ALOCUCIÓN DEL REPRESENTANTE PLENIPOTENCIARIO DE

LA REPUBLICA DEL ECUADOR ANTE LA CONFERENCIA DE ALTO NIVEL PARA

LA SUSCRIPCIÓN DE LA CONVENCIÓN DE NACIONES UNIDAS CONTRA LA

CORRUPCIÓN

 

Los ecuatorianos y ecuatorianas hemos vivido con angustia los efectos destructivos de la corrupción pública y privada, evidenciados en los planos de la política, la economía y la moral cívica.

 

En lo político, la deslegitimación de nuestras instituciones democráticas han producido el deterioro de la credibilidad ciudadana en dichas instituciones, las que, por consiguiente, han visto mermada su autoridad y eficacia en el cumplimiento de sus funciones constitucional y legalmente. Siendo la corrupción inversamente proporcional a la democracia, su crecimiento ha implicado, incluso, el debilitamiento de la gobernabilidad política de la República.

 

En lo socio económico, las distorsiones que la corrupción introduce en la calidad del gasto público, el equilibrio fiscal, la producción y el comercio, han deteriorado la calidad de vida de la población, como consecuencia del muy limitado crecimiento económico y la disminución del empleo. La corrupción es directamente proporcional a la pobreza y la miseria, condiciones indignas en las que vive la mayoría de ciudadanos y ciudadanas.

 

En cuanto a la moral cívica, esta se ve quebrantada por la entronización de anti valores que niegan la solidaridad, la justicia, el imperio de la ley y la igualdad. El egoísmo, la inequidad, el autoritarismo y la discriminación integran la perversa escala de valores que la corrupción promueve.

 

Desde luego, no han faltado en Ecuador iniciativas y esfuerzos por combatir la corrupción. La Constitución vigente en la actualidad incorpora principios, reglas e instituciones que se orientan a tan plausible tarea. Por ejemplo, la Carta Fundamental declara como fin primordial del estado garantizar una administración pública libre de corrupción, establece rigurosos cánones de comportamiento y responsabilidad para los funcionarios públicos y crea la Comisión de Control Cívico de la Corrupción, como entidad autónoma e independiente conformada por representantes nombrados directamente por la sociedad civil. Por otro lado, el actual Presidente Constitucional de la República, Ing. Lucio Gutiérrez Borbúa, expidió en el mes de enero del presente año el Decreto Ejecutivo No. 122 mediante el cual se declara la anticorrupción como política de estado y se diseñan mecanismos dirigidos a impulsar los esfuerzos en este ámbito.

 

A pesar de la experiencia dolorosa de nuestro pueblo en materia de corrupción, los ecuatorianos y ecuatorianas mantenemos el optimismo y el empeño por transformar el actual estado de cosas en nuestro país. No obstante, somos conscientes de que el problema de la corrupción tiene una dimensión económico financiera innegable y, hoy en día, lo económico financiero es un fenómeno global. Eso quiere decir dos cosas. Primero, que si bien la corrupción de un Estado no es

totalmente igual a la de otro, muchos elementos tienen en común; y, segundo, que la corrupción, en cuanto proceso de aprovechamiento de lo público en interés particular, no se consuma, agota o disfruta en el territorio del Estado que sufre los perjuicios, necesaria y exclusivamente. Por ello, las soluciones anticorrupción tampoco tienen caracteres únicamente nacionales: existe una dimensión internacional de tales soluciones.

 

Por ello, como Representante Plenipotenciario del señor Presidente de la República del Ecuador deseo expresar en este foro planetario que la suscripción de una Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción representa un hecho de trascendencia histórica para nuestro país, pues dicho instrumento internacional, mediante la determinación de obligaciones para los Estados Parte, potenciará la globalización del combate contra la corrupción concretada tanto en el imperativo de adoptar medidas internas cuanto en el de prestar las debidas cooperación y asistencia interestatales.

 

Ecuador desea resaltar, de entre los muchos méritos que la Convención encierra, tres que tienen singular importancia. Primero, la incorporación de las tres dimensiones de la anticorrupción: la sanción de actos ilícitos, la prevención de los mismos y la reparación de sus consecuencias. Segundo, el fortalecimiento de la extradición, pues parcialmente se superan los escollos que la ortodoxia de la doble incriminación plantea, aunque habría sido deseable avanzar un poco más en este camino. Tercero, el establecimiento de mecanismos eficaces para obtener, sin restricciones geopolíticas, la recuperación y restitución de los activos producto de la corrupción.

 

Con la suscripción de este instrumento, Ecuador se compromete a propiciar la pronta ratificación por parte del Congreso de la República y, sobre todo, a implementar, con la valiosa colaboración de la Comunidad Internacional, todos y cada uno de los preceptos contenidos en la Convención. Esa es, para mi país, una urgencia, presente que alienta la esperanza en nuestro futuro.

 

 

DR.  Rámiro Larrea Sant

REPRESENTANTE PLENIPOTENCIARIO DE LA REPUBICA DEL ECUADOR