Palabras de Apertura del Presidente de la Asamblea General en ocasión del Evento de Alto Nivel sobre las Metas de Desarrollo del Milenio

Nueva York, 25 de Septiembre de 2008

Distinguidos Jefes de Estado y de Gobierno,
Excelencias,
Señor Secretario-General,
Hermanos y hermanas,

Quiero extender a todos aquí reunidos la más cordial bienvenida a este evento de alto nivel convocado por el Secretario-General y por mí. Este evento constituye una importantísima oportunidad para concentrarnos de manera mancomunada y con solidaridad de hermanos y hermanas, para hacer frente a uno de los retos de mayor envergadura y trascendencia de nuestros tiempos, él de la erradicación de la pobreza y el hambre.

En 1995, reunidos en Copenhague en la Cumbre Mundial para el Desarrollo Social, los jefes de Estado y de gobierno de todo el planeta se comprometieron solemnemente a erradicar la pobreza y el hambre en el mundo. Ante ese desafío, los gobernantes del mundo dijeron muy claramente que por primera vez en la historia de la humanidad esa meta era posible con los recursos, el conocimiento y las tecnologías que la humanidad disponía en este momento. El documento de Copenhague también establecía que la erradicación de la pobreza no sólo es un imperativo ético y moral, sino además político, porque el sistema mundial no podría sustentarse sobre la base de enormes desigualdades.

En septiembre del año 2000, los entonces 189 Estados Miembros de las Naciones Unidas, reunidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas, aprobaron la denominada Declaración del Milenio, en la que se comprometieron a "liberar a todos los hombres, mujeres y niños de las lamentables e inhumanas condiciones de extrema pobreza" antes del 2015. Para ese fin se formularon ulteriormente las ocho Metas del Desarrollo del Milenio.

La Declaración del Milenio promueve una estrategia coordinada que aborda simultáneamente muchos problemas en varios frentes. Entre otros, acordamos reducir a la mitad, para el año 2015, el porcentaje de personas en situación de pobreza extrema; pero también hallar soluciones para el hambre, la malnutrición y las enfermedades, promover la igualdad de los géneros y la autonomía de la mujer, y garantizar la educación básica para todos. Propone, además, que los países más ricos deben apoyar directamente a los países en desarrollo en forma de ayuda, comercio, alivio de la deuda e inversiones.

Un gran incremento de la ayuda internacional para los países más pobres del mundo es fundamental para el desarrollo mundial. Aunque todos los países donantes se comprometieron en Monterrey a destinar 0,7 por ciento de su producto interno bruto a la cooperación para el desarrollo, muy pocos han cumplido con su compromiso. Por cada dólar que gastan los países desarrollados en ayuda internacional, invierten 10 en presupuestos militares.

Se calcula que con lo que costó la guerra de Irak hasta ahora, se hubiese podido garantizar los estudios de toda la primaria para todos los jóvenes del mundo que no van a la escuela. Con sólo el precio de un misil se podrían construir alrededor de 100 escuelas en cualquier país de África, Asia o América Latina.

Por otro lado, las prácticas comerciales injustas también retardan el desarrollo, porque los países pobres son excluidos de mercados y privados de oportunidades comerciales. Los altos aranceles que los países ricos imponen a los productos de países pobres constituyen 'un impuesto perverso', que priva a países en desarrollo de fondos para la salud y la educación.

Hasta la fecha, los logros registrados hacia los Objetivos de Desarrollo del Milenio han sido, con pocas excepciones, limitados. Muchos países están rezagados y es probable que no los alcancen, en el plazo fijado, las metas establecidas. Vale la pena, entonces, que aprendamos de aquellos que han logrado avances significativos, y nos ayudamos los unos a los otros a salir adelante todos.

No cabe duda que la crisis mundial de alimentos está exacerbando las tensiones sociales y está provocando un incremento significativo de la pobreza extrema. La raíz del problema mundial del hambre está en la distribución desigual del poder adquisitivo entre y dentro de los países, y por tanto, el enfoque central de nuestros esfuerzos deberá estar en la reducción de las desigualdades en nuestro sistema mundial de producción de alimentos.

Tenemos la capacidad técnica y productiva para hacerlo. Nos incumbe en esta Asamblea trabajar arduamente para promover sentimientos fuertes de solidaridad capaces de despertar la voluntad política necesaria para convertir esta crisis en una oportunidad para transformar un sistema de producción que niega a los pobres un derecho tan básico como el de la alimentación.

El Banco Mundial ha llegado a la conclusión de que el 75 por ciento del incremento en los precios de los alimentos se debe a la producción de biocombustibles y a factores relacionados con el rápido aumento de la demanda de biocombustibles.

Los inmensos subsidios que los países desarrollados han venido otorgando a sus agriculturas han debilitado a las de los países en desarrollo, en los que sólo una parte muy pequeña de la ayuda internacional ha ido dirigida a mejorar su productividad agrícola. La ayuda a la agricultura ha bajado del 17 por ciento del total de la ayuda al desarrollo, el máximo alcanzado en 1996, al 3 por ciento hoy, e incluso algunos donantes internacionales exigen que se supriman los subsidios a los fertilizantes, lo que hace aún más difícil que el agricultor sin recursos pueda llegar a competir. Los países ricos deben reducir, si no eliminar, las políticas agrícolas y energéticas que dan lugar a este tipo de distorsiones y ayudar a los países más pobres a mejorar su capacidad de producción de alimentos.

La falta de alimentos no es sino consecuencia de esas políticas, que han obligado a los países pobres a importar los productos agrícolas al precio que se les impone y ante las cuales es difícil competir por los altos subsidios con los que se producen y exportan. Todos estos elementos han venido a influir, en menor o mayor medida, en un sistema agroproductivo que antepone los intereses económicos privados a las necesidades alimenticias de las personas.

La función primordial de los alimentos, alimentar a las personas, ha quedado supeditado a los objetivos económicos de unas pocas empresas multinacionales que monopolizan la cadena de producción de los alimentos, desde las semillas hasta las grandes cadenas de distribución, y han sido éstas las máximas beneficiarias de la situación de crisis. Mirando las cifras en el 2007, cuando empezaba la crisis mundial de alimentos, corporaciones como Monsanto y Cargill, que controlan el mercado de los cereales, aumentaron sus beneficios en un 45 y un 60 por ciento respectivamente; las principales empresas de fertilizantes químicos como Mosaic Corporation, perteneciente a Cargill, dobló sus beneficios en tan sólo un año.

Por otro lado, frente a la crisis financiera los grandes fondos de inversión especulativa trasladaron millonarias sumas para controlar los productos agrícolas. Estos fondos controlan el 60 por ciento del trigo y de otros granos básicos. La mayor parte de las cosechas están compradas a "futuro". Es decir, ha habido una creciente actividad de inversionistas especulativos en los mercados financieros relacionados con los alimentos.

Amigos todos,

Ocho años después de la Declaración del Milenio, la desigualdad mundial es exactamente igual o peor que la denunciada en 2000 y el planeta se enfrenta al grave riesgo de no atender las necesidades básicas de los desposeídos del mundo. Si se mantienen las tendencias actuales, será difícil evitar que aumente la brecha entre la meta de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y el resultado conseguido; entre los que poseen y los que carecen.

Tres mil 140 millones de personas viven con menos de US$ 2,50 dólares por día y cerca del 44 por ciento de esta gente sobrevive con menos de US$ 1,25 dólar, admite un nuevo informe del Banco Mundial publicado el 2 de septiembre de 2008. Más de 30.000 personas mueren cada día por desnutrición, enfermedades curables y hambre. El 85 por ciento son niños menores de cinco años.

Un 10 por ciento de los habitantes de todo el mundo posee el 84 por ciento de la abundancia y el resto tiene apenas el 16 por ciento. Pero tenemos la capacidad técnica y productiva para alimentar adecuadamente al planeta entero. Necesitamos reorientar nuestras prioridades: debemos producir alimentos para quienes los necesitan.

La reestructuración económica neoliberal a nivel global ha afectado el suministro y acceso a tres necesidades fundamentales de la vida: el alimento, el agua, y el combustible. En los últimos años, los precios de esas tres variables han aumentado en el ámbito global, con devastadoras consecuencias económicas y sociales. Hoy estas tres necesidades básicas están bajo el control de un pequeño número de corporaciones e instituciones financieras globales.

Todos estos procesos amenazan los objetivos de desarrollo para la salud, como se puede apreciar claramente en el rezago del objetivo para reducir la mortalidad materna. Constituye una vergüenza para la humanidad el que haya más de 500 mil muertes maternas al año asociadas al embarazo y al parto. Es por eso que el Secretario General y yo vamos a unir nuestros esfuerzos para fortalecer la salud global mediante un mayor apoyo a las iniciativas en este campo.

Hoy día los países desarrollados están sintiendo los efectos de una aguda crisis crediticia. Sin duda, las carencias o más bien la falta de un sistema económico internacional viable ha llevado a los países desarrollados del Occidente, y a la economía mundial en su conjunto, a una situación de crisis aguda.

Todos debemos velar porque dicha crisis, provocada en gran parte por políticas proteccionistas o en defensa de intereses particulares por encima del bien común, no sea utilizada como un pretexto para evadir el cumplimiento de los compromisos asumidos.

Para lograr estas metas del Milenio, aún minimalistas, nos incumbe la voluntad y acciones concretas para la inclusión efectiva de los pueblos indígenas como referente para las Metas de Desarrollo del Milenio. La integración de los pueblos indígenas requiere una redefinición de las metas de desarrollo tomando en cuenta su cosmovisión, perspectivas y conceptos propios de desarrollo. Tenemos todos mucho que aprender de nuestros hermanos y hermanas indígenas sobre el respeto y cuidado de la Madre Tierra, el agua y la naturaleza, que forman la fuente y caudal de vida para todas las especies.

Queridos hermanos y hermanas,

La radiografía del mundo que les he querido presentar hoy afecta directamente el logro de las Metas del Desarrollo del Milenio. Solamente reflexionando y tomando las decisiones políticas claras y valientes necesarias podremos atacar las causas estructurales y cumplir realmente con las Metas acordadas en el año 2000. Les invito a que en sus diálogos en cada una de las mesas redondas compartan las experiencias exitosas a fin de que todos seamos capaces de generar cambios sostenibles y efectivos en beneficio de los más desposeídos.

No podemos ignorar que este desorden mundial acrecienta la carga de los más vulnerables entre nosotros, aquellos hermanos y hermanas que ya de por sí viven bajo el yugo de la pobreza extrema, bajo la incertidumbre y el desarraigo del cambio climático, y sufren los daños directos y colaterales de las guerras impuestas por la agresión o la avaricia.

Que sea en beneficio de ellos, más que a nadie, que dediquemos nuestros mejores esfuerzos del día de hoy.

Muchas gracias.

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