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El Secretario General
Discurso ante la Cumbre de Asia y África
Yakarta, 22 de abril de 2005Presidente Yudhoyono,
Presidente Mbeki,
Jefes de Estado y de Gobierno,
Excelencias,
Señoras y Señores,
Ante todo, quisiera dar las gracias al Gobierno y al pueblo de Indonesia por la cordial acogida que nos han dispensado.
Señor Presidente, vuestra hospitalidad es tanto más notable por cuanto, hace sólo cuatro meses, un terrible desastre natural se abatió sobre vuestra nación, y sobre otras nueve representadas aquí en esta sala.
Nosotros en las Naciones Unidas haremos todo lo que esté a nuestro alcance para ayudaros en el largo proceso de reconstrucción y recuperación. Y no ahorraremos esfuerzos para mantener la atención del mundo centrada en las enormes necesidades de vuestros pueblos.
Excelencias,
En esta ocasión especial siento orgullo, e incluso algo de nostalgia. Siendo yo adolescente, los dirigentes de mi propio continente, algunos de ellos desafiando a sus gobernantes coloniales, vinieron aquí a Indonesia y se unieron a otros líderes de Asia para aprobar la Declaración de Bandung.
Entonces, eso parecía una iniciativa audaz e innovadora. Visto ahora, constituyó un hito fundamental en la historia del mundo.
En Bandung se expuso una visión de futuro para superar las divisiones de la guerra fría, basada en la coexistencia pacífica y los principios de la Carta de las Naciones Unidas. Y se dio a los pueblos del mundo en desarrollo la posibilidad de dejar oír su voz en la escena internacional. Los dirigentes allí reunidos subrayaron el derecho fundamental de todos los pueblos a la libre determinación. Prometieron ser solidarios en la batalla contra el colonialismo y en la lucha por el desarrollo económico y social.
Su visión condujo más adelante a la fundación del Movimiento de los Países No Alineados y el Grupo de los 77. Cuando las nuevas naciones alcanzaron la libertad y ocuparon sus asientos en la sala de la Asamblea General, el "espíritu de Bandung" transformó completamente las Naciones Unidas.
Al ocurrir esto, el mundo pudo empezar a ocuparse realmente de los desafíos del desarrollo y de los derechos humanos en todas partes, de la causa de promover, en palabras de la Carta de las Naciones Unidas, "el progreso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad".
Esta causa es hoy tan poderosa, tan importante y tan correcta como hace 50 años. De hecho, he utilizado la expresión "un concepto más amplio de la libertad" como título del programa de reformas presentado a los Estados Miembros de las Naciones Unidas. Y espero que los líderes mundiales puedan tomar decisiones trascendentales sobre el desarrollo, la seguridad, los derechos humanos y la reforma institucional cuando vengan a Nueva York en septiembre para examinar los progresos realizados desde la Declaración del Milenio.
Me anima una simple convicción: la familia humana no tendrá desarrollo sin seguridad, tampoco tendremos seguridad sin desarrollo, y no tendremos ni lo uno ni lo otro si no se respetan los derechos humanos. Pero no estoy intentando imponer un cambio en las Naciones Unidas, no puedo hacer eso. Las decisiones incumben a los Estados Miembros. Mi objetivo es ayudarles a ser tan innovadores y visionarios como lo fueron vuestros antecesores en Bandung.
La primera prioridad de mi informe es una iniciativa mundial en todos los frentes para alcanzar los objetivos de desarrollo del Milenio para el año 2015. La enfermedad, la pobreza y el hambre son los mayores asesinos de nuestra época. La lucha contra ellos ha de constituir el corazón y el alma del programa de reforma.
Se han contraído ya compromisos solemnes; los más recientes son los de Monterrey. Ha llegado el momento de pasar a la acción y adoptar medidas concretas y cuantificables que permitan dar un salto espectacular en la aportación de recursos para el desarrollo. He presentado importantes propuestas sobre el comercio y el alivio de la deuda. Y he pedido a todos los países desarrollados que todavía no lo hayan hecho que se marquen un calendario para alcanzar, en 2015, el objetivo acordado de proporcionar 70 centavos de asistencia oficial para el desarrollo por cada 100 dólares de renta nacional bruta. Creo firmemente que la adopción de medidas en pro del desarrollo es condición sine qua non para lograr un resultado positivo en septiembre.
Los países en desarrollo también se beneficiarán enormemente de las medidas importantes que se adopten en materia de seguridad y derechos humanos. Sus pueblos son los que pagan el precio más alto por la pasividad ante las violaciones masivas de los derechos humanos y por la presión a que están sometidos los mecanismos de mantenimiento de la paz, consolidación de la paz y derechos humanos de las Naciones Unidas. Esos pueblos sufren más que otros a causa de la proliferación de armas pequeñas y ligeras y del flagelo de las minas terrestres. Con excesiva frecuencia son víctimas de actos de terrorismo y de las consecuencias que provocan. Y pagarán un amargo precio si se debilita nuestro régimen mundial de desarme y no proliferación nuclear, alimentando carreras de armamentos e interrumpiendo una transferencia vital de tecnología. Las propuestas de reforma tienen por objeto reforzar las medidas multilaterales en todos estos sectores.
Si queremos un mundo más justo, más libre y más seguro para todos sus habitantes, las instituciones de las Naciones Unidas deben reflejar el mundo de 2005, no el de 1945, en particular el Consejo de Seguridad. Creo que se acerca el momento en que los Estados Miembros deben tomar una decisión para que el Consejo sea más representativo, entre otras cosas reforzando la representación de los países en desarrollo. Considero asimismo que deberían crearse dos nuevos órganos intergubernamentales: una Comisión de Consolidación de la Paz que reúna a los diversos agentes que ayudan a los países en desarrollo a pasar de la guerra a una paz duradera, y un Consejo de Derechos Humanos en el que participen Estados de todas las regiones.
Naturalmente, así como vuestros pueblos afrontan auténticos peligros para su seguridad y bienestar, también lo hacen los pueblos de otras regiones. Si ha de alcanzarse un acuerdo global, deben abordarse las cuestiones que más preocupan a cada uno, y cada uno debe estar dispuesto a llegar a un compromiso. Y cada uno ha de tener presente que vivimos en un solo mundo y compartimos un mismo destino.
Excelencias,
El éxito de este programa depende enormemente de ustedes, los dirigentes de tres cuartas partes de la población mundial. Por el bien de vuestros pueblos, éste es el momento de ser creativos y audaces.
Insto a cada uno de ustedes a que venga a Nueva York en septiembre para asistir a la Cumbre. Y les pido que den instrucciones a sus representantes en Nueva York para que trabajen enérgicamente en los próximos meses para acordar un texto que les permita a ustedes, sus líderes, aprobar una reforma y una renovación histórica de las Naciones Unidas.
Hagamos honor a la Declaración de Bandung reviviendo su magnífico espíritu. Hagamos de 2005 un año auténticamente fundamental para el mundo en desarrollo y para las Naciones Unidas.
Muchas gracias.