En el mundo hay casi 1.000 millones de personas con trastornos mentales, un suicidio cada 40 segundos y la depresión ya se considera una de las principales causas de enfermedad y discapacidad entre niños y adolescentes.

Todo esto ya se sabía antes de la COVID-19; ahora estamos empezando a constatar las repercusiones de la pandemia en el bienestar mental de las personas, y es solo el principio. Muchos grupos, en particular los ancianos, las mujeres, los niños y las personas con problemas de salud mental, podrían tener importantes problemas de salud a medio o largo plazo si no se toman medidas para evitarlo.

Ocuparse de la salud mental es fundamental para lograr la cobertura sanitaria universal y debemos comprometernos a ello. Son demasiado pocas las personas que pueden acceder a servicios de salud mental de calidad. Más del 75 % de las personas con problemas de salud mental de los países de ingresos bajos y medianos no reciben tratamiento alguno. Globalmente, los gobiernos dedican por término medio a la salud mental menos del 2 % de sus presupuestos sanitarios. Esta situación es insostenible.

No podemos seguir desatendiendo la necesidad de incrementar cuantiosamente la inversión en salud mental. Es hora de aunar esfuerzos para lograr que quienes lo necesiten tengan unos buenos servicios de salud mental y hacer que nos recuperemos más rápido de la crisis de COVID-19.