Secretario General

Declaración en el centenario del nacimiento de Dag Hammarskjöld

Backåkra, 29 de julio de 2005

Pronunciada por Sir Brian Urquhart
Ex Secretario General Adjunto de las Naciones Unidas


Majestades,
Señor Primer Ministro y Sra. Steen,
Señor Presidente,
Excelencias y distinguidos invitados,

A raíz de la muerte de Dag Hammarskjöld, un ministro del Gobierno de Suecia dijo que 1961 fue el año en que la humanidad dejó de ser una abstracción distante para los televidentes suecos.

En el día de hoy esas palabras se hacen patentes. Es difícil que exista en el mundo un pueblo más entregado a la causa común de la humanidad que el de Suecia, y ningún otro factor contribuyó más a inspirar y configurar esa entrega que la vida y la muerte de Dag Hammarskjöld.

Me siento sumamente honrado de participar en este tributo a ese gran hombre, en este su lugar de reposo espiritual, un lugar de pureza y paz tan eternas como la tierra y el agua que lo rodean.

Nuestras dos inseparables familias -Suecia y las Naciones Unidas- se han reunido para recordar a un hijo querido de su país y del mundo, un hombre que -de modos que él nunca hubiera imaginado- fue un padre para todos nosotros. Con su visión y su valentía, su integridad y espiritualidad, corrió riesgos para contribuir a allanar el camino hacia el lugar donde nos encontramos hoy. Señor Primer Ministro, usted ha descrito con elocuencia algunos de sus logros.

Para nosotros, en las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld estableció también un modelo que emular, para quienes hemos tenido que hacer frente al reto de sucederle en el cargo de Secretario General, pero también para todos mis colegas. Su capacidad de trabajo y su capacidad de pensamiento, sus palabras y acciones, han hecho más para configurar las expectativas del público respecto de la función de Secretario General, y ciertamente de la Organización, que las de ningún otro en su historia.

Por eso hemos sido tantos los que, al encontrarnos frente a las realidades de hoy, nos hemos preguntado cómo actuaría él de estar vivo y, al encarar un nuevo desafío o una nueva crisis, nos gustaría saber cómo hubiera tratado de resolverla Dag Hammarskjöld.

Lo cierto es que puede parecer imposible emularlo. Sin embargo, debemos proponérnoslo. Dag Hammarskjöld es la estrella que guía nuestra profesión.

Si esto se aplica a todos los Secretarios Generales, cuánto más a alguien de mi generación. Yo crecí durante los años en que Dag Hammarskjöld personificaba a las Naciones Unidas, y comencé mi carrera en la familia de las Naciones Unidas un año después de su muerte.

Mientras Hammarskjöld era Secretario General, yo crecía en Ghana, en una época en que la lucha por la independencia estaba en su apogeo. Tuve la fortuna de vivir el éxito de esa empresa, de ver cómo se desarrollaba una transición pacífica, de presenciar cómo mis compatriotas se hacían cargo de su propio destino y de ver cómo Ghana ocupaba su lugar en la familia de naciones.

Durante los cataclismos mundiales que caracterizaron los años en que Dag Hammarskjöld estuvo al timón, más de 25 países alcanzaron la independencia y pasaron a ser Miembros de las Naciones Unidas. Nadie trabajó más que él para ayudar a países como el mío a aprender a desenvolverse en la comunidad internacional; nadie trató con mayor afán de comprender la promesa y los problemas que entrañaba África; nadie buscó soluciones con más empeño.

Dag Hammarskjöld habló del deber que incumbe a las Naciones Unidas de promover y apoyar las políticas encaminadas a lograr la independencia, no sólo en el sentido constitucional, sino en todos los sentidos de la palabra, protegiendo la posibilidad que tienen los pueblos de África de elegir su propio camino, sin influencias indebidas y sin que nadie intente aprovecharse de la situación.

"Esto debe ser así en todos los terrenos -destacó-: el político, el económico y el ideológico, si la independencia ha de ser genuina."

Dag Hammarskjöld visitó mi país en 1960, durante un viaje maratoniano por 25 países del continente africano. Desde allí telegrafió a la Sede que el viaje proporcionaba "una materia de reflexión cada vez más compleja". Como sabemos, su apetito de ese tipo de materia era insaciable.

El interés de Dag Hammarskjöld por los retos a que se enfrentan los países en desarrollo era mucho más que filantrópico. Él, que se adelantó a su tiempo de tantos modos, comprendió lo que sabemos hoy:

Que el desarrollo, la seguridad y los derechos humanos no sólo son fines en sí mismos, sino que se refuerzan mutuamente, dependen los unos de los otros.

Que en este mundo interconectado nuestro, la familia humana no puede disfrutar de seguridad sin desarrollo, no puede disfrutar de desarrollo sin seguridad, y no puede disfrutar de ninguno de los dos sin que se respeten los derechos humanos.

Y que para actuar sobre la base de ese entendimiento, necesitamos unas Naciones Unidas fuertes y verdadera solidaridad entre los gobiernos y los pueblos que colaboran para cumplir esos objetivos.

Tales principios resumen la misión a que están entregadas las Naciones Unidas este año de su 60° aniversario. Es una misión a la cual también Hammarskjöld se consagró permanentemente en su momento.

Dag Hammarskjöld fue el arquitecto de nuestra primera operación de mantenimiento de la paz, hace 57 años en el Oriente Medio.

Hoy tenemos casi 70.000 contingentes de mantenimiento de la paz en 17 operaciones repartidas por todo el mundo.

Dag Hammarskjöld fue un ferviente defensor de la administración pública independiente, "guiada exclusivamente por las metas y reglas comunes establecidas por y para la Organización".

Hoy pedimos a los Estados Miembros que otorguen al Secretario General facultades para poder gestionar la Organización de forma eficaz, y de ese modo puedan pedirle colectivamente que rinda cuentas sobre los resultados.

Dag Hammarskjöld ensayaba constantemente nuevas técnicas diplomáticas, desde el uso creativo de su propio cargo de Secretario General hasta la práctica innovadora de la diplomacia preventiva.

Hoy intentamos convencer a los gobiernos de que fortalezcan la capacidad de mediación de las Naciones Unidas y establezcan una comisión de consolidación de la paz, que contribuiría a prevenir que los acuerdos de paz frágiles se vinieran abajo y cedieran ante nuevas oleadas de violencia.

Dag Hammarskjöld era un defensor elocuente de la dignidad humana y calificó la Declaración Universal de Derechos Humanos de "síntesis internacional del pensamiento de nuestra generación".

Hoy exhortamos a los gobiernos a que hagan plenamente realidad la promesa que entraña el pensamiento de esa generación, acepten la responsabilidad de proteger a sus ciudadanos de los abusos graves y sistemáticos de los derechos humanos, y convengan en que, cuando el gobierno interesado no esté dispuesto a protegerlos o no pueda hacerlo, la responsabilidad pasa a recaer en la comunidad internacional.

Dag Hammarskjöld destacó la necesidad de disponer de políticas comerciales y de asistencia para ayudar a las naciones más pobres, tanto en cuanto necesidad por derecho propio como en cuanto requisito previo para preservar la paz.

Hoy pedimos a los gobiernos que redoblen sus esfuerzos para cumplir los objetivos de desarrollo del Milenio, una asociación de colaboración en que los países ricos han aceptado la parte de responsabilidad que les corresponde en apoyo de la labor de los países pobres, por conducto de la asistencia, el alivio de la deuda y el comercio.

Dag Hammarskjöld personificó la propia definición de visionario, ya que vio las cosas de un modo que se adelantaba extraordinariamente a su tiempo.

El hecho de que ahora actuemos con arreglo a esa visión es sin duda el mejor tributo que podemos rendir a este excepcional ser humano, que se consideraba un servidor en la misma medida que un líder, y que, por ese motivo, fue seguido por muchos; que conocía y amaba a su país profundamente y se inspiraba en sus ideales para trabajar por el bien del mundo.

Cuando en nuestra época llevamos a cabo nuestras actividades cotidianas, continuamos inspirándonos cada día en las palabras de Dag Hammarskjöld. Muchos de nosotros contamos entre nuestras citas favoritas sus últimas palabras al personal de la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York, que habían de ser también sus últimas palabras públicas antes de que su avión se estrellara una semana más tarde, durante una misión al Congo.

Quisiera terminar leyendo algunas de esas palabras:

"Es un orgullo falso el que lleva a alardear ante el mundo de la importancia del trabajo propio, pero es una falsa humildad, y en última instancia igualmente destructiva, no reconocer -y reconocerlo con gratitud- que el trabajo propio es significativo. Evitemos la segunda falacia con el mismo esmero que la primera y trabajemos en el convencimiento de que nuestro trabajo tiene un significado que va más allá del estrecho e individual, y ha significado algo para la humanidad."

Muchas gracias, Dag, por esas palabras.

Y muchas gracias a todos ustedes.