Discurso de apertura de la reunión del Consejo de Seguridad y las organizaciones regionales:
"Medidas para hacer frente a las nuevas amenazas a la paz y la seguridad internacionales"

Nueva York, 11 de abril de 2003




Sr. Presidente, le agradezco su oportuna iniciativa de organizar esta importante reunión. Es evidente que nos encontramos en una encrucijada en el desarrollo de las relaciones internacionales, y me complace ver aquí a representantes de tantas organizaciones regionales. Ello demuestra nuestro interés conjunto en forjar estrategias comunes para hacer frente a los retos que tenemos por delante.

Muy rara vez el sentimiento de inseguridad en el mundo ha sido mayor que hoy. Del mismo modo, nunca pueblos y naciones han tenido deseos tan sinceros de encontrar un marco de paz y seguridad firmemente basado en el imperio de la ley a escala internacional.

Tal marco debe ser capaz de responder con rapidez y eficacia a los retos de un mundo que cambia velozmente.

Vivimos en un mundo en el que junto a una riqueza sin precedentes subsiste la penuria más atroz. La globalización crea oportunidades para algunos, pero excluye a demasiados. La interdependencia y la apertura de las fronteras nos une cada vez más, mientras que la intolerancia abre brechas entre unos y otros. La ciencia ofrece posibilidades sin límites y, sin embargo, el SIDA se cobra la vida de un niño cada minuto. Los avances de la tecnología nos permiten comunicarnos en menos de un segundo con lugares situados a miles de kilómetros, pero también proporcionan instrumentos a los terroristas internacionales que pueden ayudarles a llevar a cabo sus planes de aniquilar a miles de personas en esa misma fracción de segundo.

No es mi intención continuar con esta enumeración, aunque podría hacerlo. Todos debemos ser conscientes de que muchos de los problemas a los que debemos hacer frente en el siglo XXI son globales. Y tanto la proliferación de armas de destrucción masiva como el tráfico de armas pequeñas, el cambio climático como la aparición de nuevos y mortíferos virus, son problemas que pueden poner en peligro no sólo nuestra estabilidad sino nuestra supervivencia.

Estas cuestiones no son nuevas en el programa de las Naciones Unidas. No obstante, para muchos pasaron a ocupar un primer plano, de forma apremiante y dolorosa, a raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, y todavía más ahora con la guerra en el Iraq, que gentes de todo el mundo están siguiendo en tiempo real en sus pantallas de televisión.

Y aún así, pese al sentido de vulnerabilidad e incertidumbre que domina la conciencia mundial, los pueblos y las naciones abrigan la esperanza de reforzar los cimientos de la estabilidad y de unirse en torno a la común condición humana. Los ciudadanos buscan instituciones y sistemas que defiendan los principios que comparten y garanticen soluciones multilaterales.

Los ciudadanos dirigen su mirada a las Naciones Unidas. Buscan modos de plasmar en la realidad los ideales consagrados en la Carta de las Naciones Unidas, que estableció los principios fundamentales del derecho internacional. Esos principios son el resultado de la dilatada y a menudo trágica historia de la humanidad.

Nuestra Organización -con todas sus imperfecciones, reales y percibidas- ha atesorado una experiencia única en la gestión de un gran número de crisis, prestando asistencia humanitaria a millones de personas que lo necesitan, ayudando a los habitantes de países víctimas de conflictos armados en las labores de reconstrucción, promoviendo los derechos humanos y el Estado de derecho, y realizando otras muchas actividades que han llegado a considerarse elementos esenciales del establecimiento, el mantenimiento y la consolidación de la paz.

Para realizar todas estas tareas, las Naciones Unidas se han apoyado, en mayor o menor medida, en colaboradores regionales -en África, Asia, Europa y América Latina. Juntos, a lo largo de los turbulentos años de las últimas décadas, hemos aprendido mucho sobre la necesidad de transformar un sentimiento de inseguridad colectiva en una sistema de seguridad colectiva. Éste es precisamente el propósito del Capítulo VIII de la Carta de las Naciones Unidas, que guía e inspira la reunión que se celebra hoy.

Ahora es el momento de redoblar nuestros esfuerzos para encontrar ese espacio y esos objetivos comunes. Es preciso avanzar en la creación de una red de mecanismos eficaces -a nivel regional y mundial- que se refuercen mutuamente, sean flexibles y respondan a la realidad en la que hoy vivimos.

Las Naciones Unidas están dispuestas a trabajar con las organizaciones regionales en esta decisiva misión. Es de esperar que la reunión que hoy se celebra inyecte nuevas energías a la asociación que compartimos. Por el bien de los ciudadanos del mundo, debemos procurar que esa asociación tenga éxito.

Muchas gracias.