23 de octubre de 2020

Vivimos una época turbulenta. La mayoría de los países siguen luchando contra la pandemia de COVID-19, la cual ha causado un gran sufrimiento y se ha llevado muchas vidas humanas por delante, al tiempo que ha perturbado las economías mundiales. Además, existe una amenaza mucho peor para nuestro futuro: la crisis climática. Desgraciadamente, nosotros mismos nos hemos provocado estas pesadillas debido a la violencia que ejercemos contra la naturaleza y los animales.

Hemos destruido bosques y hemos contaminado el aire, la tierra y el agua, incluidos nuestros océanos, con desechos agrícolas, industriales y domésticos. Construimos presas, carreteras y un sinfín de centros comerciales. Nuestra dependencia de los combustibles fósiles ha provocado la liberación a la atmósfera de unas cantidades sin precedentes de dióxido de carbono, uno de los componentes principales de los gases de efecto invernadero que atrapan el calor del sol. El calentamiento del planeta ha provocado cambios en las pautas meteorológicas de todo el mundo. El hielo polar se está derritiendo; los niveles del mar están subiendo; y los devastadores huracanes, tifones, tornados, inundaciones, sequías e incendios son cada vez más frecuentes y destructivos.

La agricultura intensiva está provocando la intoxicación del medio ambiente con fertilizantes y plaguicidas químicos, lo cual ha propiciado la destrucción de hábitats de la fauna y flora silvestres para el cultivo de cereales. El riego en lugares no adecuados para la agricultura está vaciando los grandes acuíferos. Se emplea una gran cantidad de agua para transformar las verduras en proteína animal. Los miles de millones de animales afectados por la explotación agropecuaria industrial generan metano, otro importante gas de efecto invernadero. Además, dichas explotaciones, junto con los mercados de la fauna y flora silvestres de Asia, los mercados de carne de caza de África y el tráfico de animales y sus partes en todo el mundo para venderlos como alimentos y medicamentos o para fomentar el comercio de animales exóticos como mascotas están generando las condiciones ideales para que un patógeno se transmita de un animal a una persona, en cuyo caso se podría convertir en una nueva zoonosis como el VIH/SIDA, el ébola, el MERS, el SRAS y la COVID-19.

Cada vez más personas se dan cuenta de que, a medida que vayamos dejando atrás la pandemia (algo que sucederá en el futuro) y volvamos a la normalidad, es decir, a abusar de la madre naturaleza y a expoliar sus recursos naturales finitos, podríamos terminar uniéndonos a las filas de animales y plantas que se han extinguido a un ritmo sin precedentes. Nuestra falta de consideración hacia el mundo natural, del cual formamos parte y dependemos, supone una amenaza para nuestra propia supervivencia.

¿Cómo podemos evitar el desastre?

Debemos mitigar la pobreza, puesto que las personas pobres talarán los últimos árboles para cultivar alimentos o ganar dinero a partir del carbón vegetal. Los pobres de las zonas urbanas no se pueden permitir cuestionarse si lo que compran causa un daño al medio ambiente o si es barato debido a que en su fabricación se recurre a mano de obra infantil esclava o a salarios inadecuados. Solo intentan sobrevivir.

Un niño sediento cerca de la ciudad de Gujrat, en el Pakistán. © Asim Ijaz

Debemos cambiar el estilo de vida insostenible y materialista que la mayoría de nosotros llevamos. Podemos permitirnos tomar decisiones éticas y preguntarnos cómo afectan nuestras acciones actuales a la salud del planeta y las generaciones futuras.

Debemos sacar a la luz el debate acerca del crecimiento de la población humana y su ganado. Actualmente, existen alrededor de 7.200 millones de personas en el mundo, y en algunos lugares ya estamos agotando los recursos naturales finitos del planeta más rápido de lo que la naturaleza es capaz de reponerlos. Se calcula que, en 2050, habrá 9.700 millones de personas. Mientras ayudamos a que las personas salgan de la pobreza, es comprensible que estas intenten emular lo que consideran como el deseable, pero tristemente insostenible, estilo de vida del resto de nosotros.

Debemos trabajar para establecer una nueva relación con el mundo natural y una nueva economía “verde” que genere multitud de puestos de trabajo. Si no lo logramos, los conflictos que existen entre las personas empeorarán. De hecho, ya hay personas luchando por los derechos al uso de agua mientras los suministros de agua dulce se reducen, y los refugiados climáticos están incrementando las cifras de los millones de personas que huyen de conflictos armados.

Confío en la resiliencia de la naturaleza si le damos la oportunidad. Cuando empecé a estudiar los chimpancés en la República Unida de Tanzanía en 1960, el minúsculo parque nacional de Gombe (que ocupa 35 kilómetros cuadrados) formaba parte del cinturón forestal que se extendía a lo largo del África Ecuatorial. En 1990, Gombe era una diminuta isla de bosque rodeada por colinas desnudas. La población era demasiado numerosa como para que el medio ambiente lo soportase y demasiado pobre para comprar alimentos en otro lugar. Se vieron obligados a cortar árboles incluso en las pendientes más empinadas para cultivar más alimentos o producir carbón vegetal, lo cual provocó la erosión del suelo y aludes de lodo. Me di cuenta de que, si no encontraban otras formas de ganarse la vida sin destruir su entorno, no podíamos albergar la esperanza de salvar a los chimpancés. De modo que el Instituto Jane Goodall creó un programa de conservación integral y comunitario al que llamamos Tacare. Además de recuperar la fertilidad de las tierras agrícolas degradadas, el programa incluye la introducción de proyectos relacionados con la permacultura y la gestión hídrica, mejoras en los establecimientos sanitarios y educativos, becas para ofrecer a las niñas la oportunidad de acceder a la educación superior y programas de microcréditos para que la personas soliciten préstamos destinados a proyectos ambientalmente sostenibles. Ofrecemos talleres para enseñar a los aldeanos a utilizar teléfonos inteligentes para supervisar y proteger las reservas forestales de sus aldeas, las cuales acogen a la mayoría de chimpancés que quedan en la República Unida de Tanzanía. Al descubrir que la protección del medio ambiente no consiste únicamente en proteger la fauna y flora silvestres, sino su propio futuro, los habitantes de esta región se han convertido en nuestros asociados en la conservación. Hoy en día, ya no queda ninguna colina desnuda en Gombe y se les ha concedido otra oportunidad a los animales que se encuentran al borde de la extinción. Existen muchos proyectos de este tipo en el mundo.

Un gran trozo de hielo se desprende del glaciar del fiordo de Alaska durante un verano extraordinariamente caluroso (2019). © Shumaila Bhatti

Asimismo, disponemos del extraordinario intelecto humano. Los científicos están concibiendo nuevas y sorprendentes tecnologías para ayudarnos a vivir en mayor armonía con la naturaleza, y nosotros, como individuos, estamos ideando formas alternativas de reducir nuestras propias huellas ambientales.

Por último, podemos ver la energía, el compromiso y el entusiasmo que muestran los jóvenes en cuanto comprenden los problemas que existen y se les capacita para pasar a la acción. El programa juvenil ambiental y humanitario del Instituto Jane Goodall, Roots & Shoots, permite a sus jóvenes miembros, desde que están en la guardería hasta que terminan la universidad, seleccionar sus propios proyectos con el fin de hacer del mundo un lugar mejor para las personas, los animales y el medio ambiente, dado que los tres están relacionados entre sí. Actualmente, este movimiento, en colaboración con otros programas juveniles que presentan unos valores compartidos, está presente en más de 65 países. Dado que comenzó en 1991, muchos de los miembros originales del programa son ahora adultos, y algunos ocupan puestos directivos.

Los jóvenes cultivan alimentos orgánicos en los huertos escolares, aprenden sobre permacultura y agricultura regenerativa, ponen en práctica el reciclaje y la reutilización, recogen basura y fomentan la sensibilización con respecto al comercio ilícito de animales silvestres y sus partes del cuerpo. Son voluntarios en refugios de animales abandonados o rescatados y en comedores sociales. Están recaudando fondos para ayudar a las víctimas de desastres naturales. Los miembros de mayor edad están educando a los niños más jóvenes en lo relativo a la importancia de proteger el medio ambiente y sobre el hecho de que los animales no son simples cosas, sino seres conscientes, individuos que pueden sentir el miedo, la desesperación y el dolor.

Gorila macho silvestre (de espalda plateada), Parque Nacional del Bosque Impenetrable de Bwindi, en Uganda. © Joe Shelly

Resulta alentador observar la creciente tendencia hacia una dieta basada en plantas, que es mejor para nuestra salud y la salud del medio ambiente, y que palía el horrible sufrimiento de millones de animales individuales y conscientes.

En respuesta a la presión de los consumidores que demandan productos producidos de manera sostenible, muchas empresas están cambiando sus prácticas, y las grandes compañías a menudo tienen el poder de influir en las políticas de los gobiernos.

En todo el mundo, millones de personas están plantando millones de árboles, así como protegiendo y recuperando bosques y otro tipo de hábitats.

Todas las medidas previamente indicadas se recogen en la ambiciosa Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible. Entre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda se incluyen importantes objetivos prácticos para conservar el planeta, su fauna y flora silvestres, y sus recursos en beneficio de las generaciones presentes y futuras. Dado que la Organización celebra su septuagésimo quinto aniversario este año, que se ha visto afectado por la pandemia y el miedo en todo el mundo, todos debemos renovar nuestro sentido de la solidaridad y la esperanza.

Los niños y los jóvenes del planeta ya no son beneficiarios pasivos de la esperanza, sino que a menudo son también sus embajadores y muestran una gran motivación. Una nueva exposición fotográfica de las Naciones Unidas, que ahora está disponible también de forma virtual, conmemora los últimos 75 años de búsqueda de un planeta más saludable y pacífico. En ella se muestran imágenes sobre la vida y la resiliencia, así como sobre el papel de nuestra increíble juventud. En este artículo se recogen algunas de estas asombrosas fotografías. Me gustaría animar a todos aquellos que busquen un sentido de esperanza para nuestro futuro a que disfruten de esta exposición en el formato que puedan.

Quizás el mensaje más importante es que cada uno de nosotros puede desempeñar su propia función a la hora de crear un mundo mejor día tras día.

Las fotografías que figuran en este artículo forman parte de #TheWorldWeWant, un concurso fotográfico mundial celebrado y organizado por la aplicación móvil Agora en apoyo al septuagésimo quinto aniversario de las Naciones Unidas.

 

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