BRASIL

58° PERIODO DE SESIONES DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS

Intervención del Excelentísimo
Señor Presidente de la República Federativa del Brasil
Luiz Inácio Lula da Silva
Debate General del 58° Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas
Nueva York, 23 de septiembre de 2003

 

Quisiera que mis primeras palabras ante este parlamento mundial sean de confianza en la capacidad humana de vencer los desafíos y evolucionar hacia formas superiores de convivencia en el interior de las naciones y en el plano internacional. En nombre del pueblo brasileño, reitero nuestra fe en las Naciones Unidas. Su papel como promotoras de la paz y de la justicia social sigue siendo insustituible.

Rindo homenaje al Secretario General Kofi Annan por su liderazgo en la defensa de un mundo unido por el respeto del derecho internacional y la solidaridad entre las naciones.

Esta Asamblea se inaugura bajo el impacto del brutal atentado contra la Misión de las Naciones Unidas en Bagdad, que costó la vida al Alto Comisionado para los Derechos Humanos, nuestro compatriota, Sergio Vieira de Mello. La reconocida competencia de Sergio se nutría de las únicas armas en las que siempre creyó: el diálogo, la persuasión y la preocupación por los más vulnerables. En nombre de las Naciones Unidas, ejerció un humanismo tolerante, pacífico y valiente que es reflejo del alma libertaria del Brasil. Que el sacrificio de Sergio y de sus colegas no haya sido en vano. La mejor forma de honrar su memoria es redoblar la defensa de la dignidad humana dondequiera que esté amenazada.

Saludo calurosamente al Sr. Julian Hunte, que ha asumido la Presidencia de esta Asamblea en unos momentos especialmente graves de la historia de las Naciones Unidas. La comunidad internacional enfrenta enormes desafíos políticos, económicos y sociales que exigen una reforma acelerada. Sólo de esa manera podrán nuestras decisiones y acciones colectivas pasar a ser realmente respetadas y eficaces.

En estos nueve meses como Presidente del Brasil he dialogado con líderes de todos los continentes. Percibo en mis interlocutores una fuerte preocupación por la defensa y el fortalecimiento del multilateralismo. El perfeccionamiento del sistema multilateral es una parte necesaria de la convivencia democrática en el seno de las naciones. Toda nación comprometida con la democracia en el plano interno debe velar por que, también en el plano externo, los procesos de adopción de decisiones sean abiertos, transparentes, legítimos y representativos. Las tragedias del Iraq y del Oriente Medio sólo podrán solucionarse en un marco multilateral en el que las Naciones Unidas tengan un papel central.

En el Iraq, el clima de inseguridad y las tensiones crecientes hacen todavía más complejo el proceso de reconstrucción nacional. La superación del punto muerto sólo podrá asegurarse bajo la dirección de la Naciones Unidas, no sólo en lo relativo al restablecimiento de condiciones de seguridad aceptables sino también en la dirección del proceso político con miras a la plena restauración de la soberanía iraquí en el plazo más breve posible. No podemos eludir nuestras responsabilidades colectivas. Quizá pueda ganarse una guerra sin la ayuda de nadie, pero no puede construirse una paz duradera sin el concurso de todos.

Dos años después, todavía perviven en nuestra memoria las imágenes del bárbaro atentado del 11 de septiembre. Hoy existe una loable disposición a adoptar formas más efectivas de luchar contra el terrorismo, contra las armas de destrucción en masa y contra la delincuencia organizada. No obstante, se observa una preocupante tendencia a desacreditar a nuestra Organización e, incluso, a despojar a las Naciones Unidas de su autoridad política. Sobre este punto no debe haber ninguna ambigüedad: las Naciones Unidas no fueron concebidas sólo para retirar los escombros de los conflictos que no puede evitar, por valioso que sea su trabajo humanitario. Nuestra tarea central es preservar a los pueblos del flagelo de la guerra y buscar soluciones negociadas basadas en los principios de la Carta de San Francisco. No podemos seguir confiando más en la acción militar que en las instituciones que creamos con visión histórica y a la luz de la razón.

La reforma de las Naciones Unidas se ha convertido en un imperativo debido a los riesgos que enfrenta el orden político internacional.

El Consejo de Seguridad debe recibir amplias facultades para hacer frente a las crisis y a las amenazas a la paz. Por consiguiente, debe contar con los instrumentos necesarios para una acción eficaz. Ante todo, sus decisiones deben ser vistas como legítimas por toda la comunidad de naciones. Su composición, en particular en lo que se refiere a los miembros permanentes, no puede continuar sin cambio alguno después de casi 60 años. Ya no podemos ignorar un mundo en mutación. De manera más específica, debe tomarse en cuenta la creciente presencia de los países en desarrollo en el escenario internacional. Ellos se han convertido en importantes interlocutores que con frecuencia desempeñan un papel crítico para garantizar la solución pacífica de las controversias.

El Brasil cree que puede hacer una contribución útil. No pretende abogar por una concepción exclusiva de la seguridad nacional sino más bien dar expresión a las percepciones y aspiraciones de una región que es hoy símbolo de coexistencia pacífica entre sus miembros y que es una fuerza para la estabilidad internacional. Dado el apoyo recibido tanto dentro como fuera de Sudamérica, el Brasil se siente animado a seguir abogando por un Consejo de Seguridad que refleje de mejor manera la realidad contemporánea.

También estamos a favor de un Consejo Económico y Social capaz de lograr un orden económico justo y equitativo. Es crucial que el Consejo Económico y Social recupere el papel que le asignaron los fundadores de la Organización. Queremos ver un Consejo Económico y Social que coopere activamente con el Consejo de Seguridad en la prevención de conflictos y en la consolidación de naciones.

A su vez, la Asamblea General debe fortalecerse políticamente de manera que se centre en las cuestiones prioritarias y evite la duplicación de esfuerzos. La Asamblea General ha desempeñado un papel históricamente importante al convocar grandes conferencias y otras reuniones sobre derechos humanos, el medio ambiente, las actividades en materia de población, los derechos de la mujer, la discriminación racial, el SIDA y el desarrollo social. Sin embargo, la Asamblea General no debe vacilar en asumir sus responsabilidades en el
mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Nuestra Organización ha demostrado que existen alternativas jurídicas y políticas a la parálisis inducida por el veto y a las acciones que no cuenten con la aprobación multilateral.

La paz, la seguridad, el desarrollo y la justicia social son indivisibles. El Brasil se ha esforzado por practicar de la manera más constante los principios que defiende. La nueva relación que estamos forjando con nuestros vecinos sudamericanos se funda en el respeto mutuo, en la amistad y en la cooperación.

Estamos avanzando más allá de nuestra historia y geografía compartidas para crear un sentido único de parentesco y de alianza. En este contexto, nuestra relación con la Argentina sigue siendo crucial.

A Sudamérica y a América Latina se les percibe cada vez más como una región de paz, democracia y desarrollo que aspira a convertirse en un lugar de vanguardia para el crecimiento en una economía mundial que se está estancando.

Ya estamos fortaleciendo los ya importantes lazos que nos unen a asociados tradicionales en América del Norte y Europa, pero también queremos ampliar y diversificar nuestra presencia internacional. Nuestras relaciones con China y con la Federación de Rusia han revelado complementariedades inesperadas.

Nos sentimos muy orgullosos de ser el segundo país del mundo en población de descendencia africana. En noviembre, viajaré a cinco países del África meridional para fomentar la cooperación económica, política, social y cultural. Con el mismo objetivo, seremos también anfitriones de una reunión cumbre entre países sudamericanos y los países miembros de la Liga de los Estados Árabes. Con la India y Sudáfrica hemos establecido un foro trilateral para consultas políticas y proyectos conjuntos.

El proteccionismo practicado por los países ricos penaliza de manera injusta a los productores eficientes de los países en desarrollo. Hoy en día, ese es el mayor obstáculo al inicio de una nueva era de progreso económico y social. El Brasil y sus asociados en el Grupo de los 22, mantuvieron durante la cumbre de la OMC, en Cancún, que el objetivo crucial de abrir de manera eficaz los mercados puede lograrse mediante negociaciones pragmáticas, que se fortalezcan mutuamente como vía para lograr una verdadera apertura de los mercados. Reitero nuestra voluntad de seguir un camino que converja hacia soluciones que beneficien a todos los países, tomando en cuenta los intereses de los países en desarrollo.

Estamos totalmente a favor del comercio libre siempre que todos podamos competir en pie de igualdad. La liberalización no debe requerir de los países el abandono de la prerrogativa de formular la política industrial, tecnológica, social y medioambiental. En el Brasil estamos estableciendo un nuevo marco en el que se equilibran la estabilidad económica y la inclusión social. Desde este punto de vista las negociaciones comerciales no constituyen un fin en si mismas, sino más bien un medio para fomentar el desarrollo y superar la pobreza. El comercio internacional debe ser una herramienta no sólo para crear riqueza, sino también para su distribución.

Ante esta Asamblea realmente universal, reitero el llamamiento que hice en lo foros de Davos y de Porto Alegre, así como en la Cumbre ampliada del Grupo de los Ocho celebrada en Evian. Debemos librar —tanto política como materialmente— la única guerra de la que todos saldremos victoriosos: la guerra contra el hambre y la pobreza extrema.

La erradicación del hambre en el mundo es un imperativo moral y político y todos sabemos que es posible. Lo que se necesita realmente es voluntad política.

No quiero explayarme en los indicios de barbarie, prefiero más bien reconocer los progresos éticos y sociales aunque estos sean modestos. Sin embargo, no se pueden soslayar las estadísticas que exponen el terrible flagelo de la miseria extrema y el hambre en el mundo. El hambre hoy afecta a una cuarta parte de la población del mundo, incluidos 300 millones de niños. A diario, 24.000 personas caen víctimas de enfermedades relacionadas con la desnutrición.

Nada es más absurdo ni intolerable que la omnipresencia del hambre en el siglo XXI, edad de oro de la ciencia y la tecnología.

Cada día que pasa, la inteligencia humana amplía el horizonte de lo posible y alcanza logros prodigiosos. Sin embargo, el hambre persiste y, lo que es aun peor, se extiende en distintas regiones del mundo.

Mientras más parece que nos acercamos a lo divino a través de nuestras habilidades creativas, más traicionamos nuestras aspiraciones a través de nuestra incapacidad para respetar y proteger a nuestro prójimo. Mientras más celebramos a Dios generando riquezas, más perjudicamos nuestros ideales al no compartirlas aunque sea en forma mínima.

¿De que sirve toda nuestra ciencia y nuestra tecnología y toda la abundancia y el lujo que ellas han generado, si no lo utilizamos para asegurar el más sagrado de los derechos, el derecho a la vida?

Recuerdo la aguda advertencia hecha por el Papa Juan Pablo VI hace 36 años pero que sigue siendo sorprendentemente pertinente “el pueblo hambriento del mundo dirige un ruego dramático a los ricos”.

El hambre es una emergencia y debe tratársele como tal. La erradicación del hambre es un reto de civilización que requiere que busquemos un camino más rápido y fácil hacia el futuro. ¿Actuaremos para eliminar el hambre o a través de la omisión renunciaremos a nuestra credibilidad? Ya no tenemos derecho a aseverar que no nos encontrábamos en casa cuando llamaron a nuestra puerta pidiendo solidaridad. No tenemos derecho a decir a los hambrientos, que tanto tiempo han esperado, que esperen otro siglo. El verdadero camino hacia la paz es combatir el hambre y la miseria sin tregua en una campaña de solidaridad que una al planeta en lugar de profundizar más en las divisiones y el odio que enardecen a los pueblos y siembran el terror.

A pesar del fracaso de sistemas que favorecen la generación de riqueza sin reducir la pobreza extrema, mucha gente persiste en su corta visión y su codicia.

Desde mi toma de posesión como Presidente del Brasil el 1º de enero, se ha logrado un progreso significativo en el frente económico. La estabilidad ha regresado y se han sentado las bases para un ciclo de crecimiento sostenido. Seguiremos trabajando arduamente para equilibrar las cuentas públicas y para reducir la vulnerabilidad externa. No escatimaremos esfuerzos para aumentar las exportaciones, aumentar el índice de ahorro, atraer la inversión extranjera y comenzar nuevamente a crecer.

Sin embargo, al mismo tiempo debemos luchar por hacer frente a la escasez en materia de alimentos, puestos de trabajo, educación y servicios de salud que padecen millones de brasileños que viven por debajo de la línea de la pobreza. Estamos comprometidos a llevar a cabo una importante reforma social en el país.

El hambre es la expresión más dramática y urgente de un desequilibrio estructural que es necesario corregir mediante políticas integradas que fomenten la plena ciudadanía. Por ello lancé en el Brasil el programa “cero hambre”. Trata de lograr la erradicación del hambre y sus causas profundas en el menor tiempo posible mediante el fomento de una mayor solidaridad y de programas de amplio alcance que reúnen al Gobierno, la sociedad civil y el sector privado. Los resultados de estas medidas de emergencia y estructurales ya están beneficiando a cuatro millones de personas a las que anteriormente se les había denegado el derecho básico a una comida diaria. El objetivo de este programa es garantizar que para fines de mi mandato ningún brasileño pase hambre.

Las Naciones Unidas adoptaron los tan aclamados objetivos de desarrollo del Milenio. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación dispone de pericia técnica y social extraordinarias pero tenemos que dar un salto cualitativo en el empeño mundial de la lucha contra el hambre. Por ello propuse crear el fondo mundial para la lucha contra el hambre y sugerí medios para hacerlo operativo. Se han hecho otras propuestas, algunas de las cuales ya están integradas en los programas de las Naciones Unidas ya existentes.

Lo que ha faltado hasta ahora es la indispensable voluntad política de todos nosotros, especialmente los países en condición de contribuir más. El crear nuevos fondos no sirve de nada si no se asignan recursos a esos fondos. Los objetivos de desarrollo del Milenio son muy valiosos, pero si permanecemos pasivos, si nuestro comportamiento colectivo sigue sin cambiar, esos objetivos quizás no se materialicen nunca y la frustración que de ello se desprenda será inmensa.

Ahora más que nunca, las buenas intenciones deben dar lugar a gestos concretos. Debemos hacer que los compromisos se conviertan en realidades. Debemos practicar lo que predicamos, con audacia y buen tino, con los pies anclados en la tierra, pero con valentía, aplicando nuevos métodos y soluciones, y con una amplia participación social.

Por ello presento a examen ante esta Asamblea la propuesta de establecer, en el marco de las propias Naciones Unidas, un comité mundial de lucha contra el hambre. Estaría compuesto por los Jefes de Estado o de Gobierno de todos los continentes con el objetivo de unificar y hacer operativas las propuestas. Esperamos atraer donaciones de países desarrollados y en vías de desarrollo según sus capacidades, así como de grandes empresas privadas y de organizaciones no gubernamentales.

La experiencia de mi vida y la historia política me han enseñado a creer ante todo en el poder del diálogo. Jamás olvidaré la inapreciable lección de Gandhi: cuando de la violencia parece surgir algo bueno, este bien, en el mejor de los casos, es de corta duración, mientras que el mal que produce es duradero. El diálogo democrático es el utensilio más eficaz para el cambio. La misma determinación que impregna mis esfuerzos y los de mis aliados para hacer que la sociedad brasileña sea más justa y más humana la invertiré en la creación de alianzas internacionales que fomenten el desarrollo equitativo y un mundo más amante de la paz, tolerante y unido.

A este siglo, tan lleno de promesa tecnológica y material, no debe permitírsele deslizarse por la decadencia política y espiritual. Tenemos la obligación de moldear, bajo el fortalecido liderazgo de las Naciones Unidas, un clima internacional de paz y conciliación. La verdadera paz florecerá de la democracia, del respeto al derecho internacional, del desmantelamiento de los arsenales de armas mortíferas y, ante todo, de la erradicación definitiva del hambre en el mundo.

No podemos permitirnos frustrar esas grandes esperanzas. El reto mayor y más noble que enfrenta la humanidad es precisamente el hacerse más humana. Ha llegado el momento de darle a la paz su verdadero nombre: justicia social.

Estoy convencido de que juntos podremos aprovechar esta histórica oportunidad de lograr la justicia.