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El Secretario General

Discurso en el Museo y Biblioteca Presidencial Truman

       Independence, Missouri, 11 de diciembre de 2006



Gracias, Senador [Hagel] por su magnífica presentación. Es un gran honor ser presentado por un legislador tan distinguido. Y gracias también a usted, Sr. Devine, y a todos sus colaboradores, así como a la muy eficiente sección de la Asociación pro Naciones Unidas de Kansas City, por todo lo que han hecho para que esta ocasión fuera posible.

Es un gran placer y un privilegio encontrarme aquí en Missouri. Para mí es casi como volver a casa. Hace casi medio siglo fui un estudiante a unas 400 millas al norte de este lugar, en Minnesota. Llegué allá directamente desde África, y les aseguro que Minnesota me enseñó la importancia de un abrigo grueso, una bufanda abrigada ... e incluso de las orejeras.

Cuando se deja un hogar por otro, siempre hay cosas que aprender. Yo tuve que aprender mucho más cuando pasé de Minnesota a las Naciones Unidas, el hogar común indispensable de toda la familia humana, que ha sido también mi hogar en estos últimos 44 años. Hoy quiero referirme sobre todo a cinco cosas que he aprendido en los últimos 10 años durante los cuales he ocupado el cargo difícil, pero a la vez apasionante, de Secretario General.

Considero especialmente apropiado que lo haga aquí en este recinto en que se honra el legado de Harry S. Truman. Si Franklin Delano Roosevelt fue el arquitecto de las Naciones Unidas, el Presidente Truman fue el maestro de la obra y el fiel defensor de la Organización en sus primeros años, cuando enfrentaba problemas muy distintos de los que había previsto el Presidente Roosevelt. El nombre de Truman estará vinculado para siempre con el recuerdo del liderazgo preclaro de los Estados Unidos, en una gran empresa de alcance mundial. Y ustedes verán que cada una de las cinco cosas que aprendí me lleva a concluir que ese liderazgo se necesita hoy tanto como hace 60 años.

Aprendí, en primer lugar, que en el mundo de hoy, la seguridad de cada uno de nosotros está vinculada a la de todos los demás.

En segundo lugar, aprendí que no sólo somos todos nosotros responsables de la seguridad de los demás. También somos en cierta medida responsables de su bienestar. La solidaridad mundial es necesaria y posible.

En tercer lugar, aprendí que tanto la seguridad como el desarrollo dependen en última instancia del respeto de los derechos humanos y del estado de derecho.

En cuarto lugar, muy ligado al anterior, los gobiernos deben rendir cuenta de sus acciones en el plano internacional, así como en el nacional.

Ésa es la experiencia adquirida. Permítanme recordarles brevemente los cuatro puntos anteriores:

Primero, todos somos responsables de la seguridad de los demás.

Segundo, podemos y debemos dar a todo el mundo la oportunidad de beneficiarse de la prosperidad mundial.

Tercero, tanto la seguridad como la prosperidad dependen de los derechos humanos y el estado de derecho.

Cuarto, los Estados deben rendir cuentas ante los demás, y ante diversos agentes no estatales, de su comportamiento en el plano internacional.

En quinto y último lugar, de los cuatro puntos anteriores se deriva inexorablemente que sólo podemos lograr todas esas cosas trabajando juntos mediante un sistema multilateral y aprovechando al máximo el singular instrumento que nos legaron Harry Truman y sus contemporáneos, a saber, las Naciones Unidas.

Esos cinco puntos pueden resumirse en cinco principios, que considero fundamentales para el futuro desarrollo de las relaciones internacionales: la responsabilidad colectiva, la solidaridad mundial, el estado de derecho, la rendición de cuentas mutua y el multilateralismo. Permítanme que se los confíe a ustedes, ya que en tres semanas cederé mi puesto al nuevo Secretario General.

Amigos míos, hemos avanzado mucho desde 1945, cuando se establecieron las Naciones Unidas. Pero aún queda mucho por hacer para llevar a la práctica esos cinco principios.

Estando frente a ustedes me viene a la memoria la última visita de Winston Churchill a la Casa Blanca, justo antes de que Truman dejara su cargo en 1953. Churchill recordó su único encuentro anterior, en la conferencia de Potsdam en 1945. "Debo confesarle", dijo con atrevimiento, "que le tenía en muy baja estima entonces. Me irritaba profundamente que hubiera ocupado el puesto de Franklin Roosevelt". Luego hizo una pausa y prosiguió: "Le juzgué mal. Desde entonces, usted, más que ningún otro hombre, ha salvado la civilización occidental".

Amigos míos, nuestro desafío actual no es salvar la civilización occidental, ni tampoco la oriental. La civilización en sí está en peligro, y sólo podemos salvarla si todos los pueblos nos unimos en esa labor.

El pueblo americano hizo tanto, en el último siglo, por construir un sistema multilateral eficaz, con las Naciones Unidas en el centro. ¿Es menos necesario hoy para el pueblo americano, y necesita menos atención de éste, que hace 60 años?

Está claro que no. Hoy más que nunca los estadounidenses, como el resto de la humanidad, necesitan un sistema mundial que funcione, mediante el cual los pueblos del mundo puedan hacer frente a los desafíos mundiales de manera conjunta. Y para que funcione, el sistema aún clama por un liderazgo estadounidense de amplias miras, al estilo de Truman.

Espero y ruego que los dirigentes estadounidenses actuales, y futuros, lo ejerzan.

Muchas gracias.