La mayoría de los profesionales de la salud estarían de acuerdo con la afirmación de que el estrés es el factor que más afecta a la tasa de mortalidad de la sociedad actual. Si no se trata, el estrés puede tener efectos perjudiciales tanto para la salud física como mental, y puede generar enfermedades como cardiopatías, insomnio y depresión. No es ninguna sorpresa que el estrés haya alcanzado niveles de epidemia si tenemos en cuenta la enorme cantidad de estímulos que nos llegan a diario, por no hablar del aumento de las necesidades de nuestro tiempo y de la volatilidad de los cambios producidos en los sistemas políticos y económicos.

A nivel social, se suele considerar que el estrés es un fenómeno que afecta exclusivamente a los adultos, y normalmente se excluye a los jóvenes de la conversación. Sin embargo, los jóvenes están sometidos a una gran cantidad de presión para lograr el éxito académico, puesto que los exámenes son cada vez más complicados y frecuentes. El aumento continuado de la oferta de talento a nivel mundial y de la incertidumbre económica contribuye aún más a la presión a la que están sometidos los jóvenes para tener éxito y competir directamente con sus coetáneos.

Además de la presión académica, los jóvenes tienen que luchar contra otros problemas incluso más difíciles de gestionar: cambios hormonales, cuestiones de identidad y vivir su vida en Internet de manera pública.

La identidad digital es un concepto relativamente nuevo, por lo que no existe ningún precedente real sobre la integración de la tecnología en nuestra vida diaria y sobre cómo distinguir entre quiénes somos en línea y quiénes somos cuando no estamos conectados a la red. Aunque Internet es una herramienta esencial que puede utilizarse para conectar a personas y comunidades que tienen una mentalidad similar, también suele utilizarse como plataforma para difamar, acosar y abusar de las personas dentro del refugio de su propia casa.

Las investigaciones sugieren que 7 de cada 10 jóvenes han sufrido abusos en línea en algún momento de su vida1. Si bien el término “ciberacoso” suele utilizarse como si fuera un fenómeno independiente, lo cierto es que se trata de una extensión del acoso, un problema con el que llevamos mucho tiempo conviviendo. El acoso aprovecha trasfondos sociales de prejuicios y discriminación y suele afectar en mayor medida a personas con características protegidas como la raza, la religión, la sexualidad, la identidad de género y la discapacidad.

Tradicionalmente, el acoso solía limitarse al entorno escolar, y nuestro hogar era concebido como un espacio seguro. Sin embargo, ahora existe la posibilidad de que un joven sufra acoso tanto en el colegio como en el coche familiar o en su casa, estando él solo en su cuarto e incluso ante la presencia de sus padres o tutores y sin que estos adultos se den cuenta. Puesto que la tecnología de las comunicaciones se encuentra tan sumamente integrada en la vida moderna, los jóvenes tienen pocas posibilidades de escapar de los abusos, y muchos de ellos viven en un estado constante de estrés y ansiedad. Una de cada tres víctimas de acoso se ha autolesionado por este motivo, y 1 de cada 10 ha intentado suicidarse2.

Cada vez hay más casos que revelan que aproximadamente 1 de cada 2 jóvenes que sufren acoso nunca se lo cuenta a nadie, bien sea por miedo, vergüenza o falta de confianza en los sistemas de apoyo. Los abusos, tanto en Internet como en otros contextos, causan estragos en la salud mental y física de los jóvenes y provocan ataques de estrés.

El informe de Ditch the Label y Brandwatch, en el que se analizan 19 millones de tuits publicados en un período de cuatro años, concluyó que solo en Twitter se habían observado casi 5 millones de casos de misoginia. El 52% de los insultos misóginos registrados habían sido publicados por mujeres y se centraban normalmente en el aspecto, la inteligencia y las preferencias sexuales de otras mujeres. El informe notificó 7,7 millones de casos de racismo, 390.296 casos de homofobia y 19.348 mensajes transfóbicos enviados a través de Twitter3. Únicamente se examinaron datos públicos, de modo que, si extrapolamos las cifras a Internet en su conjunto para incluir tanto las vías de comunicación públicas como las privadas, el alcance del discurso de odio en línea es abrumador.

Nuestra identidad es sagrada, además de un valor que pasamos toda nuestra vida creando y desarrollando. Para un joven, la identidad se antoja como un elemento temperamental del que queda mucho por descubrir. Las influencias que dan forma a nuestra identidad proceden principalmente de características protegidas y, por lo tanto, los jóvenes conceden una gran importancia a su identidad religiosa o cultural, a su sexualidad, a su identidad de género y a su discapacidad. Estos rasgos suelen utilizarse para acosar a una persona en Internet. Los abusos suelen generar un resentimiento internalizado con uno mismo. Es probable que un joven que sufra racismo en línea vea su color de piel como el problema, y puede que quiera cambiar su aspecto para evitar los abusos.

Este mismo informe concluyó que quienes debaten sobre política y deporte en Internet tienen más probabilidades de sufrir abusos en este medio, lo que pone de relieve una cultura de intolerancia y falta de respeto a la diversidad de opiniones. La oratoria utilizada durante la campaña presidencial llevada a cabo en 2016 en los Estados Unidos de América normalizó en cierta medida los comportamientos abusivos y envió un mensaje claro: no pasa nada por atacar digitalmente a quienes tienen una perspectiva o una opinión diferente. Esta actitud socava el derecho a la libertad de expresión que todos nosotros deberíamos tener y crea un entorno en el que se reprime la expresión personal de los demás, especialmente de los grupos marginados.

El acoso basado en el aspecto físico es uno de los tipos de abusos más comunes, tanto en línea como en otros medios. En un mundo superpoblado y obsesionado con los famosos, los jóvenes están sometidos a una enorme presión procedente de los medios de comunicación, las personas que influyen en otras y el contenido que consumen para que tengan un aspecto o un comportamiento concretos. La importancia de la belleza se aprende a una edad muy temprana y se reafirma de manera constante, por lo que hay problemas como el trastorno dismórfico corporal o los trastornos alimentarios que aumentan a medida que los jóvenes aspiran a parecerse a la versión retocada de los modelos a seguir que aparecen en los medios de comunicación. Una investigación realizada recientemente por Ditch the Label concluyó que, en la actualidad, 1 de cada 2 jóvenes quiere utilizar métodos como la cirugía plástica para cambiar su aspecto4.

Muchos jóvenes recurren a los medios sociales en busca de la aprobación de los demás. Esta tendencia resulta problemática, debido a que la confianza en uno mismo y la autoestima se convierten en características condicionadas sumamente influidas por una perspectiva externa. Hace que los jóvenes sean vulnerables a insultos en línea basados en el físico y genera una cultura superficial de valores basados en el aspecto. Se ha producido un aumento de subculturas de comunidades en Internet que comparten fotos de personas para puntuar su nivel de atractivo. Muchos jóvenes se unen de manera voluntaria a estas comunidades con la esperanza de recibir una aprobación, poniendo en juego su autoestima. Por desgracia, suele ser común que se publiquen mensajes abusivos en los que se ataca al físico de la persona, tanto si llegan a conocerse como si no.

Internet conlleva retos únicos en lo relativo a los abusos. Por ejemplo, no hay limitaciones geográficas para la pertenencia a la comunidad ni para la comunicación, por lo que ahora es posible que una persona sea víctima de abusos incluso fuera de su entorno real. El ciberacoso suele afectar a la dignidad de sus víctimas de una manera sorprendentemente pública, de modo que otras personas pueden contribuir a la ridiculización y respaldarla al aprobar el contenido abusivo, responder a él o compartirlo.

No todos los autores de los actos de ciberacoso son personas que conocen a la víctima, sino que normalmente son anónimos, lo que puede tener repercusiones adicionales sobre la validación del acoso que también sufren en medios distintos de Internet. El acoso anónimo puede minar en gran medida la confianza y la sensación de seguridad de sus víctimas, puesto que, sin la intervención de las autoridades, resulta complicado demostrar de dónde procede. Puede generar paranoia y, en muchas ocasiones, es más poderoso que los abusos procedentes de personas conocidas.

En casos más extremos de ciberacoso, existe un peligro para la seguridad física y la intimidad de las víctimas debido a la publicación no autorizada de información personal, como la dirección, el número de teléfono y detalles familiares privados. El “porno vengativo” es un término utilizado para describir la publicación no autorizada de contenido pornográfico que afecta a una persona concreta, con el objetivo de difamarla y avergonzarla tanto de manera pública como privada ante sus amigos y familiares. Se han tomado medidas para establecer sanciones jurídicas más graves contra el porno vengativo, puesto que este tipo de abusos puede tener un efecto devastador para las víctimas. A nivel social, es frecuente que se culpe a las víctimas del porno vengativo por los abusos sufridos y se les diga que no deberían haber enviado una fotografía o un vídeo en el que salían desnudos. Esta reacción es complicada de gestionar, puesto que únicamente acrecienta el problema ya existente y constituye, en esencia, una aprobación de la conducta del agresor. Hace que la exploración de la sexualidad sea algo vergonzoso, aunque debería ser un elemento sano de las relaciones actuales.

Internet elimina las barreras socioeconómicas que históricamente impedían la comunicación y nos permite comunicarnos en línea con cualquier persona, desde amigos y familiares hasta personajes famosos y líderes mundiales. Los canales de comunicación abierta suelen ser un elemento positivo para el progreso de la humanidad, puesto que fomentan una mayor colaboración y un aprendizaje común. Sin embargo, en la actualidad, cualquier persona con presencia en los medios sociales puede ser víctima de ciberacoso y abusos en línea. La naturaleza transparente y viral de Internet dispone de potencial para cambiar el carácter de una persona en cuestión de segundos, e incluso su futuro a largo plazo, independientemente de quién sea o de su experiencia vital. En cuanto a los modelos sociales, no se trata tanto de aprender a evitar el ciberacoso como de aprender a gestionarlo de una forma productiva e inspiradora, sin permitir que los abusos ya sufridos o los que pudieran sufrirse repriman nuestros pensamientos o conductas.

Todos tenemos derecho a disfrutar de las libertades civiles y a vivir una vida digna en pie de igualdad con los demás. Es importante replantearse esta cuestión para entender que una persona nunca es víctima de abusos debido a su raza, sexualidad, religión o discapacidad, entre otros factores. Una persona sufre acoso debido a la actitud negativa o a la situación de su agresor. La diferencia fundamental es que las actitudes y las situaciones pueden cambiar con un apoyo y una educación adecuados. La identidad no es algo que pueda cambiarse o en lo que se pueda influir mediante comportamientos abusivos, y nadie debería intentar hacerlo.

Se debe animar a los jóvenes a expresarse libremente y a ejercer sus derechos en todas las esferas, tanto digitales como no digitales. Se les debe empoderar para que contribuyan a una comunidad democrática y mundial al compartir sus pensamientos y opiniones sin atacar a quienes piensen de otra manera.

Para lograr un mundo realmente justo e igualitario, se requiere una cultura de respeto y entendimiento mutuo. Un mundo interconectado requiere unas normas de comunicación que sean respetadas por todos. Tenemos un largo camino por recorrer para conseguir este objetivo.

Notas

1 Ditch the Label, The annual cyberbullying survey 2013 (Brighton, 2013). Disponible en: http://www.ditchthelabel.org/research-papers/the-cyberbullying-survey-2013/.
2 Ditch the Label, The annual cyberbullying survey 2016 (Brighton, 2016). Disponible en: http://www.ditchthelabel.org/research-papers/the-annual-bullying-survey-2016/.
3 Ditch the Label y Brandwatch, “Cyberbullying and hate speech: What can social data tell us about hate speech online?” (Brighton, 2016). Disponible en: http://www.ditchthelabel.org/research-papers/cyberbullying-and-hate-speech/.
4 Ditch the Label, The annual cyberbullying survey 2015 (Brighton, 2015). Disponible en: http://www.ditchthelabel.org/research-papers/the-annual-bullying-survey-2015/.