El Secretario General

Discurso ante el Parlamento Europeo con ocasión de la recepción del premio Andrei Sakharov a la libertad de pensamiento

Parlamento Europeo, Bruselas, 29 de enero de 2004

Muchas gracias, Señor Presidente, por su amable presentación,
Miembros del Parlamento Europeo,
Excelencias, señoras y señores, queridos amigos:

Me causa una honda emoción que hayan rendido homenaje a mi amigo y colega Sergio Vieira de Mello y a los muchos otros miembros del personal de las Naciones Unidas que perdieron la vida cuando trabajaban en favor de la paz en el mundo. Es un honor para mí aceptar el premio Andrei Sakharov en su memoria.

Este premio a la libertad de pensamiento no es únicamente un valioso reconocimiento del sacrificio supremo que hicieron por la causa de la paz. Es también un merecido homenaje al tipo de personas que eran. Los valientes hombres y mujeres que perdimos en Bagdad el 19 de agosto, los funcionarios de las Naciones Unidas y los demás, eran espíritus libres que ejercían el libre pensamiento, eran también soldados de humanidad y de paz. Con anterioridad, el Presidente Cox y yo nos hemos reunido con algunos de los supervivientes del atentado y con los familiares de personas que murieron o resultaron heridas que como saben están con nosotros en la Cámara en estos momentos. Les agradezco que nos acompañen hoy, y acepto este premio también en su nombre.

También quiero expresarle mi gratitud a usted, Presidente Cox, y a todos ustedes, como miembros del Parlamento Europeo, por haber invitado a estas apreciadas personas a participar en este acto. Es un gesto que dice mucho de la solidaridad de la Unión Europea con las Naciones Unidas.

Como muchos de los que sobrevivieron al atentado, las propias Naciones Unidas han resultado profundamente heridas. Pero nuestra determinación es más fuerte que nunca, y apreciamos la solidaridad de amigos como ustedes.

Esta mañana demostraron ustedes su compromiso cuando aprobaron una resolución para fortalecer el apoyo político y financiero de la Unión Europea a las Naciones Unidas.

En su larga historia, Europa ha padecido demasiadas veces la guerra, la tiranía y los más terribles sufrimientos. Pero los europeos han logrado sustituir esos males por un futuro de esperanza. Han avanzado por la senda de la paz actuando de forma multilateral. La Unión Europea es hoy un luminoso faro para la tolerancia, los derechos humanos y la cooperación internacional.

A partir del 1º de mayo de este año, su luz brillará aún con mayor resplandor. Cuando se amplíe la Unión a 25 miembros, habrán franqueado ustedes una barrera entre el este y el oeste que en otro tiempo parecía insalvable. La ampliación supone el mayor impulso para la paz en el continente europeo.

Las nuevas ampliaciones que pueden esperarse para los próximos años prometen tender otros puentes de cooperación y comprensión, en especial entre Occidente y el Islam, y entre pueblos que se han enfrentado en guerras sangrientas.

A medida que pasa el tiempo, el continente también experimenta una ampliación de Europa: una ampliación de lo que significa ser europeo. Tengo puestas mis esperanzas en el día en que Europa se congratule tanto por la diversidad dentro de los Estados como lo hace por la diversidad entre ellos.

Muchas de las sociedades de sus países ya son muy diversas. Pero todas sus sociedades -al igual que muchas otras de todas las partes del mundo- se harán más diversas en los decenios venideros. Ello será el resultado inevitable de la circulación de personas a través de las fronteras internacionales.

Esa circulación no va a detenerse. Como comunidad internacional, debemos gestionar la circulación de personas a través de las fronteras mucho mejor de lo que lo estamos haciendo, no sólo en interés de quienes se trasladan, sino también en interés de los países que dejan atrás, los países que atraviesan y los países a los que migran.

Hoy en día las personas migran por las mismas razones por las que se embarcaron en otra época decenas de millones de europeos: huyen de la guerra o de la opresión, o parten en busca de una vida mejor en otras tierras.

Quienes se han visto obligados a abandonar su hogar -los refugiados que huyen temiendo por su seguridad- son nuestra responsabilidad jurídica y moral colectiva. Disponemos de un marco jurídico que acordamos para su protección, la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados.

Sin embargo, cuando los refugiados no pueden pedir asilo a causa de los obstáculos que encuentran en los países de acogida, o son detenidos por un tiempo excesivo en condiciones insatisfactorias, o se les deniega la entrada a causa de una interpretación restrictiva de la Convención, el sistema de asilo se quiebra, y la promesa que representa la Convención se rompe también. El sistema europeo de asilo necesita recursos para atender a las peticiones de manera justa, rápida y abierta, de modo que los refugiados estén protegidos y se encuentren soluciones para ellos. Los Estados europeos deben avanzar hacia un sistema de tramitación conjunta y de responsabilidades compartidas.

Junto con otras instituciones, la Unión Europea también debe contribuir a fortalecer la capacidad de los países pobres para ofrecer protección y soluciones a los refugiados. Al fin y al cabo, siete de cada 10 refugiados buscan refugio en países en desarrollo, donde los recursos son mucho más escasos y los criterios sobre derechos humanos mucho más desiguales. Si pasamos por alto este hecho, nuestra visión del problema de los refugiados estará incompleta, como el profesor Gil Loescher, que sobrevivió a la explosión de Bagdad y hoy se encuentra aquí entre nosotros, ha señalado con acierto.

La mayoría de los inmigrantes no son refugiados. Nosotros los llamamos migrantes voluntarios, y algunos de ellos realmente lo son. Sin embargo, muchos abandonan sus países de origen no porque verdaderamente lo quieran sino porque no ven ningún futuro en su país. Es nuestro deber común hacer lo posible por que surjan más oportunidades en los países en desarrollo. Si de verdad forjamos una alianza mundial para el desarrollo, a fin de alcanzar los objetivos de desarrollo del Milenio, habremos hecho mucho para que disminuyan los incentivos que impulsan a las personas a abandonar su país.

Los sistemas de asilo de sus países están sobrecargados precisamente porque muchas personas que anhelan partir no ven otro camino por el que puedan migrar. Muchos otros intentan métodos más desesperados y clandestinos, y a veces resultan heridos o incluso mueren, asfixiados en camiones, ahogados en el mar o congelados en los trenes de aterrizaje de los aviones.

Los afortunados que pese a todo logran entrar muchas veces se encuentran a merced de explotadores sin escrúpulos y viven marginados de la sociedad.

Algunos recurren a contrabandistas para que les ayuden en su viaje. Otros caen víctimas de los traficantes, especialmente las mujeres que son forzadas a prostituirse en lo que es una moderna forma de esclavitud sexual y que pasan a ser extremamente vulnerables al VIH/SIDA.

Esta crisis silenciosa de los derechos humanos es una vergüenza para nuestro mundo. También genera miles de millones de dólares para oscuras redes de delincuentes organizados que atentan contra el Estado de derecho en todas las sociedades en que actúan.

Todos los Estados tienen el derecho soberano de decidir qué migrantes voluntarios aceptan, y en qué condiciones. Pero no podemos cerrar las puertas sin más, ni tampoco cerrar los ojos ante esta tragedia humana.

La situación se revela todavía más trágica habida cuenta de que muchos Estados que cierran sus puertas en realidad necesitan inmigrantes.

Aquí en Europa, las tasas de natalidad y de mortalidad han disminuido de forma espectacular. La población de sus países es cada vez menor y más envejecida. Sin inmigración, la población de los que pronto serán los 25 Estados miembros de la Unión Europea, que era de 452 millones de personas en 2000, disminuiría hasta situarse por debajo de los 400 millones para 2050. Algunos Estados, como Italia, Austria, Alemania y Grecia, verían descender su población en alrededor de una cuarta parte. Eso significaría que uno de cada tres italianos, casi el doble que la proporción actual, tendría más de 65 años.

Si así sucediera, habría empleos sin ocupar y servicios que no podrían prestarse. Sus economías se contraerían y sus sociedades podrían estancarse. Muchos otros países, desde el Japón hasta la Federación de Rusia y Corea del Sur, se enfrentan al mismo problema. El problema no es de fácil solución. Pero la inmigración es una parte inevitable e importante de la solución.

Por consiguiente, recomendaría a los Estados europeos que abrieran vías más amplias para la migración legal, para los trabajadores cualificados y no cualificados, para la reunificación familiar y el progreso económico, para los inmigrantes temporales y los permanentes.

Los países pobres también obtienen beneficios de la migración, especialmente a través de las remesas. Las cantidades que los trabajadores migrantes envían a sus países de origen van en aumento rápidamente. En 2002, sólo en remesas por canales oficiales, los migrantes de países en desarrollo enviaron al menos 88.000 millones de dólares a sus países de origen, cifra superior en un 54% a los 57.000 millones que recibieron esos mismos países en concepto de asistencia oficial para el desarrollo.

No pretendo decir que la migración no plantee problemas. Los inmigrantes traen a las comunidades que los acogen distintas culturas y costumbres, diferentes idiomas y religiones. Se trata de una fuente de enriquecimiento, pero también puede ser una fuente de inquietud, e incluso de división y marginación. El desafío de la integración es real.

Casi todos los grandes grupos de inmigrantes nuevos han sido denigrados en alguna medida en los primeros tiempos de su establecimiento. La experiencia de algunos migrantes de hoy recuerda a la hostilidad a que se enfrentaron en otro tiempo los hugonotes en Inglaterra, al igual que los alemanes, los italianos y los irlandeses en los Estados Unidos y los chinos en Australia. Pero la perspectiva a más largo plazo es casi siempre mucho más halagüeña.

La integración es una vía de doble sentido. Los inmigrantes deben adaptarse a su nueva sociedad, y las sociedades deben adaptarse también. La palabra "integrar" significa literalmente "formar un todo". Ese es el imperativo para la Europa de hoy. La integración de los inmigrantes que han pasado a ser miembros permanentes de las sociedades europeas es imprescindible para su productividad y para su dignidad humana.

También es fundamental para el funcionamiento de unas democracias saludables y humanas. No pueden extraer la fuerza de trabajo de los inmigrantes y pasar por alto otros aspectos de su humanidad. El gran escritor suizo Max Frisch dijo de los programas de inmigración del decenio de 1960 en Europa: "Queríamos trabajadores, pero vinieron personas". Reconocer esa realidad y darle respuesta es una de las principales tareas que tienen ustedes planteadas, una realidad que se recoge en la Convención Internacional de las Naciones Unidas sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares, por lo que insto a los Estados europeos, y de hecho a todos los Estados, a que firmen y ratifiquen la Convención.

La migración también puede causar dificultades para los países que los migrantes dejan atrás. Es cierto que pueden ganar remesas. Sin embargo, si pierden el contacto con sus diásporas, pueden perder algunos de sus mejores y más brillantes talentos.

Estas consideraciones abren nuevas perspectivas para la cooperación internacional. Después de todo, de la misma manera que los países en desarrollo muchas veces desean atraer a los emigrantes de vuelta a casa, con frecuencia los países desarrollados tienen interés en que los inmigrantes regresen a su país pasado un tiempo.

La cooperación internacional sobre esta y otras cuestiones es la clave para gestionar mejor la migración. En el esfuerzo por edificar una mejor cooperación internacional, ustedes en la Unión Europea deben ocupar el lugar que les corresponde: el lugar de cabeza. Ya han dedicado más reflexión que la mayoría de las regiones a esta cuestión: las conclusiones adoptadas en Tampere podrían servir de base para forjar una política europea común.

La lucha contra la inmigración ilegal debe formar parte de un plan mucho más amplio, un plan para asegurar los beneficios de la inmigración y no intentar en vano detenerla. Sin embargo, en ocasiones se ha perdido de vista la amplitud de ese plan en medio de agrios debates sobre la forma de poner coto a la inmigración ilegal, como si éste fuera el principal objeto de la política de migración. Se han servido a la opinión pública imágenes de una marea de intrusos indeseables, y de amenazas a sus sociedades y a sus identidades. En ese proceso, a veces los inmigrantes han sido infamados, denigrados e incluso deshumanizados.

En medio de todo ello se ha perdido de vista una verdad esencial. La inmensa mayoría de los migrantes son personas trabajadoras, valerosas y decididas. No pretenden que se les regale nada. Quieren tener una justa oportunidad. No son criminales ni terroristas. Son respetuosos con la ley. No quieren vivir aparte. Quieren integrarse sin renunciar a su identidad.

Sólo por medio de la cooperación -bilateral, regional y mundial- podremos forjar unas alianzas entre los países receptores y emisores que redunden en el interés de todos; estudiar innovaciones para hacer de la migración un motor del desarrollo; luchar con eficacia contra los traficantes y contrabandistas de personas; y acordar normas comunes para el tratamiento de los inmigrantes y la gestión de la migración.

Es por ello que me congratulo especialmente de que el mes pasado se estableciera la Comisión Mundial sobre las Migraciones Internacionales. La Comisión, copresidida por distinguidas personalidades públicas de Suecia y de Sudáfrica, es por sí misma un ejemplo encomiable de cooperación Norte-Sur. Doy las gracias a todos los Estados que prestan apoyo a su indispensable labor. Espero que contribuya a promover una mayor comprensión pública. Por encima de todo, tengo la esperanza de que logre una amplia aceptación de una mejor estructura normativa e institucional para gestionar la migración en el ámbito mundial, una estructura que tenga como base los derechos humanos.

Pero el ingrediente más esencial de todos es la capacidad de liderazgo. Ustedes, como miembros del Parlamento Europeo, están llamados a desempeñar un papel fundamental en ese liderazgo.

El mensaje es claro. Los migrantes necesitan a Europa. Europa también necesita a los migrantes. Una Europa cerrada sería una Europa más mezquina, pobre, débil y vieja. Una Europa abierta sería una Europa más justa, rica, fuerte y joven, a condición de que gestione bien la migración.

No debemos desdeñar las dificultades que puede acarrear la migración. Sin embargo, alegrémonos también de la enorme contribución que han hecho los migrantes en los ámbitos de la ciencia, los medios académicos, el deporte, las artes y el gobierno, incluidos algunos de ustedes como miembros de este Parlamento. Y tengamos presente que, si no fuera por los migrantes, muchos sistemas de salud estarían faltos de personal; muchos padres y madres no tendrían la ayuda doméstica que necesitan para ejercer su actividad profesional; muchos empleos que prestan servicios y generan ingresos quedarían sin ocupar; y muchas sociedades envejecerían y se reducirían.

Los migrantes son parte de la solución, no parte del problema. No debe hacerse de ellos el chivo expiatorio de toda una serie de males sociales.

El himno de la Unión Europea, el Himno a la Alegría de Beethoven, habla del día en que todos los hombres llegarán a ser hermanos. Si Sergio Vieira de Mello -y, ciertamente, también Andrei Sakharov- estuvieran aquí con nosotros les dirían a ustedes lo mismo que les digo yo: las personas que hoy atraviesan las fronteras en busca de una vida mejor para sus familias y para sí mismos son nuestros hermanos y nuestras hermanas. Tratémoslos como tales.

En ese espíritu, en todas nuestras empresas comunes, hagamos que la Unión Europea y las Naciones Unidas sean símbolos de la esperanza en un futuro mejor para toda la humanidad.

Muchas gracias.


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