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Palabras pronunciadas en la ceremonia conmemorativa llevada a cabo en el primer aniversario del atentado contra las oficinas de las Naciones Unidas en Bagdad

(Ginebra, 19 de agosto de 2004)


Lo que ocurrió en Bagdad hace hoy un año fue una tragedia personal, sobre todo para los familiares y los seres queridos de las 22 personas que fallecieron y de las que sufrieron graves lesiones físicas, sicológicas o emocionales.

También fue una tragedia personal para todos y cada uno de nosotros, porque perdimos a amigos queridos y colegas allegados, y porque se trató de un ataque directo contra la bandera azul y contra los que hemos dedicado nuestras vidas al servicio de las Naciones Unidas.

Todos nosotros nos hemos esforzado, y seguimos esforzándonos, por sobreponernos a este horror.

Sé que el año transcurrido ha hecho poco por aliviar su congoja. A pesar de los activos esfuerzos que hemos desplegado, y a pesar de la investigación que están llevando a cabo los Estados Unidos, todavía no hemos obtenido respuestas. Pero por más tiempo que ello requiera, ruego que se logre hacer que los responsables deban rendir cuentas y no queden impunes tras haber cometido esos actos de asesinato a sangre fría.

A los familiares y a los seres queridos de nuestros colegas caídos; a los sobrevivientes, y a los que resultaron heridos ese trágico día, quiero decirles lo siguiente:

Quiero darles las gracias por estar junto a nosotros en el día de hoy, especialmente a los que han viajado desde lugares muy lejanos para llegar aquí. Estoy profundamente conmovido por la presencia de ustedes. Nuestros corazones y nuestras oraciones van hacia todos ustedes. Tan sólo puedo imaginar la fortaleza y el coraje que han debido tener para sobrevivir este último año. Sin embargo, sé que la dura prueba a que están sometidos aún continúa, y que para algunos de ustedes quizás la recuperación no sea completa. Tanto yo como toda la familia de las Naciones Unidas compartimos su dolor y su sufrimiento.

Y ahora quisiera dirigirme a ustedes, a la gran familia de las Naciones Unidas.

La violencia y la intimidación no nos son desconocidas. A lo largo de los años hemos llorado la pérdida de centenares de colegas. De hecho, desde el atentado de Bagdad, han perdido la vida por actos hostiles otros 17 miembros del personal de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas y funcionarios civiles que se hallaban en cumplimiento de sus funciones y al servicio de la paz. Hoy debemos recordar también su sacrificio.

Sin embargo, el atentado contra el Hotel Canal fue un golpe particularmente duro para nosotros como organización. Nos puso cara a cara con el peligro de una manera nueva y más intimidante: ante el peligro de que nosotros, servidores de las Naciones Unidas, ya no seamos víctimas sólo en virtud de los tiempos y los lugares en que nos corresponda cumplir nuestras funciones, sino que tal vez nos hayamos convertido en uno de los blancos principales de la violencia política.

Ahora estamos lidiando con cuestiones desgarradoras y fundamentales:

¿Cómo podemos aumentar la seguridad sin que ello obstaculice indebidamente nuestra labor y nuestra eficacia?

Nuestra labor se lleva a cabo con las personas. Debemos poder llegar a ellas, y ellas deben poder llegar a nosotros.

¿Cómo equilibrar esta necesidad de apertura con la necesidad de seguridad en el mundo de hoy?

¿Cómo podemos realizar operaciones en lugares como el Iraq y algunas regiones del Afganistán, en las que muchas personas quieren y esperan que las ayudemos -y esto comprende al Consejo de Seguridad- pero hay quienes están decididos a entorpecer nuestra labor a cualquier precio?

¿Estamos ante un cambio de paradigma o ante una época trágica que pasará?

Hemos estado trabajando ahincadamente para hallar respuestas, y para corregir nuestras propias debilidades sistémicas. Es mucho lo que se ha hecho, pero mucho más lo que queda por hacer. Les aseguro que siempre insistiré en que se tomen las más estrictas precauciones para nuestro personal, y que haré cuanto esté a mi alcance por evitar que nuestra preciosa familia vuelva a ser golpeada por una tragedia semejante.

Sé que el año pasado ha sido un año difícil para todos y cada uno de nosotros. Para mí, no ha sido sólo un año difícil, sino también un año de profunda introspección. Antes, habíamos vivido una guerra que sinceramente pensé que podía haberse evitado. Después, perdí a 22 amigos y colegas maravillosos y de gran talento a quienes yo había enviado al Iraq para ayudar a mitigar las secuelas de esa guerra y para contribuir al logro de la estabilidad y la paz, el mayor anhelo del iraquí medio. Su misión se truncó cuando fueron brutal y cruelmente arrancados de nuestro lado.

La imagen de sus rostros está constantemente presente en mi mente. Los recuerdos gratos se mezclan con los dolorosos, y ninguno es más doloroso que el de las conversaciones que mantuvimos antes de que se fueran a Bagdad y durante su estancia en ese país. Pueden ustedes imaginar mi angustia, mi desaliento y mi profundo sentimiento de pérdida, no sólo como amigo, sino por ser la persona responsable en última instancia del bienestar y la seguridad del personal de las Naciones Unidas. No creo que nadie llegue a comprender plenamente en qué grado me han afectado estos trágicos sucesos -salvo, quizás, mi esposa, Nane. Me han afectado en lo más profundo de mi ser.

Quisiera concluir compartiendo con ustedes algo de mi cultura. Nosotros, los akanes, creemos que la muerte no nos separa de los buenos miembros de la familia. Creemos, en cambio, no sólo que su espíritu permanece constantemente junto a nosotros, sino que está tan vivo que sentimos su presencia, e incluso podemos hablar con ellos de tanto en tanto. Por ello les pedimos que nos ayuden y nos guíen en las ocasiones importantes, en la victoria y en la derrota, en la alegría y en la pena.

Durante mucho tiempo sentiremos el dolor del trauma que todos hemos sufrido. Pero nuestra creencia en la causa de la paz no se ha amenguado, nuestro sentimiento de misión sigue intacto, y nuestra labor continúa. Y cada día que trabajamos en pro de la causa de la paz sentimos junto a nosotros a los que hemos amado y hemos perdido, y rendimos homenaje al preciado recuerdo de los que perecieron hace hoy exactamente un año. Estimados amigos:

Les pido que se pongan de pie y que juntos guardemos un minuto de silencio para rendir homenaje a todas las víctimas y para acompañar en su pesar a todos los dolientes.