Tal como se afirma en un documento de políticas (en inglés) titulado “La COVID-19 y la necesidad de actuar en relación con la salud mental”, publicado el año pasado por las Naciones Unidas, aunque la crisis provocada por la COVID-19 es, sobre todo, una crisis de salud física, lleva en su interior el germen de una importante crisis de salud mental.

Desde principios de 2020 hasta ahora, debido a la pandemia de la COVID-19, los ciudadanos de todo el mundo han sufrido altos niveles de estrés y ansiedad. Entre las causas que contribuyen a aumentar la tensión cabe señalar el desempleo, con la consiguiente pérdida de ingresos, la enfermedad, el aislamiento social, la muerte de algún miembro de la familia provocada por el virus, la incertidumbre sobre lo que nos depara el futuro y la impotencia y la incapacidad de cada uno para controlar la situación a la que nos enfrentamos todos.

Según una definición de la Organización Mundial de la Salud, la salud mental es “un estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad.” Las repercusiones psicosociales de la crisis de la COVID-19 han afectado de muchas formas a la salud mental y al bienestar emocional de millones de personas, sin que importe su nacionalidad.

Y esto se aplica especialmente a los jóvenes. El aislamiento, la falta de contacto con sus iguales y, en muchos casos, la pérdida de la seguridad emocional y económica, han repercutido en su vida cotidiana e incluso han producido perturbaciones en su educación. A causa de ello, este sector de la población corre ahora un mayor riesgo de sufrir depresión, ansiedad y trastornos del sueño. La pandemia también ha contribuido a reducir la productividad de los jóvenes debido a los diversos factores de estrés mencionados anteriormente.

Lamentablemente, todo ello ha provocado un aumento de las tasas de suicidio entre los jóvenes, ya que no fueron capaces de enfrentarse a estos factores de estrés porque a menudo no estaban suficientemente preparados para combatirlos. Según un artículo publicado por Loades et al (2020), en un examen realizado recientemente sobre la relación entre salud mental y soledad/aislamiento social en los niños y los adolescentes, se advertía de los efectos perjudiciales que las medidas de distanciamiento pueden tener en los jóvenes.

Además, la crisis de la COVID-19 ha exacerbado la brecha digital entre los países y dentro de ellos, lo que ha dado lugar a cierres masivos de instituciones educativas, incluidas las de nivel superior. Según un artículo del Banco Mundial, hay cada vez más indicios, incluso en algunos de los países europeos con una renta más alta, de que la actual pandemia está dando lugar a pérdidas de aprendizaje y a un aumento de la desigualdad entre los jóvenes.

Para hacer frente de manera efectiva a los efectos negativos de la COVID-19 en todo el mundo, los responsables de la adopción de decisiones y de la formulación de políticas, los líderes del sector educativo, el personal de los centros académicos y los jóvenes deben trabajar conjuntamente para garantizar que estos cuenten con el apoyo y los recursos que necesitarán para satisfacer sus necesidades en materia de salud mental, emocional y del comportamiento después de la pandemia. Asimismo, todos debemos esforzarnos para ser lo más tolerantes y empáticos posible.

En nuestra institución venimos utilizando la tecnología no solo para garantizar la continuidad educativa a nuestros estudiantes sino también para crear un sistema de apoyo para ellos durante estos tiempos difíciles. Las reuniones virtuales, en las que los alumnos pueden mantener contacto visual con la institución son extremadamente eficaces y reconfortantes para ellos. Nuestra universidad ha desempeñado un papel decisivo ofreciendo servicios de salud mental y recursos en línea a los estudiantes, así como servicios de orientación a quienes los necesitan.

El hecho de disponer de un horario de oficina virtual y de alentar a los estudiantes a concertar una cita para hablar no solo de sus preocupaciones profesionales o académicas, sino también para tranquilizarlos asegurándoles que si desean hablar de sus problemas personales, pueden hacerlo, dado que toda la información que proporcionen se considerará confidencial, ha sido una solución eficaz según nuestra experiencia desde el inicio de la crisis de la COVID-19. La tecnología se humaniza y constituye un excelente instrumento para conectar a los estudiantes con el fin de mejorar su educación.

Como ciudadanos del mundo que somos, incluidos los jóvenes, nos estamos enfrentando a una serie de desafíos sin precedentes que han desgarrado el tejido de nuestras sociedades y han causado un daño y un sufrimiento humano incalculables. Utilizar la tecnología para comunicarnos y mantenernos conectados, además de llevar estilos de vida saludables y desarrollar innovadores mecanismos para afrontar estos retos, como por ejemplo adoptar una actitud positiva, es imprescindible para proteger nuestra salud mental y nuestro bienestar.

Este artículo ha sido elaborado por Padmini Murthy y Amy Ansehl, de la Escuela de Ciencias y Práctica de la Salud del Instituto Universitario Médico de Nueva York, institución estadounidense miembro de la Iniciativa Impacto Académico de las Naciones Unidas (UNAI, por sus siglas en inglés), que actúa como Centro de la UNAI para el ODS 3: Salud y bienestar