INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DE
LA REPÚBLICA DE COLOMBIA
 
 

ANDRES PASTRANA

ANTE LA ASAMBLEA GENERAL DE LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS
EN SU 56° PERIODO DE SESIONES ORDINARIAS
 
 

Nueva York,NY
10 de Noviembre de 2001

VERIFICAR CON PALABRAS DEL ORADOR




Señor Presidente:

Le expreso, en nombre del Gobierno de Colombia, nuestra satis-facción por su elección para presidir este período de sesiones de la Asamblea General. Su experiencia y liderazgo constituyen cre-denciales valiosas para llevar nuestras deliberaciones a resulta-dos fructíferos.

Rindo, igualmente, tributo a su predecesor, el Ministro de Rela-ciones Exteriores de Finlandia, Excelencia Harry Holkeri, cuya capacidad diplomática contribuyó de manera decisiva a las ta-reas de la Asamblea.

De manera especial, quiero hacer mención de nuestro Secretario General, Koffi Annan, cuya autoridad, dedicación y aporte sus-tantivo servirán como fuente de inspiración para las decisiones que los Estados miembros están llamados a convenir en esta oportunidad.

Sea ésta la ocasión para reiterar nuestra satisfacción por el hon-roso reconocimiento mundial que significa el Premio Nobel de la Paz otorgado a las Naciones Unidas y a su Secretario General. Es un merecido tributo a la Organización y a los valores compar-tidos por los Estados miembros, y, en particular, al Secretario General, cuyo compromiso personal y enfoque visionario han dado nueva vida a las Naciones Unidas y han permitido afianzar su credibilidad internacional. Esta decisión representa no solamente un reconocimiento por los logros del pasado, sino un estímulo que ilumina las labores de la ONU ante los desafíos del nuevo milenio.

Señor Presidente:

Hace dos meses el mundo entero fue estremecido por varios ac-tos terroristas sin precedentes. Todos hemos hablado sobre los funestos efectos de estos atentados. Hemos manifestado nuestra solidaridad al pueblo de los Estados Unidos y hemos concordado en que dichos actos irracionales, más que afectar a un país, son realmente ataques contra la humanidad en su totalidad.
Pero tenemos que ir más allá: tenemos que dilucidar por qué han llegado a pasar hechos como estos y qué tenemos que hacer para que nunca jamás, ¡nunca jamás!, vuelvan a ocurrir.

La tragedia del 1 1 de septiembre ha tenido el efecto positivo de habernos unido a todos contra un enemigo común, como lo es el terrorismo. Y ha logrado algo más: ha despojado de disfraces a nuestras palabras, ha quitado el doblez a nuestros discursos, ha dejado atrás el mundo de los grises en el que nos estábamos acostumbrando a obrar para reemplazarlo por un mundo sin equívocos, en blanco y negro.

¿Cuáles eran los grises que hoy se hacen patentes? Eran las ambigüedades que manejábamos todos frente al tema de la vio-lencia y los fondos que la financian.

Antes, si un acto contra la población civil en algún lugar del pla-neta era favorable a nuestros intereses, hablábamos de crisis humanitaria, de defensa de la democracia, de razones de Esta-do, y seguíamos caminando imperturbables, con la conciencia limpia de escrúpulos.
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Por el contrario, si un acto contra la población civil en cual-quier lugar iba contra nuestros intereses, entonces sí nos pro-nunciábamos con firmeza, reaccionábamos con indignación, y hablábamos de terrorismo, de atentados contra la humani-dad, de ataques aleves contra la democracia y los derechos humanos.

Señor Presidente, Señores Delegados:

¡No más ambigüedades ni equívocos! Éstos son tiempos de defi-nirnos, sin términos medios: O estamos de parte del hombre, de la dignidad del hombre y su integridad, o no lo estamos.

Donde quiera se atente contra esta dignidad o se ataque a la población civil nos encontramos ante un acto de terrorismo. No importa que esos actos provengan de un grupo de fanáticos reli-giosos o de organizaciones con pretendidos ideales políticos. ¡Nada puede ser pretexto para atacar a los civiles indefensos!

La línea divisoria es muy sencilla: O se respeta la vida y dignidad del ser humano, o se está en contra de la humanidad.

Lo que los terribles hechos de 1 1 de septiembre han significado no es un choque de civilizaciones, de religiones o de culturas. El único choque que se ha puesto al descubierto es el de una mino-ría violenta, fanática, en contra de cualquier civilización.

¡No podemos aceptar más justificaciones para la violencia! Así nos cueste, así vaya en contra de nuestros intereses coyuntura-les, hay algo más valioso que todo en el mundo, y ese algo es la vida y la dignidad de los seres humanos.

¡Todos tenemos que ponernos de pie en este momento y con-denar sin reparos cualquier acto de violencia contra otro ser humano, tenga el pretexto que tenga! Si no apostamos con decisión por el hombre y su valor, ¿qué nos queda? ¿Con qué derecho vamos a llamarnos dirigentes de una humanidad a la deriva?

Hoy hablo ante ustedes, con la enorme responsabilidad y tam-bién con la autoridad de ser el Presidente de una nación que, como Colombia, ha sufrido por décadas la existencia de un con-flicto interno que cobra cada día muertos y secuestrados por causa de la intolerancia de grupos ilegales que pretenden imponerse a costa de la vida de sus compatriotas.

Hoy hablo ante ustedes con el compromiso de representar a un país que, como Colombia, ha sido la principal víctima de la adicción mundial a las drogas ilícitas, que ha puesto demasiados muertos, que ha sacrificado recursos naturales y financieros para luchar contra un delito que no es suyo sino mundial y que deja sus enormes utilidades por fuera de nuestras fronteras.

En esas dos condiciones hoy me dirijo a la comunidad interna-cional, representada en esta Asamblea, para exigir, con la frente en alto, que paremos la retórica y pasemos a los hechos.

El mundo se asombra hoy del nefasto terrorismo. Nosotros tam-bién, y debo decir, con sinceridad, que lo veníamos sufriendo en carne propia desde hace mucho tiempo, aunque no siempre sen-timos el pulso firme de la comunidad internacional a nuestro lado.

Todos sabemos que el mercado mundial de las drogas ilícitas es el gran financiador del terrorismo y de la muerte en el mundo. Sin embargo, la comunidad internacional se contentaba con impul-sar y demandar el control del mismo desde los centros de pro-ducción mediante acciones policivas, de erradicación y de inter-dicción, y se le olvidaba que este flagelo es mucho más que culti-vo y tráfico: es un problema mundial con ramificaciones globales.

Colombia siempre lo ha dicho, mi Gobierno lo ha repetido en cuanto escenario internacional se nos ha prestado para ello: Hay que controlar la producción de drogas ilícitas, pero no podemos olvidar que éste es un negocio complejo y transnacional y que las inmensas ganancias del narcotráfico no se quedan en nuestro país. ¡No, señores! Esas utilidades circulan campantes por el to-rrente financiero internacional, donde financistas y hombres de negocios de apariencia respetable prosperan en medio de la to-lerancia del mundo entero.

Tenemos que aprender incluso de las desgracias, ¡sobre todo de las desgracias!, y algo hemos aprendido de los sucesos del 11 de Septiembre:

Hemos aprendido que la laxitud en el control de las entidades financieras, que la existencia de paraísos fiscales y bancarios, equivale a entregar una patente de corso para que los criminales hagan y rehagan sus ganancias, acumulando fondos para fi-nanciar la muerte.

La responsabilidad compartida que nuestro país ha demandado en el tema de la lucha contra las drogas ilícitas debe ser aplicada también a la lucha contra el terrorismo.

Esta nueva convicción internacional -que todos estábamos en mora de aplicar, tal vez por el adormecimiento de la llamada pos-guerra fría- debe traducirse en hechos que superen los discursos:

¡No más convivencia con el lavado de activos, así tengamos que afectar los grandes conglomerados financieros del mundo!

¡No más insumos químicos producidos y vendidos sin control para la producción de drogas!

¡No más armas producidas y vendidas de forma ilegal o sin con-troles para la propagación de la muerte!

Sólo si hacemos realidad estos postulados -comenzando por los países desarrollados-, con hechos concretos y voluntad política, estaremos dando sentido y eficacia a la lucha que ha venido pro-tagonizando mi país, Colombia, desde hace años, contra el cul-tivo y la producción de drogas.

De las dañinas consecuencias del fenómeno de las drogas ilícitas no se exceptúa ningún país. No hay epicentros en este negocio ilícito. Es una actividad criminal de naturaleza global. El proble-ma de las drogas y, en general, el crimen organizado menosca-ban la institucionalidad, conspiran contra la democracia, dete-rioran la gobernabilidad, siembran muerte y violencia, son caldo de cultivo para la corrupción, erosionan los sistemas judiciales y obstaculizan el imperio de la ley. La responsabilidad compartida significa, pues, la responsabilidad por la defensa de la democra-cia, de nuestros principios e instituciones.

En el 2003 se cumplirán cinco años de haberse realizado la Cumbre Mundial sobre las Drogas. Debemos impulsar desde ya una revisión a fondo de los logros alcanzados, los impedimentos encontrados, los nuevos retos a enfrentar y las acciones adicio-nales que deben adelantarse para romper definitivamente los es-labones que sostienen ese fenómeno mundial.

Pero debemos hacerlo sin perdernos en los tonos grises. ¡Necesi-tamos que el compromiso de la comunidad internacional sea real y concreto! ¡Que toque por fin las finanzas de los traficantes de la muerte! ¡Que combata su negocio en donde verdaderamente hacen sus utilidades!

El Consejo de Seguridad está tomando, por fortuna, importantes decisiones en este sentido que encauzan la lucha contra el cri-men en la dirección correcta. La Resolución 1373 del Consejo, así como las medidas que estamos tomando los gobiernos de todo el mundo para combatir la financiación del terrorismo inter-nacional, constituyen avances fundamentales que Colombia apo-ya sin dilaciones.

Tenemos que trabajar unidos para desarmar la estructura finan-ciera de los extremistas. Sólo así estaremos dejando un mundo más seguro a nuestros hijos. Sólo así comenzaremos a derrotar, desde sus orígenes, esa plaga de violencia y terrorismo que nace en los imperios tronsnacionales de las drogas.

Señor Presidente:

Hace un año nos reunimos en este mismo recinto con ocasión de la Cumbre del Milenio. Ninguna de las prioridades identificadas en esa oportunidad fue enfatizada tanto como la necesidad de hacer que la globalización beneficie a todos los pueblos del mun-do. La realidad de la globalización es una realidad de asimetrías que ha conducido al descontento y al conflicto. Es necesaria una reflexión profunda en la que se reconozca la responsabilidad que nos concierne para humanizar la globalización y asegurar que en ella se reflejen los intereses de todos los países y regiones.

En ese contexto, la Conferencia sobre Financiación del Desorro-Ilo a celebrarse a comienzos del año 2002 en México adquiere una relevancia especial. A menos que se movilicen los recursos financieros necesarios y que podamos avanzar hacia una nueva arquitectura que asegure la estabilidad del sistema financiero in-ternacional, los compromisos y derroteros trazados en la Cum-bre del Milenio serán letra muerta.

Con el mismo criterio, debemos impulsar la realización de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible que tendrá lugar también el año próximo en Johannesburgo. Necesitamos conso-lidar allí una visión positiva y adoptar una carta de navegación que nos permita lograr una verdadera armonía entre el creci-miento económico, el desarrollo social y la preservación del me-dio ambiente.

Señor Presidente y estimados delegados:

Ésta es la última oportunidad en que asisto a esta Asamblea de las Naciones Unidas en mi calidad de Presidente de Colombia. Cada año, desde 1998, he hablado ante ustedes sobre el com-promiso de mi Gobierno y de todo el pueblo colombiano con la búsqueda de la paz, con la democracia y con el progreso con justicia social.

Como ningún otro mandatario de mi país me he entregado de lleno a buscar la paz. No me arrepiento de haberlo hecho, por-que los colombianos estamos cansados de la violencia, la intimi-dación, el crimen y el secuestro. Yo confío en que todos los gru-pos al margen de la ley hagan la escogencia acertada en este momento crucial no sólo de la historia de Colombia, sino de la historia de la humanidad entera.

De ellos depende determinar cómo quieren ser tratados: si como terroristas y narcotraficantes, o como insurgencia política. Son ellos quienes tienen que definirse con sus propios hechos. Si su actuación conduce a que sean enfrentados simplemente como terroristas, deben tener muy claro -y así lo expreso vehemente-mente ante el mundo- que Colombia y la comunidad internacio-nal cumpliremos con los compromisos y las medidas adoptadas en el Consejo de Seguridad para combatirlos.

La historia continúa: no se detiene. Los gobernantes pasan pero los pueblos siguen caminando sobre la senda marcada. Hoy sigo cre-yendo que la paz es posible, si hay voluntad para hacerla. Sigo cre-yendo, con la esperanza cierta de quien conoce los valores de su gente, que el camino que comenzamos a recorrer no será estéril.

La comunidad internacional ha demostrado, durante mi manda-to, una solidaridad sin precedentes con el pueblo de Colombia y con su búsqueda de la paz, la cual agradezco hoy de corazón.

Muy especialmente debo mencionar el concurso del Asesor Es-pecial del Secretario General de las Naciones Unidas para la Asis-tencia Internacional a Colombia, Jan Egeland, y el generoso apor-te de los países amigos en los diálogos con los grupos insurgen-tes. El mundo se ha colocado al lado de la paz de Colombia y ese es un gesto que entendemos y apreciamos en todo su valor.

Señor Presidente:

Hoy traigo la voz fuerte y decidida de 40 millones de colombia-nos, que son todos luchadores por una vida mejor y más digna, y reafirmo ante el mundo un mensaje que propone y exige claridad a la comunidad internacional.

Ya no es tiempo de lamentaciones. ¡Es tiempo de definiciones!

Abandonemos los discursos vacíos, dejemos atrás la doble moral que mide con una vara los actos que nos convienen y con otra los que nos desfavorecen. ¡Vamos a avanzar todos unidos contra el terrorismo, en todas sus formas y a pesar de todos sus pretextos!

¡No más ambigüedades! ¡No más justificaciones para la violen-cia! ¡No olvidemos jamás que nada hay tan sagrado, que riada hay tan valioso, que nada hay tan digno, como la vida de un ser humano!