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Discurso del Secretario General de las Naciones Unidas
ante la Cuarta Cumbre de Jefes de Estado de la Unión Europea y
de América Latina y el Caribe


Viena, 12 de mayo de 2006

Excelentísimas Señoras,

Excelentísimos Señores,

Señoras y Señores,

Ante todo deseo agradecer a usted, Sr. Canciller Schüssel, y al pueblo austríaco su generosa hospitalidad y a todos la oportunidad que me brindan de hacer uso de la palabra en esta importante reunión. Deseo también agradecer a los Jefes de Estado y de Gobierno aquí reunidos el continuo apoyo que han prestado a las Naciones Unidas y que me han prestado a mí, en calidad de Secretario General.

Me complace especialmente que estemos reunidos en Viena, porque desde esta hermosa ciudad las Naciones Unidas libran su batalla contra muchos de los males que afectan a nuestras sociedades, como el tráfico de drogas, la delincuencia organizada, las armas de destrucción masiva y la corrupción.

Me parece, pues, apropiado que se reúnan aquí para reflexionar sobre algunos de los problemas de nuestras regiones y la necesidad de aunar fuerzas para vencerlos.

Uno de esos problemas es el creciente número de jóvenes sin empleo, no sólo en nuestras sociedades sino en todo el mundo.

Excelentísimas señoras, excelentísimos señores, estoy firmemente convencido de que la falta de oportunidades de nuestros jóvenes merece mayor atención de la que está recibiendo, sobre todo porque la cuestión tiene efectos sobre muchos de los temas incluidos en nuestro programa.

Deseo aprovechar esta oportunidad para compartir con ustedes algunas ideas sobre este problema grave, que se está agudizando.

En la actualidad los jóvenes de 15 a 24 años representan sólo una cuarta parte de la población activa del mundo, sin embargo, constituyen la mitad de la población desempleada. La Unión Europea tiene más de 4,3 millones de jóvenes desempleados de ambos sexos; América Latina y el Caribe, más de 8.8 millones. En la Unión Europea aproximadamente el 7% de los adultos no tienen empleo, pero entre los jóvenes la tasa es superior al 18%. En América Latina y el Caribe la diferencia en la tasa de desempleo de jóvenes y adultos es igualmente enorme: 15% para los primeros, en cambio, sólo 5.6% para los segundos.

Los jóvenes tienen mayor dificultad para encontrar cualquier tipo de trabajo, y además hay una menor proporción de trabajos dignos y productivos para ellos. En todo el mundo los jóvenes suelen trabajar más horas por menor paga y con poca seguridad laboral. En los momentos de apogeo económico, se encuentran entre los últimos en ser contratados, y durante las crisis, suelen ser los primeros despedidos.

Además, los jóvenes se hallan atrapados en una paradoja, una paradoja increible: aunque en general están mejor preparados que la población de mayor edad, tienen menos acceso al empleo. Esto genera una sensación de injusticia y los convence de que seguir estudiando no aumentará sus posibilidades de trabajo.

La única conclusión que podemos extraer es que tanto los países industrializados como los países en desarrollo son incapaces de ofrecer oportunidades de trabajo dignas a sus jóvenes.

Además, el desempleo generalizado representa un problema particular para las sociedades democráticas, pues la incapacidad de ofrecer oportunidades de empleo puede debilitar la confianza en la democracia y socavar el apoyo popular a las reformas económicas razonables.

Hoy en día ese descontento es tangible en muchas partes de América Latina, donde las altas tasas de desempleo han menoscabado la confianza tanto en las instituciones democráticas como en la economía de mercado. En las democracias del Caribe, los flagelos de la violencia, las drogas, el VIH y el SIDA son exacerbados por el desempleo. En algunas partes de América Latina y el Caribe muchos jóvenes emigran en busca de trabajo. Y aunque sus remesas constituyen a veces el sustento de toda una comunidad, sus sociedades y sus familias obviamente se beneficiarían si pudieran aprovechar sus aptitudes y su esfuerzo.

Entretanto, el continuo desempleo en las economías desarrolladas como las de Europa crea condiciones que los movimientos xenófobos y otros movimientos políticos extremistas tratan de explotar.

Hay una obvia necesidad de corregir estas tendencias inquietantes que suelen ser más frecuentes en los grupos con más alto nivel de desempleo, como los jóvenes. Si pensamos que en el próximo decenio unos 1.200 millones de jóvenes de todo el mundo estarán en edad de trabajar, no podemos cerrar los ojos ante estos problemas.

Por supuesto, hay otra cara de la moneda, y son los enormes efectos positivos que redundarían en beneficio de todos si los jóvenes encontraran un trabajo digno. Reduciendo la tasa mundial de desempleo de los jóvenes a la mitad para equipararla aproximadamente con la tasa de desempleo de adultos, se añadirían 3.500 millones de dólares al PNB mundial. Sólo en América Latina y el Caribe la ganancia estimada de 298.000 millones de dólares equivaldría al PNB anual combinado de Costa Rica, el Ecuador, la República Dominicana y el Perú.

Estos son, por supuesto, sólo los efectos económicos directos. El empleo de los jóvenes produce jóvenes que consumen, ahorran y pagan impuestos. Y esto alivia problemas como las drogas y la delincuencia. También reduce la desigualdad -en América Latina, la tasa de desempleo entre los jóvenes que forman parte del 20% más pobre de la población es tres veces superior que la de los jóvenes que forman parte del 20% más rico. Más importante aún, el empleo da un sentido a la vida de los jóvenes y suscita un verdadero interés en el bienestar de sus comunidades.

Destaco estas cuestiones porque el potencial que encierra el empleo de los jóvenes en general se reconoce pero no se aprovecha demasiado. Esto ocurre en Europa y en África, en América Latina y en Australia, en el Caribe y en Asia. Es verdad en todas partes y no se acepta en ninguna.

En la Cumbre Mundial celebrada el año pasado en Nueva York, los líderes del mundo resolvieron que los objetivos del empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos, en particular las mujeres y los jóvenes, fueran una meta fundamental de las políticas nacionales e internacionales y de las estrategias nacionales de desarrollo, incluidas las estrategias de reducción de la pobreza. Debo añadir aquí que mi buen amigo Juan Samovía, de la OIT, ha impulsado estas ideas desde hace mucho tiempo, y la suya fue casi siempre una voz solitaria. Me alegra mucho saber que ya no está solo.

El desafío ahora consiste en hacer realidad esas declaraciones, tanto en el plano nacional como internacional. Se trata sin duda de una cuestión difícil y compleja, pero permítanme sugerir algunas medidas.

Primero y principal, hay una urgente necesidad de priorizar el empleo a la hora de tomar decisiones. En los debates tradicionales sobre políticas se trata la creación de empleos como una consecuencia inevitable del crecimiento económico. Y como resultado de ello, la formulación de políticas económicas se ha centrado más en controlar la inflación y aumentar la productividad que en crear empleos. Sin embargo, cada vez es más evidente que el crecimiento es un factor crucial, pero no siempre produce suficientes empleos.

Debemos revisar nuestro enfoque y asignar a la creación de empleos la misma prioridad que al crecimiento económico en las políticas económicas y sociales tanto nacionales, como internacionales. Por ejemplo, cada vez que se examinan las políticas macroeconómicas debería haber un reflejo institucionalizado que llevara a preguntarse sistemáticamente "¿qué puede hacer esta política por el empleo?".

El aumento del empleo de la población en general es necesario, pero no es suficiente para aliviar el problema de desempleo de los jóvenes. Deben tomarse medidas particulares y concretas para remediar las desventajas relativas de los jóvenes que ingresan al mercado de trabajo.

Por tal razón, la segunda medida es dar a las políticas nacionales sobre los jóvenes un doble objetivo: aumentar sus oportunidades de empleo y mejorar sus aptitudes para ser empleados. En efecto, los gobiernos deben tratar de crear y aumentar tanto la demanda del trabajo de los jóvenes como la oferta de jóvenes con las condiciones necesarias.

La demanda de jóvenes puede aumentarse si se promueven sectores con gran potencial para el empleo de jóvenes, como la tecnología o los servicios relacionados con la información. Las políticas sobre los mercados de trabajo deben examinarse para lograr un mayor equilibrio entre la flexibilidad y la seguridad que necesitan tanto los empleadores como los trabajadores en un mundo de rápidos cambios. Al mismo tiempo, el mejoramiento de los planes de inserción laboral pueden facilitar el ingreso inicial en el mercado de trabajo.

Del lado de la oferta, hay demasiadas personas -tanto jóvenes como mayores- que permanecen desempleadas durante largos períodos por falta de aptitudes o falta de apoyo para entrar o reincorporarse en el mercado de trabajo.

Para que los jóvenes consigan empleo en América Latina es necesario reducir las enormes diferencias de educación entre los distintos grupos: los jóvenes de comunidades pobres, rurales e indígenas tienen mucha menos formación que los demás. Esto se traduce en un menor acceso al trabajo digno y en mayores tasas de desempleo para esos grupos.

Con frecuencia las estructuras nacionales de educación y capacitación no logran dotar a los jóvenes de las aptitudes y la capacidad requeridas por economías dinámicas que avanzan hacia la globalización. Esto afecta a los jóvenes en forma desproporcionada, pues carecen de experiencia para compensar la falta de capacitación. Serían, pues, especialmente útiles para ellos programas que combinen la formación en el empleo y la asistencia a escuelas técnicas. Este enfoque ha tenido éxito en Alemania, país que se enorgullece de tener una de las tasas de desempleo de jóvenes y adultos más bajas del mundo.

Los sistemas de educación nacionales también deben dar a los jóvenes mejor orientación profesional, y mayor información acerca del mercado de trabajo. Muchos jóvenes desempleados vienen de comunidades donde hay además una alta tasa de desempleo entre las generaciones mayores. Como carecen entonces de modelos profesionales, su única fuente de asesoramiento sobre los estudios que deben seguir suelen ser los planes de estudio académicos. El establecimiento de centros de trabajo gubernamentales que den orientación profesional e información acerca del mercado de trabajo también puede ayudar a los jóvenes a elegir una carrera o encontrar trabajo.

Por último, aunque no en orden de importancia, hay que tener presente que un enfoque integrado para el empleo productivo de los jóvenes requiere políticas y programas que promuevan no sólo la cantidad sino también la calidad de los empleos. Hay una gran proporción de jóvenes con empleos intermitentes y precarios y que trabajan en la economía paralela. Se requieren, pues, medidas urgentes para mejorar sus condiciones de trabajo y proteger sus derechos. El "trabajo digno" será el tema de la serie de sesiones de alto nivel de 2006 del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas. Trabajo digno no es sólo un trabajo que permita ganarse la vida. Es también un trabajo productivo y respetuoso de los derechos, que genere suficientes ingresos y que vaya acompañado de servicios sociales y redes de seguridad adecuados.

Queridos amigos, estas tres medidas generales tienen por objeto dar al empleo un lugar central en todas nuestras actividades. Sólo así permitiremos que los jóvenes de ciudades y pueblos de todo el mundo mejoren su vida. Sólo entonces habremos hecho lo necesario para poner fin a la frustración y la cólera de los jóvenes desempleados de América Latina y el Caribe. Sólo de ese modo sabremos que la globalización se ha vuelto incluyente y brinda oportunidades a todos.

Por supuesto, el objetivo de un trabajo digno para todo aquel que lo desee requiere que nosotros hagamos alianzas. No hay país ni actor que pueda hacer frente solo a tamaño desafío. Los gobiernos necesitan al sector comercial y el sector comercial a los sindicatos y la sociedad civil en general. Se requieren verdaderas coaliciones para producir el cambio, coaliciones que permitan aunar fuerzas para conseguir un objetivo común. El sistema de las Naciones Unidas está dispuesto a poner el hombro. Ya hay iniciativas multilaterales, como la Red de Empleo para los Jóvenes, que están colaborando con los Gobiernos para formular planes de acción nacionales que incorporan algunas de las sugerencias que he esbozado.

En América Latina, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo está trabajando con asociados para aliviar las tensiones sociales y hacer frente a los síntomas y a los efectos del desempleo en el marco de su programa de desarrollo general. Sus iniciativas van desde la educación cívica y la justicia hasta los derechos humanos y la ciudadanía democrática. Un tema central de todos ellos es la necesidad de apoyar políticas públicas, como por ejemplo la creación de empleos, que fortalecen el vínculo entre las sociedades democráticas y las comunidades empoderadas, a fin de que tanto los jóvenes como los mayores puedan asociar beneficios tangibles con el proceso electoral.

Pero aunque es cierto que las Naciones Unidas y las asociaciones de la sociedad civil pueden, y deben, contribuir, son los gobiernos los que deben encabezar la lucha contra el desempleo.

Son los gobiernos los que vigilan el mercado de trabajo. Son los gobiernos los que establecen políticas y prioridades nacionales. Son los gobiernos los que crean instituciones para prestar servicios públicos, como la educación y la capacitación, para satisfacer las distintas necesidades nacionales. Son los gobiernos los que establecen el programa de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Son los gobiernos los que deben cumplir la promesa de la Declaración del Milenio de elaborar y aplicar estrategias que proporcionen a los jóvenes de todo el mundo la posibilidad real de encontrar un trabajo digno y productivo.

Si los gobiernos sientan las bases, la sociedad civil y el sector privado responderán y creerán realmente en la posibilidad de conseguir trabajo.

La experiencia del desempleo en la juventud deja una huella profunda y duradera y puede reducir las posibilidades de empleo más tarde en la vida. Una vez perdido, es muy difícil recuperar el hábito del trabajo, lo que lleva a un ciclo de desesperación, pobreza e inestabilidad social, que es destructivo no sólo para la vida del individuo, sino también para toda la sociedad.

No podemos permitirnos que este círculo vicioso continúe. Los jóvenes son nuestro valor más preciado, nuestro futuro. Debemos cuidarlos.

Amigos, decidamos trabajar juntos para dar a nuestros jóvenes el empleo decente que merecen y que les permita participar plenamente en la vida de nuestras sociedades. No puedo imaginar ninguna otra manera de lograr un futuro mejor para nuestros países y para el mundo que no sea velar por que los jóvenes puedan ser productivos y que tengan un trabajo decente.

Muchas gracias.