En los últimos 20 años, América Latina ha realizado grandes avances en lo relativo al crecimiento económico sostenido, el aumento de los niveles medios de ingresos y la reducción de las tasas medias de mortalidad infantil. Sin embargo, esos avances no abarcan todo el espectro del desarrollo. Existe la inquietud generalizada de que, a pesar de los progresos registrados, las naciones latinoamericanas no están avanzando tan rápido como era de esperar; a menudo esto da lugar a comparaciones con los países de Asia y, lo que resulta más insidioso, a un análisis simplista según el cual la cultura imperante en América Latina no sería propicia para el desarrollo. Rara vez se menciona que la mayoría de las naciones de la región todavía se enfrenta a una desigualdad y una discriminación de carácter racial profundamente arraigadas, que afectan a todos los aspectos de la vida económica y social. Para que grandes sectores de la población puedan acceder a oportunidades mejores y sostenidas es necesario enfrentar los problemas planteados por la desigualdad. Eliminar la discriminación racial con el fin de incorporar plenamente a los ciudadanos de ascendencia africana, que representan el 30% de la población pero constituyen más de la mitad de los pobres, es una de las tareas más urgentes a las que se enfrenta la región.

Los datos indican que la raza sigue siendo una de las variables más persistentes de la pobreza en el continente americano, lo cual es particularmente inquietante porque las poblaciones de ascendencia africana suelen tener como lengua materna el idioma oficial de sus países (ya sea español o portugués) y viven muy cerca de las zonas urbanas, costeras, portuarias o mineras, que tienden a ser centros de empleo y de oportunidades de crecimiento económico. Para luchar contra la discriminación y la falta de acceso a oportunidades a que se enfrentan estas grandes comunidades, es necesario contar con un enfoque dirigido a eliminar las brechas raciales.

Según informó el Banco Mundial en 2006, se estima que en América Latina hay 150 millones de habitantes de ascendencia africana, por lo que las personas de raza negra constituyen el grupo étnico o racial marginado más numeroso; en cambio, hay aproximadamente 28 millones de indígenas, según estimaciones del año 2007, también del Banco Mundial. Esto significa que la población de ascendencia africana es cinco veces más numerosa que la población indígena. En los últimos 20 años, la comunidad internacional ha dedicado gran atención a las importantes necesidades de las poblaciones indígenas de América Latina. Las instituciones internacionales han creado fondos dedicados a los pueblos indígenas y las organizaciones de donantes han forjado relaciones duraderas para sostener financieramente al movimiento indígena y sus organizaciones. Este apoyo se ha traducido en políticas a largo plazo sostenibles y en importantes victorias para el movimiento indígena. Sin embargo, la atención internacional a las personas de ascendencia africana es mucho más reciente; no comenzó a concretarse realmente hasta la década actual en los preparativos para la Conferencia Mundial contra el Racismo de 2001 y, desafortunadamente, hasta la fecha estas medidas no han dado lugar a una fuente sostenida de apoyo financiero internacional para programas concretos que trabajen con las personas de ascendencia africana o sus organizaciones. Esta falta de compromiso internacional para ocuparse de las necesidades de desarrollo de las personas de ascendencia africana explica la urgencia de contar con una estrategia de desarrollo dirigida a este grupo.

Los temas incluidos en los objetivos de desarrollo del Milenio, establecidos en el año 2000 y adoptados unánimemente por 189 líderes mundiales en la Declaración del Milenio, son un buen punto de partida para tratar de atender las necesidades de las personas de ascendencia africana. Estos ocho objetivos en las esferas de reducción de la pobreza, las mejoras educacionales, la igualdad entre los sexos, la mortalidad de los niños menores de 5 años, la salud materna, la prevención de las enfermedades infecciosas, la sostenibilidad del medio ambiente y las alianzas para el desarrollo no alcanzarán a la mayoría de la población si se mantienen los niveles actuales de discriminación contra las personas de raza negra. Pese al hecho de que ni en los objetivos ni en sus indicadores respectivos, se incluye referencia explícita alguna a grupos minoritarios o étnicos, el análisis de los ocho objetivos anteriores demuestra el alcance de la exclusión que sufren las personas de ascendencia africana; dicho de otra forma, los objetivos de desarrollo del Milenio ofrecen un marco para analizar la pobreza. En cada indicador, las personas de ascendencia africana pertenecen a las categorías más marginadas.

En el caso del Brasil, país que tiene la mayor población de ascendencia africana de la región, sabemos que si se clasificara por separado a las poblaciones blanca y negra, el índice de desarrollo humano (IDH) de una hipotética nación afrobrasileña ocuparía el lugar 101, en tanto que una nación totalmente blanca se ubicaría en el lugar 46. Oficialmente, el IDH del Brasil ocupa el puesto 69 que es aproximadamente el promedio de los dos países brasileños divididos en función de la raza. La exclusión de los afrobrasileños menoscaba las posibilidades de desarrollo de toda la nación.

Recientemente, en un informe del Banco Interamericano de Desarrollo se estimó que el tamaño de la economía del Brasil y de otros países latinoamericanos podría aumentar en más de un tercio si las personas de raza negra estuvieran plenamente incluidas en la fuerza laboral de sus países respectivos. Por ejemplo, las personas de raza negra del Brasil constituyen casi la mitad de la población (el 48%, es decir 80 millones de personas, según las estadísticas oficiales más recientes), pero su participación en la economía representa tan solo el 20% del PIB. El desempleo es un 50% más elevado entre los afrobrasileños que entre los blancos, y los empleados de raza negra ganan menos de la mitad que los de raza blanca. La mayoría de los afrobrasileños, el 78%, vive por debajo del umbral de pobreza, en comparación con el 40% de los blancos. La población de ascendencia africana de Colombia es, por su tamaño, la segunda de la región. Los afrocolombianos representan aproximadamente el 26% de la población total, pero constituyen más del 75% de los pobres y ganan un 34% menos que sus homólogos de otras razas. La falta de acceso al empleo y los salarios inferiores se cuentan entre los problemas que afectan a las personas de ascendencia africana de toda América Latina.

La brecha que separa a las razas tiene amplias repercusiones sobre el desarrollo, particularmente en los países de mayor tamaño, como el Brasil y Colombia. Las personas de ascendencia africana no se han beneficiado de los avances en el ámbito del desarrollo y esta brecha socava el desarrollo de tales naciones en su conjunto.

Pese a los contundentes datos presentados, en la mayoría de los países sigue siendo difícil cuantificar el problema porque los datos desglosados por raza son absolutamente insuficientes en gran parte de la región. A excepción del Brasil, que va a la vanguardia de las estadísticas raciales, y de un puñado de naciones que están realizando avances en el ámbito de las estadísticas, como Colombia, Costa Rica, Belice y Bolivia, la mayoría de los países todavía no dispone de un recuento básico suficiente de su población de ascendencia africana y menos aún de estadísticas desglosadas sobre el desarrollo. Un ejemplo de las dificultades que se plantean al reunir datos de carácter racial se puede apreciar en Colombia. Históricamente, los afrocolombianos se han identificado con sus comunidades geográficas y hasta hace poco no han comenzado a reconocerse como integrantes de diferentes grupos raciales. De este modo, una persona de los estados de Chocó, San Andrés o Providencia podría solamente mencionar donde vive para designar la raza a la que pertenece. Esto complicó la reunión de datos durante el censo de 1993, cuando solamente 500.000 personas, o aproximadamente el 1,5% de la población total, se identificaron como afrocolombianos. Según informaciones actualizadas recientemente por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, una estimación conservadora situaría a la población colombiana de ascendencia africana en el 18%, si bien en varios documentos gubernamentales oficiales se señala que los afrocolombianos podrían representar hasta un tercio de la población total. Sin embargo, hay esperanzas de que mejore la situación gracias a varios ministerios o consejos gubernamentales especiales establecidos en los últimos seis años en el Brasil, el Ecuador, Honduras, el Perú y el Uruguay para examinar las necesidades de las personas de ascendencia africana y de otros grupos pertenecientes a minorías raciales.

Pese a la falta de atención de que son objeto las poblaciones de ascendencia africana en la mayoría de los países, los gobiernos se ocupan cada vez más de reunir y analizar datos sobre la situación de los latinoamericanos de ascendencia africana. Países como el Brasil y Colombia han puesto en marcha políticas y medidas jurídicas para responder a la exclusión en función de la raza. También resulta alentador que un número creciente, aunque todavía limitado, de latinoamericanos de raza negra estén accediendo a cargos electivos y estén siendo designados para ocupar cargos públicos, lo que debería verse reflejado en una mayor atención a las políticas y más oportunidades para elaborar nuevos proyectos de desarrollo encaminados a luchar contra la desigualdad generalizada. La comunidad internacional debe apoyar estas medidas invirtiendo recursos humanos e institucionales para mejorar la reunión de datos con el fin de comprender mejor el problema y realizar un seguimiento de las soluciones previstas en las políticas.

Para seguir eliminando las brechas raciales, es necesario elaborar proyectos dirigidos a las personas de ascendencia africana que tengan por objeto remediar las desigualdades en los ámbitos de la educación, la atención médica y la creación de puestos de trabajo y, de ese modo, incorporar a las personas de raza negra a la sociedad lo antes posible. Además de las medidas dirigidas a las personas de ascendencia africana, los gobiernos no deben descuidar el aumento de la representación de las personas de raza negra en los programas generales de protección social como estrategia a largo plazo para incorporarlas a programas más amplios de reducción de la pobreza y asegurar que no se queden todavía más rezagadas. La exclusión de las personas de ascendencia africana de la sociedad ha tenido graves consecuencias sobre la capacidad de las naciones para desarrollarse. Las personas de raza negra continúan yendo a la zaga de las de raza blanca en toda la región, mientras los gobiernos y organizaciones internacionales se demoran en reconocer la importancia de la población de ascendencia africana de América Latina en la concepción de programas, a pesar del creciente número de pruebas en el sentido de que la raza es un factor fundamental en la distribución del ingreso, la riqueza y los servicios públicos. Debe remediarse la persistente falta de atención a las brechas socioeconómicas presentes en toda América Latina o ésta quedará rezagada con respecto a las demás regiones del mundo.

Referencias
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