Señor Presidente,
Distinguidos Jefes de Estado y de Gobierno,
Excelencias,
Señoras y Señores:
Mal podría dar comienzo hoy a mi intervención sin reflexionar
sobre el aniversario que ayer se cumplió y sobre el desafío
criminal que tan brutalmente nos lanzaron el 11 de septiembre de 2001.
Los atentados terroristas perpetrados ese día no fueron un acontecimiento
aislado. Fueron un ejemplo extremo de flagelo mundial que exige una respuesta
de carácter amplio, sostenido y mundial.
Amplio porque el terrorismo únicamente puede ser vencido si todas
las naciones se unen en su contra.
Sostenido porque la batalla contra el terrorismo no se ha de ganar de la
noche a la mañana; requiere paciencia y persistencia.
Mundial porque el terrorismo es un fenómeno complejo y generalizado,
con muchas raíces profundas y muchos factores que lo agravan.
Señor Presidente, creo que esa respuesta únicamente puede
verse coronada por el éxito si recurrimos plenamente a las instituciones
multilaterales.
Hablo hoy ante ustedes en mi calidad de multilateralista por precedente,
por principio, por mor de la Carta y por obligación.
Creo también que todo gobierno, que esté empeñado en
el imperio de la ley en su propio país, debe también estar
empeñado en el imperio de la ley fuera de su propio país.
Los Estados tienen el evidente interés y la evidente responsabilidad
de hacer valer el derecho internacional y mantener el orden internacional.
Nuestros padres fundadores, los estadistas de 1945, habían aprendido
esa lección a partir de la amarga experiencia que dejaron dos guerras
mundiales y una gran depresión.
Reconocían que la seguridad internacional no es un juego en que nadie
pierde y nadie gana. La paz, la seguridad y la libertad no son recursos
finitos, como la tierra, el petróleo o el oro, que un Estado adquiere
a expensas de otro. Por el contrario, cuanta más paz, seguridad y
libertad tenga un Estado, probablemente más tendrán también
sus vecinos.
Y reconocieron que, si aceptaban ejercer la soberanía juntos, podían
hacer frente a problemas que ninguno de ellos, actuando separadamente, podría
superar.
Si esto era cierto en 1945, ¿no debería serlo tanto más
hoy en la era de la globalización?
prácticamente no hay un tema en nuestro programa en que alguien pueda
sostener seriamente que cada nación, cualquier nación, pueda
valerse de sí misma. Incluso los países más poderosos
saben que necesitan trabajar con los demás, en instituciones multilaterales,
para lograr sus objetivos.
Únicamente mediante la acción multilateral podemos asegurarnos,
de que la apertura de los mercados reporte beneficios y oportunidades para
todos.
Únicamente mediante la acción multilateral podemos dar a los
habitantes de los países menos adelantados la oportunidad de escapar
de la pobreza, la ignorancia y la enfermedad.
Únicamente mediante la acción multilateral podemos protegernos
de la lluvia ácida o del calentamiento de la atmósfera, de
la propagación del VIH/SIDA, del tráfico ilícito de
drogas o de la odiosa trata de seres humanos.
Lo mismo cabe decir con mayor razón aun de la prevención del
terrorismo. Cada Estado puede defenderse contraatacando a los grupos terroristas
y a los países que los amparan o apoyan. Pero sólo la vigilancia
y cooperación concertadas de todos los Estados y el intercambio constante
y sistemático de información abren esperanzas reales de privar
a los terroristas de sus oportunidades.
En todos estos campos, para ningún Estado, grande o pequeño,
optar por seguir o no seguir el camino del multilateralismo puede ser una
simple cuestión de conveniencia, pues tiene consecuencias que van
mucho más allá del contexto inmediato.
Cuando los países trabajan conjuntamente en instituciones multilaterales,
formulando, respetando y, cuando es necesario, haciendo cumplir el derecho
internacional, nace entre ellos una confianza mutua y su cooperación
en otras cuestiones se hace más eficaz.
Cuanto más utilice un país las instituciones multilaterales,
y, con ello, respete valores comunes y acepte las obligaciones y los límites
inherentes a tales valores, mayores serán el respeto y la confianza
que inspire en otros países y mayores serán sus posibilidades
de ejercer un verdadero liderazgo.
Entre las instituciones multilaterales, cabe a esta Organización
universal un lugar especial.
Cualquier Estado, de ser atacado, tienen el derecho inmanente de legítima
defensa. En los demás casos, cuando los Estados toman medidas para
hacer frente a amenazas más generales a la paz y la seguridad internacionales,
la legitimidad sin par que aportan las Naciones Unidas no tiene sustituto.
Los Estados Miembros asignan importancia fundamental a esa legitimidad y
al imperio del derecho internacional. Han demostrado, especialmente cuando
se trataba de liberar a Kuwait hace 12 años, que están dispuestos
a tomar medidas bajo la autoridad del Consejo de Seguridad que de lo contrario
no estarían dispuestos a tomar.
La existencia de un sistema efectivo de seguridad internacional depende
de la autoridad del Consejo y, por lo tanto, de que el Consejo tenga la
voluntad política de actuar incluso en los casos más difíciles,
cuando un acuerdo parezca difícil al principio. El criterio primordial
para incluir un conflicto en su orden del día no debe ser que las
partes estén dispuestas a ello sino que exista una grave amenaza
a la paz mundial.
Señor Presidente:
Permítame mencionar ahora cuatro amenazas actuales a la paz mundial
en que un verdadero liderazgo y una acción eficaz son tan necesarios.
En primer lugar está el conflicto israelí-palestino. Muchos
de nosotros hemos venido pugnando recientemente por conciliar los legítimos
intereses de seguridad de Israel con las necesidades humanitarias de los
palestinos.
Pero estos limitados objetivos no pueden alcanzarse en forma aislada de
su contexto político más amplio. Tenemos que volver a buscar
una solución justa y cabal, la única que puede dar seguridad
y prosperidad a ambos pueblos y, de hecho, a la región entera.
La forma que ha de revestir en última instancia un acuerdo de paz
en el Oriente Medio es bien conocida. Fue definida hace mucho tiempo en
las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad y sus elementos relativos
a Israel y a Palestina fueron enunciados en forma aún más
clara en la resolución 1397: tierra por paz, fin de la ocupación
y del terror, dos Estados Israel y Palestina, que convivan uno al lado del
otro dentro de fronteras reconocidas y seguras.
Ambas partes aceptan esta visión, pero únicamente podemos
hacerla realidad si nos movemos con rapidez y en forma paralela en todos
los frentes. El concepto de la "secuencia" ha fracasado.
Tal como convinimos en la reunión celebrada por el Cuarteto en Washington
en mayo de este año, hay que celebrar con urgencia una conferencia
internacional de paz para enunciar un programa general de medidas paralelas
para afianzar la seguridad de Israel, para afianzar las instituciones económicas
y políticas de los palestinos y para resolver los detalles del acuerdo
definitivo de paz. En el ínterin hay que intensificar la adopción
de medidas humanitarias para paliar los sufrimientos de los palestinos.
La necesidad es urgente.
En segundo lugar, las autoridades del Iraq siguen desafiando las resoluciones
obligatorias que ha aprobado el Consejo de Seguridad en virtud del Capítulo
VII de la Carta.
Yo mismo he entablado con el Iraq una discusión a fondo acerca de
diversas cuestiones, entre ellas la necesidad de que vuelvan los inspectores
de armas de conformidad con las resoluciones del Consejo de Seguridad en
la materia.
Hay que seguir tratando de que el Iraq cumpla las resoluciones del Consejo.
Hago un llamamiento a quienes puedan ejercer influencia con las autoridades
del Iraq para que les hagan ver la importancia vital de aceptar las inspecciones
de armas. Se trata del primer paso indispensable para asegurar al mundo
que todas las armas de destrucción masiva en el Iraq han sido realmente
eliminadas y, permítanme insistir en esto, hacia la suspensión
y, con el tiempo, el levantamiento de las sanciones que tantas penurias
causan al pueblo iraquí.
Insto una vez más al Iraq a que cumpla sus obligaciones, para bien
de su propio pueblo y para bien del orden mundial. Si el desafío
del Iraq persiste, el Consejo de Seguridad deberá hacer frente a
sus obligaciones.
En tercer lugar, permítanme encarecerles, en su calidad de líderes
de la comunidad internacional, que mantengan su compromiso con el Afganistán.
Sé que hablo en nombre de todos ustedes al dar la bienvenida a esta
Asamblea al Presidente Karzai y congratularlo por haber salido ileso de
la atroz tentativa de asesinato que tuvo lugar la semana pasada y que nos
recuerda en forma tan gráfica cuán difícil resulta
desarraigar a los restos del terrorismo en los países en que se ha
implantado. Fue el vergonzoso descuido del Afganistán por la comunidad
internacional en los años noventa lo que permitió que ese
país se sumiera en el caos y que sirviera de caldo de cultivo para
Al-qaida.
En estos momentos, el Afganistán necesita con urgencia ayuda en dos
aspectos. Hay que ayudar al Gobierno a extender su autoridad por todo el
país. De lo contrario, todo lo demás será en vano.
Los donantes, por su parte, deben poner en práctica sus promesas
de ayudar en la rehabilitación, reconstrucción y desarrollo.
De lo contrario, el pueblo afgano perderá la esperanza y bien sabemos
que la desesperación genera violencia.
Por último, en cuarto lugar está el Asia meridional; hacía
muchos años que no nos veíamos tan cerca de un conflicto directo
entre dos países con capacidad de armas nucleares. Tal vez la situación
se haya calmado un poco, pero sigue siendo peligrosa. Hay que hacer frente
a las causas fundamentales. Si estalla una nueva crisis podría caber
una función a la comunidad internacional, en todo caso, reconozco
de muy buen grado y de hecho observo con gran beneplácito las gestiones
que han hecho Estados Miembros que se encuentran en buena posición
para ayudar a los dos líderes a llegar a una solución.
Excelencias, permítanme concluir recordándoles que hace dos
años prometieron en la Cumbre del Milenio "hacer de las Naciones
Unidas un instrumento más eficaz" al servicio de los pueblos
del mundo.
Les instó a que cumplan esa promesa.
Reconozcamos todos de ahora en adelante, en cada capital, en cada país,
grande o pequeño, que el interés mundial es nuestro interés
nacional.
Muchas gracias.
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