Nunca olvidaré el momento en que un terremoto sacudió Dodoma en 2002, cuando era parlamentaria de Tanzanía, mi país. No sabía como reaccionar ante los temblores, pero instintivamente corrí al exterior. Afortunadamente, los temblores causaron daños mínimos, pero me hicieron sentir de una manera sumamente personal cuál frágiles somos. El terremoto que asoló Haití trajo vívidamente estos recuerdos, y sentí una gran solidaridad con mis muchos colegas y el pueblo de Haití, tan afectados por el terremoto.
Para muchos más millones de personas de todo el mundo, la tragedia causó un profundo sentimiento de solidaridad que dio paso a una generosa asistencia. Este momento de solidaridad es también un momento para reflexionar acerca de los efectos de los desastres en todo el mundo, el papel de las Naciones Unidas y nuestra responsabilidad común de responder, no solo a las necesidades inmediatas, sino también a las necesidades para el futuro sostenible de los supervivientes.
Demasiado a menudo, los más afectados son mujeres y niños. En busca de refugio, las madres caminan grandes distancias llevando a sus hijos en brazos y sus posesiones en la cabeza, con el cuello hinchado a causa de la presión. Las familias quedan divididas. Los niños que son demasiado pequeños para comprender lo que está pasando suelen separarse de sus padres en el caos.
Cuando las atribuladas mujeres llegan a los campamentos organizados por los organismos de ayuda suelen encontrar la misma división desfavorable del trabajo que han sufrido durante mucho tiempo. Todavía son responsables por la salud y el bienestar de sus familias, pero ahora en circunstancias muchísimo peores.
Ante las condiciones más difíciles, las mujeres luchan por encontrar refugio, ropa y alimentos para su círculo vulnerable de seres queridos. Esto significa a menudo que deben adentrarse en territorio desconocido donde están expuestas a nuevos riesgos, desde robos a abusos sexuales.
Quizás los supervivientes que afrontan más dificultades son las madres debilitadas por lesiones asociadas con el parto. Intenten imaginar por un segundo que son una mujer embarazada que no solo teme por su vida sino también por la vida frágil que se ha desarrollado en su interior.
Las historias desgarradoras de mujeres embarazadas en situaciones de desastre-- que dan a luz en automóviles y tiendas de campaña, en bancos de los parques y en el suelo, sin agua y mucho menos sin atención médica --son un triste recordatorio de que el ciclo de vida no se desacelera o se detiene solo porque se produce un desastre. Es inaceptable que la función de dar vida se convierta repentinamente en una función que amenaza la vida de las mujeres.
El Fondo de Población de las Naciones Unidas estima que 63.000 mujeres embarazadas haitianas darán a luz después del terremoto. Nos apresuramos para protegerlas, ya que la generación de niños que traerán al mundo heredará el futuro del país. El Secretario General ha demostrado un gran liderazgo; después del terremoto actuó rápidamente para movilizar la familia de las Naciones Unidas y a la comunidad internacional y ayudar al pueblo de Haití en estos difíciles momentos.
Después de un desastre, la población padece grandes sufrimientos, pero hay muchas medidas que pueden adoptarse para prevenir y reducir sus efectos. Debemos prestar especial atención a las necesidades de las mujeres y sus hijos cuando planificamos las actividades. ¿Por qué agrupamos a las mujeres y los niños? Porque cuando una madre sufre, también sufren sus hijos.
Si una madre tiene hambre, no puede amamantar a sus hijos. Si una madre carece de refugio, sus hijos deben dormir al aire libre. Si una madre debe ir a buscar leña o agua, sus hijos la acompañan. Y si una madre es atacada, sus hijos pueden también sufrir la violencia o bien el golpe invisible pero no menos traumático de presenciar una experiencia terrible.
Quizás nunca podremos erradicar los desastres naturales pero, con una buena prevención y una atención especial a las necesidades de las mujeres y los niños, podremos contribuir en gran medida a reducir sus efectos.
Si podemos imaginar el miedo de una futura madre, también podremos prever un mundo en el que la planificación y una atención especial a las necesidades de estas madres, así como el cuidado de sus hijos, sienten las bases para que los partos tengan lugar con el menor riesgo posible, incluso en condiciones de emergencia.
Si entendemos las necesidades especiales de las mujeres, podemos tomar medidas para atenderlas. Lo esencial es ver los desastres en todas sus dimensiones, y prevenir sus efectos y responder a ellos lo más ampliamente posible. Esto requerirá incorporar una perspectiva de género en la fase de planificación. Los desastres exigen que proporcionemos no solo alimentos, sino atención médica, educación y medios para un futuro productivo.
Estos son algunos de los elementos críticos del tipo de reconstrucción que intentamos promover en Haití, cuyo pueblo ha sufrido tantos males seguidos. Debemos ayudarlo a reconstruir una sociedad con una mayor capacidad de recuperación que antes del terremoto.
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