"Tres empleados de las Naciones Unidas y cuatro guardias, entre ellos el trabajador rumano de las Naciones Unidas Filaret Motco, resultaron muertos en un ataque contra el complejo de las Naciones Unidas de Mazar-i-Sharif (Afganistán) el 1 de abril de 2011. Una multitud de entre 2.000 y 3.000 personas marcharon a la ciudad para protestar por la quema de una copia del Sagrado Corán a manos de un sacerdote del Dove World Outreach Center de la Florida, e irrumpieron en el campamento. Las Naciones Unidas han pedido al Gobierno afgano que investigue el incidente".

"Fue a la escuela. Por eso murió. Si no hubiera pasado tantos años estudiando aún estaría vivo, ayudándome y criando a sus hijos", dice Eudoquia Motco, su madre. Tiene 83 años y dentro de unas cuatro horas su hijo menor, Filaret, será enterrado.

Eudoquia apenas puede mover los pies debido a una afección congénita, pero rechaza mi ayuda para ir a la habitación contigua, donde se encuentra el ataúd sellado. Como no podrá ir al cementerio, desea pasar hasta el último momento cerca de su hijo menor.

Antes de llegar al funeral esperaba encontrar a Eudoquia llorando, pero ya no le quedan lágrimas. El fuego que destruyó su casa hace dos meses las secó.

"El domingo pasado, cuando Filaret me llamó como de costumbre, prometió que vendría a visitarnos por Pascua. Cumplió su palabra", agrega, mientras alguien de la familia le acerca una silla. Toma asiento lentamente, toca con delicadeza una bandera de las Naciones Unidas que cubre el ataúd y prosigue: "También dijo que se quedaría dos años más en el Afganistán, hasta que pudiera ahorrar lo suficiente para reconstruir la casa."

Observo a sus otros cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres, que permanecen con la cabeza inclinada. Ion, el primogénito, no puede dejar de llorar. Fue él quien salvó a su madre del fuego.

"¿Es cierto que a Filaret lo decapitaron?" susurra Ovidio, un primo del fallecido. "Las Naciones Unidas deberían investigar como es debido ese conflicto. En este caso particular no se puede cambiar nada, pero debe aumentarse la seguridad del personal. Y ese sacerdote estadounidense, ¿cómo puede considerarse un hombre de Dios? Mire lo que hizo. Deberían encerrarlo en la cárcel". El oficial de las Naciones Unidas que custodió el ataúd durante el viaje desde el Afganistán explica que el joven fue muerto de un disparo.

Ocho soldados entran en la casa para conducir a Filaret al camión militar. Eudoquia se pone de pie y avanza cojeando hasta la puerta principal. Es el mes de abril y ella debería estar disfrutando del sol, pero este día nieva fuertemente. Hay mucho lodo en el camino hasta el cementerio, y ningún vehículo, salvo el camión, podía llegar a la pequeña casa situada en la cima de una colina.

Una multitud pacífica y silenciosa de alrededor de 1.500 personas está preparada para escoltar a Filaret hasta su tumba. Eudoquia se cubre la boca y se le aguan los ojos. A partir de este momento solo podrá acompañarlo con sus plegarias.