Discurso del Secretario General en la ceremonia de graduación de la Universidad de Harvard

Cambridge, Massachusetts, 10 de junio de 2004

"Tres crisis y la necesidad del liderazgo de los Estados Unidos de América"

Presidente Summers,

Queridos amigos:

A mi esposa Nane y a mí nos complace enormemente estar hoy con ustedes. Para mí es realmente un orgullo formar parte de esta extraordinaria promoción de 2004, y me agrada ver a tantos padres, madres y familiares aquí presentes. Esta celebración es también la suya. Ninguno de nosotros hubiera podido lograr lo que ha logrado sin su constante apoyo, comprensión y abnegación.

Considero un gran honor que Harvard me otorgue un título. Pocos países hay en el mundo cuyos dirigentes, ya sea en la vida pública, los negocios, las ciencias o las humanidades, no hayan tenido alguna relación con Harvard, y no hay ninguno que haya dejado de beneficiarse de las notables contribuciones de Harvard al conocimiento. Es más, me han dicho que Harvard produce de tanto en tanto un eminente Secretario del Tesoro de los Estados Unidos.

Sé que ustedes no me han invitado a título personal, sino como Secretario General de las Naciones Unidas. Esto significa que, a su juicio, las Naciones Unidas importan y que les interesa oír nuestra opinión.

¿Tienen razón ustedes en creer que las Naciones Unidas importan? Pienso que sí, porque las Naciones Unidas ofrecen la mayor esperanza de lograr un mundo estable y un orden mundial equitativo, basado en normas aceptadas por todos. Esa afirmación se ha puesto en tela de juicio repetidamente durante el último año, pero creo que los acontecimientos recientes han reafirmado, e incluso reforzado, su validez.

Un sistema basado en normas redunda en interés de todos los países, especialmente en nuestros días. La globalización ha encogido el mundo. La misma apertura, que constituye un rasgo tan importante de las sociedades contemporáneas más prósperas, permite obtener con relativa facilidad armas mortíferas y hace relativamente difícil la represión del terrorismo. Hoy día los fuertes se sienten casi tan vulnerables ante los débiles como los débiles ante los fuertes.

Redunda pues en interés de todos los países que haya normas internacionales y que se acaten. Y un sistema así sólo funcionará si al formular y aplicar las normas se tienen presentes los legítimos intereses y opiniones de diversos países y si las decisiones se alcanzan colectivamente. Esta es la esencia del multilateralismo y el principio en que se fundan las Naciones Unidas.

Todos los grandes dirigentes de los Estados Unidos han entendido esto y ese es uno de los motivos por los que este país es una Potencia mundial tan singular. Los Estados Unidos sienten la necesidad de formular sus políticas y ejercer su liderazgo no sólo en función de sus propios intereses particulares, sino teniendo también presentes los intereses internacionales y los principios universales.

Uno de los más destacados ejemplos de esto fue el plan para la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, que el General Marshall dio a conocer aquí en Harvard en 1947. El plan fue parte de un esfuerzo más amplio, de auténtica visión política, en el que los Estados Unidos se unieron a otros países para construir un nuevo sistema internacional -un sistema que en general ha funcionado, y que perdura, en lo esencial, después de casi 60 años.

En estos sesenta años, los Estados Unidos y sus asociados han desarrollado el sistema de las Naciones Unidas, creado una economía mundial abierta, promovido los derechos humanos y la descolonización, y respaldado la transformación de Europa en una comunidad cooperativa de Estados, de modo que la guerra entre ellos hoy resulta inconcebible.

En todos esos logros, los Estados Unidos han cumplido una función decisiva. Este país es parte inextricable e indispensable de ese sistema internacional exitoso, basado en la primacía del Estado de derecho.

El poderío de los Estados Unidos es un elemento esencial en ello. Sin embargo, lo que determina la eficacia de ese poder como instrumento del cambio progresivo es la legitimidad que adquiere cuando se despliega en el marco del derecho internacional y de las instituciones multilaterales, en pro del bien común. En las últimas semanas, los Estados Unidos comprendieron una vez más que necesitaban la legitimidad singular de las Naciones Unidas para formar un gobierno provisional fidedigno en el Iraq.

Los dirigentes estadounidenses en general han reconocido que otros Estados, grandes y pequeños, prefieren prestar su colaboración para resolver los grandes problemas de la paz y la seguridad por medio de instituciones multilaterales como las Naciones Unidas, que imprimen legitimidad a esa cooperación.

Han admitido que otros cuya opinión difiere en determinados puntos pueden, a veces, tener razón.

Han entendido que el verdadero liderazgo se basa en última instancia en los valores compartidos y en una visión común del futuro.

Desde hace 60 años, cuando este criterio se ha aplicado con firmeza, ha demostrado ser una fórmula acertada.

Sin embargo, hoy se ve amenazado por una triple crisis, que plantea un desafío a las Naciones Unidas como sistema y a los Estados Unidos como dirigente mundial. A nosotros nos exige que actuemos en consonancia con nuestros más altos ideales y tradiciones.

¿En qué consiste la crisis?

Primero, es una crisis de seguridad colectiva.

Segundo, es una crisis de solidaridad mundial.

Y tercero, es una crisis de división y desconfianza cultural.

Desde la perspectiva de América del Norte, la crisis de seguridad es la más evidente. Hemos visto surgir el terrorismo internacional como una amenaza grave, nos preocupa la propagación de las armas de destrucción masiva y tememos que las normas que rigen actualmente el uso de la fuerza no nos brinden protección adecuada, sobre todo si se combinan el terrorismo y las armas de destrucción masiva.

Esta situación hizo crisis el año pasado en la controversia sobre el Iraq. Por una parte, se decía que sólo debería utilizarse la fuerza en defensa propia, en las circunstancias más apremiantes, cuando ya hubiera habido un ataque o el ataque fuera claramente inminente, o por decisión del Consejo de Seguridad.

Por otra parte se argüía básicamente que después del 11 de septiembre el uso preventivo de la fuerza se había hecho necesario en algunos casos, porque no podemos darnos el lujo de esperar hasta tener la certeza de que otra parte dispone de armas de destrucción masiva y va a atacarnos, pues para entonces podía ser demasiado tarde.

De hecho, la combinación del terrorismo mundial, la posible proliferación de armas de destrucción masiva y la existencia de Estados parias o inoperantes, plantea efectivamente un nuevo problema. Nunca se ha tenido la intención de que las Naciones Unidas constituyan un pacto suicida. ¿Pero qué clase de mundo sería éste, y quién querría vivir en él, si se permitiera a todos los países hacer uso de la fuerza sin el consentimiento colectivo, simplemente porque piensan que puede existir una amenaza?

Creo que es claro el camino que debemos seguir, aunque no será fácil. No podemos abandonar nuestro sistema de normas, pero sí debemos adaptarlo a las nuevas realidades, y resolver a algunos interrogantes difíciles. ¿Cuándo está justificado que la comunidad internacional recurra al uso de la fuerza, actuando colectivamente para hacer frente a estas nuevas amenazas? ¿Quién debe decidirlo? ¿Y cómo ha de tomarse la decisión, a tiempo para que sea efectiva?

El año pasado pedí a un grupo de eminentes personalidades que estudiaran estos asuntos y formularan propuestas para mejorar la labor de las Naciones Unidas, en estos tiempos en que la humanidad necesita más que nunca de la Organización.

Espero que sus recomendaciones, que recibiré al final del año, lleven a los gobiernos a adoptar decisiones acertadas. Pero los grupos de estudio y los gobiernos por sí solos no pueden cambiar el mundo. No necesitan sólo buenas ideas sino también una presión constante de los internacionalistas de todos los países, gente que sea a la vez visionaria y pragmática, como ustedes.

Las cuestiones rebasan el ámbito del terrorismo y de las armas de destrucción masiva. Necesitamos también mejores criterios para identificar, y reglas más claras para tratar el genocidio y los crímenes de lesa humanidad , cuando el problema consiste con frecuencia en que la comunidad internacional reacciona con demasiada debilidad y demasiado tarde.

Hace 10 años, cuando era Secretario General Adjunto de Operaciones de Mantenimiento de la Paz, viví las experiencias traumáticas de Bosnia y Rwanda, donde las fuerzas de las Naciones Unidas de mantenimiento de la paz tuvieron que presenciar matanzas atroces sin poder hacer prácticamente nada para impedirlas, porque no había una voluntad de acción colectiva.

Como Secretario General he advertido que el Consejo de Seguridad no puede esperar que se lo tome en serio si no cumple su responsabilidad de proteger a los inocentes. La soberanía nacional no puede utilizarse como escudo para perpetrar matanzas con impunidad.

Hoy vemos todavía que los gobiernos en muchos casos toleran, incitan, o incluso perpetran ellos mismos matanzas y otros crímenes contra el derecho internacional humanitario. En la región de Darfur, en el Sudán occidental, por ejemplo, miles de aldeas han sido arrasadas por el fuego; más de 1 millón de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares. En total, alrededor de 1,3 millones de personas necesitan asistencia urgente.

La comunidad internacional debe insistir en que las autoridades del Sudán pongan de inmediato su casa en orden. Deben neutralizar y desarmar a la brutal milicia "Janjaweed", permitir que el equipo y los suministros humanitarios lleguen a la población sin nuevos retrasos, asegurar que las personas desplazadas puedan regresar a sus hogares en condiciones de seguridad y continuar las negociaciones políticas sobre Darfur con un espíritu de urgencia renovado. Toda demora podría costar cientos de miles de vidas.

Me refiero ahora a la segunda crisis, la crisis de solidaridad.

Al margen de nuestras opiniones sobre la guerra del Iraq, no deberíamos haber permitido que ésta desviara nuestra atención y nuestros recursos de los objetivos que todas las naciones se fijaron hace cuatro años, en la Cumbre del Milenio, para reducir la pobreza extrema y sus efectos más perjudiciales. Se trata, si ustedes recuerdan, de objetivos que deben alcanzarse para el año 2015, como los de reducir a la mitad la proporción de personas en el mundo que carecen de agua potable; asegurar que todas las niñas, así como los niños, tengan acceso al menos a la enseñanza primaria; reducir drásticamente la mortalidad infantil y materna, y detener la propagación del VIH/SIDA.

Desde luego, gran parte de esto sólo pueden lograrlo los propios gobiernos y pueblos de los países pobres. Pero a los países ricos también les corresponde un papel decisivo a ese respecto. Deben alcanzar los objetivos convenidos en materia de ayuda, comercio y alivio de la deuda. También aquí es esencial el liderazgo de los Estados Unidos.

¡Cómo me gustaría que los estadounidenses interrogaran sobre estos temas a los candidatos en este año electoral!

Si no damos a estos temas atención prioritaria ahora mismo, pronto nos faltará tiempo para alcanzar los objetivos del Milenio antes del año 2015, lo que significa que millones de personas morirán prematura e inútilmente, porque nosotros no actuamos en el momento oportuno.

La triste experiencia del Afganistán y de otros lugares nos ha enseñado que nuestro mundo no será seguro mientras ciudadanos de países enteros estén sumidos en la opresión y la miseria.

Por último, me refiero a la tercera crisis: la crisis de prejuicios y de intolerancia.

No debemos permitirnos, por temor o por ira, tratar como enemigos a aquellos cuya fe o cultura es distinta de la nuestra.

No nos debemos permitir culpar al "Islam" o sospechar de todos los musulmanes porque algunos de ellos cometen actos de violencia y terror.

No debemos permitir que el antisemitismo se disfrace como una reacción a las políticas del Gobierno de Israel, como tampoco debemos permitir que todo cuestionamiento de esas políticas se silencie con acusaciones de antisemitismo.

Y no debemos permitir que los cristianos del mundo islámico sean tratados como si su religión los convirtiera de algún modo en quinta columna del imperialismo occidental.

En los momentos de temor y de ira, aún más que en los de paz y tranquilidad, hay que preservar los derechos humanos universales y un espíritu de mutuo respeto.

En estos tiempos debemos necesariamente acatar la normativa mundial: son tiempos en que debemos respetarnos unos a otros, como individuos, sí, pero reconociendo que cada uno de nosotros tiene el derecho de determinar su propia identidad y de pertenecer a la fe o a la cultura que elija.

Estas son entonces las tres grandes pruebas que enfrenta nuestro sistema en estos primeros años del nuevo siglo:

La prueba de la seguridad colectiva;

La prueba de la solidaridad entre ricos y pobres; y

La prueba del respeto mutuo entre dogmas y culturas.

Tengo la certeza de que podemos superar estas pruebas.

Sé que podemos preservar y adaptar, para el siglo XXI, un sistema que nos ha servido eficazmente en la segunda mitad del siglo XX.

Para ello precisamos, una vez más, el liderazgo ilustrado de los Estados Unidos.

Digo por tanto a los graduandos estadounidenses: mantengan ustedes las más altas tradiciones de compromiso y de liderazgo mundial de su país.

Escuchen los argumentos de los ciudadanos de otras naciones y júzguenlos por sus propios méritos. Recuerden que ellos también desean lo que deseen ustedes: la oportunidad de llevar una vida digna y segura. Como sabían los estadounidenses cuando apoyaron decididamente la fundación de las Naciones Unidas hace 60 años, todos dependemos los unos de los otros.

A los graduandos de otros países quiero decirles: al regresar a su país digan a sus compatriotas que miren más allá de los estereotipos superficiales acerca de este país. Independientemente de lo que ustedes piensen de determinadas políticas de los Estados Unidos, han estado aquí el tiempo suficiente para conocer el dinamismo de la sociedad de este país y la generosidad de su espíritu.

A todos ustedes quiero decirles: estos son tiempos difíciles pero podemos superarlos. Tenemos mucho que agradecer, mucho de lo cual podemos sentirnos orgullosos y mucho que salvaguardar para las futuras generaciones.

Este no es el momento de abandonar nuestro sistema internacional basado en normas.

Preservémoslo.

Mejorémoslo.

Y pasémoslo a la generación siguiente, intacto y más fuerte que nunca.

Salgan, amigos, al gran mundo y traten de mejorarlo.

Muchas gracias.