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El Secretario General

Discurso del Secretario General en el Real Instituto de Asuntos Internacionales

       Chatham House, Londres, 11 de julio de 2007

¿Por qué las Naciones Unidas son importantes hoy - y mañana?

Muchas gracias, Lord Hurd, por sus amables palabras. Es para mí un honor y un placer encontrarme aquí.

Cuando salí ayer de Bruselas la temperatura era de 12°C y estaba granizando. Aquí hace 25°C y el tiempo es soleado. Tanto hablan del cambio climático. No sé por qué los británicos siempre se están quejando del clima.

Debo confesar, Lord Hurd, que me siento algo intimidado por la circunstancia de que mi intervención sea moderada por un veterano estadista de tan distinguida trayectoria.

Cuando acepté la gentil invitación para hablar ante el Instituto, me sentí particularmente entusiasmado por la perspectiva de hablar al amparo de la "Regla de Chatham House". Entiendo que esa regla dice que el público puede usar la información que reciba en la reunión, pero no revelar la identidad del orador o la entidad a la que éste pertenezca.

Me dije entonces que esta era una norma que bien deberíamos aplicar, de tanto en tanto, en las Naciones Unidas. Ello significa que yo podría hacer conocer mi mensaje, pero, al propio tiempo, conservar un perfil discreto. A la recíproca, los interesados en la grandilocuencia no tendrían oportunidad de dar rienda suelta a sus instintos.

Pero no fue así. Sabiendo que este acto tiene estado público, tendré que aguardar a otra ocasión para beneficiarme directamente de la regla de Chatham House.

Lord Hurd sabe bien como me siento, pues fue Secretario de Asuntos Exteriores. En consecuencia, espero que como moderador sabrá excusarme si me expreso con cierta moderación.

Señor Niblett, Director de Chatham House,
Excelencias,
Señoras y señores:

Es ciertamente un privilegio hablar ante un grupo tan distinguido de expertos y estudiosos, diplomáticos y líderes de opinión, políticos y representantes de la sociedad civil, colaboradores esenciales de las Naciones Unidas en la configuración tanto de las políticas como de las prácticas.

Se dice que las Naciones Unidas tienen tendencia a encontrarse en el fuego cruzado de sus simpatizantes incondicionales y sus críticos implacables. Aquí en Chatham House, me siento rodeado por verdaderos amigos, aquellos que bien se puede calificar de críticos simpáticos o incluso simpatizantes críticos: aliados bien informados de las Naciones Unidas, simpatizantes firmes, pero en modo alguno incondicionales.

Es lo que cabía esperar, sobre todo en este país. Desde la fundación de las Naciones Unidas, el Reino Unido ha sido la piedra angular de nuestra base de apoyo. Aunque la Carta de las Naciones Unidas se firmó en San Francisco en 1945, fue aquí en Londres, al siguiente año, cuando las Naciones Unidas vieron la luz como Organización funcional.

Justamente del otro lado de St. James's Park, en Central Hall Westminster, la Asamblea General se reunió por primera vez. Del otro lado de la calle, en Church House, entró en funciones el Consejo de Seguridad. Fue en Westminster, mientras Londres se recuperaba de los estragos de la segunda guerra mundial, donde mi primer predecesor como Secretario General, Trygve Lie, asumió sus funciones. Reemplazó entonces al Secretario General interino, que era nada menos que el distinguido diplomático británico Sir Gladwyn Jebb.

Ya en el decenio de 1950, Sir Gladwyn -que para entonces había pasado a ser Embajador del Reino Unido antes las Naciones Unidas- tuvo el acierto de distinguir entre los simpatizantes incondicionales y los críticos implacables. ¿Cómo? Gracias al estudio de las caricaturas de los periódicos de la época.

En un extremo del espectro caricaturesco, las Naciones Unidas aparecían como una figura angélica, aunque no agraciada por una gran inteligencia. A veces se la llamaba "Paz" y, por lo común, era víctima de un agresor brutal y uniformado. En el otro extremo, las Naciones Unidas eran representadas por caballero calvo de mediana edad, de dudosa y obvia apariencia extranjera, con chistera y gabán, que complotaba con otro caballero de igual porte en una gran mesa de tapete verde. Una caricatura, pues, sugería una autoridad internacional idealista, constantemente frustrada por las perversas maniobras de los políticos; la otra, en cambio, hacía pensar en un siniestro complot internacional contra la soberanía nacional.

Hoy día, cuando se piensa en esa primera época de las Naciones Unidas, se piensa en lo que prometían. Se piensa en el idealismo y la unidad que inspiraron la Conferencia de San Francisco y la firma de la Carta. Se piensa en la adopción de documentos fundamentales, como la Declaración Universal de Derechos Humanos. Se piensa en los valientes precursores que se unieron a la Organización y le insuflaron su espíritu en sus años formativos.

En mi país, también, esos primeros años estuvieron asociados con una fe inquebrantable en las Naciones Unidas. Cuando me estaba formando en Corea, un país pobre y asolado por la guerra, las Naciones Unidas defendieron a nuestro pueblo en su hora más oscura. Las Naciones Unidas nos dieron esperanza y sustento. Su bandera era señal de un futuro mejor. En el curso de mi propia vida, con la asistencia de las Naciones Unidas, la República de Corea pudo reconstruirse, de un país desgarrado por la guerra, sin siquiera una economía, a una potencia económica regional y un importante contribuyente de la Organización. Ese apoyo me ayudó en mi travesía hasta este estrado. Por todo eso, estoy profundamente agradecido.

Desde entonces, las Naciones Unidas -y el mundo en su conjunto- han adquirido más complejidad. Lo propio ha ocurrido con los desafíos que nuestra Organización tiene ante sí. Ya no se nos percibe en términos de blanco y negro, más bien en distintas gradaciones de gris.

Pero si somos optimistas, como yo, pintaremos a las Naciones Unidas en colores más brillantes. Sabremos que nuestro mundo de desafíos complejos y globales es justamente el entorno en que han de prosperar las Naciones Unidas, porque son desafíos que ningún país puede por sí solo resolver. Es un mundo en que las Naciones Unidas pueden, y deben, expandirse y asumir nuevas funciones, desarrollarse y prestar servicios en nuevos frentes. Quisiera esbozar algunas de las prioridades más apremiantes que enfrentamos. Son desafíos enormes, tan definitorios e históricos como los que enfrentaron nuestros fundadores.

Veamos, por ejemplo, nuestro programa en la esfera de la paz y la seguridad:

Primero, tenemos que intensificar nuestra acción para abordar la tragedia de Darfur. El costo humano de la crisis actual es devastador y el mundo no puede seguir aceptando nuevas dilaciones en el proceso de paz, pues ya se ha dejado continuar por mucho tiempo el ciclo de la violencia.

Cabe encomiar grandemente a la Unión Africana por intervenir cuando nadie más quería hacerlo. Su misión en el Sudán ha tenido repercusiones importantes sobre el terreno. Sin embargo, carece de medios para proteger a la población civil y crear una situación de estabilidad. Me alienta que el Gobierno del Sudán haya aceptado una operación conjunta, o híbrida, que mancomune las fuerzas de la Unión Africana y de las Naciones Unidas. Cuando se haya desplegado, esta difícil operación constituirá un proyecto sin precedente.

Al propio tiempo, sin embargo, debemos también atacar las causas del conflicto. Estamos acelerando el proceso político y esperamos comenzar lo antes posible una ronda de negociaciones nueva y concluyente, que se debiera complementar con una seria iniciativa de desarrollo en la región que incluye asegurar el acceso a recursos hídricos. En cuanto al Sudán en su conjunto, tenemos que llevar adelante el Acuerdo General de Paz entre el norte y el sur.

Segundo, tenemos que empeñar serios esfuerzos por lograr progresos en el Oriente Medio. Ello requiere una labor en varios frentes amplios.

En toda la región y en todo el mundo, el conflicto árabe-israelí, en cuyo centro se ubica la cuestión de Palestina, sigue siendo un problema sumamente inquietante. Con todo, algunos acontecimientos recientes me inspiran esperanza. El Cuarteto ha demostrado su decisión de encontrar una solución. La Liga de los Estados Árabes ha subrayado su compromiso de paz con Israel al destacar la continua pertinencia de la iniciativa de paz árabe según la cual, enviados de Egipto y Jordania visitarán Israel. Por mi parte, seguiré alentando el avance hacia el objetivo común de todas las partes: una paz justa, duradera y general.

Sobre el terreno, en Gaza, las Naciones Unidas tienen amplias responsabilidades humanitarias. El Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente es todavía la principal fuente de trabajo y socorro humanitario, después de la Autoridad Palestina. Mi prioridad ahora es obtener la reapertura permanente y fiable de los cruces de Gaza, para que pueda haber un mayor volumen de suministros comerciales y humanitarios.

En el Líbano, las Naciones Unidas están tratando de brindar apoyo al país en todos los aspectos, desde la reconstrucción física hasta su empeño por crearse un futuro pacífico, democrático y enteramente independiente. Actualmente, un contingente de casi 14.000 efectivos de mantenimiento de la paz ha creado una zona de amortiguación en el sur del Líbano. Esta fuerza robusta, eficaz y equilibrada, que ya ha ayudado a conseguir algunos objetivos claves, no puede, sin embargo, permanecer allí por tiempo indefinido. Como bien lo recuerda el reciente y letal ataque contra nuestra fuerza para el mantenimiento de la paz, la única esperanza de estabilidad perdurable se cifra en la reconciliación de las diversas comunidades del país.

Además de un gobierno de unidad nacional, en el Líbano se tiene que constituir satisfactoriamente el Tribunal Especial, que ha de juzgar a los perpetradores del asesinato de Hariri y otros crímenes conexos. Tenemos que poner punto final a la impunidad de esos actos. De conformidad con la resolución 1757 (2007) del Consejo de Seguridad, estoy adoptando las medidas necesarias para que el Tribunal se constituya.

El Iraq es un problema de todo el mundo. Las Naciones Unidas pueden ayudar a crear un proceso político inclusivo a fin de propiciar la reconciliación nacional. Pueden ayudar a cultivar un entorno regional que sustente la transición hacia la estabilidad. Y pueden contribuir a la reconstrucción y el desarrollo por medio del Pacto Internacional para el Iraq, la iniciativa que copresidimos el Primer Ministro iraquí y yo para crear una nueva alianza con la comunidad internacional. Es mi intención continuar mis gestiones a favor de un seguimiento y una implementación auténticos. Asimismo, las Naciones Unidas están ayudando a coordinar los esfuerzos humanitarios a favor del creciente número de refugiados y desplazados internos iraquíes.

Tercero, tenemos que fortalecer los procesos de desarme y no proliferación. En Corea del Norte, trataré en todo lo posible de que avance sin tropiezos el proceso de las seis partes y de alentar la labor en pro de la desnuclearización de la península de Corea. Respecto de las cuestiones de Corea del Norte y el Irán, el Consejo de Seguridad ha plasmado su acción en importantes resoluciones. Es preciso ahora que los Estados Miembros manifiesten el mismo compromiso en el plano mundial. Debemos movilizar esfuerzos más concertados para superar el estancamiento actual en materia de no proliferación y desarme.

El terrorismo nos plantea un desafío análogo, que preocupa agudamente a este país en este momento. ¿Cómo podemos impedir que el flagelo mundial del terrorismo plantee una amenaza existencial a la humanidad? En septiembre del año pasado, la Asamblea General de las Naciones Unidas tomó una medida histórica cuando aprobó la Estrategia global de las Naciones Unidas contra el terrorismo.

Por primera vez, los Estados Miembros decidieron universalmente adoptar medidas políticas, operacionales y jurídicas concretas para luchar contra el terrorismo de manera coordinada. Se comprometieron a fortalecer la capacidad de los Estados y de las Naciones Unidas para librar esa lucha. Convinieron en que debemos abordar las condiciones que pueden ser conducentes a la propagación del terrorismo. Fundamentalmente, convinieron en que proteger los derechos humanos y el estado de derecho es esencial en la lucha contra el terrorismo. Ahora, nuestro desafío radica en dar efecto a ese documento fundamental, tanto en la letra como en el espíritu.

Señoras y señores: aunque son formidables, no debemos dejar que estos problemas de la paz y la seguridad abrumen los enormes desafíos que se nos plantean en otras esferas.

Nuestro programa de desarrollo es igualmente urgente.

Este año se cumple la mitad del período que nos hemos asignado para alcanzar los objetivos de desarrollo del Milenio, acordados por los Gobiernos de todo el mundo como hoja de ruta hacia un mundo mejor para 2015. Tenemos que cumplir esa promesa. Para cumplir ese plazo, es menester que nos embarquemos ahora en una acción concertada.

También tenemos que hacer verdaderos progresos en una cuestión que, a mi juicio, define nuestro porvenir colectivo, más que ninguna otra: el cambio climático. Estimados amigos: abrigo la convicción de que este desafío y lo que hagamos a su respecto nos definirá a nosotros, a nuestra época y, en última instancia, a nuestro legado mundial. Es tiempo de renovar nuestra reflexión. Los líderes tienen que aceptar sus responsabilidades históricas, pensando menos en su responsabilidad histórica para con sus antepasados y más en su responsabilidad histórica para con sus nietos. ¿Se preguntarán las generaciones que nos sucedan por qué no hicimos lo que debíamos hacer y por qué dejamos que sufrieran las consecuencias de nuestros actos?

Estoy decidido a que las Naciones Unidas desempeñen cabalmente su papel. El Grupo de los Ocho acordó el mes pasado que el proceso del cambio climático de las Naciones Unidas es el foro apropiado para negociar la acción mundial futura. Para aprovechar el dinamismo del momento, he convocado a una reunión de alto nivel sobre el cambio climático en Nueva York, en septiembre, al comienzo del período de sesiones de la Asamblea General. Abrigo la esperanza de que los participantes en esa reunión envíen el siguiente mensaje, con claridad y autoridad, en relación con las negociaciones sobre la Convención Marco de las Naciones Unidas en diciembre: el status quo no es una opción; tenemos que llegar a acuerdos concretos.

Sé que ustedes en Chatham House están contribuyendo a este empeño, en particular mediante su nuevo proyecto de investigación independiente sobre la cooperación entre la Unión Europea y China en materia de cambio climático y seguridad energética.

Señoras y señores:

La seguridad y el desarrollo son dos pilares de la labor de las Naciones Unidas. Los derechos humanos son nuestro tercer pilar, no sólo como un plan teórico, sino en la realidad, sobre el terreno. Se necesitará a ese fin la atención indivisa del Consejo de Derechos Humanos, para asegurar que cumpla su promesa y haga la luz en los lugares más sombríos del mundo. Habrá también que traducir la responsabilidad de proteger de las palabras a los hechos. Debemos forjar un consenso entre los Estados Miembros respecto de cómo impartir carácter operacional al concepto cuando una población esté amenazada por el genocidio, la depuración étnica o los crímenes de lesa humanidad, y las autoridades nacionales no adopten las medidas que correspondan. Nombraré a un asesor especial para que avance ese proceso y ya he nombrado un Asesor Especial para la Prevención del Genocidio y las Atrocidades Masivas, con dedicación exclusiva.

Señoras y señores:

Si queremos hacer frente a los desafíos que se nos presentan, tenemos que poner orden en nuestra propia casa. Por mi parte, estoy adoptando diversas medidas para fortalecer nuestra capacidad y modificar nuestra filosofía operacional.

En las operaciones para el mantenimiento de la paz recae la mayor carga de estas crecientes exigencias. Las Naciones Unidas participan, en alguna forma, en 18 operaciones para el mantenimiento de la paz en los lugares más difíciles del mundo. Hemos llegado ahora a un máximo nivel histórico de casi 100.000 funcionarios sobre el terreno. Además, se nos presenta una función aun mayor de las Naciones Unidas en otras partes, en particular en Darfur. Me alienta que la Asamblea General haya aprobado mis propuestas de reestructuración de la Secretaría, que reforzarán nuestra capacidad para gestionar y sostener las operaciones para el mantenimiento de la paz.

También estamos empeñados en mejorar nuestra gestión en las esferas del desarrollo, la ayuda humanitaria y el medio ambiente. Estamos dando efecto a las recomendaciones de gran alcance del Grupo de Alto Nivel sobre la coherencia en todo el sistema de las Naciones Unidas, uno de cuyos miembros importantes fue Gordon Brown, cuando era Ministro de Hacienda. Abrigo la esperanza de que podamos forjar un consenso entre los Estados Miembros para dar efecto a muchas de las propuestas, en particular las recomendaciones encaminadas a fortalecer nuestra arquitectura de género, de modo de empoderar y proteger mejor los derechos de las mujeres en todo el mundo.

En nuestro quehacer humanitario, ya estamos empeñando un gran esfuerzo por prever los desastres naturales y antropogénicos, a fin de poder actuar antes de que un problema emergente se convierta en una crisis de gran magnitud. Estamos allegando una financiación suficiente y previsible y reforzando las estructuras directivas sobre el terreno. Sir John Holmes, del Reino Unido, nuestro nuevo Secretario General Adjunto para Asuntos Humanitarios, está impartiendo dinamismo a nuestra labor en todos estos aspectos.

A nivel de toda la Organización, no basta solamente con fortalecer la capacidad. También hay que modificar la filosofía operacional, para lo que es menester crear una plantilla de personal auténticamente móvil, multifuncional y responsable, con mayor hincapié en el desarrollo de carrera y la formación. Ello significa exigir que todos los funcionarios de las Naciones Unidas se desempeñen con máxima integridad y conducta ética, tanto en la Sede como sobre el terreno.

Señoras y señores:

Al Reino Unido le incumbe una función singular en lo que hace a llevar adelante nuestro cometido. Este país es un líder mundial en muchas de las cuestiones que he mencionado.

En cuanto a Darfur, aguardamos con interés la iniciativa del Reino Unido para lograr una resolución del Consejo de Seguridad que autorice el despliegue de una fuerza híbrida y ayude a obtener contribuciones una vez que esté establecida. Hasta entonces, dependeremos de que el Reino Unido y otros donantes claves continúen brindando su apoyo a la fuerza de la Unión Africana.

En cuanto al Oriente Medio, agradecemos que se haya puesto a nuestra disposición el concurso del ex Primer Ministro del Reino Unido para ayudar a Palestina a conformar los cimientos de su estado. Pero también vamos a necesitar el activo apoyo y la iniciativa del nuevo Gobierno de Su Majestad.

En cuanto a los objetivos de desarrollo del Milenio, sé que el Primer Ministro hará realidad el excepcional compromiso que viene demostrando de larga data, cuando era Ministro de Hacienda, en los aspectos de la ayuda, el comercio y el alivio de la deuda.

En cuanto al cambio climático, sé que pondrá de manifiesto la capacidad directiva que nos hace falta. Atinadamente ha dicho que el cambio climático es un asunto que incumbe a los ministerios de economía y finanzas tanto como a los de energía y medio ambiente. Además, está llevando adelante con eficacia nuevas alianzas mundiales, sustentadas en el acuerdo internacional para reducir las emisiones de gases de invernadero después de 2012. Sé que podemos depender de la constante iniciativa del Primer Ministro dentro de la Unión Europea, el Grupo de los Ocho y otros foros. En cuanto a las Naciones Unidas, contaremos con el valioso concurso de Mark Malloch Brown, que seguramente posee un acervo de conocimiento especializado sobre las Naciones Unidas mayor que el de cualquier otro ministro de gobierno del mundo.

Señoras y señores:

A pesar de su proyección universal, las Naciones Unidas no pueden estar en todas partes, ni brindar solución a todos los problemas. Podemos y debiéramos, sí, servir de foro para fijar un programa mundial y forjar un consenso mundial. Podemos y debiéramos -con la necesaria determinación política- dar efecto a la voluntad claramente definida de la comunidad internacional. Podemos y debiéramos ser visionarios y proactivos.

En este sentido, necesitamos diálogo y paciencia, recursos y reforma, que nos habiliten para atender al bien común, nos equipen para dar lo mejor de nosotros mismos, desde el mantenimiento de la paz hasta el desarrollo y desde la acción humanitaria hasta los derechos humanos.

Y necesitamos el constante apoyo del Reino Unido, de todos ustedes, de los críticos simpáticos y de los simpatizantes críticos. Tengo la certeza de que ustedes se mostrarán a la medida de esa descripción cuando trate ahora de responder a sus preguntas.

Muchísimas gracias.