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El Secretario General

Discurso del Secretario General ante el Consejo de Seguridad sobre el Oriente Medio, tal como fue pronunciado en Nueva York, el 12 de diciembre de 2006



Muchas gracias Señor Presidente,
Excelencias,
Señoras y Señores:

Deseo ante todo agradecerles la oportunidad que me brindan de presentar mi informe sobre el Oriente Medio. Señor Viceprimer Ministro y Ministro de Relaciones Exteriores [Sheikh Hamad bin Hassem bin Jabr Al-Thani], nos complace tenerlo aquí con nosotros.

Como dije en la Asamblea General en el mes de septiembre, el conflicto israelo-palestino no es uno de tantos conflictos regionales. Ningún otro conflicto tiene una carga simbólica y emocional tan grande, incluso para personas que viven muy lejos de la región.

En el curso de los años se dieron pasos importantes hacia el logro de la paz, pero no se llegó nunca a una solución definitiva, a pesar de los esfuerzos denodados de varias generaciones de líderes mundiales. Yo también terminaré mi mandato sin ver el fin de esta prolongada agonía.

Hoy en día, las perspectivas del Oriente Medio son aciagas. La región se encuentra inmersa en una profunda crisis. Hacía mucho tiempo que la situación no era tan compleja, tan frágil y tan peligrosa.

Por esa razón, tomé la iniciativa de preparar el informe que tienen ante sí. Mi objetivo es ayudarnos a salir del estancamiento y reactivar un proceso de paz viable que responda al deseo de paz de la región.

Señor presidente:

La desconfianza entre israelíes y palestinos ha alcanzado niveles sin precedentes.

La Franja de Gaza se ha convertido en un semillero de miseria y frustración, no obstante la retirada de las tropas israelíes y la evacuación de los asentamientos el pasado año. También en la Ribera Occidental la situación es desesperada. Las actividades relacionadas con los asentamientos y la construcción de la barrera continúan. Los obstáculos israelíes impiden la circulación de los palestinos en toda la región. La Autoridad Palestina, paralizada por una debilitante crisis política y financiera, ya no puede garantizar la seguridad ni prestar los servicios básicos.

Los israelíes, por su parte, siguen viviendo con miedo del terrorismo y están consternados por la ineficacia de los esfuerzos palestinos para impedir el lanzamiento de cohetes contra el sur de Israel. También consideran alarmante la existencia de un Gobierno encabezado por Hammas que, en el mejor de los casos, tiene una posición ambivalente respecto de la solución biestatal y, en el peor de los casos, se niega a renunciar a la violencia y rechaza los principios básicos del enfoque del conflicto que siempre han apoyado los palestinos y que están consagrados en los acuerdos de Oslo.

En el Líbano, la transformación política no se ha terminado y sus dirigentes son víctimas de una campaña de intimidación y desestabilización. Como reveló el enfrentamiento del último verano entre Israel y Hezbolla, el Líbano sigue siendo víctima de su difícil historia y permanece cautivo de fuerzas que actúan tanto dentro como fuera del país y desean aprovechar su vulnerabilidad.

Si dirigimos nuestra mirada a otras partes de la región, vemos que las Alturas del Golán sirio siguen bajo control israelí y que las relaciones de Siria con grupos militantes que actúan fuera de su frontera suscita preocupación. Las actividades nucleares y las posibles ambiciones nucleares del Irán son una nueva fuente de preocupación grave para muchos dentro y fuera de la región. Esta situación y el alarmante auge del extremismo se refuerzan mutuamente.

Cada uno de estos conflictos tiene su propia dinámica y sus propias causas. Cada uno requiere su propia solución específica y su propio proceso para llegar a una solución duradera. Y en cada caso, son las partes implicadas las que tienen la responsabilidad primordial de lograr la paz. Nadie puede declarar la paz en su lugar. Nadie puede imponerles la paz. Nadie debería desear la paz más que ellos.

Al mismo tiempo, la comunidad internacional no puede rehuir la responsabilidad de hacer valer su influencia. Los distintos conflictos y crisis de la región están cada vez más interconectados. Aunque están bien separados y son profundamente distintos, cada uno afecta e influye al otro, dificultando aún más su resolución y la gestión de la crisis. La comunidad internacional debe llegar a una nueva comprensión de la crisis del Oriente Medio. Y luego asumir su plena responsabilidad en su resolución y en la estabilización de la región.

Desearía, pues, aportar algunas ideas sobre el nuevo rumbo que podrían tomar las propias partes implicadas y otras partes, como el Cuarteto, este Consejo y otros órganos de las Naciones Unidas, para establecer la paz, en particular entre israelíes y palestinos, lo cual, aunque no es una panacea, sería muy importante para aliviar tensiones en toda la región.

Señor presidente:

Uno de los aspectos más frustrantes del conflicto israelo-palestino es la aparente incapacidad de muchas personas de ambas partes para entender la posición del otro y la falta de voluntad para siquiera intentarlo. Como verdadero amigo y sostén de ambas partes, quisiera dirigirles mensajes francos a ambos.

Es perfectamente justo y comprensible que Israel y sus partidarios traten de garantizar su seguridad persuadiendo a los palestinos, y en general a los árabes y los musulmanes, que cambien su actitud y comportamiento hacia Israel. Sin embargo, no alcanzarán este objetivo a menos que ellos mismos comprendan y reconozcan las quejas fundamentales de los palestinos, a saber, que el establecimiento del Estado de Israel entrañó el desposeimiento de cientos de miles de familias palestinas, que se convirtieron en refugiados, y que 19 años más tarde una ocupación militar dejó a otros cientos de miles de palestinos bajo control israelí.

Con toda razón, Israel está orgulloso de su democracia y de sus esfuerzos por construir una sociedad basada en el respeto del imperio de la ley. Pero la democracia de Israel sólo puede prosperar si pone fin a la ocupación de la tierra de otro pueblo. El ex Primer Ministro Ariel Sharon lo reconoció. Israel ha sufrido cambios culturales importantes desde los días de Oslo: todos los grandes partidos políticos israelíes reconocen ahora que Israel debe poner fin a la ocupación, por su propio bien, y por su propia seguridad.

Sin embargo, miles de israelíes viven aún en territorios ocupados en 1967 -y 1.000 más se suman cada mes. Los palestinos ven esto y ven también una barrera que se levanta en medio de su tierra en contravención de la opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia y más de 500 puestos de control que obstaculizan su circulación y la gravosa presencia de las Fuerzas de Defensa israelíes. La desesperación que suscita la ocupación va en aumento, lo mismo que la determinación de resistirla. Como resultado de ello, algunos tienden a confiar más en quienes continúan la lucha armada que en quienes propugnan un proceso de paz que no parece llegar nunca a la ansiada meta de un Estado independiente.

Concuerdo con Israel y sus partidarios en que hay una diferencia -moral y legal- entre terroristas que deliberadamente atacan civiles y soldados regulares que, en el curso de operaciones militares, matan o hieren civiles involuntariamente, a pesar de los esfuerzos por evitarlo. Sin embargo, a medida que aumenta el número de muertos y heridos civiles durante estas operaciones y a medida que las precauciones para evitar los estragos se reducen, la diferencia se desvanece. El uso de la fuerza militar en zonas densamente pobladas es un recurso contundente que sólo produce más muertes, destrucción, recriminación y venganza. Como hemos visto, es ineficaz para alcanzar el objetivo deseado de poner fin a los ataques terroristas. Los israelíes pueden responder que sólo se están protegiendo del terrorismo y que tienen derecho a hacerlo. Pero ese argumento no tendrá mucho peso mientras la ocupación de la Ribera Occidental se siga haciendo más onerosa y continúe la expansión de los asentamientos. Israel contaría con mayor apoyo si sus acciones estuvieran claramente destinadas a ayudar a poner fin a la ocupación en vez de afianzarla.

Debemos aunar fuerzas con Israel para salir de este desgraciado status quo y poder negociar el fin de la ocupación sobre la base del principio de tierra por paz.

Señor presidente:

Es perfectamente justo y comprensible apoyar al pueblo palestino, que tanto ha sufrido. Pero la lucha de los palestinos y sus partidarios nunca será verdaderamente efectiva si sólo se centra en las transgresiones de Israel, y no se reconoce ninguna justicia o legitimidad a sus preocupaciones ni se quiere admitir que los opositores de Israel han cometido por su parte crímenes atroces e inexcusables. En ningún caso puede la resistencia a la ocupación justificar el terrorismo. Debemos estar todos unidos en nuestro rechazo rotundo del terror como instrumento político.

También considero que las acciones de algunos organismos de las Naciones Unidas pueden ser contraproducentes. El Consejo de Derechos Humanos, por ejemplo, ya ha celebrado tres períodos extraordinarios de sesiones sobre el conflicto árabe-israelí. Abrigo la esperanza de que el Consejo haga lo necesario para abordar la cuestión de forma imparcial, y no permita que monopolice su atención en perjuicio de otras situaciones en que se cometen atrocidades igualmente graves, o incluso peores.

Al mismo tiempo, quienes acusan al Consejo de Seguridad de utilizar un "doble rasero" -porque impone sanciones a los gobiernos árabes y musulmanes pero no a Israel- deben tener cuidado de no aplicar ellos mismos un doble rasero en sentido inverso, pidiendo a Israel una conducta que no están dispuestos a pedir a otros Estados, a los adversarios de Israel, o a sí mismos.

Algunos pueden hallar satisfacción en que la Asamblea General apruebe una resolución tras otra o en que se celebren repetidas conferencias que condenan la conducta de Israel. Pero también cabría preguntarse si esas medidas aportan alguna ayuda o beneficio tangible a los palestinos. Llevamos decenios aprobando resoluciones. Se han multiplicado los comités especiales, los períodos extraordinarios de sesiones y las divisiones y dependencias de la Secretaría. ¿Y han tenido algún efecto en las políticas de Israel, o sólo han logrado reforzar su convicción, y la de muchos de sus partidarios, de que esta gran Organización es demasiado parcial para que se le permita desempeñar un papel importante en el proceso de paz del Oriente Medio?

Peor aún, parte de la retórica relacionada con esta cuestión implica la negativa a reconocer la legitimidad misma de la existencia de Israel, por no hablar de la validez de sus preocupaciones en materia de seguridad. No debemos olvidar nunca que los judíos tienen razones históricas muy válidas para tomarse en serio toda amenaza contra la existencia de Israel. Lo que los nazis hicieron a los judíos y a otros sigue siendo una tragedia innegable, sin parangón en la historia de la humanidad. Hoy en día, los israelíes se enfrentan con frecuencia a palabras y acciones que parecen confirmar su temor de que el objetivo de sus adversarios es poner fin a su existencia como Estado, y como pueblo.

Por ello, quienes deseen ser escuchados en relación con Palestina no deben negar ni minimizar esa historia, ni los lazos que muchos judíos sienten con su patria histórica. Al contrario, deben reconocer las preocupaciones de Israel en materia de seguridad y dejar claro que su crítica no nace del odio ni de la intolerancia, sino de un deseo de justicia, libre determinación y coexistencia pacífica.

Señor presidente:

La mayor ironía de esta triste historia es quizá que los elementos básicos de una solución definitiva no están seriamente en tela de juicio. Las propias partes, en varias oportunidades y por diversas vías diplomáticas, estuvieron a punto de salvar prácticamente todas las diferencias. No faltan motivos para que las partes lo intenten de nuevo, con la ayuda concertada y basada en principios de la comunidad internacional. Necesitamos dar un nuevo y urgente impulso al proceso de paz.

El camino será largo, y habrá que hacer grandes esfuerzos por restablecer la confianza. Pero recordemos cuál es la meta final: la existencia de dos Estados, Israel y Palestina, dentro de unas fronteras seguras, reconocidas y negociadas basadas en las del 4 de junio de 1967; una paz más amplia que incluya a otros vecinos de Israel, a saber, el Líbano y la República Árabe Siria; relaciones diplomáticas y económicas normales; acuerdos que permitan tanto a Israel como a Palestina establecer en Jerusalén sus capitales reconocidas internacionalmente y garantizar el acceso de las personas de todas las religiones a sus lugares sagrados; una solución que respete los derechos de los refugiados palestinos y sea coherente con la solución biestatal y con el carácter de los Estados de la región.

Esta meta no es tan imposible de alcanzar como algunos pueden creer. La mayoría de los israelíes cree sinceramente en la paz con los palestinos; quizá no tal y como la conciben los palestinos, pero una paz auténtica al fin y al cabo. La mayoría de los palestinos no busca la destrucción de Israel, sólo el fin de la ocupación y la creación de un Estado propio; quizá en un territorio ligeramente mayor que el que los israelíes quisieran conceder, pero en un territorio limitado al fin y al cabo.

Nuestro desafío consiste en convencer a cada parte de que estas mayorías existen en la parte contraria, y en demostrar que los saboteadores y quienes se niegan a aceptar una paz negociada constituyen una clara minoría.

Creo que las aspiraciones fundamentales de ambos pueblos se pueden conciliar. Creo en el derecho de Israel a existir, y a hacerlo en condiciones de seguridad plena y permanente: libre del terrorismo, libre de ataques, libre incluso de la amenaza de ataques. Creo en el derecho de los palestinos a ejercer su derecho a la libre determinación. Los palestinos han sido horriblemente maltratados y explotados por Israel, por el mundo árabe, en ocasiones por sus propios dirigentes y quizá, incluso, a veces, por la comunidad internacional. Merecen ver cumplida su sencilla ambición de vivir en condiciones de libertad y dignidad.

La hoja de ruta, que este Consejo hizo suya en su resolución 1515 (2003), sigue siendo el punto de referencia en que se basa todo esfuerzo por reactivar las gestiones políticas. Su patrocinador, el Cuarteto, mantiene su validez por su singular combinación de legitimidad, fuerza política y peso financiero y económico. Pero el Cuarteto debe hacer mayores esfuerzos por recuperar la confianza, no sólo en su propia seriedad y eficacia, sino también en la viabilidad de la hoja de ruta, y por crear las condiciones para la reanudación de un proceso viable. Debe encontrar una manera de institucionalizar sus consultas con los asociados regionales correspondientes. Debe fomentar la participación directa de las partes en sus deliberaciones. Ha llegado el momento de que el Cuarteto defina más claramente y desde el principio las reglas de la partida final. Pero deberá estar abierto a nuevas ideas e iniciativas.

Señor presidente:

Las tensiones en la región están llegando al límite, huelga decirlo, Señor Presidente. El extremismo y el populismo están dejando cada vez menos espacio político para los moderados, incluso para los Estados que han celebrado acuerdos de paz con Israel. Algunas medidas positivas en favor de la democracia, como la celebración de elecciones, han planteado a la vez un dilema, pues llevaron al poder a partidos, personas y movimientos opuestos a los elementos básicos de los enfoques actuales para el establecimiento de la paz. La oportunidad de negociar una solución biestatal no durará mucho. Si no la aprovechamos, quienes sufren más directamente los efectos de esta calamidad verán agravado su sufrimiento y su dolor. Será más difícil solucionar otros problemas y conflictos. Y será más fácil para los extremistas del mundo entero reclutar para sus filas.

Lo que ocurra en el futuro inmediato bien puede ser crucial. Todos los días se produce una derrota en la lucha por la paz y aparecen nuevos motivos para rendirnos. Pero no debemos sucumbir a la frustración. Todos conocemos los principios en que se debe basar la paz. Incluso está perfectamente delineada la forma que revestiría la solución sobre el terreno. Considero que podemos salir del punto muerto en que nos encontramos y avanzar nuevamente hacia la paz.

Las Naciones Unidas y el Oriente Medio están estrechamente ligados. Esa región ha forjado esta Organización como ninguna otra. Su situación, sus pueblos, su sed de paz significan muchísimo para mí. Y sé que también significan mucho para ustedes. Entonces, con toda urgencia, traduzcamos esa preocupación en una acción concertada.

Muchas gracias.