Como fundador de Inter Press Service, que también celebra su 50º aniversario este año, permítanme compartir algunas reflexiones que constituyen, por su puesto, mi opinión personal, dado que no pertenezco al sistema intergubernamental. Si pienso en el entusiasmo y la esperanza que marcaron 1964, cuando todos esperábamos construir un sistema de relaciones internacionales más equilibrado y justo, cuando la solidaridad era una palabra clave, y lo comparo con el sentido de pesadumbre y estancamiento que domina las relaciones internacionales hoy en día, no puedo sino preguntarme qué es lo que falló. El hecho de que en la actualidad millones de ciudadanos, según varias encuestas de Gallup de todo el planeta, vean al mundo no como un elemento de estabilidad, sino como una causa grave de incertidumbre, es un factor importante que hay que considerar. Por consiguiente, expondré mi opinión personal acerca de lo que falló y de por qué hemos llegado a la situación de incertidumbre mundial actual.

Con la caída del muro de Berlín en 1989, todos aplaudieron el fin de la guerra fría y la descongelación de un mundo dividido en dos bloques, el oriental y el occidental. Muchos escribieron sobre los dividendos de la paz: la reducción de armamento permitiría destinar recursos a la cooperación internacional. La única voz discrepante fue la de Zbigniew Brzezinski, Asesor de Seguridad Nacional del Presidente Carter de los Estados Unidos de América, quien escribió que la descongelación pondría sobre la mesa numerosas cuestiones sin resolver y daría paso a un largo período de inestabilidad. Este hizo mención específica al hecho de que, sin la existencia de dos bloques, el Movimiento de los Países No Alineados perdería su identidad y la división norte-sur desaparecería. El Profesor Francis Fukuyama fue más allá: escribió que, con el colapso del denominado “bloque socialista”, habíamos llegado al final de la historia, pues con la caída del comunismo ya no había debate posible y el mundo se unificaría por medio del capitalismo.

Todos sabemos que los dividendos de la paz nunca se materializaron. Simplemente fueron absorbidos por los presupuestos nacionales. El fin de la guerra fría desencadenó numerosos y complejos conflictos de ajuste, y la reciente anexión de Crimea a la Federación de Rusia es solo el último ejemplo. A los Estados les pareció muy conveniente emplear la reducción de costos en armamento para consolidar sus presupuestos, y las asignaciones de cooperación internacional de los países del norte han ido disminuyendo progresivamente hasta volver en la actualidad a los niveles de 1973. El diálogo norte-sur se ha convertido en un diálogo a múltiples bandas, y el mundo está buscando una gobernabilidad global. Esta situación se ve agravada por el hecho de que, con el paso del capitalismo productivo al capitalismo financiero, hasta las potencias tradicionales están atravesando por un período de incertidumbre. Las finanzas son el único sector de la sociedad y la economía que no está sometido al control institucional. El comercio, para bien o para mal, dispone de un órgano regulador externo a las Naciones Unidas. Las finanzas no cuentan con un órgano homólogo similar. En un mismo día, mientras la producción total de bienes y servicios estimada se sitúa en una cifra inferior a 1 billón de dólares, las transacciones financieras ascienden a 40 billones de dólares, en gran medida fuera del control del sistema nacional e internacional. En otras palabras, por cada dólar de capitales productivos, tenemos 40 veces su volumen en transacciones financieras, muchas de ellas generadas en una fracción de segundo y por máquinas.

Los datos de las instituciones internacionales muestran claramente que hay un descenso del nivel de vida en los países industrializados, con un incremento del desempleo, sobre todo entre los jóvenes. La desigualdad social está en aumento. Las últimas estadísticas muestran el descenso de la clase media en los países del norte, mientras esta aumenta en los del sur. El poder militar ya no se traduce en riqueza y crecimiento. Esta tendencia hacia la desigualdad social cobra la misma fuerza en los países de la OTAN que en aquellos que forman parte del bloque ruso. En los dos antiguos bloques oriental y occidental, algo imprevisto por Brzezinski, los políticos están desacreditados, los partidos populistas y nacionalistas están en alza y los jóvenes cada vez están más desencantados. El lamento por la falta de una gobernabilidad global va ganando en intensidad, y los ciudadanos se sienten cada vez más impotentes y carentes de control sobre sus vidas.

Es importante recalcar que, en el contexto del amplio debate en curso sobre la crisis actual, las generaciones jóvenes ignoran, y toda la población olvida, que el mundo había alcanzado un acuerdo de gobernanza mundial. En 1974, como culminación del proceso de negociación del Grupo de los 77 en las Naciones Unidas, la Asamblea General aprobó una petición para crear un nuevo orden económico internacional. Dicho nuevo orden promovía un Nuevo Pacto orientado a mejorar las condiciones del comercio de materias primas y conseguir la autosuficiencia agrícola e industrial para evitar la dependencia comercial y la trampa de la deuda externa. Este programa se basaba en el paradigma del desarrollo, la cooperación internacional, el derecho internacional y el sistema de las Naciones Unidas como foro para el debate, el consenso y la ejecución al respecto. Este hito histórico fue el primer momento de la historia en el que todas las naciones se asociaron en un programa mundial para reequilibrar las diferentes partes del mundo y así alcanzar la justicia social internacional y el desarrollo armonioso. Es importante señalar que este hito se produjo justo diez años después de la creación en Ginebra del Grupo de los 77, en 1964. Esta es la prueba concreta de la vitalidad y el dinamismo del Grupo de los 77, así como del papel fundamental que este desempeñaba en la comunidad internacional.

El evento celebrado en Ginebra formaba parte de un momento en el que reinaban la esperanza de lograr un mundo estable y pacífico, libre de la amenaza de la guerra nuclear, y el deseo de escapar del antagonismo entre oriente y occidente, que amenazaba con sepultar al mundo en un cataclismo de dimensiones sin precedentes. La reunión que dio origen al Grupo de los 77 fue un paso concreto en dicha búsqueda de un mundo basado en la paz y la cooperación internacional.

Con ese mismo espíritu, en 1964 fundé una cooperativa internacional de periodistas sin fines de lucro, en la que aquellos que procedían de países del norte no podían trabajar en los del sur, y nunca podían constituir más del 20% de los miembros-propietarios de la cooperativa.

 Creamos Inter Press Service (IPS), cuya función y razón de ser consistía en otorgar voz a aquellos a quienes se había silenciado. En aquella época, había 5 agencias que controlaban el 98% del flujo mundial de información: Reuters, AFP, AP, UPI y Tass, todas pertenecientes a países del norte. Durante nuestra existencia, nos dedicaríamos a apoyar y promover la labor del Grupo de los 77, muchos de cuyos protagonistas se convirtieron en presidentes de la Junta de IPS: es el caso de Hernán Santa Cruz, Manuel Pérez Guerrero y Juan Somavia, por mencionar a algunos. IPS cubrió activamente las iniciativas emprendidas por Houari Boumediene, Presidente de Argelia, y Luis Echevarría, Presidente de México, quienes, en colaboración con todos los países miembros del Grupo de los 77, dirigían las negociaciones encaminadas a la aprobación de la declaración y el plan de acción relativos al nuevo orden económico internacional.

IPS apoyó la labor del Grupo de los 77, lanzando una campaña informativa, en medio del silencio generalizado del resto de agencias de noticias internacionales, incluida Tass. Pero el acuerdo para el establecimiento de un nuevo orden económico internacional salió adelante, con la aceptación básicamente de todos los países del norte, aunque con distinto grado de entusiasmo. Existía un gran consenso para establecer un acuerdo internacional sobre cómo trabajar de manera conjunta, y este generó un enardecido debate en todo el mundo, que IPS se encargó de cubrir y promover. Fuimos invitados por México, como parte de la Secretaría de Prensa, a la Cumbre Norte-Sur celebrada en Cancún donde, en 1981, se reunieron los 22 jefes de estado más importantes para forjar un modelo más detallado de implantación del nuevo orden económico internacional. La Cumbre estuvo presidida por José López Portillo, Presidente de México, y Pierre Trudeau, Primer Ministro del Canadá. Ronald Reagan, Presidente de los Estados Unidos, acababa de ser elegido y este era su primer viaje internacional. Inmediatamente se fraguó una unión ideológica entre el Presidente de los Estados Unidos y Margaret Thatcher, Primera Ministra del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y Reagan anunció su intención de poner fin a la cooperación internacional (“Comercio, no asistencia”, afirmaba), así como su percepción del sistema multilateral como un freno a la potencia real de los Estados Unidos y su consideración de las Naciones Unidas como un sistema no válido: un sistema en el que Montecarlo (!) tenía el mismo derecho de voto que los Estados Unidos. Desde la cita de Cancún, el avance fue rápido. El compromiso con la gobernanza mundial basada en el derecho y la cooperación, se sustituyó por una política pragmática estadounidense, en la que el Grupo de los 77 y los países del sur no se consideraban compatibles con los intereses de los Estados Unidos.

Posteriormente, empezó el proceso de marginación de las Naciones Unidas. La idea inicial era comenzar por la retirada de los Estados Unidos de varios organismos, como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Los sindicatos protegieron a la OIT; Idriss Jazairy, Presidente del FIDA, realizó una exitosa gira por los Estados Unidos movilizando a la sociedad civil, pero los Estados Unidos abandonaron la UNESCO en 1984 (junto con el Reino Unido y Singapur). Resultaba irónico ver al Programa Internacional para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC), creado a propuesta de los Estados Unidos, convertirse de repente, con la nueva administración estadounidense, en un enemigo de la libertad de prensa. En 1989, el consenso de Washington, establecido por las instituciones de Bretton Woods y la Tesorería de los Estados Unidos, preparó el terreno para una globalización neoliberal, que entonces ayudaba a los países desarrollados a usar el mundo para obtener beneficios: un concepto inverso al del nuevo orden económico internacional. Henry Kissinger, Secretario de Estado de los Estados Unidos, hizo su célebre declaración, según la cual, la globalización no era sino un nuevo concepto mundial para referirse a la hegemonía de los Estados Unidos. Más tarde, en 1995, se creó la Organización Mundial del Comercio, como organismo independiente de las Naciones Unidas en dicha esfera. El comercio y las finanzas constituyen los dos motores de la globalización, y ambos quedan fuera del ámbito de las Naciones Unidas (cabe recordar que las finanzas carecen de cualquier tipo de órgano regulador). Desde la cita de Cancún, el lento declive del multilateralismo y la cooperación internacional ha sido la tónica permanente, con una importante aceleración durante el gobierno de George W. Bush, Presidente de los Estados Unidos, y Europa ha seguido, en general, el modo de proceder y las opiniones estadounidenses. En la actualidad, la Unión Europea vive aún en la filosofía del consenso de Washington: la austeridad como principio básico prioritario sobre el crecimiento ha llevado a millones de personas a experimentar una situación dramática: las estadísticas de desempleo juvenil en Europa son por todos conocidas.

En el mundo posterior a la caída del muro de Berlín, lo que resulta un fenómeno impresionante y sin precedentes es la velocidad adquirida en la concentración de la riqueza. En 2013, las 100 personas más ricas del mundo experimentaron un aumento de su riqueza equivalente al registrado por los presupuestos del Brasil y el Canadá juntos. Además, en el mismo año, las 300 personas más ricas del mundo poseían un patrimonio equivalente al de 43.000 millones de personas (estadísticas de Oxfam). El patrimonio de las 10 personas más ricas era 5 veces el presupuesto total de las Naciones Unidas. La aceleración es simplemente impresionante. Las 400 personas más ricas del mundo han aumentado durante el último año su riqueza en un 35%, lo que equivale a alrededor de 600.000 millones de dólares. Dichas personas viven en un mundo aparte, en el que las preocupaciones de la mayoría de la humanidad no les interesan. El debate sobre el cambio climático está muy lejos de sus inquietudes, al igual que el debate sobre el desarme nuclear o cualquier otro debate internacional. Han conseguido la gobernanza mundial, ejerciendo un control sobre la política y la producción. Cultivan el paraíso fiscal, donde posiblemente se encuentren 6 billones de dólares, fuera del alcance de los sistemas fiscales de sus países. Financian elecciones, compran a los medios de comunicación y ejercen presión para lograr la aprobación de aquellas leyes de su interés. Se está empezando a aceptar que las personas ricas deberían pagar menos impuestos que las pobres, porque son más productivas. Para ellos, las Naciones Unidas son solo un foro para el debate, que no tiene nada que ver con sus vidas. En cierto modo, no son más que la versión actual del punto de vista del Presidente Reagan, según el cual los Estados Unidos, como superpotencia rica, no podían verse limitados por los votos de países que, en conjunto, tenían un PIB menor que el estadounidense. ¿Es el valor del poder el único criterio aceptable? El mundo ya no se basa en la idea de que la cooperación requiere que todos compartan el mismo punto de vista; es muy sencillo: los fuertes son más fuertes, y los más débiles pueden seguir sus pasos, y si no lo hacen no importa.

El único problema, con este conjunto de valores, es que el sistema no es viable, ya que los fuertes son cada vez menos y los más débiles, cada vez más. A estas alturas se han publicado múltiples estudios y, como ha denunciado Joseph Stiglitz, galardonado con el Premio Nobel, la desigualdad social es una elección política, no una ley económica inexorable. Ello ocurre en una época en la que América Latina y África están realizando progresos concretos para reducir la desigualdad social. Tras decenios de críticas sobre la desigualdad social en el hemisferio sur del planeta, ahora son los países del norte los que están retrocediendo en la historia. La crisis no es solo económica y social. Veamos dónde ha ido a parar la gobernanza mundial. En todas las cuestiones mundiales donde sería urgente alcanzar acuerdos, desde el control del clima hasta el desarme nuclear, desde el control de armas hasta los acuerdos comerciales, o en cualquier otro asunto, el proceso de las negociaciones se ha convertido en un tapiz de errores, de esperanzas frustradas y ejercicios inútiles sin fin, y es obvio que el sistema no va a ninguna parte. El problema, de hecho, es muy sencillo. La carencia de un mínimo de valores compartidos que constituyan una base para las relaciones internacionales hace que estas se cimenten sobre la ley del más fuerte. La historia nos ofrece amplias pruebas de que este sistema es el origen de la inestabilidad y los conflictos.

Esto nos lleva al hecho de que el Grupo de los 77, en contra de la opinión de Zbigniew Brzezinski, está lejos de quedarse obsoleto. Por el contrario, está más vivo que nunca. De hecho, desde aquel momento en que el Grupo de los 77 era capaz de establecer, mediante el diálogo y el consenso, un conjunto de valores para la gobernabilidad global, el mundo ha perdido la capacidad de encontrar una solución factible. Por ahora, está claro para todos que el multilateralismo, y no el bilateralismo, la paz en lugar de los conflictos, el derecho como base para las relaciones internacionales, el comercio y las finanzas al servicio de la humanidad y no al de una minoría poderosa, son los valores que deben llevarnos a alcanzar de nuevo un consenso si queremos conseguir la viabilidad y la estabilidad. Disponemos de todos los datos para llegar a esta conclusión evidente. Es un hecho que cientos de miles de ciudadanos, en todas partes, en distintos foros y en las calles, están pidiendo que la paz y la cooperación vuelvan a constituir la base para la gobernanza de la globalización.

En este sentido, el Grupo de los 77 es un almacén de conocimientos válido. La Secretaría, con la que ha establecido una fructífera cooperación, ha acumulado un bagaje de 50 años de conocimientos, y es una institución sin parangón en cuanto a alcance y legitimidad. Es hora de impulsar nuevas alianzas con los nuevos agentes de las relaciones internacionales: las instituciones de investigación, las organizaciones de promoción del desarrollo y la paz, y la sociedad civil mundial, todas las cuales comparten los valores y la historia del Grupo de los 77. Los 50 años de celebraciones deberían ser el punto de partida para una nueva fase, en la que el Grupo de los 77 desempeñase un papel público para el bien de los hombres y las mujeres de todo el mundo.