Cuando el Grupo de los 77 apareció en la escena económica mundial al finalizar la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) en 1964, fue aclamado en un titular de portada del prestigioso semanal londinense Sunday Observer como “el fenómeno más importante del período de la posguerra”. Cuando se convocó la primera conferencia de la UNCTAD, el Grupo ya había empezado a funcionar, pero tenía 75 miembros, entre los que se incluían Australia y Nueva Zelandia. Al final de la Conferencia, el Grupo de los 75 se transformó en el Grupo de los 77, con el abandono de Australia y Nueva Zelandia y la entrada de otros 4 países en desarrollo. El primer documento sustantivo y autorizado emitido por el Grupo de los 77 fue su Declaración, que contenía una evaluación de los resultados de la Conferencia y esbozaba los objetivos que debían perseguirse en el futuro, en particular, a través del foro de la UNCTAD. Se trataba de un documento fundamental en el que los países en desarrollo proclamaban por primera vez su determinación de trabajar por un nuevo orden internacional. Esto sucedía una década antes de la aprobación por la Asamblea General de las Naciones Unidas de la Declaración y el Programa de Acción sobre el Establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional.

Poco después de la primera conferencia de la UNCTAD, el Grupo de los 77 emergió como el foro más importante de los países en desarrollo para armonizar sus perspectivas sobre cuestiones económicas mundiales, desarrollar posiciones comunes sobre dichas cuestiones y promover ideas y estrategias nuevas para las negociaciones con los países desarrollados. Su institucionalización legal en la UNCTAD tuvo lugar mediante la resolución aprobada en la primera edición de dicha Conferencia y refrendada posteriormente por la Asamblea General, por la que se establecía la Junta de Comercio y Desarrollo, órgano ejecutivo de la UNCTAD. A partir de ahí, se extendió a la mayoría de los órganos y organizaciones de las Naciones Unidas, incluidos los organismos especializados de las Naciones Unidas y aquellos encargados de abordar cuestiones políticas, de seguridad y de derechos humanos, arraigando firmemente en cada uno de ellos. Es difícil imaginar cómo todos estos órganos y organizaciones habrían podido alcanzar los amplios acuerdos a los que han llegado en los últimos 50 años en materia de normas, principios, reglamentos, regímenes y marcos, incluidos tratados formales, sin disponer de este foro. Por tanto, el Grupo de los 77 está indisolublemente ligado al enorme corpus de bienes públicos internacionales que se ha desarrollado y acumulado a lo largo del último medio siglo. De no haber sido por la existencia y el funcionamiento del Grupo de los 77, la comunidad internacional llevaría un gran retraso en la consecución de sus objetivos de civilización, estaría sumida en un mayor caos y sería más inestable y vulnerable de lo que es hoy en día.

Dado que el Grupo de los 77 está integrado en las Naciones Unidas, su impacto y eficacia, así como sus logros y fracasos, han dependido en gran medida del ascenso y la caída, del éxito y el fracaso de las Naciones Unidas. El Grupo funcionó con extraordinaria eficacia y energía durante la mayor parte de la época dorada de la cooperación económica internacional en el marco de las Naciones Unidas, es decir, desde 1964 hasta finales de la década de 1970. Su declive comenzó con el inicio del declive de las Naciones Unidas, a comienzos de la década de 1980. Hay unanimidad en cuanto a la idea de que dicho declive fue el resultado de un ataque bien planeado y coordinado a las Naciones Unidas por parte de los principales países desarrollados. No es posible devolver al Grupo de los 77 el prestigio y el dinamismo que alcanzaron en el pasado sin devolver a las Naciones Unidas las funciones que se le encomendaron en su Carta, y que le fueron arrebatadas, y sin reconstruir su capacidad, desmantelada sistemáticamente durante los tres últimos decenios.

Estuve presente en la creación del Grupo de los 77 y permanecí vinculado a él hasta mi jubilación del Servicio Diplomático de la India, a finales de 1991. En la primera conferencia de la UNCTAD, como miembro del equipo indio de la Quinta Comisión de la Conferencia, participé en las negociaciones sobre los principios encargados de regir el comercio mundial y las políticas comerciales orientadas a propiciar el desarrollo. Durante el proceso de negociación en dicha Comisión, creímos realmente que estábamos participando en la tarea histórica de cambiar las reglas del juego y establecer principios, normas y reglamentos nuevos para regular el sistema económico mundial. En el Grupo de los 77 consideramos que nuestra tarea consistía en provocar un cambio en el statu quo frente a la tenaz y decidida defensa de los países del norte. Recuerdo que cuando, tras una larga noche de negociación, alcanzamos un acuerdo en el Grupo sobre un conjunto de principios, uno de mis interlocutores en la negociación exclamó que aquella era nuestra contribución a la humanidad. Dichos principios se convirtieron en una importante baza de negociación en la primera conferencia de la UNCTAD que exigía la atención de las delegaciones al más alto nivel y conformaba de manera decisiva el Acta Final de la Conferencia.

Mi primera participación importante en el Grupo de los 77 tuvo lugar durante la preparación de la posición de Asia como contribución a la Carta de Argel aprobada en la primera Reunión Ministerial del Grupo, celebrada en dicha ciudad en 1967 con carácter preparatorio para la segunda conferencia de la UNCTAD, que debía celebrarse en Nueva Delhi en 1968. Al preparar la posición de Asia, nos topamos con un serio obstáculo en la secretaría de la entonces Comisión Económica para Asia y el Lejano Oriente (CEPALO), que se negaba a prestar su foro para nuestra negociación, argumentando que, dado que los miembros de la CEPALO eran tanto países desarrollados como en desarrollo, el foro no podía usarse únicamente para la negociación entre países en desarrollo. Finalmente alcanzamos un compromiso con el entonces Secretario Ejecutivo de la CEPALO para utilizar con dicho propósito el foro ya existente de las Conversaciones para la Promoción del Comercio Bilateral. A pesar de los problemas planteados, conseguimos negociar la Declaración de Bangkok, que fue reconocida como un modelo a seguir para la redacción de la Carta de Argel. En gran medida, fue debido a la importancia de este documento por lo que Raúl Prebisch, Secretario General de la UNCTAD, me nombró para formar parte del “Grupo de los Ocho” creado para redactar la Carta de Argel.

La cuestión de las medidas especiales en favor de los países miembros del Grupo de los 77 menos avanzados fue planteada por primera vez en la Conferencia de Argel por los representantes de los países africanos. El asunto se debatió en los grupos de presión y se trató oficiosamente entre los representantes africanos y el Dr. Prebisch. No se hizo ningún intento de incluirlo en el programa oficial de la Conferencia Ministerial ni se permitió que surgiera al definir la posición común del Grupo de los 77 de cara a la negociación en la segunda edición de la UNCTAD. Los representantes africanos aceptaron en general la garantía del Dr. Prebisch de que esta cuestión tendría un seguimiento en la UNCTAD. Nosotros, la delegación de la India, éramos conscientes de que la cuestión se plantearía en la Conferencia de Nueva Delhi, para la que teníamos que mantenernos preparados. Por lo tanto, elaboré un documento interno para el Gobierno de la India en el que sugería las líneas en las que podía desarrollarse una posición común del Grupo de los 77 sobre el tema.

La sugerencia planteada en el documento era que cualquier medida que fuera de interés para la mayoría de los miembros de dicho Grupo debería recibir el apoyo de estos en su totalidad, siempre que dicha medida no fuera en contra de los intereses de alguno de ellos. Si, por otra parte, existiera un conflicto de intereses, debería hacerse un esfuerzo por alcanzar un consenso sobre el tema dentro del Grupo en su conjunto.

De hecho, esta cuestión se planteó en las consultas de alto nivel llevadas a cabo entre el Grupo de los 77 y el Secretario General de la UNCTAD y se llegó a un entendimiento acerca del planteamiento general que debía seguirse para abordarla, basado más o menos en la sugerencia formulada en mi documento.

Mi momento más memorable como negociador en nombre del Grupo de los 77 llegó cuando fui elegido en Nueva York Presidente del Grupo para el período de 1969 a 1970, momento en el que se negoció la Estrategia Internacional del Desarrollo (EID) para el Segundo Decenio de las Naciones Unidas para el Desarrollo, es decir, la negociación de la década de 1970. Ser elegido Presidente del Grupo de los 77 cuando yo solo era Primer Secretario de la Misión Permanente de la India ante las Naciones Unidas, supuso para mí un gran honor. Como tal, me enfrenté a la difícil tarea de coordinar la formulación de una posición común del Grupo sobre la EID y negociar en su nombre con los países desarrollados. En el período de sesiones de la Asamblea General de 1969 fui elegido Relator del Comité Preparatorio para la Formulación de la EID. Ello me dio la oportunidad de preparar el texto convenido sobre los distintos componentes de la Estrategia para el Comité. El momento más emotivo llegó cuando presidí una reunión del Grupo de los 77 con el fin de obtener la aprobación final del texto de la EID que había sido negociado con otros grupos durante más de un año. Me sentí preocupado, pero en ningún momento sorprendido o abatido, al ver que varias delegaciones presentaban en la cámara más de 100 enmiendas al texto. En una intervención que duró más de 45 minutos, respondí a cada una de las enmiendas y expliqué por qué no eran necesarias. Inmediatamente después de mi prolongada respuesta, Sergio Armando Frazao, Embajador del Brasil, el más veterano Representante Permanente ante las Naciones Unidas, que gozaba asimismo de gran respeto, propuso que se retiraran todas las enmiendas y se aprobara el texto sin ninguna modificación. En ese momento, la sala de reuniones estalló en un ensordecedor estruendo de aprobación del texto. Fue un reflejo de la firme solidaridad que inspiraba al Grupo de los 77 en aquella época. Al aprobar este documento, las Naciones Unidas pusieron en marcha un nuevo marco integral y establecieron un nuevo parámetro de cooperación internacional. Con la EID se produjo el mayor acercamiento posible a un plan internacional de desarrollo. Fue realmente extraordinario que, a pesar de no constituir un Gobierno mundial, las Naciones Unidas pudieran alcanzar el consenso en un documento de este tipo, normalmente formulado y aplicado por los gobiernos. Esto contradecía la presunción de los “realistas” de que un conglomerado de Estados soberanos que no hubiera sido investido de autoridad soberana (esta es una de las maneras en que se definen las Naciones Unidas) no puede aspirar a desempeñar una función que corresponde únicamente a una autoridad soberana. Los compromisos de este documento se expresan en términos tajantes mediante el uso del tiempo verbal futuro de obligación. Fue en este documento donde, por primera vez, los países desarrollados aceptaron el compromiso de transferir el 0,75% de su PNB a los países en desarrollo en concepto de asistencia para el desarrollo, y donde se fijó 1972 como fecha límite para cumplir este objetivo. También por primera vez aceptaron la obligación de llevar a cabo ajustes estructurales en sus economías nacionales para facilitar el aumento de la importación desde países en desarrollo.

Una década más tarde, el Grupo de los 77 me propuso como candidato para el puesto de Presidente del Comité Preparatorio de la Asamblea General encargado de la formulación de la Estrategia Internacional del Desarrollo correspondiente al Tercer Decenio para el Desarrollo, es decir, la década de 1980, y fui elegido por unanimidad por la Asamblea para ocupar dicho cargo. Desgraciadamente, para entonces los principales países desarrollados habían comenzado ya su ataque destinado a debilitar a las Naciones Unidas y a transformar su mandato. Por tanto, la perspectiva de llegar a un consenso sobre una EID que mereciera la pena para la década de 1980, no era muy prometedora. Finalmente, tuve que dimitir de mi puesto y retirarme durante un breve período del ámbito multilateral, ya que mi Gobierno decidió encomendarme una tarea bilateral importante. Agha Shahi, Embajador del Pakistán, me sucedió en el cargo de Presidente del Comité Preparatorio. De hecho, se llegó a aprobar una EID para la década de 1980, pero no fue más que una pálida sombra de la aprobada para la década de 1970.

Cuando volví a la escena de las Naciones Unidas como Representante Permanente de la India en Ginebra, se había producido un cambio cualitativo en la situación económica mundial y en la posición del sistema multilateral. Para entonces, las Naciones Unidas habían dejado de ser un foro para negociaciones serias. Cada vez que nosotros, en nombre del Grupo de los 77, tomábamos la iniciativa de plantear una cuestión sustantiva para la negociación, nuestros interlocutores de los países desarrollados se aseguraban de inmediato de que la cuestión se enredara en una disputa de procedimiento sobre si las Naciones Unidas estaban cualificadas para negociar sobre dicho tema. El proceso de transferencia de las funciones encomendadas a las Naciones Unidas en la Carta en materia económica al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) estaba en todo su apogeo, como lo estaban también los incansables esfuerzos por reducir la dotación de personal y congelar los presupuestos de las organizaciones de las Naciones Unidas. La situación era tan desesperada que de nada sirvió el esfuerzo que realizamos durante tres años para persuadir a los países desarrollados de que accedieran a convocar una Reunión Ministerial de la Junta de Comercio y Desarrollo de la UNCTAD.

No obstante, de manera concertada con otros miembros activos del Grupo de los 77, pude conseguir algunas cosas de las que aún hoy me siento muy satisfecho. En la Reunión Ministerial del GATT celebrada en 1982 en Ginebra, pudimos evitar, a pesar de la implacable presión ejercida tanto en Ginebra como de manera bilateral en la Sede de las Naciones Unidas, el inicio de una nueva ronda de negociaciones comerciales en el marco del GATT, con cuestiones nuevas como los servicios, los aspectos de los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio (ADPIC) y las medidas de inversión vinculadas con el comercio (IMT). Finalmente, el Grupo de los 77 cedió a la presión y acordó en la Reunión Ministerial del GATT, celebrada en Punta del Este en 1986, iniciar la Ronda Uruguay de Negociaciones Comerciales. El Grupo no pudo formular una posición común para la Conferencia de Punta del Este y, cuando finalmente nos reunimos en la Conferencia, el grupo había quedado reducido al Grupo de los Diez. Ni siquiera el Grupo de los Diez consiguió actuar de manera concertada para evitar el desenlace de Punta del Este. Se inició la nueva ronda con la inclusión de temas como los ADPIC, las IMT, etc. Al menos obtuvimos cierta satisfacción por la flexibilidad de los mandatos de negociación sobre dichas cuestiones y la decisión de iniciar por otra vía las negociaciones sobre servicios. No obstante, esto último resultó ser solo una cortina de humo, ya que ambas vías se unieron rápidamente y las represalias mutuas no tardaron en llegar. En la Conferencia de Examen de la Ronda Uruguay de Negociaciones, celebrada en Montreal, conseguí movilizar al Grupo de los Diez y evitar que se alcanzara un acuerdo para emprender negociaciones sustantivas sobre los ADPIC. Solo ocho meses después, la India abandonó su posición, y este fue uno de los motivos fundamentales de que el Grupo de los 77 en su conjunto cediera a la presión y aceptara negociaciones sustantivas sobre dichas cuestiones. Este hecho fue un reflejo de la pérdida de importancia y de la falta de cohesión del Grupo, que había visto cómo su eficacia y su peso político decaían considerablemente de forma paralela al declive de las Naciones Unidas a partir de los primeros años de la década de 1980.

Otra importante iniciativa que emprendí, junto con mi colega S.P. Shukla, entonces Embajador de la India ante el GATT, fue convencer al Grupo de los 77 de que participara en una reunión ministerial en Nueva Delhi sobre el Sistema Global de Preferencias Comerciales (SMPC). Un admirable número de ministros participó en la Conferencia, en la que se negociaron importantes concesiones comerciales y se reencauzó el SMPC, que había permanecido inactivo desde su puesta en marcha en Belgrado unos años antes. Un par de años después de la Conferencia Ministerial de Delhi, el SMPC se olvidó una vez más y fue retomado hace solo unos años cuando Lula, el entonces Presidente del Brasil, tomó la iniciativa de convocar en Brasilia la Tercera Conferencia Negociadora en el marco del SMPC. Con el reciente giro en el equilibrio del poder económico mundial hacia los países en desarrollo, el SMPC había adquirido mayor importancia y, por tanto, debía ser reactivado como instrumento fundamental de la cooperación Sur-Sur.

Durante mi etapa como Representante Permanente de la India en Ginebra, experimenté una gran satisfacción intelectual con la convincente y lúcida presentación improvisada del Informe sobre el Comercio y el Desarrollo que año tras año realizaba el Dr. Gamani Corea, entonces Secretario General de la UNCTAD. La oportunidad de comentar el discurso del Secretario General y el Informe sobre el Comercio y el Desarrollo en nombre del Grupo de los 77 constituía en aquellos días un gran acontecimiento en mi vida laboral. Recuerdo también mi participación como portavoz del Grupo en la Conferencia de la UNCTAD celebrada en Belgrado en 1983, en el debate del famoso tema 8 del programa sobre la interrelación entre el comercio, el dinero, las finanzas y el desarrollo. Los delegados solían acudir en gran número a la sala de conferencias asignada para tratar este tema con el único fin de asistir a un debate que con frecuencia alcanzaba alturas de vértigo. Mis otros dos colegas del Grupo de los 77 en el debate eran los representantes del Brasil y de Argelia. Las diferencias fundamentales entre nuestra posición y la de los países desarrollados estribaban en que, mientras que, en nuestra opinión, la crisis que afectaba a la economía mundial a comienzos de la década de 1980 tenía su raíz en factores estructurales que requerían cambios fundamentales con el fin de que el sistema económico mundial fuera justo y equitativo, nuestros colegas de los países desarrollados argumentaban que la crisis era de naturaleza cíclica y que se corregiría por sí sola mediante la acción de las fuerzas del mercado, por lo que no era necesario adoptar medidas adicionales drásticas. Es difícil decir, mirando atrás, qué parte ganó el debate, pero recuerdo que, a pesar de las diferencias básicas, pudimos llegar a un consenso sobre este tema del programa que pasó a formar parte del informe de la Conferencia.

Entre 1982 y 1985, representé anualmente a la India en la Primera Comisión de la Asamblea General encargada de todos los asuntos de desarme. Recuerdo que coordiné la posición de los Países No Alineados (y, por tanto, también del Grupo de los 77) sobre cuestiones de desarme. Nuestras posiciones diferían en algunas cuestiones fundamentales como el Tratado sobre la No Proliferación (TNP), las zonas de paz regionales, la carrera de armamentos regional y la carrera de armas convencionales. Votamos de manera diferente sobre las resoluciones relativas a estas cuestiones, pero es destacable que consiguiéramos alcanzar posiciones comunes sobre el resto (el 90%) de las cuestiones de desarme, entre ellas, la mayor parte de las resoluciones relativas a la prevención de una guerra nuclear y al desarme nuclear. Uno de nuestros principales logros en la esfera del desarme en aquellos días fue la adopción de un Documento de Consenso sobre la Relación entre Desarme y Desarrollo, en una Conferencia de las Naciones Unidas convocada expresamente para debatir este tema. Fui Presidente del Comité Preparatorio de dicha Conferencia y, como tal, recayó en mí la responsabilidad principal de propiciar el acuerdo para elaborar el Documento de Consenso. Ello fue posible únicamente con el inquebrantable apoyo del Grupo de los 77 y la colaboración constructiva de los principales países occidentales, con excepción de los Estados Unidos de América y del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que boicotearon la Conferencia, así como del entonces denominado bloque del este.

Tras mi jubilación del Servicio Diplomático de la India, tuve la oportunidad de contribuir a la causa del Grupo de los 77 a través del Centro del Sur, con sede en Ginebra, bajo la dirección del Presidente Julius Nyerere, también conocido como “Mwalimu”, el maestro. Mi relación con el Centro del Sur comenzó con una llamada de Mwalimu en la que me solicitaba que preparara la respuesta del Grupo de los 77 a la propuesta nórdica de reformas en las Naciones Unidas basada en un estudio de varios volúmenes sobre las actividades operacionales de las Naciones Unidas. Acepté de buen grado el reto de preparar la posición del Grupo y, a tal efecto, el Centro del Sur me pidió que me trasladara a Nueva York y trabajara desde la Secretaría del Grupo de los 77, ubicada en la Sede Central de las Naciones Unidas. Una anécdota curiosa relacionada con este encargo fue que los servicios de seguridad de las Naciones Unidas me notificaron que emitirían un pase para acceder al edificio de las Naciones Unidas únicamente si poseía una tarjeta de identidad que indicara que era miembro de la Misión Permanente del Pakistán, cuyo Representante Permanente, el Embajador Jamashid Markar, era el Presidente del Grupo de los 77 en aquel momento. La Misión del Pakistán me facilitó inmediatamente una tarjeta de identidad. El formar parte de la Misión del Pakistán ante las Naciones Unidas con el fin de llevar a cabo mi encargo para el Grupo de los 77 era sin duda una sensación estimulante.

Preparé un proyecto de documento de posición del Grupo y escuché la opinión al respecto de un grupo de distinguidos embajadores, encargados de la formulación de políticas e intelectuales, tanto de países del norte como del sur, en una reunión de consulta convocada expresamente a tal fin en Nueva York. El Centro del Sur aprobó el documento de posición en su totalidad y posteriormente este salió a la luz como una de sus publicaciones. Tras ello, preparé para el Centro del Sur diversos documentos sobre reformas de las Naciones Unidas en general, así como sobre integración regional, arquitectura financiera internacional, importancia de la UNCTAD, etc. Estos documentos sirvieron de base para la elaboración de informes sobre políticas por parte del Centro del Sur destinados al Grupo de los 77, y algunos de dichos informes fueron enviados como cartas dirigidas por Mwalimu a los Jefes de Gobierno de dicho Grupo.