30 diciembre 2011

El mundo enfrenta dos amenazas contra su existencia: el cambio climático y la apocalipsis nuclear. Es preciso actuar con urgencia en relación con ambas. Enfrentar la primera cuestión impondrá grandes costos económicos y ajustes de los estilos de vida, en tanto que enfrentar la segunda dará por resultado beneficios económicos sin consecuencias para los estilos de vida. Quienes se niegan a enfrentar el cambio climático son criticados por su espíritu de negación; quienes restan importancia a la cuestión nuclear son encomiados como realistas. Si bien es necesario tomar medidas cuanto antes para impedir el desequilibrio total, el cambio climático no causará una catástrofe hasta dentro de algunos decenios. Por otra parte, una catástrofe nuclear nos podría destruir en cualquier momento, aunque, si tenemos suerte, se le podría retrasar unos 60 años más. La incómoda realidad es que el mantenimiento de la paz nuclear se ha debido tanto a la buena suerte como a una adecuada gestión. Como hemos aprendido a vivir con las armas nucleares durante 66 años, hemos dejado de percibir la gravedad y la inmediatez de la amenaza. La tiranía de la complacencia nos hará pagar un precio terrible si seguimos caminando como sonámbulos hacia la apocalipsis nuclear. Hace tiempo que se debería haber eliminado de la política internacional el espectro de una nube en forma de hongo.

Las armas nucleares son niveladores estratégicos para las partes más débiles en las relaciones de conflicto, pero no sirven para comprar la defensa a bajo costo. Pueden dar lugar a la creación de un Estado en el que prime la seguridad nacional, se favorezca el secreto gubernamental, se reduzca la responsabilidad pública y aumente la distancia entre los ciudadanos y los gobiernos. Existe el riesgo adicional de que caigan en manos de elementos extremistas debido a filtraciones de información, robo, colapso del Estado y apropiación del Estado. Por lo que respecta a costos de oportunidad, los cuantiosos gastos militares equivalen a robar a los pobres. Las armas nucleares no ayudan a luchar contra las verdaderas amenazas del mundo actual, a saber, la insurrección, el terrorismo, la pobreza, el analfabetismo, la malnutrición y la corrupción. Como decían en las calles de Delhi en 1998: "¿No tienes comida, no tienes ropa, no tienes techo? Despreocúpate, tenemos la bomba".

Desde que terminó la guerra fría ha disminuido el riesgo de una guerra nuclear entre Rusia y los Estados Unidos, pero se ha hecho más admisible la posibilidad de que las utilicen otros Estados o actores no estatales poseedores de esas armas. En consecuencia, nos encontramos en una coyuntura familiar, frente a la misma conocida opción entre seguridad con armas nucleares o seguridad frente a ellas.

El Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares (TNP) ha permitido contener la pesadilla nuclear durante más de cuatro decenios. El número de países poseedores de armas nucleares todavía no pasa de un dígito. Se han hecho notables avances en la reducción del número de ojivas nucleares. Sin embargo, todavía la amenaza es grave dado que en el mundo existen más de 20.000 armas nucleares; de ellas 5.000 ojivas están listas para lanzamiento y 2.000 se encuentran en estado de gran alerta operacional.

El TNP consagró varios acuerdos. Los países no poseedores de armas nucleares convinieron entre sí no adquirir jamás esas armas. Acordaron con los Estados poseedores de armas nucleares que, a cambio de un control intrusivo del uso final de la tecnología y el material nucleares o relacionados con la energía nuclear, se les otorgaría un acceso preferente a la tecnología, los componentes y el material nucleares. Concertaron un segundo acuerdo en virtud del cual, a cambio de renunciar definitivamente a la bomba nuclear, los países poseedores de armas nucleares celebrarían negociaciones de buena fe relativas al desarme nuclear completo. El artículo VI del TNP contiene el único compromiso de desarme multilateral explícito contraído por todos los Estados poseedores de armas nucleares.

Esos acuerdos se ven ahora comprometidos por cinco razones:

  1. Las cinco potencias nucleares lícitas en relación con el TNP (China, los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia) han pasado por alto las obligaciones relativas a desarme que estipula el TNP.
  2. Tres Estados poseedores de armas nucleares no son partes en el Tratado: la India, Israel y el Pakistán.
  3. Por ser un acuerdo intergubernamental, el TNP no abarca a grupos no estatales, incluidos los terroristas.
  4. Es posible que algunos Estados partes en el Tratado estén tratando de eludir sus obligaciones de no proliferación, en tanto que la República Popular Democrática de Corea se ha retirado del Tratado y ha realizado ensayos con armas nucleares.
  5. Muchos países están interesados en la energía nuclear debido a las crecientes inquietudes en relación con el medio ambiente y con los precios de los combustibles fósiles, lo que plantea cuestiones de seguridad y producción de armamentos.


La inquietante tendencia de un círculo cada vez mayor de países poseedores de armas nucleares, vinculados o no al TNP, tiene el efecto de atraer a otros países al abismo nuclear. A los cinco motivos de preocupación se suma el lamentable estado de los mecanismos de gobernanza mundial del control de tales armas. La Conferencia de Desarme ni siquiera puede acordar un programa. El Tratado de prohibición completa de los ensayos nucleares no ha entrado en vigor y está lejos de concluirse un tratado de prohibición de la producción de material fisionable.

Después de más de un decenio de estancamiento, el programa nuclear fue reactivado por una coalición de cuatro pesos pesados de la política de seguridad nacional de los Estados Unidos, William Cohen, Henry Kissinger, Sam Nunn y William Perry, y cobró nuevo ímpetu con la promesa formulada por el Presidente Barack Obama en Praga, en abril de 2009, de procurar la paz y la seguridad en un mundo sin armas nucleares. En la Cumbre nuclear celebrada en Washington se examinaron detenidamente los requisitos de seguridad de los programas y los materiales nucleares. La conferencia de examen del TNP de 2010 alcanzó resultados modestos. Comisiones como la Comisión Internacional sobre la No Proliferación y el Desarme Nucleares y campañas como Global Zero han ayudado a movilizar a los principales grupos de interés. Rusia y los Estados Unidos han negociado, firmado, ratificado y puesto en vigor un nuevo Tratado sobre la reducción de las armas estratégicas (conocido como START II) con miras a reducir los arsenales nucleares en una tercera parte limitando cada uno a 1.550 ojivas preparadas para el despliegue.

Con todo, existe la impresión palpable y cada vez más extendida de que el START II podría marcar el fin de los progresos del desarme nuclear en lugar de ser el primer paso en el camino a la abolición. Hay escasas evidencias de una demanda significativa de desarme por parte de los grupos de interés políticos en los países poseedores de armas nucleares. Es revelador el hecho de que ni uno solo de los países que tenían una bomba atómica en 1968, cuando se firmó el TNP, ha renunciado a ella. A juzgar por sus acciones, y no por sus declaraciones, todos están decididos a seguir en posesión de armas nucleares. O bien están modernizando sus fuerzas nucleares o perfeccionando las doctrinas nucleares, o bien se están preparando para hacerlo. Por ejemplo, incluso después de la aplicación del START II, los Estados Unidos retendrán, como ventaja estratégica, un depósito de ojivas de reserva preparadas para el despliegue rápido si surgiera la necesidad, y también construirán tres nuevas fábricas para incrementar la capacidad de producción de ojivas nucleares. Para aquellos que aspiran a poseer armas nucleares la lección es clara; las armas nucleares son indispensables en el mundo de hoy y para hacer frente a las amenazas del mañana.

Reflejando la situación técnica existente en 1968, cundo se firmó el TNP, el Irán insiste en su derecho a la utilización de la energía nuclear con fines pacíficos, hasta un punto en que le faltaría muy poco para construir la bomba. El mundo no sabe como detener al Irán para que no cruce el umbral de las armas ni como persuadir, sonsacar u obligar a la República Popular Democrática de Corea República para que se sume nuevamente al TNP en calidad de miembro no poseedor de armas nucleares de buena reputación.

Desde el punto de vista emocional, el Japón es la piedra angular del discurso nuclear como única víctima mundial de la bomba. Sobre los Estados Unidos recae la responsabilidad especial de encabezar la marcha hacia la abolición nuclear por ser el único país que ha utilizado bombas atómicas y la mayor potencia militar del mundo. La bomba atómica fue creada durante la segunda guerra mundial por un grupo de científicos creado para el Proyecto Manhattan bajo la dirección de J. Robert Oppenheimer. Al presenciar el primer ensayo atómico, realizado el 16 de julio de 1945, Oppenheimer recordó el texto sagrado hindú Bhagavad Gita: "Si el esplendor de cien soles estallara al unísono en el cielo, sería semejante al esplendor del Todopoderoso." El nacimiento y la muerte están vinculados simbióticamente en el ciclo de la vida. Oppenheimer recordó también el verso correspondiente del Gita: "Ahora me convierto en la Muerte, la destructora de los mundos."

La misma dualidad es omnipresente en todos los aspectos de la Hiroshima de hoy. Al reconstruir su ciudad, los ciudadanos de Hiroshima la han consagrado como un testimonio de la resistencia social, la solidaridad humana y la abolición nuclear. Hiroshima vuelve a ser una ciudad hermosa, pintoresca y dinámica que vive según tres códigos: transformarse de una ciudad militar en una ciudad de paz; perdonar y expiar, pero nunca olvidar; y "nunca más".

Las razones que justifican la abolición son sencillas, elegantes y elocuentes. Si no se fortalece la seguridad nacional, las armas nucleares rebajarán nuestra humanidad común y empobrecerán nuestras almas. Su mismo poder destructivo les resta utilidad militar frente a otras potencias nucleares y utilidad política frente a los países que no las poseen. Mientras existan países que poseen armas nucleares, otros países querrán tenerlas. Si existen, serán utilizadas algún día ya sea por cálculo, por accidente o por error. Así pues, nuestro objetivo debe ser la transición de un mundo en el que se considera que las armas nucleares desempeñan un papel central para mantener la seguridad, a otro en que poco a poco pasen a ser marginales y a la larga sean totalmente innecesarias. Al igual que ocurre con las armas químicas y biológicas de destrucción en masa, no es posible "desinventar" las armas nucleares, pero al igual que aquellas, las armas nucleares se pueden controlar, regular, restringir y proscribir en virtud de un régimen internacional que garantice una estricta observancia mediante procesos fidedignos y eficaces de inspección, verificación y cumplimiento.

La tarea común es hacer ilegítimos la posesión, el despliegue y la utilización de armas nucleares; exigir compromisos de no ser el primero en utilizarlas y atenerse al propósito único de disuadir su empleo; y haber reducido en 10% los arsenales actuales (500 ojivas para Rusia y los Estados Unidos respectivamente, y 1.000 entre los demás países) en 2025; reducir el alto riesgo de la dependencia de estas armas introduciendo más grados de separación entre la posesión, el despliegue y la utilización, separando físicamente las ojivas de los sistemas vectores y alargando el tiempo de la decisión de activar el mecanismo de lanzamiento de las armas nucleares; fortalecer la autoridad y la capacidad del Organismo Internacional de Energía Atómica; establecer un ciclo del combustible multilateral; y aplicar restricciones más rigurosas en materia de suministro.

Puesto que se ha socavado el TNP al hacerlo pasar de un régimen de prohibición a otro de mera no proliferación, ha llegado el momento de buscar otra alternativa mejor que reúna todos los elementos meritorios en un conjunto único y viable integrante de una convención sobre las armas nucleares. Esta idea no se materializará solo porque lo deseemos. Tampoco lo hará si seguimos relegándola a un futuro distante. Hay que superar muchos desafíos técnicos, jurídicos y políticos, pero es necesario emprender sin más demora una labor preparatoria seria, con convicción y compromiso.

Aquellos que se hincan con más devoción ante el altar de las armas nucleares son los que emiten las fetuas más enérgicas contra quienes desean unirse a ellos. El estímulo más poderoso para la proliferación nuclear por parte de los otros es la posesión continua de armas nucleares por algunos. Las armas nucleares no podrían proliferar si no existieran, pero como existen proliferarán. La amenaza del empleo de armas nucleares tanto para disuadir su empleo por otros como para prevenir la proliferación, legitima su posesión, despliegue y utilización. No se puede evitar que prolifere aquello que es legítimo.

Los críticos de la opción cero desean conservar sus bombas atómicas, pero se las niegan a otros. Carecen de honestidad intelectual y coraje para demostrar cómo puede hacerse efectiva la no proliferación sin desarme, para reconocer que el precio de mantener los arsenales nucleares es la proliferación sin control, y para explicar por qué un mundo de proliferación sin control es mejor que la abolición para la seguridad nacional e internacional.

Concentrarse en la no proliferación y desentenderse del desarme garantiza que no se conseguirá ninguno de los dos objetivos. La mejor y única garantía de la no proliferación es el desarme. Por consiguiente, si deseamos la no proliferación debemos prepararnos para el desarme. En nuestro lapso de vida, o bien logramos la abolición nuclear o tendremos que vivir con la proliferación nuclear y morir con la utilización de las armas nucleares. Es mejor un suave destello de satisfacción por perseguir el noble objetivo de la prohibición de las armas nucleares, que el duro resplandor de la mañana siguiente al día en que se utilizaron.

 

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