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Discurso del Secretario General en la sesión extraordinaria de la Asamblea General

Nueva York, 24 de enero de 2005

Gracias, Señor Presidente.

Excelencias,

Señoras y señores,

La fecha de esta sesión extraordinaria se ha elegido para conmemorar el 60º aniversario de la liberación de Auschwitz, si bien, como ustedes saben, existieron otros muchos campos que fueron cayendo uno a uno en manos de las fuerzas aliadas en la primera mitad de 1945.

El mundo no conoció sino de forma gradual las verdaderas dimensiones del mal que encerraban esos campos. La noticia de su descubrimiento estaba fresca en la memoria de los delegados presentes en San Francisco cuando se fundaron las Naciones Unidas. La Organización no debe olvidar nunca que su creación fue una respuesta a la iniquidad del nazismo y que su misión vino dada en parte por el horror del holocausto. Esa respuesta ha quedado consagrada en la Carta de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Esos campos, Señor Presidente, no fueron simplemente "campos de concentración". No recurramos al mismo eufemismo que utilizaron quienes los construyeron. Su propósito no era "concentrar" a un grupo de personas en un lugar determinado con fines de vigilancia, sino exterminar a todo un pueblo.

Hubo además otras víctimas, como los roma, o gitanos, quienes recibieron el mismo trato de absoluto desprecio de su condición humana que los judíos. Casi una cuarta parte del millón de gitanos que vivían en Europa fueron asesinados.

También fueron masacrados a sangre fría ciudadanos polacos y otras personas de origen eslavo, prisioneros de guerra de la Unión Soviética, y personas física y mentalmente discapacitadas. Asimismo, fueron tratadas con atroz brutalidad personas pertenecientes a grupos tan diversos como los testigos de Jehová y los homosexuales, así como opositores políticos y numerosos escritores y artistas.

A todos ellos debemos y podemos manifestar nuestro respeto trabajando con especial ahínco para proteger, ahora y siempre, a todas las comunidades vulnerables y que se ven expuestas a amenazas similares.

Pero lo vivido por el pueblo judío fue una tragedia aparte. Dos tercios de los judíos de Europa, entre ellos un millón y medio de niños, fueron asesinados. Una civilización entera, cuya aportación a la riqueza cultural e intelectual de Europa y del mundo había sido muy superior a su proporción numérica, fue arrancada de raíz, destruida y asolada.

En breves momentos tendrán ustedes el honor de escuchar a uno de los supervivientes, mi querido amigo Elie Wiesel. Como él mismo ha escrito, "no todas las víctimas fueron judíos, pero todos los judíos fueron víctimas". Es de rigor, por tanto, que el primer Estado que hoy haga uso de la palabra sea el Estado de Israel, nacido, al igual que las Naciones Unidas, de las cenizas del holocausto.

El holocausto fue la culminación de una larga y vergonzosa historia de persecución antisemita, pogromos, discriminación institucionalizada y otras formas de trato degradante. Los propagandistas del odio no siempre fueron, y tal vez no lo sean en el futuro, únicamente extremistas marginales.

¿Cómo pudo suceder tanto mal en un Estado-nación de tal sofisticación y cultura, situado en el corazón de una Europa cuyos artistas y pensadores tanto habían legado al mundo? Con razón se ha dicho: "lo único que hace falta para que triunfe el mal es que los buenos no hagan nada".

Hubo algunos buenos, hombres y mujeres, que sí hicieron algo: alemanes como Gertrude Luckner y Oskar Schindler; extranjeros como Meip Geis, Chiune Sugihara, Selahattin Ülkümen y Raoul Wallenberg. Pero no fue suficiente, ni siquiera medianamente suficiente.

No debemos permitir que se repita semejante mal. Debemos montar guardia para prevenir cualquier resurgimiento del antisemitismo y estar listos para actuar contra las nuevas formas de antisemitismo que están asomando en la actualidad.

Esa obligación nos vincula no sólo al pueblo judío, sino también a todos los que se han visto o pueden verse amenazados por una suerte semejante. Debemos estar alerta contra toda ideología basada en el odio y la exclusión, en todo momento y en todo lugar.

Señor Presidente,

En ocasiones como ésta, es fácil hacer alarde de retórica. Decimos, con razón, "nunca más". Pero es mucho más difícil pasar a la acción. Desde que ocurrió el holocausto el mundo ha vuelto a caer más de una vez en la humillación de no haber sabido prevenir o detener el genocidio, como sucedió en Camboya, Rwanda y la ex Yugoslavia.

Todavía hoy se ven alrededor del mundo casos horribles de crueldad. No es tarea fácil decidir cuál de ellos merece atención prioritaria o, más concretamente, qué tipo de acción servirá para proteger a las víctimas y asegurar su futuro. Es fácil decir, "hay que hacer algo". Es mucho más difícil decir exactamente qué se debe hacer, cuándo y cómo, y seguidamente hacerlo.

Lo que no debemos hacer en absoluto es negar lo que está ocurriendo, o permanecer indiferentes, como hicieron muchos mientras las fábricas de muerte de los nazis llevaban a cabo su macabra labor.

Hoy están sucediendo cosas terribles en Darfur (Sudán). Mañana espero recibir el informe de la Comisión Internacional de Investigación, que yo mismo establecí a petición del Consejo de Seguridad.

En ese informe se determinará si han ocurrido o no actos de genocidio en Darfur. Pero además se especificarán las flagrantes violaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos que sin duda se han cometido, lo cual no es menos importante.

Una vez que reciba el informe, el Consejo de Seguridad tendrá que decidir qué medidas ha de adoptar, a fin de que los responsables rindan cuenta de sus actos. Es una grave responsabilidad.

Queridos amigos,

Hoy es un día de homenaje a las víctimas del holocausto, quienes, muy a nuestro pesar, jamás obtendrán resarcimiento, al menos en este mundo.

Hoy es un día de homenaje a nuestros fundadores, las naciones aliadas cuyos soldados combatieron y murieron para derrotar al nazismo. Esos soldados están representados hoy aquí por algunos excombatientes que ayudaron a liberar los campos, entre ellos mi querido amigo y colega, Sir Brian Urquhart.

Hoy es un día de homenaje a los supervivientes, que frustraron heroicamente las maquinaciones de sus opresores, llevando al mundo y al pueblo judío un mensaje de esperanza. Pero el tiempo pasa y van quedando cada vez menos. Nos corresponde pues a nosotros, las generaciones posteriores, mantener en alto la antorcha del recuerdo y alumbrar con su luz nuestros pasos en la vida.

Hoy es, sobre todo, un día de recuerdo no sólo de las víctimas de horrores pasados a quienes el mundo abandonó a su suerte, sino también de las posibles víctimas de horrores presentes y futuros. Hoy es un día para mirarles fijamente a los ojos y decir: «al menos a ustedes no podemos fallarles».

Muchísimas gracias.





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