Después de escapar del fascismo en 1933, el escritor alemán Thomas Mann escribió que era demasiado buen alemán y se sentía demasiado unido a las tradiciones culturales y al idioma de su país como para poder aceptar la idea del exilio sin sentirse sumamente intranquilo1.

Les voy a hacer una pregunta: ¿en qué idioma sueñan? Si hablan más de un idioma, ¿cuál de ellos es la opción predeterminada de su cerebro durante el período de inconsciencia del sueño? Cuando soñamos, estamos creando nuestro propio mundo imaginario. En esa situación ideal, el idioma que hablamos es aquel al que más unidos nos sentimos. Cuando ya llevaba varios años en Kenya, me di cuenta de que, a pesar de hablar en suajili con los habitantes de la zona y de seguir aprendiendo inglés, cuando me refugiaba en el sueño, lo hacía en mi lengua materna, el kinyarwanda. También recuerdo que, cuando mis hermanos o yo hacíamos alguna travesura, mi madre, como si cambiara de emisora, nos reñía en nuestro idioma materno. Las investigaciones sobre el aprendizaje de idiomas demuestran que pensamos de manera más crítica cuando lo hacemos en nuestra lengua materna. Cuando una persona vuelve a conectar con su cultura y con su idioma, refuerza su identidad y desarrolla una mayor capacidad de reflexión. Creo que también es una forma de darle sentido a nuestras vidas.

En estos momentos hay 65,3 millones de personas desplazadas en el mundo. Estas personas se encuentran en una situación que nadie hubiera elegido para sí mismo. Están más lejos de casa que nadie, caminando sobre un suelo en el que habitan extraños que hablan un idioma extranjero. Han dejado de lado su lengua materna y han adoptado otro idioma para poder sobrevivir. Si buscamos la palabra “intranquilo” en el diccionario, encontramos sinónimos como alarmado, preocupado, angustiado, asustado y atemorizado. Google define “intranquilo” como “que siente cierta agitación, que no está tranquilo”. No cabe duda de que todos los desplazados del mundo se sienten intranquilos por su presente y por su futuro.

Cuando Thomas Mann se dio cuenta de que no podría volver a casa, supo que el cambio ya había comenzado. Sabía que tenía que adaptarse a otro contexto, a otra cultura, a otro idioma. La idea de abandonar todo lo que le era conocido le aterraba. No podía imaginarse cómo lograría dar la espalda a su cultura y traicionar a su idioma.

El mayor reto al que se enfrentan los refugiados es uno en el que la mayoría de las personas nunca se paran a pensar. El nivel de cambio al que deben enfrentarse estas multitudes olvidadas es desconcertante. Ser fuertes no es una opción. No son capaces de ubicarse en el lugar en el que se encuentran, puesto que nunca planearon este viaje. No hay ningún tipo de profilaxis para el choque cultural. No saben las palabras básicas para saludar o preguntar cómo se va a un sitio. Se sienten como si les hubieran empujado a un lago de aguas tenebrosas, solos, heridos, y amordazados. Ni siquiera pueden ocultar el rostro, porque la realidad no perdona.

Los refugiados se han visto obligados a dejar su hogar, todo lo que les era conocido, y se les ha despojado de todo lo que tenían, y ahora luchan por encontrar cualquier tipo de conexión con su tierra natal. A través del idioma y de la cultura, se aferran a los recuerdos de los seres queridos y los familiares que han perdido la vida. Cuando todo a su alrededor sigue cambiando, los refugiados solo pueden pedir que, en su corazón, sigan siendo la misma persona. ¿No basta con las pérdidas materiales? ¿Tienen que perder también su identidad y perderse a sí mismos? Nadie debería verse obligado a hacerlo. La preservación de la cultura resulta fundamental para la supervivencia de todas y cada una de las comunidades. Cuando aprendamos a apreciar la diversidad y la riqueza de las diferentes culturas que nos rodean, podremos apreciar y entender a cada una de las personas. Seremos más humanos y estaremos mejor preparados para asumir que nada es para siempre.

Albert Einstein dijo una vez que “la política es para el presente, pero una ecuación es para la eternidad”. Por el bien de la humanidad, debemos proteger la esencia de estas víctimas de la política. Puede que se conviertan en los mejores líderes jamás vistos en el mundo. Puede que descubran una ecuación que dure para siempre y que se les recuerde por ello, y no por su apatridia. Tal vez ahora sea una refugiada, pero un día, cuando alguien pronuncie mi nombre, será por el cambio que he logrado o por el progreso por el que he luchado. Mi cultura no me rompe, me construye.

Notas

1 Thomas Mann, “Carta a Albert Einstein”, 15 de mayo de 1933, en Thomas Mann, Briefe 1889 – 1936, Erika Mann, ed. (Frankfurt am Main: S. Fisher, 1961), pág. 331 y ss.