Todas las ciudades son mosaicos irregulares, unidos por la historia, decisiones políticas e iniciativas comunitarias. Delhi es representativa de muchas ciudades indias. Una parte abarca el magnífico jardín y cementerio de Humayun, del siglo XVI, flanqueado por una superficie verde que hace 100 años era un vivero de especies de plantas y árboles para su uso por la Nueva Delhi británica, y por un apacible barrio de clase alta. Cruzando una carretera se encuentra el asentamiento que, desde hace 800 años, rodea el santuario de Nizam Auliya, el santo patrono de Delhi, al que acuden miles de personas durante todo el año, bordeado por un antiguo canal.
Solo el 28% de la población de la India es urbana y en 2011 se distribuía en más de 1.600 ciudades, de las cuales 53 tenían más de un millón de habitantes. Mumbai alberga a 18 millones de personas y Delhi a 16 millones. Hace un siglo, la población de Delhi era apenas de 200.000 habitantes.
Los nombres de muchos lugares se remontan a más de mil años y hay vestigios materiales que datan del siglo XII. La “ciudad hermosa” se describe en los paisajes, vida social y expresiones culturales en poemas épicos del siglo IV, así como en narraciones de ciudades fundadas por dirigentes islámicos, que combinaron las tradiciones de Asia occidental y meridional. El orgullo de los artesanos se tradujo en obras de arquitectura duraderas y la habilidad de los ingenieros todavía puede verse en los canales de agua que construyeron.
Las ciudades coloniales europeas de la costa comenzaron como asentamientos fortificados, luego se ampliaron para transformarse en ciudades abiertas con amplios hogares privados, avenidas rectas y edificios construidos en el estilo europeo neoclásico de la época. En ese momento comienza el crecimiento de ciudades híbridas, es decir, ciudades administrativas, sedes de distrito y ciudades de altura (hill stations), un concepto creado en la India a mediados del siglo XIX. En esas ciudades había zonas oficiales para su uso temporario por funcionarios británicos, barrios de mansiones en que vivían los indios de clase alta y, entre unas y otras, barrios compactos de viviendas bajas de la clase media y los barrios marginales de los pobres. Aunque los pobres de las zonas rurales sabían que las calles de esas ciudades no estaban pavimentadas con oro sino con duro alquitrán, se consideraban un posible refugio y punto de observación, en las que podía surgir todo tipo de medios de subsistencia para mantener el hambre a raya. La ciudad hermosa muchas veces se llenaba de inmigrantes hambrientos a los que la hambruna o el desempleo habían llevado hasta allí. Con el aumento del transporte rodado, las carreteras se volvieron caóticas debido a las veredas colmadas de pobres, el traslado de personas que vivían cada vez más lejos de sus lugares de trabajo y la impaciencia que se manifestaba por la percepción de superioridad social. Dickens habría visto la similitud con el proceso de industrialización británica.
¡Qué diferencia había entre las ciudades portuarias de tipo europeo y las del interior! Estas tenían vestigios del pasado, algunas estaban en ruinas, otras sorprendentemente parecían nuevas, algunas desiertas, otras ocupadas. La escala de los mercados y mohullas (barrios encerrados en sí mismos) era humana; había lugares agradables de reunión en las plataformas que rodeaban los banianos y los pozos de agua. El control político británico se indicaba en el mapa con marcas rojas irregulares intercaladas con 600 “estados nativos”, que escaparon de la conquista gracias a decisiones prudentes de autocontrol adoptadas tras el levantamiento de 1857 y las duras medidas tomadas para contrarrestarlo. Cuando comenzó a desarrollarse el turismo a finales del siglo XIX, estos estados — Saurashtra (actualmente parte de Gujarat), Rajputana (ahora Rajastán), los reinos del Himalaya, Hyderabad y Mysore — pasaron a ser los destinos más deseados.
Tal vez la ciudad más visitada de la India británica haya sido Delhi. Pocas ciudades han sido descritas en tantos idiomas, en términos casi antropomórficos, en poesía y en prosa, dibujadas y pintadas, como Delhi en la época del Gran Mogol, en sus años de desgracia en el siglo XVIII, en las décadas más tranquilas de principios del siglo XIX y durante el levantamiento de 1857. La ira causada por la “deslealtad” de los rebeldes tras el levantamiento fue tal que gran parte de la ciudadela mogol de Delhi fue destruida deliberadamente, y el daño habría sido mayor de no ser por la intervención del Virrey.
Poco después, la combinación de una política conciliatoria y el anhelo por hacer el inventario de la arquitectura histórica del país dio lugar a la creación de la Archaeological Survey of India en 1861. Delhi, una ciudad compacta del siglo XVII, estaba rodeada por 117 kilómetros cuadrados de campos salpicados densamente por las ruinas de capitales anteriores, que eran los lugares de picnic favoritos de los funcionarios británicos de paso. La comparación con Roma se hizo muchas veces, como en las descripciones de las ruinas de Rose Macaulay. La Delhi del siglo XXI abarca esos 117 kilómetros cuadrados y se extiende aún más allá. El ejemplo de Delhi puede ayudarnos a comprender la difícil situación urbana de la India, así como el sentimiento de satisfacción por haber construido ciudades modernas dentro y alrededor de zonas históricas.
Después de 1912, Delhi cambió más que nunca. Fue objeto de dos imposiciones simultáneas: que todas las instituciones del Gobierno de la India se distinguieran por medio de una arquitectura monumental y que el campo al sur de la ciudad se transformara en la nueva capital del Imperio Británico. Esa nueva ciudad sería diseñada con precisión en términos de planificación regional y saneamiento, con viviendas aireadas y avenidas flanqueadas por árboles cuidadosamente seleccionados; una ciudad modelo de la que los antiguos romanos se habrían enorgullecido. Se encomendaron ambas tareas a Edwin Lutyens, visto su impresionante historial de diseño de arquitectura monumental y ciudades jardín.
Los extremos del clima se moderaron mediante el uso habilidoso de canales de agua, vegetación apropiada y avenidas que generaban brisas. El Ministerio de Obras Públicas se enfrentó con una interminable serie de retos, como la proliferación de departamentos gubernamentales, la necesidad de viviendas y servicios para su personal y la transformación de la ciudad compacta en una de crecimiento descontrolado. Cada intervención significó optar entre alternativas.
El primer reto fue preservar 800 años de historia. Al planificar la nueva capital, ningún virrey quería enfrentarse con un motín causado por daños fortuitos a un antiguo santuario o a un lugar de culto. En 1914 se inició un estudio topográfico exhaustivo, que llevó ocho años; su éxito quedó demostrado al no registrarse protesta alguna por haber arrasado un lugar sagrado, lo cual fue un buen augurio para el futuro.
Desde 1931, Nueva Delhi funcionó durante la mitad del año como capital de invierno. Esto generó la imagen de su antítesis. Delhi se convirtió en Vieja Delhi, sugiriendo una elegancia venida a menos en contraste con las líneas estilizadas blancas y uniformes de las avenidas arboladas de Nueva Delhi. Sin embargo, desde la década de 1970 se ha instalado una atmósfera de nostalgia en Vieja Delhi por un modo de vida más placentero y el melodioso sonido del urdu, el idioma compartido por la India y el Pakistán. Ahora, se alude afectuosamente a la ciudad vieja por su nombre original, Shahjahanabad. Las empresas turísticas organizan durante todo el año paseos a pie para presentar diferentes aspectos de su cultura a una generación joven para la cual el pasado es territorio desconocido. El hito más importante fue la inauguración del servicio de subterráneo hace un decenio, que permitió a la población de Nueva Delhi llegar al centro de la ciudad antigua sin tener que sufrir el pesado tráfico de la superficie. Era otro mundo, callejuelas y callejones sin salida con nombres evocadores, fragancias fugaces y la cadencia del urdu. Actualmente, está aumentando a un ritmo sostenido el número de hoteles históricos y de restaurantes en que se respira una atmósfera especial. La gentrificación ha comenzado sin ejercer presión sobre la población local para que abandone sus hogares. Un segundo nivel de patrimonio se ha superpuesto al más antiguo bajo la tutela de la Archaeological Survey of India.
El concepto de “patrimonio” se vuelve cada vez más claro a medida que pasa el tiempo. En la actualidad, casi un siglo después de los temores por las ruinas más antiguas, la Nueva Delhi construida en ese momento se ha convertido en objeto de atención, documentación y clasificación para evitar su posible destrucción. La irrupción de la verticalización de los edificios por los promotores y especuladores generó protestas y, en 1974, se creó una Comisión de Arte, semejante a la que existe en Nueva York, para regular los futuros edificios. El centro de Nueva Delhi sigue siendo un lugar abierto y de edificios bajos, tal como lo diseñaran Lutyens y su equipo. De hecho, después de etiquetar durante una generación la obra de Lutyens y sus asociados como híbrida, desde la década de 1980 ha habido una corriente constante en su favor.
La Partición de 1947-1948, una crisis totalmente inesperada, dejó un paisaje sombrío de mansiones que reverberaban con las memorias de las familias musulmanas que habían huido precipitadamente al Pakistán, y fueron transformándose en pequeños albergues que acogieron a decenas de refugiados hindúes aturdidos, que establecieron nuevos mercados y adoptaron nuevos oficios. Únicamente quienes vivieron la Partición la comprendieron en toda su angustiante profundidad, pero optaron por nunca hablar de ella. Los demás solo llegaron a comprenderla cuando los sobrevivientes o sus familiares escribieron al respecto, unos 50 años después de los hechos. Pero la tristeza por la pérdida vista o recordada no se convirtió en odio. La ciudad vieja se tornó más ruidosa y agresiva, la paz de las callejuelas quedó completamente destrozada, pero, en medio de esa cacofonía, había vestigios de ingenio y alegría, de los viejos gritos de la calle y de coplas rimadas. Las relaciones entre los dilliwalas, que se habían asentado a lo largo de los siglos, no podían desaparecer, a pesar de todas las perturbaciones sociales. Aunque la mejora de las condiciones de vida llevó décadas, finalmente llegó.
Fuera de Nueva Delhi, cruzando la cresta occidental al este del río Yamuna, la ciudad se amplió, convencida firmemente de que todos sus habitantes deberían tener un hogar. La Dirección de Desarrollo de Delhi tiene una trayectoria reconocida en Asia respecto de la vivienda pública para funcionarios, desde los de categoría superior hasta los asistentes de oficina; para refugiados, a precios subvencionados; y para los ocupantes ilegales, a fin de darles un sentido de seguridad y optimismo y también para eliminar las deplorables viviendas de los barrios marginales. Se examinaron y ensayaron elementos de las teorías occidentales de planificación, como zonificación, rutas periféricas, barrios semejantes a los estadounidenses, viviendas escalonadas siguiendo la tradición imperial y detalles de las zonas verdes británicas para suavizar los límites de la ciudad, que en repetidas ocasiones se tornaron más porosos a medida que la ciudad crecía y absorbía más aldeas. No debería sorprendernos que la palabra “colonia “ se utilizara como sinónimo de “barrio”.
En la actualidad estamos ante la última frontera: más de 200 aldeas se han fundido en el entramado urbano mediante un curioso patrón de adquisición de tierras basado en las leyes agrarias del Punjab, en que las aldeas densamente pobladas se mantuvieron sin cambios, mientras que sus campos fueron arrasados para convertirlos en viviendas urbanas. Este es el último elemento del paisaje que puede considerarse patrimonio: aldeas típicas del norte de la India, viviendas adosadas, con callejuelas sombreadas y sonidos apagados. Constituyen una invitación automática a empresas artísticas y boutiques, intercaladas con pequeñas casas de comidas. Los antiguos agricultores pasaron a ser arrendadores, alquilando cuartos a estudiantes universitarios. Eso evocaba los suburbios de París, pero con la exuberancia de la India.
Sería muy fácil mirar hacia abajo y ver que el camino hacia la Gran Delhi ha sido pavimentado con reglamentos oficiales ininteligibles, una colonización subversiva desde abajo y actos audaces de depredadores inmobiliarios. No obstante, es igualmente importante, durante el Día de la Independencia de la India, levantar la mirada hacia el diáfano cielo azul, salpicado de cientos de cometas que suben y bajan remontados desde los tejados de Shahjahanabad, y bajarla hacia los espaciosos jardines que salen de la emblemática residencia presidencial, donde decenas de vendedores ambulantes ofrecen comidas de toda la India, y al anochecer encaminarse hacia el santuario de Hazrat Nizam Auliya y perderse en la música sufí, cuyas palabras han resonado durante 800 años, y en la fragancia de las rosas rojas.
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