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EL SECRETARIO GENERAL


DISCURSO ANTE LA ASAMBLEA GENERAL

Nueva York, 12 de septiembre de 2002


Señor Presidente,
Distinguidos Jefes de Estado y de Gobierno,
Excelencias,
Señoras y Señores:

Mal podría dar comienzo hoy a mi intervención sin reflexionar sobre el aniversario que ayer se cumplió y sobre el desafío criminal que tan brutalmente nos lanzaron el 11 de septiembre de 2001.

Los atentados terroristas perpetrados ese día no fueron un acontecimiento aislado. Fueron un ejemplo extremo de flagelo mundial que exige una respuesta de carácter amplio, sostenido y mundial.

Amplio porque el terrorismo únicamente puede ser vencido si todas las naciones se unen en su contra.

Sostenido porque la batalla contra el terrorismo no se ha de ganar de la noche a la mañana; requiere paciencia y persistencia.

Mundial porque el terrorismo es un fenómeno complejo y generalizado, con muchas raíces profundas y muchos factores que lo agravan.

Señor Presidente, creo que esa respuesta únicamente puede verse coronada por el éxito si recurrimos plenamente a las instituciones multilaterales.

Hablo hoy ante ustedes en mi calidad de multilateralista por precedente, por principio, por mor de la Carta y por obligación.

Creo también que todo gobierno, que esté empeñado en el imperio de la ley en su propio país, debe también estar empeñado en el imperio de la ley fuera de su propio país. Los Estados tienen el evidente interés y la evidente responsabilidad de hacer valer el derecho internacional y mantener el orden internacional.

Nuestros padres fundadores, los estadistas de 1945, habían aprendido esa lección a partir de la amarga experiencia que dejaron dos guerras mundiales y una gran depresión.

Reconocían que la seguridad internacional no es un juego en que nadie pierde y nadie gana. La paz, la seguridad y la libertad no son recursos finitos, como la tierra, el petróleo o el oro, que un Estado adquiere a expensas de otro. Por el contrario, cuanta más paz, seguridad y libertad tenga un Estado, probablemente más tendrán también sus vecinos.

Y reconocieron que, si aceptaban ejercer la soberanía juntos, podían hacer frente a problemas que ninguno de ellos, actuando separadamente, podría superar.

Si esto era cierto en 1945, ¿no debería serlo tanto más hoy en la era de la globalización?

prácticamente no hay un tema en nuestro programa en que alguien pueda sostener seriamente que cada nación, cualquier nación, pueda valerse de sí misma. Incluso los países más poderosos saben que necesitan trabajar con los demás, en instituciones multilaterales, para lograr sus objetivos.

Únicamente mediante la acción multilateral podemos asegurarnos, de que la apertura de los mercados reporte beneficios y oportunidades para todos.

Únicamente mediante la acción multilateral podemos dar a los habitantes de los países menos adelantados la oportunidad de escapar de la pobreza, la ignorancia y la enfermedad.

Únicamente mediante la acción multilateral podemos protegernos de la lluvia ácida o del calentamiento de la atmósfera, de la propagación del VIH/SIDA, del tráfico ilícito de drogas o de la odiosa trata de seres humanos.

Lo mismo cabe decir con mayor razón aun de la prevención del terrorismo. Cada Estado puede defenderse contraatacando a los grupos terroristas y a los países que los amparan o apoyan. Pero sólo la vigilancia y cooperación concertadas de todos los Estados y el intercambio constante y sistemático de información abren esperanzas reales de privar a los terroristas de sus oportunidades.

En todos estos campos, para ningún Estado, grande o pequeño, optar por seguir o no seguir el camino del multilateralismo puede ser una simple cuestión de conveniencia, pues tiene consecuencias que van mucho más allá del contexto inmediato.

Cuando los países trabajan conjuntamente en instituciones multilaterales, formulando, respetando y, cuando es necesario, haciendo cumplir el derecho internacional, nace entre ellos una confianza mutua y su cooperación en otras cuestiones se hace más eficaz.

Cuanto más utilice un país las instituciones multilaterales, y, con ello, respete valores comunes y acepte las obligaciones y los límites inherentes a tales valores, mayores serán el respeto y la confianza que inspire en otros países y mayores serán sus posibilidades de ejercer un verdadero liderazgo.

Entre las instituciones multilaterales, cabe a esta Organización universal un lugar especial.

Cualquier Estado, de ser atacado, tienen el derecho inmanente de legítima defensa. En los demás casos, cuando los Estados toman medidas para hacer frente a amenazas más generales a la paz y la seguridad internacionales, la legitimidad sin par que aportan las Naciones Unidas no tiene sustituto.

Los Estados Miembros asignan importancia fundamental a esa legitimidad y al imperio del derecho internacional. Han demostrado, especialmente cuando se trataba de liberar a Kuwait hace 12 años, que están dispuestos a tomar medidas bajo la autoridad del Consejo de Seguridad que de lo contrario no estarían dispuestos a tomar.

La existencia de un sistema efectivo de seguridad internacional depende de la autoridad del Consejo y, por lo tanto, de que el Consejo tenga la voluntad política de actuar incluso en los casos más difíciles, cuando un acuerdo parezca difícil al principio. El criterio primordial para incluir un conflicto en su orden del día no debe ser que las partes estén dispuestas a ello sino que exista una grave amenaza a la paz mundial.

Señor Presidente:

Permítame mencionar ahora cuatro amenazas actuales a la paz mundial en que un verdadero liderazgo y una acción eficaz son tan necesarios.

En primer lugar está el conflicto israelí-palestino. Muchos de nosotros hemos venido pugnando recientemente por conciliar los legítimos intereses de seguridad de Israel con las necesidades humanitarias de los palestinos.

Pero estos limitados objetivos no pueden alcanzarse en forma aislada de su contexto político más amplio. Tenemos que volver a buscar una solución justa y cabal, la única que puede dar seguridad y prosperidad a ambos pueblos y, de hecho, a la región entera.

La forma que ha de revestir en última instancia un acuerdo de paz en el Oriente Medio es bien conocida. Fue definida hace mucho tiempo en las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad y sus elementos relativos a Israel y a Palestina fueron enunciados en forma aún más clara en la resolución 1397: tierra por paz, fin de la ocupación y del terror, dos Estados Israel y Palestina, que convivan uno al lado del otro dentro de fronteras reconocidas y seguras.

Ambas partes aceptan esta visión, pero únicamente podemos hacerla realidad si nos movemos con rapidez y en forma paralela en todos los frentes. El concepto de la "secuencia" ha fracasado.

Tal como convinimos en la reunión celebrada por el Cuarteto en Washington en mayo de este año, hay que celebrar con urgencia una conferencia internacional de paz para enunciar un programa general de medidas paralelas para afianzar la seguridad de Israel, para afianzar las instituciones económicas y políticas de los palestinos y para resolver los detalles del acuerdo definitivo de paz. En el ínterin hay que intensificar la adopción de medidas humanitarias para paliar los sufrimientos de los palestinos. La necesidad es urgente.

En segundo lugar, las autoridades del Iraq siguen desafiando las resoluciones obligatorias que ha aprobado el Consejo de Seguridad en virtud del Capítulo VII de la Carta.

Yo mismo he entablado con el Iraq una discusión a fondo acerca de diversas cuestiones, entre ellas la necesidad de que vuelvan los inspectores de armas de conformidad con las resoluciones del Consejo de Seguridad en la materia.

Hay que seguir tratando de que el Iraq cumpla las resoluciones del Consejo. Hago un llamamiento a quienes puedan ejercer influencia con las autoridades del Iraq para que les hagan ver la importancia vital de aceptar las inspecciones de armas. Se trata del primer paso indispensable para asegurar al mundo que todas las armas de destrucción masiva en el Iraq han sido realmente eliminadas y, permítanme insistir en esto, hacia la suspensión y, con el tiempo, el levantamiento de las sanciones que tantas penurias causan al pueblo iraquí.

Insto una vez más al Iraq a que cumpla sus obligaciones, para bien de su propio pueblo y para bien del orden mundial. Si el desafío del Iraq persiste, el Consejo de Seguridad deberá hacer frente a sus obligaciones.

En tercer lugar, permítanme encarecerles, en su calidad de líderes de la comunidad internacional, que mantengan su compromiso con el Afganistán.

Sé que hablo en nombre de todos ustedes al dar la bienvenida a esta Asamblea al Presidente Karzai y congratularlo por haber salido ileso de la atroz tentativa de asesinato que tuvo lugar la semana pasada y que nos recuerda en forma tan gráfica cuán difícil resulta desarraigar a los restos del terrorismo en los países en que se ha implantado. Fue el vergonzoso descuido del Afganistán por la comunidad internacional en los años noventa lo que permitió que ese país se sumiera en el caos y que sirviera de caldo de cultivo para Al-qaida.

En estos momentos, el Afganistán necesita con urgencia ayuda en dos aspectos. Hay que ayudar al Gobierno a extender su autoridad por todo el país. De lo contrario, todo lo demás será en vano. Los donantes, por su parte, deben poner en práctica sus promesas de ayudar en la rehabilitación, reconstrucción y desarrollo. De lo contrario, el pueblo afgano perderá la esperanza y bien sabemos que la desesperación genera violencia.

Por último, en cuarto lugar está el Asia meridional; hacía muchos años que no nos veíamos tan cerca de un conflicto directo entre dos países con capacidad de armas nucleares. Tal vez la situación se haya calmado un poco, pero sigue siendo peligrosa. Hay que hacer frente a las causas fundamentales. Si estalla una nueva crisis podría caber una función a la comunidad internacional, en todo caso, reconozco de muy buen grado y de hecho observo con gran beneplácito las gestiones que han hecho Estados Miembros que se encuentran en buena posición para ayudar a los dos líderes a llegar a una solución.

Excelencias, permítanme concluir recordándoles que hace dos años prometieron en la Cumbre del Milenio "hacer de las Naciones Unidas un instrumento más eficaz" al servicio de los pueblos del mundo.

Les instó a que cumplan esa promesa.

Reconozcamos todos de ahora en adelante, en cada capital, en cada país, grande o pequeño, que el interés mundial es nuestro interés nacional.

Muchas gracias.