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Secretario General Ban Ki-Moon

Bali y después de Bali: una nueva economía no contaminante

Artículo de opinión - Washinton Post, 3 de diciembre de 2007

Por Ban Ki-moon

Lo ha dicho la ciencia: el calentamiento de la Tierra es real, y nosotros somos una de las causas principales.

Hemos escuchado las advertencias. A menos que actuemos, ahora, tendremos que hacer frente a graves consecuencias. Los hielos polares pueden derretirse. Aumentarán los niveles del mar. Un tercio de las plantas y los animales del mundo podrían desaparecer. Habrá hambrunas en África y Asia central.

La buena noticia pasa casi desapercibida en el debate: podemos hacer algo al respecto, y más fácilmente y a un costo mucho menor que lo que la mayoría de nosotros imaginamos.

Estas son las conclusiones del último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, el órgano científico que recientemente compartió el Premio Nóbel de la Paz. Si bien su lectura hace reflexionar, no debemos pasar por alto que su mensaje fundamental es optimista: repito, podemos lograrlo, de formas que al mismo tiempo sean económicas y promuevan la prosperidad.

Esta semana, los líderes mundiales se reúnen en la cumbre de Bali. Hace falta un acontecimiento decisivo: un acuerdo amplio sobre el cambio climático que sea aceptable para todas las naciones. Debemos fijarnos un programa, una hoja de ruta hacia un futuro mejor, con un calendario firme, para que en 2009 podamos decir: trato hecho.

No sabemos todavía qué forma podría tomar tal acuerdo. ¿Debería establecer un impuesto sobre las emisiones de gases de efecto invernadero, o crear un sistema internacional de compra de cuotas de emisiones? ¿Debería prever mecanismos para evitar la deforestación, a la que se atribuye el 20% de las emisiones de dióxido de carbono, o ayudar a los países menos adelantados a adaptarse a los inexorables efectos del calentamiento de la Tierra —efectos que ellos sufren desproporcionadamente? ¿Debería hacer hincapié en la conservación y los combustibles renovables, como la biomasa o la energía nuclear, o disponer medidas para transferir las nuevas tecnologías no contaminantes en todo el mundo?

La respuesta es, desde luego, una variante de todas las mencionadas, y mucho, mucho más. Si las negociaciones quedan empantanadas en la amplitud y complejidad de los problemas, perderemos nuestro recurso más valioso: el tiempo. A este respecto, es útil tener una visión de cómo podría ser el futuro, si tenemos éxito. No será tan solo un mundo más limpio, más sano y más seguro para todos. Si la llevamos adelante correctamente, nuestra lucha contra el calentamiento de la Tierra podría, de hecho, crear el marco para una transformación de la economía mundial, una transformación ecológica que impulse el crecimiento y el desarrollo en lugar de entorpecerlos, como temen muchos dirigentes nacionales.

Hemos sido testigos de tres transformaciones económicas en el siglo pasado. Primero vino la revolución industrial, luego la revolución tecnológica, seguida por nuestra era moderna de globalización. Nos encontramos ahora en el umbral de otro gran cambio: la era de la economía no contaminante.

De ello hay indicios por todas partes, a menudo en lugares inesperados. En una reciente visita a América del Sur pude constatar cómo el Brasil se ha convertido en uno de los mayores protagonistas de la economía no contaminante, ya que satisface aproximadamente el 44% de sus necesidades energéticas con combustibles renovables. El promedio mundial es del 13%, y la cifra es del 6,1% en Europa.

Se habla demasiado del hecho de que China podría sobrepasar a los Estados Unidos como mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero. En cambio, no son tan conocidos sus recientes esfuerzos por hacer frente a graves problemas ambientales. China invertirá este año 10.000 millones de dólares en energía renovable, cifra superada únicamente por Alemania. China se ha convertido en líder mundial en energía solar y energía eólica. En una reciente cumbre de dirigentes de Asia oriental, celebrada en Singapur, el Primer Ministro Wen Jiabao se comprometió a reducir el consumo de energía (por unidad de PIB) en un 20% en un plazo de cinco años, compromiso que no dista mucho, en espíritu, del compromiso contraído por Europa de reducir en un 20% las emisiones de gases de efecto invernadero para el año 2020.

Este es el camino a seguir. Según algunas estimaciones, el aumento de la demanda mundial de energía podría reducirse a la mitad en los próximos 15 años simplemente mediante la aplicación de tecnologías ya existentes que produzcan un rendimiento sobre la inversión de un 10% o superior. En el nuevo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático se exponen medios muy prácticos: desde normas más estrictas para los aparatos de aire acondicionado y refrigeradoras hasta una mayor eficiencia en la industria, la construcción y el transporte. Se calcula que superar las consecuencias del cambio climático podría costar tan sólo el 0,1% del PIB mundial por año en los próximos tres decenios.

El crecimiento no tiene que verse afectado y, de hecho, podría acelerarse. Según un estudio de la Universidad de California en Berkeley, los Estados Unidos podrían crear 300.000 puestos de trabajo si el 20% de las necesidades de electricidad se suplieran con energías renovables. Una importante empresa de consultores con base en Munich prevé que al final del próximo decenio habrá más personas empleadas en el sector de tecnologías ambientales que en la industria automotriz. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente estima que las inversiones mundiales en energía que no produce gases de efecto invernadero ascenderán a 1,9 billones de dólares para el año 2020 —capital que puede dar lugar a una reconfiguración total de la industria mundial.

En muchos lugares del mundo, las empresas ya están pidiendo que se adopten políticas públicas claras sobre el cambio climático, independientemente de la forma que puedan tomar: regulación, límites máximos de emisiones o directrices de eficiencia. La razón es evidente. Las empresas necesitan reglas básicas. Ayudar a su elaboración es una función muy propia de las Naciones Unidas.

Nuestra tarea, en Bali y después de Bali, es encauzar esta transformación mundial —abrir la puerta a la era de la economía y el desarrollo no contaminantes. Lo que falta es un marco mundial dentro del cual nosotros, los pueblos del mundo, podamos coordinar nuestros esfuerzos para hacer frente al cambio climático.

Los científicos han cumplido su tarea. Ahora les toca a los políticos. En Bali se pone a prueba su liderazgo. ¿Qué estamos esperando?

Declaración escrita por el Secretario General de las Naciones Unidas