Discurso pronunciado por el Secretario General ante la Asociación de las Naciones Unidas del Reino Unido

Sala Central de Westminster, Reino Unido, 31 de enero de 2006

Muchas gracias, Sr. Secretario de Asuntos Exteriores, por su muy amable introducción.

Excelentísimas señoras, Excelentísimos señores,
          Miembros de la Asociación de las Naciones Unidas del Reino Unido,
          Estimados amigos:

En primer lugar, deseo darles las gracias por su presencia aquí y por celebrar esta reunión en este lugar y en este momento. El año pasado celebramos el 60° aniversario de la Carta de las Naciones Unidas y hoy celebramos el 60° aniversario de las Naciones Unidas como una organización de trabajo.

En este mismo salón, el 10 de enero de 1946 se reunió por primera vez la Asamblea General. El 17 de enero, en la Church House que se encuentra al otro lado de la calle, se constituyó el Consejo de Seguridad. El 1° de febrero Trygve Lie de Noruega fue elegido primer Secretario General y al día siguiente asumió oficialmente su cargo.

¡Ah!, eso lo habían olvidado ustedes. No importa. Los Secretarios Generales estamos acostumbrados a que se nos pase por alto. Hace 60 años, cuando el Embajador estadounidense se puso de pie en este salón para recomendar al candidato elegido por el Consejo de Seguridad, debió pedir a Brian Urquhart que le señalara a Trygve Lie y a continuación pronunció mal su nombre.

(Lo mejor de esa historia, por supuesto, es que Brian sigue formando parte de la familia de las Naciones Unidas y sigue ayudándonos a apuntar en la buena dirección.)

Pero se preguntarán ustedes qué estaba haciendo Brian aquí y cómo lograron la Asamblea y el Consejo organizarse sin un Secretario General para decirles dónde sentarse y cómo votar.

La respuesta es que Brian estaba colaborando con el Secretario General en funciones, Gladwyn Jebb, que era un famoso diplomático británico. Como ustedes ven, desde el principio los británicos han asumido discretamente el poder.

Y así ha sido siempre desde entonces. Es posible que hayan advertido que uno de sus compatriotas se ha infiltrado incluso como mi jefe de Gabinete.

En las Naciones Unidas, como dijo uno de los predecesores de Jack Straw, el Reino Unido ejerce más influencia de la que le correspondería.

Alguien que ha hecho una aportación muy valiosa es Lord Hanney. Tuvo la gentileza de participar en mi Grupo de alto nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio e hizo una aportación invalorable.

David, me encanta que haya asumido usted la Presidencia de la Asociación de las Naciones Unidas del Reino Unido. Usted y Sam Daws formarán un equipo ideal. Estoy muy agradecido a Sam, a Richard Jolly y a la Asociación en su conjunto, por todo lo que han hecho para difundir mi informe "Un concepto más amplio de la libertad" y organizar consultas públicas sobre él, del mismo modo que estoy agradecido a Jack y a sus colegas, con inclusión en particular, del Primer Ministro y el Ministro de Finanzas por el estupendo apoyo que nos están prestando.

Gracias a sus esfuerzos, muchos en este país han captado el mensaje de mi informe, que se basaba en el informe del Grupo de Alto Nivel y también en el informe sobre el proyecto del Milenio "Invirtiendo en el desarrollo".

Dicho simplemente, el mensaje es doble. En primer lugar, estamos todos en el mismo barco. Más que en ninguna época anterior, la raza humana afronta problemas mundiales: desde la pobreza y la desigualdad hasta la proliferación nuclear, desde el cambio climático hasta la gripe aviar, desde el terrorismo hasta el VIH/SIDA, desde la limpieza étnica y el genocidio hasta el tráfico de vidas y cuerpos de seres humanos. Tiene, por tanto, obviamente sentido que nos unamos y nos esforcemos por hallar soluciones mundiales.

Y en segundo lugar, las tres aspiraciones de todos los seres humanos -vivir sin miseria, superar la guerra y la violencia en gran escala y acabar con la arbitrariedad y el trato degradante- están estrechamente relacionadas. No hay seguridad a largo plazo sin desarrollo. No hay desarrollo sin seguridad. Y ninguna sociedad puede seguir siendo segura o próspera sin respetar los derechos humanos y el imperio de la ley.

Esta es la premisa en la que se basa el programa esbozado en el informe "Un concepto más amplio de la libertad", y como han manifestado ustedes tan fuerte interés por él, les debo un informe sobre los progresos alcanzados.

Como saben, se elaboró un programa para la Cumbre Mundial celebrada el mes de septiembre pasado. Permítanme, por tanto, mencionarles las esferas en las que la Cumbre logró grandes avances.

En primer lugar, contribuyó a estimular nuevos compromisos importantes de ayuda y alivio de la deuda -que equivale a duplicar la ayuda para África- y obtuvo una sólida y unánime reafirmación de los objetivos de desarrollo del Milenio. A este respecto, debo rendir homenaje al liderazgo del Reino Unido, tanto en el Grupo de los Ocho como en la Unión Europea.

También los países en desarrollo asumieron compromisos muy importantes, empezando con el de elaborar, antes de finales de este año, estrategias nacionales para alcanzar los objetivos de desarrollo del Milenio para 2015.

En el ámbito del socorro humanitario, después de la Cumbre disponemos de un fondo de emergencia enormemente mejorado que debería permitirnos intervenir sin demora siempre que ocurra un desastre.

En el ámbito de la paz y la seguridad, los Estados Miembros acordaron condenar "enérgicamente el terrorismo en todas sus formas y manifestaciones, independientemente de quién lo cometa y de dónde y con qué propósitos". Y pidieron a la Asamblea General que "sin demora" debía desarrollar, aprobar y aplicar una estrategia mundial general de lucha contra el terrorismo, basándose en los elementos que el pasado mes de marzo propuse en Madrid.

Sin embargo, la decisión más concreta en esta esfera fue la creación de una Comisión de Consolidación de la Paz. Este órgano colmará un vacío institucional real y garantizará que se dediquen atención y recursos a los países que emergen de situaciones de violencia, mucho después de la partida de las tropas de mantenimiento de la paz.

En el ámbito de los derechos humanos, logramos una oficina reforzada, con una cantidad considerable de nuevos recursos para el Alto Comisionado. Logramos una entusiasta aprobación del nuevo Fondo para la Democracia. Y espero que en las próximas semanas podamos ver que se ha logrado un acuerdo sobre el nuevo Consejo de Derechos Humanos para reemplazar a la desprestigiada Comisión.

Pero, de las conclusiones de la Cumbre, la que para mí más valor tiene es la aceptación de que los Estados, tanto individual como colectivamente, tienen la responsabilidad de proteger a las poblaciones del genocidio, los crímenes de guerra, la depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad. Este es un adelanto importantísimo por el que llevo años abogando.

Finalmente, la Cumbre abrió la puerta a grandes cambios en la forma de gestión de las Naciones Unidas. Algunos ya los he podido sacar adelante, como la creación de una oficina de ética y la garantía de una mayor protección para quienes denuncien abusos. Pero los más importantes todavía están pendientes.

En efecto, muchas de las decisiones de la Cumbre son sólo compromisos en principio. La ardua tarea que tenemos por delante ahora es lograr su aplicación, en detalle y en la práctica.

Tomemos, por ejemplo, los compromisos relacionados con el desarrollo, tanto de los donantes como de los países en desarrollo. Para lograr su aprobación por el sistema político de cada uno de los países, en contra de poderosos intereses creados, hará falta un esfuerzo político sostenido. Lo mismo que para lograr un adelanto en el comercio, dando a los países en desarrollo una oportunidad real de competir en el mercado mundial.

En el ámbito de la paz y la seguridad, los Estados Miembros aún deben responder a la necesidad, destacada en la Cumbre, de "hacer todo lo posible" para llegar a un acuerdo y concertar un convenio general sobre el terrorismo durante el período de sesiones en curso de la Asamblea General. Es vital que lo hagan, así como que se elabore una estrategia general de lucha contra el terrorismo con la urgencia que se pidió en la Cumbre. En esta ciudad, bien saben ustedes que el terrorismo es un flagelo mundial y lo importante que es que todas las naciones trabajen juntas para derrotarlo.

Lo mismo cabe decir de los compromisos sobre los derechos humanos. Las negociaciones sobre el nuevo Consejo de Derechos Humanos deben estar terminadas a mediados de febrero, antes de que la antigua Comisión de Derechos Humanos comience un nuevo período de sesiones anual. Y no tenemos ninguna garantía de que esas negociaciones vayan a dar resultado. Ahora es el momento en que todos aquellos a los que realmente les importan los derechos humanos deben hacer el máximo esfuerzo para lograr un Consejo de Derechos Humanos con autoridad, capaz de inspirar respeto y de proteger y defender los derechos de los oprimidos en todo el mundo.

Lo mismo cabe decir de la espléndida declaración de la voluntad de adoptar medidas "de manera oportuna y decisiva, por medio del Consejo de Seguridad" para proteger a las poblaciones si sus propios gobiernos no lo hacen. Esta declaración sólo tendrá sentido si el Consejo de Seguridad está dispuesto a actuar. Y el Consejo se enfrenta a una prueba clara ahora mismo, pues la Unión Africana ha señalado su deseo de que su misión en Darfur se convierta en una operación de paz de las Naciones Unidas.

Se abre, pues, ante el Consejo de Seguridad la responsabilidad ineludible de actuar de manera rápida y decisiva para detener las matanzas, las violaciones y la depuración étnica a las que todavía se está sometiendo a la población de Darfur.

Aún está por ver también si logramos la revisión a fondo de todas las normas que rigen nuestro personal y nuestros recursos a la que la Cumbre abrió la puerta, y que necesitamos imperiosamente si queremos contar con un sistema de gestión capaz de asumir las responsabilidades operacionales que los Estados Miembros nos han ido confiriendo a lo largo de los últimos 15 años. Para ello, es fundamental que los Estados Miembros se pongan de acuerdo en adoptar medidas sobre las propuestas que presentaré el mes que viene.

Al mismo tiempo, la Asamblea General va a emprender una revisión de todos los mandatos aún vigentes que los Estados Miembros otorgaron a la Organización entre 1946 y 2001. Ello permitirá evitar muchas duplicaciones y el desperdicio de recursos, y garantizar que nuestro trabajo refleja las prioridades actuales de los Estados Miembros, no las de antaño.

No será fácil lograr el acuerdo entre los Estados Miembros sobre ninguna de las reformas a causa de los profundos recelos que existen entre los países en desarrollo y los países donantes, entre los Estados pequeños y los grandes y, con frecuencia, entre la única superpotencia que queda y el resto del mundo.

Esos recelos se hicieron sentir también en la Cumbre. Hay ámbitos en los que los dirigentes mundiales no pudieron llegar a ningún acuerdo.

Para mí, la mayor decepción ha sido el fracaso a la hora de decidir cómo avanzar en el ámbito del desarme y la no proliferación.

¿Acaso puede haber una amenaza más inquietante en el mundo de hoy que la posibilidad de que un arma nuclear o biológica caiga en manos de terroristas o sea utilizada por un Estado a raíz de un terrible malentendido o error de cálculo? Cuantos más Estados tengan armas de ese tipo, mayor será el riesgo. Y cuanto más aumenten sus arsenales los Estados que ya las poseen, o cuanto más insistan en que son esenciales para su seguridad nacional, más creerán los otros Estados que también deben tenerlas para su seguridad.

Durante 35 años, el Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares (TNP) ha protegido a la humanidad de ese peligro con gran éxito. Sin embargo, hoy se enfrenta a un reto muy importante.

Los titulares de hoy tratan del Irán, y con razón, ya que están en juego las obligaciones y los compromisos básicos del Tratado. Para los signatarios del TNP, el derecho de desarrollar la energía nuclear está sujeto al compromiso solemne de no fabricar ni adquirir armas nucleares, y al cumplimiento de las normas establecidas y controladas por el Organismo Internacional de Energía Atómica.

Al margen de los titulares, debe quedar claro que no podemos seguir de crisis en crisis hasta que el régimen quede sepultado bajo la proliferación nuclear descontrolada.

El año pasado, los gobiernos tuvieron dos veces la oportunidad de reforzar las bases del régimen del TNP acordando inspecciones más estrictas del OIEA, incentivos y garantías para que los países renunciaran al enriquecimiento y reprocesamiento de material fisionable, y medidas enérgicas para cumplir los compromisos de desarme.

No obstante, fracasaron en ambas ocasiones. No nos podemos dar el lujo de seguir desperdiciando esas oportunidades.

Señor Ministro de Relaciones Exteriores, vi con gran aprecio sus esfuerzos por reconstruir el consenso sobre la no proliferación, llevados a cabo el año pasado, junto con otros seis ministros de relaciones exteriores. Ese es uno de los pocos esfuerzos multilaterales serios que se han hecho recientemente para fortalecer un pilar fundamental de la seguridad colectiva. Los insto a seguir adelante.

El otro gran fracaso de la Cumbre fue, por supuesto, la falta de acuerdo para ampliar el Consejo de Seguridad.

Si bien el Reino Unido apoyó la ampliación, sospecho que en Londres, así como en otras capitales de los miembros permanentes actuales, no fueron muchas las lágrimas vertidas por este fracaso.

Sin embargo, no hay que subestimar la lenta erosión de la autoridad y la legitimidad de las Naciones Unidas ocasionada por la percepción de que su base de poder es muy estrecha, ya que sólo cinco países tienen las riendas.

Este sentimiento de frustración y exclusión es lo que impulsa a muchos Estados a ejercer el único poder que tienen: el poder de obstaculizar otras reformas, como la mejora de la gestión, ya que algunos perciben incluso eso como un intento de los "peces gordos" de acumular aún más poder.

Es preciso, pues, expandir esa base. Tarde o temprano, habrá que ampliar el Consejo de Seguridad. Mientras tanto, hay otras formas de que un número mayor de Estados participe más en las decisiones de las Naciones Unidas.

Los miembros permanentes podrían tener más en cuenta a los miembros elegidos y la Asamblea General podría procurar elegir a miembros que estén a la altura de su responsabilidad.

Además, el Consejo en su conjunto debería estar más dispuesto a compartir el poder con otros órganos de las Naciones Unidas, en particular el Consejo de Derechos Humanos y la Comisión de Consolidación de la Paz recientemente creados, un Consejo Económico y Social reformado y la propia Asamblea General. Si esas instituciones consiguen un mayor respeto y facultades más amplias, habrá oportunidades de que más Estados Miembros ejerzan esas facultades, con lo cual se renovará su compromiso con la Organización y aumentará su interés por que ésta funcione bien.

Gran Bretaña tiene experiencia y prestigio como para desempeñar un papel de liderazgo en la reforma de la gobernanza de las Naciones Unidas. Es más, ya ha aumentado su prestigio al mostrarse dispuesta a no apostar exclusivamente a la condición de miembro permanente.

Esto que aparenta ser una pérdida de poder, puede aumentar la influencia británica, ya que si las Naciones Unidas son una institución en la que uno ejerce una influencia mayor de la que cabría esperar, conviene asegurarse de que el resto del mundo realmente la respete y le preste atención. De hecho, los Gladwyn Jebb de hoy o del mañana podrían desempeñar un papel tan importante en la reforma de las Naciones Unidas como el de sus predecesores durante la magna fundación de la institución 60 años atrás.

Para que las Naciones Unidas sean capaces de enfrentar las crisis actuales y futuras, de Doha a Darfur, del terrorismo mundial al recalentamiento de la Tierra, es preciso emprender un esfuerzo real de voluntad política y recuperación de la confianza. Gran Bretaña tiene un importante papel que desempeñar. Por sus lazos de idioma y de amistad con los Estados Unidos, su relación con muchos países en desarrollo a través del Commonwealth y su función de liderazgo entre los miembros de la Unión Europea, la posición de Gran Bretaña es excepcional.

Espero fervientemente que, para fines de año, pueda entregar a mi sucesor una Organización en mejores condiciones para hacer frente a los desafíos del siglo XXI y servir a los pueblos en cuyo nombre fue fundada. Para lograrlo, cuento con que Gran Bretaña desempeñe no un papel de apoyo sino de liderazgo.

Muchas gracias.