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Secretario General Ban Ki-Moon

EL FUTURO QUE DESEAMOS

Artículo de opinión - «La Reforma», México, 26 de mayo de 2012

Por Ban Ki-moon

Hace veinte años, celebramos la Cumbre de la Tierra. Los líderes del mundo, reunidos en Río de Janeiro, acordaron un ambicioso plan para un futuro más seguro. Trataron de hallar un equilibrio entre, por una parte, los imperativos de un fuerte crecimiento económico y las necesidades de una población en expansión y, por la otra, la necesidad ecológica de conservar los recursos más preciados de nuestro planeta: la tierra, el aire y el agua. Y convinieron en que la única manera de conseguirlo era rompiendo con el viejo modelo económico y creando uno nuevo; lo llamaron desarrollo sostenible.

Dos décadas después, regresamos al futuro. Los problemas a los que se enfrenta la humanidad hoy son muy parecidos a los de entonces, solo que de mayor magnitud. Poco a poco, hemos ido tomando conciencia de que nos hemos adentrado en una nueva era. Algunos incluso la consideran una nueva época geológica, donde la actividad humana está alterando radicalmente la dinámica terrestre.

El crecimiento económico mundial per capita de una población mundial que sobrepasó los 7 mil millones el año pasado ha sometido a ecosistemas frágiles a presiones sin precedentes. Reconocemos que no podemos continuar gastando y consumiendo en nuestra búsqueda de la prosperidad. Sin embargo, no hemos adoptado la solución obvia, que es la única posible en la actualidad, como lo era hace 20 años: el desarrollo sostenible.

Por fortuna, tenemos una segunda oportunidad para actuar. En menos de un mes, los líderes del mundo se reunirán de nuevo en Río, esta vez con motivo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, o Río+20. Y una vez más, Río brinda una oportunidad única para pulsar el botón de reinicio: tomar un nuevo rumbo hacia el futuro en el que haya un equilibrio entre las dimensiones económica, social y medioambiental de la prosperidad y el bienestar de la humanidad.

Allí se darán cita más de 130 jefes de Estado y de Gobierno, a los que acompañarán unos 50 mil grandes empresarios, autoridades municipales, activistas e inversores: una coalición mundial para el cambio. Pero el éxito no está garantizado: para garantizar un mundo seguro a las generaciones venideras -pues eso es lo que está en juego-, necesitamos de la colaboración y la plena implicación de los dirigentes mundiales de las naciones ricas y pobres, de los países pequeños y grandes. Su principal reto: concitar el apoyo global a una agenda para el cambio que suponga una transformación, poner en marcha una revolución conceptual sobre cómo queremos generar un crecimiento dinámico y sostenible al mismo tiempo para el siglo 21 y más allá.

Corresponde a los dirigentes nacionales fijar esta agenda, de conformidad con las aspiraciones de sus pueblos. Si tuviera que darles algún consejo en mi calidad de Secretario General de las Naciones Unidas, este sería que se centraran en tres «conjuntos» de resultados que harán de Río+20 el punto de inflexión que debería ser.

En primer lugar, Río+20 debería inspirar una nueva mentalidad y motivar a la acción. Es evidente que el viejo modelo económico se está desmoronando. En demasiados lugares, el crecimiento se ha estancado, disminuyen los puestos de trabajo, se agrandan las desigualdades entre ricos y pobres, y comprobamos una alarmante escasez de alimentos, combustible y recursos naturales de los que depende la civilización.

En Río, los negociadores tratarán de aprovechar los éxitos de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que han ayudado a sacar a millones de personas de la pobreza. Un nuevo énfasis en la sostenibilidad puede traer consigo lo que los economistas denominan un «triple balance»: un crecimiento económico que crea puestos de trabajo, unido a la protección del medio ambiente y la inclusión social.

En segundo lugar, Río+20 debería centrarse en las personas, ser una cumbre de las personas que ofrezca una esperanza concreta de mejoras reales en la vida diaria. Entre las opciones que hay sobre la mesa de los negociadores está la de declarar un futuro «sin hambre»: sin niños que sufran retrasos en el crecimiento por la falta de una alimentación adecuada, sin malgasto de alimentos y de la producción agrícola en sociedades donde la gente no tiene suficiente para comer.

Río+20 también debería ser un foro para que dejen oír su voz quienes escuchamos con menos frecuencia: las mujeres y los jóvenes. Las mujeres sostienen la mitad del firmamento, merecen gozar de igualdad de oportunidades en la sociedad. Deberíamos dotarlas de los medios suficientes para que sean dueñas de su propio destino, como motores del dinamismo económico y del desarrollo social que son. Y los jóvenes, que representan nuestro futuro: ¿estamos creando oportunidades para ellos, casi 80 millones de los cuales accederán al mercado laboral todos los años?

En tercer lugar, Río+20 debería hacer un claro llamamiento a la acción: no malgastemos. La Madre Tierra ha sido generosa con nosotros. Que la humanidad le devuelva el favor respetando sus límites naturales. En Río, los Gobiernos deberían instar a que hagamos un uso más eficiente de los recursos. Debemos proteger los océanos, así como el agua, el aire y los bosques. Debemos hacer que las ciudades sean más habitables, lugares en los que vivamos en mayor armonía con la naturaleza.

En Río+20, exhortaré a los Gobiernos, las empresas y otros grupos a que promuevan mi propia iniciativa de Energía Sostenible para Todos. El objetivo: que la energía sostenible sea de acceso universal, que dupliquemos la eficiencia energética y que dupliquemos el uso de las fuentes de energía renovables para 2030.

Dado que muchos de los problemas actuales tienen alcance mundial, exigen una respuesta mundial: el poder colectivo ejercido en una poderosa alianza. Este no es el momento de disputas sin sentido. Es el momento de que los dirigentes del mundo y sus pueblos se unan en igualdad de propósito en torno a un proyecto compartido de un futuro común: el futuro que deseamos.

Ban Ki-moon es Secretario General de las Naciones Unidas.