechos especiales de giro, la mejor manera de aumentar los fondos disponibles para las economías con problemas de liquidez. Los países más ricos deberían canalizar la parte de estos fondos que no utilizan hacia los países de ingreso bajo y mediano. Esto sería una verdadera demostración de solidaridad.

Acojo con satisfacción las medidas que ya ha adoptado el G20, como la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda y el Marco Común para el Tratamiento de la Deuda más allá de la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda. Pero no son suficientes. El alivio de la deuda debe extenderse a todos los países de ingreso medio que lo necesiten. Los prestamistas privados también deberían sumarse a la iniciativa.

La tercera prueba de solidaridad tiene que ver con el cambio climático. La mayoría de las grandes economías se han comprometido a reducir sus emisiones para alcanzar el nivel cero a mediados de siglo, en consonancia con la meta del Acuerdo de París sobre los 1,5 ºC. Para que la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebrará en Glasgow sea un punto de inflexión, necesitamos que todos los países del G20, y el mundo en desarrollo, hagan la misma promesa.

Pero los países en desarrollo necesitan garantías de que su aspiración contará con un apoyo financiero y técnico, incluidos los 100.000 millones de dólares de financiación anual para el clima que les prometieron los países desarrollados hace más de una década. Esta expectativa es absolutamente razonable. Desde el Caribe hasta el Pacífico, las economías en desarrollo han tenido que hacer frente a enormes gastos de infraestructura ocasionados por un siglo de emisiones de gases de efecto invernadero de las que no son responsables.

La solidaridad comienza con la entrega de los 100.000 millones de dólares y debería incluir la asignación del 50 % de la financiación para el clima a la adaptación, como las viviendas resilientes, las carreteras elevadas y los sistemas eficientes de alerta temprana que puedan resistir tormentas, sequías y otros fenómenos meteorológicos extremos.

Todos los países han sufrido durante la pandemia. Pero los enfoques nacionalistas de los bienes públicos mundiales como las vacunas, la sostenibilidad y la acción climática conducen a la ruina.

El G20, en cambio, puede encarrilarnos hacia la recuperación. Los próximos seis meses revelarán si la solidaridad mundial trasciende las meras palabras y se traduce en medidas significativas. Si superan estas tres pruebas determinantes haciendo gala de voluntad política y un liderazgo basado en principios, los dirigentes del G20 pueden poner fin a la pandemia, reforzar los cimientos de la economía mundial y evitar la catástrofe climática.

via People’s Daily