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Declaración del Secretario General
ante
la Asamblea General
Nueva York, 23 de septiembre de 2003
Gracias Señor Presidente,
Majestad,
Distinguidos Jefes de Estado y de Gobierno,
Excelencias,
Señoras y señores:
Los pasados 12 meses han sido dolorosos para quienes de nosotros creen
en respuestas colectivas a nuestros problemas y retos comunes.
En muchos países, el terrorismo ha vuelto a causar la muerte y
sufrimientos a personas inocentes.
En el Oriente Medio y partes de África la violencia ha continuado
intensificándose.
En la península de Corea y en otras partes la amenaza de proliferación
nuclear ensombrece el horizonte.
Y apenas hace un mes, en Bagdad, las propias Naciones Unidas sufrieron
un ataque brutal y deliberado, en el que la comunidad internacional perdió
a algunos de sus servidores más talentosos. Ayer las Naciones Unidas
fueron atacadas nuevamen-te. Sólo se evitó un grave desastre
gracias a la rápida acción de la policía iraquí,
uno de cuyos miembros perdió la vida.
Doy mi más sentido pésame a la familia de ese valeroso policía.
Y mis mejores deseos van también a los 19 heridos, incluidos dos
funcionarios iraquíes de las Naciones Unidas. Les deseo una rápida
recuperación. Desde luego, debemos tener en nuestras oraciones
a todos los que han perdido la vida o han resultado heridos en esta guerra,
civiles inocentes y soldados por igual. En ese contexto, condeno —como
sin duda lo hacen todos ustedes— el brutal atentado contra la Dra.
Akila al-Hashemi, miembro del Consejo de Gobierno, y hago votos también
por su plena recuperación.
Excelencias, ustedes son las Naciones Unidas. Los funcionarios que han
resul-tado muertos y heridos en el ataque contra nuestra sede de Bagdad
formaban parte de su personal. Ustedes les habían encomendado el
mandato de contribuir a aliviar los sufrimientos del pueblo iraquí,
y de ayudar al Iraq a recuperar su soberanía na-cional.
En el futuro, no sólo en el Iraq, sino allí donde intervengan
las Naciones Uni-das, deberemos adoptar medidas más eficaces para
proteger la seguridad de nuestro personal. Cuento con su pleno apoyo jurídico,
político y financiero.
Entretanto, permítanme reafirmar la gran importancia que otorgo
a que la si-tuación en el Iraq se resuelva de manera positiva.
Independientemente de la opi-nión que cada uno de nosotros pueda
tener sobre los acontecimientos de los últimos meses, es vital
para todos que el resultado sea un Iraq estable y democrático,
en paz consigo mismo y con sus vecinos, y que contribuya a la estabilidad
de la región.
Con sujeción a consideraciones de seguridad, el sistema de las
Naciones Uni-das está preparado para desempeñar plenamente
la parte que le corresponde en la la-bor para lograr un resultado satisfactorio
en el Iraq, y para hacerlo en el marco de un esfuerzo de toda la comunidad
internacional, basado en una política racional y viable. Si se
dedica más tiempo y paciencia a elaborar una política que
sea a la vez colectiva, coherente y factible, consideraría que
ese tiempo ha sido bien empleado. En efecto, es así como debemos
enfocar todas las crisis urgentes con que nos enfren-tamos actualmente.
Excelencias:
Hace tres años, cuando ustedes acudieron a la Cumbre del Milenio,
parecía que todos compartíamos la concepción de la
solidaridad mundial y la seguridad colecti-va expresada en la Declaración
del Milenio.
Sin embargo, los recientes acontecimientos han puesto en tela de juicio
ese consenso.
Todos sabemos que debemos hacer frente a nuevas amenazas – o, tal
vez, viejas amenazas en nuevas y peligrosas combinaciones: nuevas formas
de terrorismo, y la proliferación de armas de destrucción
en masa.
Pero, mientras que algunos consideran que esas amenazas representan sin
duda el principal desafío a la paz y la seguridad mundiales, otros
se sienten más inmedia-tamente amenazados por las armas pequeñas
empleadas en los conflictos civiles, o por las denominadas “amenazas
no armadas”, como la persistencia de la pobreza ex-trema, la disparidad
de ingresos entre unas sociedades y otras y dentro de cada una de ellas,
la propagación de enfermedades infecciosas, o el cambio climático
y la de-gradación del medio ambiente.
Realmente, no tenemos que elegir. Las Naciones Unidas deben hacer frente
a todas esas amenazas y desafíos —tanto nuevos como viejos,
“armados” y “no arma-dos”. Debe dedicarse plenamente
a luchar en pro del desarrollo y la erradicación de la pobreza,
empezando por la consecución de los objetivos de desarrollo del
Mile-nio; luchar para proteger el medio ambiente común; y luchar
en favor de los dere-chos humanos, la democracia y la buena gestión
pública.
En realidad, todas esas luchas están relacionadas entre sí.
Ahora vemos con es-calofriante claridad que un mundo en el que muchos
millones de personas padecen una opresión brutal y una miseria
extrema nunca será plenamente seguro, ni siquiera para sus habitantes
más privilegiados.
Sin embargo, las amenazas “armadas”, como el terrorismo y
las armas de des-trucción en masa, son reales, y no puede hacerse
caso omiso de ellas.
El terrorismo no es un problema que afecte únicamente a los países
ricos. Pre-gunten si no a la población de Bali o de Bombay, de
Nairobi o de Casablanca.
Las armas de destrucción en masa no sólo representan una
amenaza para el mundo occidental o septentrional. Pregunten si no a la
población del Irán, o de Halabja en el Iraq.
En lo que disentimos, al parecer, es en la forma de hacer frente a esas
amenazas.
Desde que se creó la Organización, los Estados generalmente
han tratado de afrontar las amenazas contra la paz mediante la contención
y la disuasión, mediante un sistema basado en la seguridad colectiva
y en la Carta de las Naciones Unidas.
El Artículo 51 de la Carta proclama que todos los Estados, en caso
de ata-que, tienen el derecho inmanente de legítima defensa. Pero,
hasta la fecha, se ha in-terpretado en el sentido de que, cuando los Estados
no se limitan a ella y deciden emplear la fuerza para hacer frente a amenazas
más amplias para la paz y la seguri-dad internacionales, necesitan
la legitimación de las Naciones Unidas.
Algunos consideran ahora que esa interpretación ha dejado de ser
válida, ya que un “ataque armado” con armas de destrucción
en masa podría lanzarse en cual-quier momento, sin previo aviso,
o ser lanzado por un grupo clandestino.
En vez de esperar a que eso suceda, argumentan, los Estados tienen el
derecho y la obligación de emplear la fuerza preventivamente, incluso
en el territorio de otros Estados, o mientras los sistemas de armamento
que podrían emplearse para atacarlos están todavía
en la fase de desarrollo.
Con arreglo a ese argumento, los Estados no están obligados a esperar
a que se llegue a un acuerdo en el Consejo de Seguridad. Por el contrario,
se reservan el de-recho de actuar unilateralmente, o en coaliciones ad
hoc.
Esta lógica representa un desafío radical a los principios
en que, aunque sea de manera imperfecta, se han basado la paz y la estabilidad
mundiales en los últimos 58 años.
Mi preocupación es que, si se aplicara esa lógica, podrían
establecerse prece-dentes que dieran lugar a un aumento del uso unilateral
y anárquico de la fuerza, con o sin justificación.
Pero no basta con denunciar el unilateralismo; debemos también
examinar abiertamente los motivos por los que algunos Estados se sienten
excepcionalmente vulnerables y que los inducen a actuar de forma unilateral.
Debemos demostrar que esas preocupaciones pueden abordarse y se abordarán
eficazmente en el marco de una acción colectiva.
Excelencias, nos encontramos en una encrucijada. Este momento puede ser
tan decisivo como 1945, cuando se fundaron las Naciones Unidas.
Entonces, un grupo de dirigentes con visión de futuro, guiados
e inspirados por el Presidente Franklin D. Roosevelt, decidieron que la
segunda mitad del siglo XX debía ser diferente a la primera. Se
percataban de que la raza humana tenía única-mente un mundo
para vivir y, que, si no se afrontaban sus problemas con más pru-dencia,
todos los seres humanos podrían perecer.
Por tanto, elaboraron normas que rigieran la conducta internacional y
fundaron una red de instituciones, con las Naciones Unidas en el centro,
en la que los pueblos del mundo pudieran colaborar en aras del bien común.
Ahora debemos decidir si es posible seguir adelante sobre la base acordada
en-tonces o si es preciso introducir cambios radicales.
Y no debemos rehuir las cuestiones acerca de la pertinencia y la eficacia
de las normas y los instrumentos de que disponemos.
Ninguno de esos instrumentos es más importante que el propio Consejo
de Seguridad.
En mi reciente informe sobre la aplicación de la Declaración
del Milenio, lla-mé la atención sobre la urgente necesidad
de que el Consejo recuperara la confianza de los Estados y de la opinión
pública mundial, demostrando su capacidad para solu-cionar con
eficacia los asuntos más difíciles y representando más
ampliamente a la comunidad internacional en su conjunto, así como
las realidades geopolíticas actuales.
El Consejo debe estudiar cómo afrontará la posibilidad de
que los distintos Es-tados utilicen la fuerza “preventivamente”
contra lo que consideran amenazas.
Tal vez convendría que sus miembros iniciaran un debate sobre los
criterios que podrían justificar una autorización temprana
de medidas coercitivas para hacer frente a ciertas amenazas —por
ejemplo, de grupos terroristas que posean armas de destrucción
en masa.
Y aún deben iniciar un serio debate sobre la forma más adecuada
de responder a las amenazas de genocidio y otras violaciones masivas equivalentes
de los dere-chos humanos —cuestión que ya planteé
en este mismo foro en 1999. Este año, una vez más, nuestra
respuesta colectiva a ese tipo de situaciones —en la República
Democrática del Congo y en Liberia— ha sido vacilante y tardía.
Con respecto a la composición del Consejo, se trata de una cuestión
que ha fi-gurado en el programa de esta Asamblea durante más de
una década. Prácticamente todos los Estados están
de acuerdo en que el Consejo debería ampliarse, pero no hay consenso
en cuanto a los detalles.
Con todos mis respetos, Excelencias, diría que, a ojos de sus pueblos,
la difi-cultad de alcanzar un acuerdo no es excusa para no lograrlo. Si
desean que las deci-siones del Consejo gocen de mayor respeto, especialmente
en los países en desarro-llo, es preciso que aborden la cuestión
de su composición con más urgencia.
Pero el Consejo de Seguridad no es la única institución
que debe fortalecerse. Como ustedes saben, estoy haciendo todo lo posible
para aumentar la eficacia de la Secretaría —y confío
en que esta Asamblea apoye mi labor.
De hecho, en mi informe también indicaba que era preciso fortalecer
la propia Asamblea, y que era necesario replantear y dar nuevo impulso
a la función del Consejo Económico y Social —y al
papel de las Naciones Unidas en su conjunto en los asuntos económicos
y sociales, incluida su relación con las instituciones de Bretton
Woods.
Incluso señalé que podría revisarse el papel del
Consejo de Administración Fi-duciaria, a la luz de las nuevas responsabilidades
que ustedes han encomendado a las Naciones Unidas en los últimos
años.
En resumen, Excelencias, creo que ha llegado el momento de examinar a
fondo cuestiones fundamentales de política, así como los
cambios estructurales que podrí-an ser necesarios para abordar
estas cuestiones.
La historia es un juez implacable: no nos perdonará que desaprovechemos
esta oportunidad.
Por mi parte, tengo la intención de crear un grupo de personalidades
de alto nivel, al que asignaré cuatro tareas:
En primer lugar, examinar las amenazas actuales para la paz y la seguridad;
En segundo lugar, considerar la contribución que una acción
colectiva puede aportar a la solución de esos problemas;
En tercer lugar, examinar el funcionamiento de los principales órganos
de las Naciones Unidas y las relaciones entre ellos; y
En cuarto lugar, recomendar medidas para fortalecer las Naciones Unidas,
me-diante la reforma de sus instituciones y procesos.
El grupo se concentrará principalmente en las amenazas a la paz
y la seguri-dad, pero también deberá examinar otros retos
mundiales, en la medida en que pue-dan influir en esas amenazas o estar
relacionados con ellas.
Pediré al grupo que me presente un informe antes del comienzo del
próximo período de sesiones de esta Asamblea, a fin de que
pueda presentar las recomenda-ciones en ese período de sesiones.
Pero sólo ustedes pueden tomar las decisiones firmes y claras que
se necesitan.
Esas decisiones podrían comportar reformas institucionales de gran
alcance, y de hecho espero que así sea.
Pero las reformas institucionales por sí solas no bastan. Incluso
el instrumento más perfecto fallará si no se usa bien.
Las Naciones Unidas no son, en modo alguno, un instrumento perfecto, pero
sí muy valioso. Les exhorto a que traten de llegar a un acuerdo
sobre los medios de mejorarlo, pero sobre todo para utilizarlo de acuerdo
con el propósito de sus funda-dores: salvar a las generaciones
venideras del flagelo de la guerra, reafirmar la fe en los derechos humanos
fundamentales, establecer las condiciones básicas para la jus-ticia
y el Estado de derecho, y fomentar el progreso social y una mejor calidad
de vida con mayor libertad.
Puede que el mundo haya cambiado, Excelencias, pero esos objetivos siguen
siendo tan válidos y perentorios como nunca. Debemos tenerlos siempre
presentes.
Muchas gracias.
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