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Mensaje del Secretario General al personal con motivo del
tercer aniversario del atentado cometido el 19 de agosto de 2003 en Bagdad


Nueva York, 18 de agosto de 2006

Tres años después del día más sombrío de las Naciones Unidas en Bagdad, seguimos acongojados.

Una vez más, nos detenemos a recordar a compañeros irremplazables y a amigos imposibles de olvidar.

El Iraq, que padeció su período más letal de conflicto el mes pasado, necesitaba a personas como Sergio y su equipo. Valerosamente, otros han ocupado su lugar. Porque la mejor forma de honrar la memoria de nuestros héroes caídos es promover su legado, continuar su labor e inspirarse en su ejemplo.

Su muerte signó para las Naciones Unidas la pérdida de la inocencia. La Organización ya había sido antes blanco de ataques, y lo sería desde entonces. Pero el atentado de Bagdad asestó un golpe fatal a la ilusión de que llevar un casco azul o enarbolar una bandera de las Naciones Unidas nos mantendría a salvo, y socavó la convicción de que los funcionarios públicos internacionales podían dar por sentado que su imparcialidad sería aceptada y respetada por todas las partes en un conflicto.

Hoy más que nunca, el personal de las Naciones Unidas debe afrontar amenazas directas y mortales a su seguridad.

Mi primera responsabilidad como Secretario General es procurar que no se ponga en peligro innecesaria ni irresponsablemente la vida de ningún funcionario. Permítanme asegurarles a ustedes y a nuestros compañeros sobre el terreno que seguiré haciendo todo lo posible por que el personal de las Naciones Unidas tenga la capacitación, la protección y las políticas que necesitan para desempeñar su vital labor en servicio de la humanidad.

Si estuvieran hoy con nosotros, estoy convencido de que nuestros compañeros asesinados estarían inmensamente orgullosos de que, a pesar de los peligros, las dificultades y el dolor casi insoportable, seguimos trabajando en pro de la paz sin dejarnos intimidar o sin cejar en nuestro empeño, ya sea en el Líbano, en Darfur, en Timor-Leste, en Haití o en el Iraq.

Así respondemos a nuestra pérdida. Este es el homenaje viviente, a nuestros amigos caídos.