Por primera vez en su historia, las Naciones Unidas cuentan con las empresas y la sociedad civil como asociados vitales para promover sus objetivos internacionales en materia de paz y desarrollo. En un mundo tan interdependiente y globalizado como el actual, las empresas y las Naciones Unidas comparten metas comunes. A pesar de perseguir fines bastante diferentes (las Naciones Unidas trabajan para alcanzar la paz, luchar contra la pobreza y proteger los derechos humanos, mientras que las empresas se han centrado históricamente en las ganancias y el crecimiento), es evidente que hay metas de las Naciones Unidas y de las empresas que se superponen , por ejemplo, crear mercados, garantizar el buen gobierno, combatir la corrupción, proteger el medio ambiente, mejorar la salud mundial y garantizar la inclusión social.
El compromiso de las Naciones Unidas con las empresas no se limita únicamente a la política y la burocracia, sino que se manifiesta en innumerables operaciones diarias y proyectos que se llevan a cabo en todo el mundo. Gracias a esta colaboración las Naciones Unidas están demostrando a las sociedades transnacionales que los valores universales pueden traducirse en valor comercial, lo cual atrae a socios poderosos en la consecución de las metas de la Organización. Y tal vez tenga la misma importancia el hecho de que, con estas nuevas alianzas el sistema de las Naciones Unidas se someta a los principios de la gestión de las empresas más dinámicas del mundo.
Estos esfuerzos se centran en el Pacto Mundial de las Naciones Unidas, la mayor iniciativa voluntaria de responsabilidad cívica empresarial del mundo, cuya misión es garantizar que las empresas, asociadas a otros agentes sociales, como gobiernos, organizaciones sindicales, organizaciones no gubernamentales e instituciones académicas, desempeñen una función esencial a la hora de hacer realidad la visión de la Organización de una economía mundial más sostenible y equitativa. Sus participantes se comprometen voluntariamente a promover diez principios universales sobre derechos humanos, normas de trabajo, protección del medio ambiente y lucha contra la corrupción, extraídos de los principales tratados de las Naciones Unidas (véase la página 29). Y para dar un significado concreto a este enfoque de cambio, cabe esperar que las empresas apliquen estos principios en sus operaciones diarias y emprendan proyectos que promuevan metas sociales más amplias.
El Pacto Mundial, que inició formalmente su andadura en el año 2000, está alcanzando una masa crítica. Son parte del mismo más de 3.000 empresas de unos 100 países, inclusive 108 de la lista "Global 500" elaborada por The Financial Times. Sólo estas 108 empresas dan empleo a cerca de 10 millones de trabajadores, con una capitalización bursátil de 5 billones de dólares aproximadamente y unos beneficios en torno a 3,5 billones de dólares en 2005. A estas empresas participantes se unen más de 800 organizaciones de la sociedad civil, grupos sindicales, ayuntamientos, fundaciones e instituciones académicas. En más de 50 países han aflorado redes nacionales, que ofrecen un espacio para que los participantes se involucren de forma directa.
Los efectos del Pacto Mundial van más allá de las cifras. Al ofrecer una verdadera plataforma internacional donde los participantes y las partes interesadas pueden compartir sus prácticas y sus retos, ha contribuido significativamente al logro de un consenso mundial sobre el valor de la responsabilidad empresarial tanto para la sociedad como para las propias empresas. Es una idea cada vez más generalizada que las prácticas comerciales responsables pueden conducir a la inclusión social y económica, lo que, a su vez, promueve la cooperación internacional, la paz y el desarrollo. La comunidad empresarial está viendo directamente el valor de los valores. Al tiempo que aumenta el número de empresas que se comprometen con las prácticas responsables, se amplían los argumentos económicos en pro de la responsabilidad cívica empresarial. Sólo en el pasado año, protagonistas de la comunidad de inversores, como algunos fondos de pensiones con más de 5 billones de dólares en activos gestionados o mantenidos, han reclamado un enfoque empresarial basado en valores y han tomado medidas para adoptar este planteamiento en sus decisiones de inversión.
No obstante, y a pesar de estos logros, siguen planteándose grandes retos. Hay más de 70.000 empresas transnacionales que no participan en la iniciativa de las Naciones Unidas. Las empresas estadounidenses, que representan menos del cuatro por ciento de los miembros actuales del Pacto Mundial, se han mostrado especialmente reacias a suscribirlo. La pregunta clave es si el Pacto puede ampliarse hasta el punto de que una gran parte de la economía mundial se comprometa con los diez principios y con ello se garantice que su definición de responsabilidad cívica empresarial, es decir, la combinación que resulta de aplicar principios universales a las prácticas empresariales y de colaborar en proyectos de colaboración para lograr metas sociales amplias, se convierta en una norma mundial. Tal vez sea más fácil aplicar a la responsabilidad empresarial enfoques menos rigurosos, destinados a producir meros efectos declarativos, pero resultan menos eficaces a la hora de afrontar los retos comunes a que se enfrentan las empresas y la sociedad del siglo XXI.
El Pacto Mundial representa un gran paso adelante para las Naciones Unidas. Hace diez años, las relaciones entre la Organización y el sector privado estaban lastradas por la desconfianza. Aunque en un principio la Organización recibió el apoyo de los líderes empresariales, que reconocieron la necesidad de contar con un sólido sistema multilateral, la realidad de la guerra fría obligó a las Naciones Unidas a adoptar una postura neutral con respecto a la empresa privada. Durante las décadas de 1970 y 1980, los gobiernos de los países en desarrollo intentaron aprobar tratados que restringieran las inversiones extranjeras directas y otros elementos del comercio global. Todo ello cambió radicalmente en el transcurso de una década. Durante los años noventa, la comunidad internacional se dio cuenta de la importancia que tenían las empresas globales en el comercio mundial. Los grupos de la sociedad civil lideraron cada vez más campañas en pro de la protección del medio ambiente, de los derechos humanos y de los trabajadores en las empresas transnacionales, así como de las instituciones financieras y comerciales internacionales. Las protestas masivas en Seattle, Génova, Ginebra, Cancún y otras sedes de conferencias llevaron a la primera página de la agenda internacional el "debate sobre la globalización".
Un lugar central en esta lucha lo ocupan los ideales universales sobre los que se fundaron las Naciones Unidas: el progreso se alinea junto a la paz entre las motivaciones básicas de la Organización. No obstante, mientras crecía la economía mundial, a muchos les inquietaba que los trabajadores, el medio ambiente y los pobres quedaran relegados a un segundo plano. Aparentemente, el problema se debía, en parte, al hecho de que la integración económica estaba desplazando la línea fronteriza entre la responsabilidad y la capacidad tanto en el sector público como privado. La pregunta era: "¿Cómo pueden coordinarse los esfuerzos para salvaguardar los derechos y promover el desarrollo sostenible con una economía mundial en continuo proceso de integración?" Para muchos, la respuesta consistía en repetir los anteriores intentos de recortar el comercio mundial mediante una reglamentación "de mando y control". Algunos activistas reclamaron la abolición de la Organización Mundial del Comercio y los acuerdos regionales de libre comercio; otros exigieron a dichas instituciones que incluyeran reglamentos que regularan las cuestiones medioambientales y sociales. El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas elaboró un código de responsabilidades jurídicas para las empresas transnacionales. Como sucediera con los esfuerzos realizados en las décadas de 1970 y 1980, ninguna de estas medidas recabaron apoyo suficiente para convertirse en leyes.
Sin embargo, la voluntad política no es el único problema. Incluso si existiera un mandato para regular las empresas transnacionales, no existe organización en el mundo (y, por supuesto, tampoco las Naciones Unidas) que posea la capacidad necesaria para supervisar y regular las empresas de todo el mundo. Incluso si los Estados acordaran realizar este control por su cuenta, muchos de ellos no destacan precisamente por cumplir los acuerdos mundiales sobre el medio ambiente o los derechos humanos y de los trabajadores. Para cubrir este "vacío de control" ha surgido una oleada de iniciativas y normas voluntarias que pretenden alinear las prácticas empresariales mundiales con las metas sociales o medioambientales. Algunas son de carácter exclusivamente industrial, mientras que otras cuentan con el patrocinio de las organizaciones de la sociedad civil o de organismos intergubernamentales, como la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos. En otras intervienen partes interesadas de diversos sectores. Algunas iniciativas, como las del sector maderero, textil o cafetero, pretenden que algunos productos lleven un certificado de garantía medioambiental o social. Otras, como la Iniciativa mundial de presentación de informes, desarrollan medidas para que las empresas puedan controlar el impacto social y ambiental de sus actividades e informar sobre las mismas. Hay otras que simplemente intentan elaborar códigos de conducta para incorporar las mejores prácticas. Muchas de estas iniciativas se superponen y a veces compiten entre sí. Por ejemplo, en la industria de la vestimenta de los Estados Unidos existe un código de conducta respaldado por muchas empresas que intenta ganarse la confianza de sus miembros y de los consumidores con una iniciativa más restrictiva que cuenta con el apoyo de algunos grupos de la sociedad civil.
Una red global de aprendizaje orientada a la acción
El Pacto Mundial desempeña una función especial en el dispar sector de las iniciativas voluntarias relacionadas con la responsabilidad social de las empresas. No hay ninguna iniciativa de mayor alcance en cuanto a los problemas que trata o a su ámbito geográfico, ni ninguna que cuente con más países participantes o tenga una autoridad moral parecida, ni tenga el respaldo de los 192 Estados Miembros de las Naciones Unidas.
El Pacto Mundial es también diferente desde el punto de vista cualitativo: no se trata de un código de conducta específico, ni de un sistema de certificación, ni de un criterio informativo. Se trata de una llamada a las empresas para que se comprometan con los principios universales y adopten medidas tangibles para cumplirlos mediante las lecciones extraídas de otras empresas y de las partes interesadas de la sociedad civil. Así pues, viene a complementar otras iniciativas voluntarias de responsabilidad social de las empresas. Muchos participantes en el Pacto opinan que proyectos como la Iniciativa mundial de presentación de informes y los códigos de conducta específicos para cada sector son el mejor modo de cumplir las obligaciones que impone el Pacto. Estas empresas pueden conocer cuáles son las prácticas e iniciativas de responsabilidad social que emplean los otros participantes y qué medidas deberían tomar según los grupos que se ocupan de las cuestiones sociales y medioambientales. Este enfoque voluntario basado en el aprendizaje aprovecha las competencias esenciales de las Naciones Unidas (alcance universal, poder de convocatoria inigualable y autoridad moral), a la vez que soslaya su punto débil, que es la inevitable lentitud inherente a una burocracia universal que ha de responder ante casi 200 jefes soberanos. El Pacto Mundial aprovecha la situación de las Naciones Unidas como "la mesa más grande y mejor puesta de la sala", capaz de atraer y dar cabida a una gran variedad de partes interesadas. No existe ningún otro entorno que pueda ofrecer un clima de debate y aprendizaje tan abierto.
Para participar en el Pacto Mundial, el directivo de más alto nivel en la empresa remite una carta de intención al Secretario General de las Naciones Unidas, en la que manifiesta su compromiso con los diez principios. A continuación, la empresa se incluye en el sitio web del Pacto Mundial y debe remitir cada año una Comunicación de Progreso, en la que explique lo que ha hecho para integrar los diez principios en sus prácticas empresariales y de qué manera ha contribuido en general a los objetivos de desarrollo de las Naciones Unidas. Las empresas que no informan al Pacto sobre sus progresos se marcan como "inactivas" y con el tiempo pueden eliminarse de la iniciativa. En los "foros de aprendizaje" periódicos se reúnen los participantes para averiguar qué medidas concretas están adoptando los otros participantes sobre la base de los diez principios y para conocer los comentarios de las partes interesadas en los ámbitos social y medioambiental. Estas actividades se complementan con eventos locales patrocinados por redes nacionales o regionales de participantes en el Pacto.
Mediante la colaboración estrecha de los interesados, el Pacto Mundial ha ido acumulando una importante cantidad de documentos de orientación e instrumentos prácticos para ayudar a los participantes a aplicar los principios de una manera más eficaz. Al mismo tiempo, los esfuerzos de facilitación de las Naciones Unidas se han centrado en buscar la forma de crear alianzas más eficaces con el sector privado, y se ha formado, asimismo, al personal de las Naciones Unidas en todos los ámbitos de la Organización.
El valor de los valores
¿Por qué tantas empresas han decidido unirse al Pacto Mundial? Cabe suponer, en primer lugar, que los mercados recompensarán cada vez en mayor medida los buenos resultados en las esferas promovidas por el Pacto. Es decir, las empresas que adopten mejores medidas en las esferas medioambiental, social y de la gobernanza mejorarán su cuenta de resultados. Las empresas han obtenido muchas ventajas gracias a sus prácticas responsables y han logrado, por ejemplo, atraer y retener al personal más cualificado, ahorrar costes, mejorar la productividad, crear marcas y aumentar la confianza y la buena reputación ante las partes interesadas. Además pueden obtenerse ganancias significativas si los consumidores e inversores exigen que los productos y las inversiones cumplan criterios sociales y medioambientales. Este principio ya se está demostrando, puesto que la comunidad de inversores relaciona cada vez más los resultados de las empresas en los ámbitos medioambiental, social y de gobernanza con la valoración de éstas a largo plazo. Con el paso del tiempo, la inversión de las empresas en mejoras sociales y medioambientales favorecerá la estabilidad y solidez de los mercados, que se verán afectados en menor medida por los riesgos y los factores externos.
Otro factor esencial en la adopción del Pacto Mundial es la naturaleza cada vez más globalizada de las empresas. Para aquellas que tienen su sede o que operan en países en desarrollo, a menudo es vital tener en cuenta el contexto social. Las empresas no crecen si la sociedad falla; por tanto, el contexto social se convierte en un elemento decisivo para la misión y la estrategia de la empresa, que requiere enfoques innovadores que sirvan tanto a los intereses sociales como empresariales. En el Pacto se ha observado que las empresas que operan en condiciones difíciles tienen un interés especial en los temas vinculados a la iniciativa: su filosofía de la responsabilidad y el compromiso de la comunidad puede tener un significado especial para estas empresas. No es casualidad que más de la mitad de las 3.000 empresas que participan en el Pacto tengan su sede en los países en desarrollo. Con estos convincentes argumentos no resulta sorprendente que el concepto de responsabilidad social se haya integrado en el mundo empresarial. Las empresas reconocen que, en teoría, mejorando los resultados en el ámbito medioambiental y social se reducen los riesgos y se facilita la gestión de la marca y, por tanto, este enfoque debería constituir una parte esencial de todo modelo empresarial de éxito. Sin embargo, muchas todavía tienen dificultades para encontrar estrategias de responsabilidad social tangibles y eficaces. Este problema se manifiesta especialmente en las empresas expuestas a riesgos en diversos mercados mundiales.
El Pacto Mundial constituye un paso firme hacia adelante en el debate sobre la globalización y es parte de una tendencia creciente de búsqueda de nuevos instrumentos políticos que estén a la altura de los retos del siglo XXI en materia de gobernanza. No obstante, persisten viejas sospechas. Por una parte, a algunas empresas les preocupa que la iniciativa sea un intento de regulación global; por otro lado, algunos grupos de la sociedad civil e instituciones académicas consideran que es un instrumento que permitirá a las empresas ampararse en la legitimidad de las Naciones Unidas para continuar con sus prácticas inmorales. Muchos de estos temores surgen de una confusión sobre la naturaleza y los objetivos del Pacto Mundial. La iniciativa no es y no espera ser un código de conducta vinculante desde el punto de vista jurídico. Algunas empresas, especialmente las que operan en el mercado norteamericano, tan proclive a los litigios, temen las repercusiones jurídicas que podría tener el mero hecho de firmar una carta de intención de cumplir los diez principios. Para responder a estas inquietudes, el Pacto Mundial ha colaborado con la American Bar Association para elaborar una carta de compromiso "a prueba de demandas". Por fortuna, en los cinco años que lleva ayudando a las empresas a mejorar sus resultados en los ámbitos medioambiental y social (sin obligarles a asumir normas que les hagan sentirse incómodas) se han ido mitigando estos temores.
El Pacto Mundial no ha sido un amplio "lavado de cara" como temían algunas organizaciones no gubernamentales. No se trata de un sistema de certificación ni de un sello de aprobación, sino simplemente de un compromiso de aprendizaje y participación. El logotipo de las Naciones Unidas no protege a las empresas de las críticas, sino que obliga a éstas a esforzarse para mantener un nivel más alto y, por tanto, constituye una invitación a ejercer una mayor vigilancia sobre las mismas. Al contrario, es probable que aquellas que participen y no progresen estén más expuestas a las críticas. Como las empresas deben informar anualmente de sus avances en la aplicación de los principios, aquellas que intenten "beneficiarse gratuitamente" se pondrán en evidencia. En octubre de 2006, el Pacto Mundial decidió eliminar de la lista a 335 empresas que habían incumplido dos plazos consecutivos a la hora de informar de sus progresos, medida que indica que se toma en serio la calidad y el compromiso de los participantes. Además, la Junta del Pacto Mundial tiene competencia para inspeccionar a las empresas acusadas de vulneración flagrante de los principios y, en casos extremos, apartarlas de la iniciativa. En suma, mientras que el Pacto ofrece a las empresas líderes en responsabilidad social la posibilidad de mostrar sus logros y a otras les brinda la oportunidad de aprender de los ejemplos positivos, no tiene nada que ofrecer a las que se quedan rezagadas.
Las empresas se están dando cuenta de que el Pacto Mundial representa un avance concreto en el debate sobre la globalización. Las controversias subyacentes siguen siendo las mismas (cómo proteger el medio ambiente y los derechos sociales en una economía global en continuo proceso de integración), pero ahora tienen la oportunidad de actuar con un enfoque constructivo bajo los auspicios de las Naciones Unidas. Eso no significa que las protestas y las campañas no continúen siendo importantes para la protección del medio ambiente y los derechos humanos, sino que ahora los grupos de la sociedad civil y las empresas disponen de un foro alternativo en el que pueden avanzar realmente con vistas a solucionar sus controversias sobre estos temas.
Facilitando a las Naciones Unidas acceso a métodos diferentes y más eficaces para organizar sus actuaciones, estas alianzas desempeñan una función catalizadora en la innovación institucional en todo el sistema de las Naciones Unidas. Las empresas no son las únicas que están aprendiendo con el Pacto Mundial. La propia Organización, a menudo criticada por su excesiva burocracia y escasa vitalidad, se están beneficiando de su compromiso con organizaciones globales bien gestionadas, tanto empresas como organizaciones sin ánimo de lucro. El Pacto Mundial lidera los esfuerzos de las Naciones Unidas para aliarse con agentes no gubernamentales y estas alianzas han proliferado en todo el sistema de la Organización. Por ejemplo, los fabricantes de vitaminas colaboran con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para mejorar la alimentación en los países en desarrollo, los fabricantes de jabón se han aliado con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) para promover el saneamiento, la empresa de logística TNT ayuda al Programa Mundial de Alimentos (PMA) a distribuir puntualmente alimentos durante las crisis humanitarias, y la empresa de telecomunicaciones Ericsson se encarga de que los primeros enviados de las Naciones Unidas a las zonas afectadas por los desastres puedan mantenerse en contacto. El Pacto Mundial ha liderado los esfuerzos de Naciones Unidas para mejorar su capacidad de utilizar dichas alianzas extrayendo conclusiones, desarrollando normas y formando a su personal.
Las Naciones Unidas también deben predicar con el ejemplo y, por ello, se han comprometido a aplicar los diez principios a sus prácticas en materia de adquisiciones, de administración de los recursos humanos y de gestión de las instalaciones. En 2006, la Caja Común de Pensiones del Personal de las Naciones Unidas fue uno de los primeros en comprometerse a aplicar los Principios de inversión responsable. El Pacto Mundial representa una reforma de la Organización en dos sentidos, ya que no es sólo un instrumento innovador para facilitar la participación de nuevos aliados y nuevos métodos en las metas de las Naciones Unidas, sino que también desempeña una función catalizadora del cambio en muchas de las actividades diarias de la Organización.
Hasta ahora la experiencia de la iniciativa ha desafiado a las críticas, que la consideraban una regulación global fantasiosa o una cínica traición a los beneficios económicos. De hecho, demuestra que las Naciones Unidas se están adaptando al cambio impuesto por la globalización. Están aprendiendo a integrar sus principios en el poderoso y trascendental mundo de la empresa global, mientras que, a su vez, las empresas están descubriendo que estos valores públicos pueden incrementar su propio valor. El reto que ahora se plantea es expandir el alcance y la calidad del Pacto Mundial. En primer lugar, debe ser mayor el número de empresas que reconozcan las ventajas de pertenecer al mismo y, en concreto, las estadounidenses deberían comprometerse más. En segundo lugar, el Pacto debe mejorar su capacidad para facilitar el aprendizaje. Se necesitan nuevas formas de poner en contacto a las empresas que buscan información con aquellas que quieren compartir sus conocimientos. Deben desarrollarse mejores prácticas que permitan divulgar de manera general las importantes conclusiones que pueden extraerse de la experiencia de los líderes del mercado y que, a la vez, ofrezcan información contextual suficiente para aplicarla a situaciones locales concretas. La comunidad académica puede desempeñar una función importante a la hora de analizar y perfeccionar con objetividad el amplio conjunto de experiencias que recoge el Pacto Mundial.
Por último, las capacidades del Pacto Mundial para ampliar su alcance y aumentar los beneficios para los participantes están interrelacionadas. Conforme se vayan incorporando más empresas, las prácticas colectivas serán más ricas, diversas y dignas de confianza. Igualmente, al tiempo que aumenta la utilidad de las lecciones extraídas del Pacto, las empresas verán que no pueden permitirse ignorar los conocimientos más avanzados en materia de responsabilidad social. Las empresas mundiales con visión de futuro han reconocido la sigilosa transformación que se está produciendo en el seno de las Naciones Unidas y se han unido a este movimiento para mejorar sus modelos económicos y gestionar los riesgos.
RECUADRO Los principios del Pacto Mundial
Los diez principios del Pacto Mundial en las esferas de los derechos humanos, el trabajo, el medio ambiente y la lucha contra la corrupción se derivan de:
• La Declaración Universal de Derechos Humanos
• La Declaración de la Organización Internacional del Trabajo relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo
• La Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo
• La Convención de las Naciones Unidas contra la corrupción El Pacto Mundial insta a las empresas a que se comprometan, apoyen y apliquen en su ámbito de influencia una serie de principios básicos en las esferas de los derechos humanos, las normas de trabajo, el medio ambiente y la lucha contra la corrupción: Derechos humanos
• Principio 1: las empresas deben apoyar y respetar la protección de los derechos humanos proclamados en el ámbito internacional; y
• Principio 2: deben evitar ser cómplices de abusos de los derechos humanos. Normas de trabajo
• Principio 3: las empresas deben defender la libertad sindical y el reconocimiento efectivo del derecho a negociar convenios colectivos;
• Principio 4: la eliminación de cualquier forma de trabajo forzoso u obligatorio;
• Principio 5: la abolición efectiva del trabajo infantil; y
• Principio 6: la eliminación de toda discriminación en el empleo y las profesiones. Medio ambiente
• Principio 7: las empresas deben apoyar un enfoque precautorio ante los desafíos medioambientales;
• Principio 8: adoptar iniciativas para promover una mayor responsabilidad medioambiental; y
• Principio 9: fomentar el desarrollo y la difusión de tecnologías que no sean nocivas para el medio ambiente. Lucha contra la corrupción
• Principio 10: las empresas deben luchar contra todas las formas de corrupción, inclusive la extorsión y el soborno.
* En el año 2007, la Cumbre de Dirigentes del Pacto Mundial, que se celebra cada tres años, reunirá a 1.000 representantes del sector empresarial, los gobiernos, la sociedad civil y los trabajadores, entre los que cabe destacar 700 jefes ejecutivos, varios Jefes de Estado o de Gobierno y más de 40 ministros. Presidido por el Secretario General Ban Ki-moon, este evento será la mayor reunión de líderes de empresa organizada por las Naciones Unidas.
FOTO/PACTO MUNDIAL
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