11/12/2020

Neutralidad en carbono para 2050: la misión mundial más urgente

António Guterres

Mientras el mundo celebra el quinto aniversario de la aprobación del histórico Acuerdo de París sobre el cambio climático, se está forjando un prometedor movimiento en pro de la neutralidad en carbono.
 

Para el próximo mes, países que representan más del 65 % de los gases de efecto invernadero nocivos y más del 70 % de la economía mundial se habrán comprometido a alcanzar emisiones netas cero para mediados del siglo.

Al mismo tiempo, los principales indicadores climáticos están empeorando. Aunque la pandemia de COVID-19 ha reducido temporalmente las emisiones, los niveles de dióxido de carbono siguen alcanzando niveles máximos récord y van en aumento. El último decenio fue el más cálido jamás registrado; el hielo marino del Ártico en octubre llegó al nivel más bajo de su historia, y apocalípticos incendios, inundaciones, sequías y tormentas son cada vez más habituales. La biodiversidad se está colapsando, los desiertos se están extendiendo y los océanos están calentándose y atragantándose con residuos plásticos. La ciencia nos dice que, a menos que reduzcamos la producción de combustible fósil en un 6 % cada año de aquí a 2030, las cosas empeorarán. En cambio, el mundo se encamina hacia un aumento anual del 2 %.

La recuperación de la pandemia nos da una oportunidad inesperada pero vital para atacar el cambio climático, arreglar nuestro medio ambiente mundial, rediseñar las economías y reimaginar nuestro futuro. Esto es lo que debemos hacer:

En primer lugar, debemos construir una verdadera coalición mundial en pro de la neutralidad en carbono para 2050.

La Unión Europea se ha comprometido a hacerlo, al igual que el Reino Unido, el Japón, la República de Corea y más de 110 países. También el gobierno entrante de los Estados Unidos. China se ha comprometido a alcanzar ese objetivo antes de 2060.

Cada país, ciudad, institución financiera y empresa debe adoptar planes para efectuar la transición a emisiones netas cero, y actuar ahora mismo para encaminarse hacia el logro de ese objetivo, lo cual implica reducir las emisiones mundiales para 2030 en un 45 % respecto de los niveles de 2010. En preparación de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima que se celebrará el próximo noviembre en Glasgow, los Gobiernos están obligados en virtud del Acuerdo de París a fijar metas más ambiciosas cada cinco años y presentar compromisos reforzados, conocidos como contribuciones determinadas a nivel nacional, y esas contribuciones deben demostrar una verdadera ambición de alcanzar la neutralidad en carbono.

La tecnología juega a nuestro favor. Hoy en día cuesta más hacer funcionar la mayoría de las centrales eléctricas de carbón que construir nuevas centrales de energías renovables desde cero. El análisis económico confirma que ese es el rumbo acertado. Según la Organización Internacional del Trabajo, pese a las inevitables pérdidas de puestos de trabajo, la transición a la energía limpia redundará en la creación neta de 18 millones de puestos de trabajo para 2030. Ahora bien, debemos reconocer los costos humanos de la descarbonización, y ayudar a la fuerza de trabajo con protección social, y dotándola de nuevas y mejores competencias para que la transición sea justa.

En segundo lugar, debemos alinear las finanzas mundiales con el Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el plan mundial para un futuro mejor.

Es hora de fijar un precio al carbono; poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles y a su financiación; dejar de construir nuevas centrales eléctricas de carbón; trasladar la carga fiscal de los ingresos al carbono, y de los contribuyentes a los contaminadores; hacer obligatoria la divulgación de los riesgos financieros relacionados con el clima; e integrar el objetivo de la neutralidad en carbono en todas las decisiones económicas y fiscales. Los bancos deben alinear sus préstamos con el objetivo de emisiones netas cero, y los propietarios y gestores de activos deben descarbonizar sus carteras.

En tercer lugar, debemos lograr un avance decisivo en materia de adaptación y resiliencia para ayudar a quienes ya se enfrentan a los graves efectos del cambio climático.

La ayuda que prestamos hoy no es suficiente: la adaptación representa apenas el 20 % de la financiación para el clima. Ello dificulta nuestros esfuerzos para reducir el riesgo de desastres. Tampoco es inteligente: cada dólar invertido en medidas de adaptación podría producir casi 4 dólares en beneficios. La adaptación y la resiliencia revisten especial urgencia en los pequeños Estados insulares en desarrollo, para los cuales el cambio climático es una amenaza existencial.

El próximo año nos ofrece muchísimas oportunidades para hacer frente a nuestras emergencias planetarias, a través de las grandes conferencias de las Naciones Unidas y otras iniciativas en los ámbitos de la biodiversidad, los océanos, el transporte, la energía, las ciudades y los sistemas alimentarios. La propia naturaleza es uno de nuestros mejores aliados: las soluciones basadas en la naturaleza podrían aportar un tercio de las reducciones netas de las emisiones de gases de efecto invernadero necesarias para cumplir los objetivos del Acuerdo de París. El conocimiento indígena puede ayudar a indicar el rumbo. Y mientras la humanidad concibe estrategias para preservar el medio ambiente y construir una economía verde, necesitamos más mujeres que tomen decisiones en las mesas de negociación.

La COVID y el clima nos han llevado a un umbral. No podemos volver a la desigual y frágil normalidad de antes; en cambio, debemos avanzar hacia un camino más seguro y sostenible. Es una prueba compleja en lo normativo y urgente en lo moral. Como las decisiones de hoy marcarán el rumbo de las próximas décadas, debemos hacer que la recuperación de la pandemia y la acción climática sean las dos caras de la misma moneda.
 

via Le Monde (France)