Discurso pronunciado con motivo de su elección a la Presidencia

Nueva York, 4 de junio de 2008

Para mí resulta conmovedor sentir el afecto y la confianza que me han manifestado en esta elección a la Presidencia de la Asamblea General en su sexagésimo tercer período de sesiones. Agradezco a todos los Estados Miembros, en particular a mi Nicaragua y a mi patria grande -los países de América Latina y el Caribe-, su generoso endoso por aclamación. Debemos mantener esa unidad para poder ayudar a encarrilar a nuestra Organización firmemente hacia las exigencias del tercer milenio.

Las Naciones Unidas aún tienen mucho que seguir contribuyendo a este mundo, pero, para poder hacerlo con eficacia, tienen que ser precisamente eso: naciones unidas, no naciones dispersas, y menos, naciones sometidas. La unidad basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus Miembros es la mayor exigencia del momento para nuestra Organización: unidad en la lucha por la democratización de las Naciones Unidas; unidad en el empeño por preservar al mundo y a todas las expresiones de vida que lo habitan, por el bien de las generaciones presentes y futuras, del flagelo de la guerra entre los Estados Miembros y de agresiones como las que se están dando contra el Iraq y el Afganistán; unidad en la lucha para erradicar el hambre y la pobreza; unidad también en la lucha por preservar la imprescindible biodiversidad y la diversidad cultural.

Necesitamos, queridas hermanas y hermanos todos, una unidad a toda prueba para construir solidaridad. No debemos olvidar aquellas frases paradigmáticas del Acta Constitutiva de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO):

"[Una] paz fundada exclusivamente en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos no podría obtener el apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos y, por consiguiente, esa paz debe basarse en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad."

Sin esta paz, nacida de la solidaridad, el mundo no se salvará y se seguirá hundiendo en el pantano del egoísmo, el individualismo y la indiferencia para con la suerte de más de la mitad de todos los hombres, mujeres y niños de la Tierra, que viven o, mejor dicho, sobreviven sumidos en el hambre y la pobreza. Hambre y pobreza, por lo demás, inexcusables, cuando al mismo tiempo otros gastan cuantiosas sumas en lujos y cosas superfluas y miles de billones en guerras. Necesitamos mucha unidad para poder liberarnos, todos juntos, de tanta insensatez.

La unidad que el mundo exige de nosotros es una unidad nacida del amor y del deseo de convertirnos todos en instrumentos de paz, justicia y solidaridad. Creo firmemente que esto es esencial para garantizar que alcancemos nuestras metas comunes mientras mantenemos respeto para nuestros más importantes y diversos intereses nacionales. Por lo tanto, el odio, el rencor o el revanchismo no podrán nunca admitirse en nuestra lucha, ya que, por el contrario, es precisamente contra eso que luchamos con toda firmeza y amor inclaudicables. Ghandi debe ser nuestro paradigma en la lucha por un mundo mejor.

Las Naciones Unidas siguen siendo la organización más importante para la lucha por la supervivencia de la especie humana, e incluso de cualquier expresión de la vida aquí en la Tierra. Pero las Naciones Unidas somos todos y debemos seguir siendo todos, comprometidos individual y colectivamente con el respeto a los principios y normas de conducta establecidos en la Carta. No tiene ningún sentido suscribir la Carta y proceder a actuar como si no nos obligara, como si obligara a otros, pero no a nosotros. Además de un grave error, eso sería actuar contra los nobles propósitos de las Naciones Unidas y las esperanzas de la humanidad.

Nosotros, es decir, el egoísmo con que muchas veces actuamos, es la causa de los problemas más acuciantes en el mundo de hoy. La naturaleza antropogénica de fenómenos naturales como incluso el cambio climático es algo que hoy ya nadie discute. También es indiscutible que la conducta de algunos de sus Miembros ha provocado una gran pérdida de credibilidad en las Naciones Unidas como organización capaz de lograr poner fin a las guerras y erradicar la pobreza extrema de la Tierra.

Ya no debemos seguir en una actitud de negación. Debemos comenzar, con toda la seriedad y responsabilidad del caso, a llamar a las cosas por su nombre y a tratar los problemas con total y absoluta franqueza.

No obstante, la franqueza y la firmeza a que estamos apelando, y que necesitaremos para la efectividad de nuestra lucha, no deberán confundirse con una invitación a arremeterla contra Estado alguno como para devolverle la bofetada, y como si no fuéramos todos, sin excepción, en mayor o menor grado, corresponsables de la lamentable situación de nuestro mundo.

A todos nos incumbe, unidos, enrumbar a nuestra Organización y a nuestro mundo hacia el camino de la paz y de la solidaridad. El año 2009 ha sido oficialmente designado por las Naciones Unidas como el Año Internacional de la Reconciliación. Acatemos ese llamado a plenitud. La reconciliación no nos obliga a olvidar el pasado, ya que eso puede ser imposible. A lo que sí nos obliga la reconciliación es a no permitir que recuerdos de atropellos en el pasado se conviertan en obstáculos para el logro de nuestra unidad de aquí en adelante. Debemos, pues, estar atentos a no desgastarnos mutuamente en estériles recriminaciones.

Yo creo firmemente en el potencial vivificante del amor y en que ese mundo mejor alternativo, que todas y todos anhelamos, es posible. Por eso estoy aquí y por eso acepto asumir la gran responsabilidad para la que la Asamblea me acaba de elegir.

Quiero agradecer profundamente la cordialidad del Presidente Kerim para conmigo y la forma franca y fraterna con que ha compartido conmigo su experiencia. Su cooperación en el período de transición será de suma importancia para mí, mi gabinete y nuestra gestión en el sexagésimo tercer período de sesiones de Asamblea General. Aplaudo la forma en que el Presidente Kerim ha respondido al clamor generalizado en nuestra Organización a favor de la revitalización de la Asamblea General, a fin de permitir la construcción y la promoción de un multilateralismo más dinámico y eficiente y, a la vez, recuperar el equilibrio deseado entre los principales órganos de nuestro sistema.

Sr. Presidente: Puede usted estar seguro de que durante la Presidencia del sexagésimo tercer período de sesiones de la Asamblea General seguiremos su ejemplo, dando todo nuestro apoyo a las tareas del grupo de trabajo constituido sobre el tema de la revitalización de la Asamblea General, y buscaremos fortalecer su rol, así como su eficacia y eficiencia, reafirmando el protagonismo que nuestra Carta le asigna.

Mi reconocimiento se dirige también a nuestro querido Secretario General, el Sr. Ban Ki-moon, con quien sé que mantendremos las mejores relaciones de cooperación y coordinación. Aplaudo la forma enérgica y oportuna en que nuestro Secretario General ha sabido enfrentar los problemas más acuciantes del momento. Me refiero particularmente a su liderazgo al enfrentar la crisis mundial provocada por el súbito encarecimiento de los alimentos y sus traumáticas consecuencias para miles de millones de personas alrededor del mundo.

Quiero felicitar anticipadamente a los Vicepresidentes que están por elegirse. A todas y a todos, mis más calurosas felicitaciones. Les aseguro que sus puestos no serán simplemente decorativos o protocolarios. Tenemos mucho trabajo por delante, y con los Vicepresidentes pretendo compartir mi responsabilidad. Me empeñaré en que formemos un equipo ejemplar que estimule mayores niveles de unidad en nuestra Organización.

Además de brindar una atención prioritaria a la lucha por la erradicación del hambre y de la pobreza en el mundo y por la democratización de las Naciones Unidas, daremos una atención muy especial a temas como el cambio climático, la crisis energética, el terrorismo, los derechos humanos, el desarme y el control nuclear, los derechos de las mujeres y de la niñez, así como la preservación de la biodiversidad y de la diversidad cultural. Por supuesto que todos los otros importantísimos temas del programa recibirán también toda la atención que merecen.

Nuevamente, mi más caluroso agradecimiento a todas y a todos ustedes. Los miembros pueden estar seguros de que no escatimaremos esfuerzos por que el sexagésimo tercer período de sesiones de la Asamblea General esté a la altura de las exigencias de este momento tan difícil pero también esperanzador.

Los vientos de unidad están soplando más fuerte que nunca al sur del Río Bravo. Este 23 de mayo recién pasado, tan sólo hace 12 días, se suscribió en Brasilia el acta constitutiva de la Unión de Naciones Sudamericanas. Efectivamente, éste es un acontecimiento que nos alegra muchísimo y nos anima a seguir luchando con aún mayor ahínco por la unidad que no sólo necesitan mi América Latina y Caribe, sino también el mundo entero y nuestra Organización. Mientras más unidas sean las naciones, las Naciones Unidas podrán con mayor éxito lograr que las guerras, el hambre y la pobreza sean para siempre erradicadas de la Tierra.

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