Día de los Derechos Humanos, 10 de diciembre

Discurso principal de la Sra. Navi Pillay, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Conferencia Viena+20

Viena, 27 de junio de 2013

Excelencias,
Estimados compañeros,
Señoras y señores:

Es emocionante estar entre tantos amigos hoy, con objeto de celebrar una ocasión de tanta importancia para mí y para mi oficina.

Hace 20 años nos reunimos más de 7.000 participantes para la Conferencia Mundial de Derechos Humanos. Muchos de ustedes estaban allí, como yo, que acudí en representación de un grupo activista de mujeres. Todos estábamos deseosos de lograr un buen resultado.

Los países occidentales se mostraron a favor de los derechos civiles y políticos; el bloque del Este y muchas naciones en desarrollo defendieron que los derechos económicos, sociales y culturales, junto con el derecho al desarrollo, tenían prioridad. Además, un grupo considerable de países plantearon vigorosamente el argumento de que la Declaración Universal de Derechos Humanos era producto de una cultura específicamente occidental y que, en realidad, los derechos humanos debían relativizarse con arreglo a las características y tradiciones de diferentes culturas.

Además, el mundo estaba inmerso en una serie de fenómenos de gran magnitud. Algunos de ellos, como la caída del Muro de Berlín, fueron muy positivos, pero otros, como la repentina ola de conflictos internos sumamente destructivos, fueron muy negativos. Eran los mejores tiempos y los peores tiempos, y constituyeron el telón de fondo de la conferencia de Viena.

El fin de la Guerra Fría nos dio la sensación de que era el momento adecuado para que un nuevo mundo examinara la agenda de derechos humanos. Pero para cuando se celebró la Conferencia, un terrible conflicto armado muy cercano arrasaba la antigua Yugoslavia. De hecho, se producían matanzas masivas y otras atrocidades a menos de un día por carretera desde las salas de reunión donde se estaba celebrando la Conferencia Mundial y desde donde nos encontramos hoy.

EL CONSENSO DE VIENA

Aun así, a medida que se celebraban las deliberaciones, fue surgiendo un consenso. La clave fue la noción de universalidad, indivisibilidad e interrelación de todos los derechos humanos. Vean, varios Estados se resistían al concepto en sí de derechos económicos y sociales por que los veían como aspiraciones, más que derechos intrínsecos a la dignidad y la libertad humanas. La visión de una constelación interrelacionada e interdependiente de derechos humanos permitía incluir los derechos económicos y sociales, así como el derecho al desarrollo.

El debate relativo a las presuntas especificidades culturales de los derechos humanos se resolvió con un enfoque igualmente hábil e incluyente. Por supuesto, no todos los países son iguales y, como es natural, hay que escuchar todas las opiniones. Pero estas especificidades culturales no menoscaban de ninguna manera la universalidad de los derechos humanos.

La fórmula que, al final, logró el consenso sobre este punto fue la siguiente: cada uno labra su camino pero el objetivo es algo que tenemos todos en común. La especificidad de cada uno influirá en cómo avanza. Pero ese objetivo (la dignidad y la libertad humanas, mediante el respeto de los derechos humanos expresados en la Carta Internacional de Derechos Humanos) es algo que compartimos todos.

Y así, los delegados reunidos superaron importantes diferencias sobre cuestiones problemáticas como la universalidad, la soberanía, la impunidad y la manera de dar una voz a las víctimas. El resultado fue un potente documento final: la Declaración y Programa de Acción de Viena.

Se trata del documento de derechos humanos más significativo elaborado en los últimos 25 años y uno de los documentos de derechos humanos con más fuerza del último siglo. Se lo debemos a la buena voluntad y la ardua labor de muchos profesionales dedicados y experimentados dirigidos por Ibrahima Fall. En él cristalizó el principio de que los derechos humanos son universales, indivisibles, interdependientes e interrelacionados, y se consolidó firmemente la noción de la universalidad comprometiendo a los Estados a la promoción y la protección de todos los derechos humanos para todas las personas «sean cuales fueren sus sistemas políticos, económicos y culturales».

La Conferencia de Viena dio lugar a adelantos históricos en muchos ámbitos vitales, tales como los derechos de las mujeres, la lucha contra la impunidad, los derechos de las minorías y de los migrantes, y los derechos de los niños.

Se han obtenido grandes avances durante los dos últimos decenios, gracias al camino allanado en Viena. Podemos celebrar con razón varios acuerdos históricos importantes, como el relativo a la primera Corte Penal Internacional permanente del mundo (cuya creación recibió un impulso significativo en Viena), así como nuevos mecanismos para promover y proteger los derechos humanos de las mujeres, las minorías, los trabajadores migrantes y sus familiares, y otros grupos. Viena abrió la puerta a mecanismos de derechos humanos de las Naciones Unidas más potentes, como la ampliación (que continúa hoy en día) del número de procedimientos especiales. Hasta Viena, se centraban en los derechos civiles y políticos. Actualmente, los 48 procedimientos especiales abarcan todo el espectro de los derechos humanos.

Viena también dio un impulso significativo a los órganos creados en virtud de tratados, que también siguen creciendo a medida que más Estados ratifican más tratados de derechos humanos, y al importante sistema de instituciones nacionales de derechos humanos que ahora podemos encontrar en 103 países, 69 de ellas acreditadas con la categoría «A».

Pero debemos reconocer que, en muchas esferas, no hemos avanzado sobre la base de la Declaración y Programa de Acción de Viena. La inspiradora promesa inicial de la Declaración Universal (que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, que estos se respetarán) todavía no es más que un sueño para demasiadas personas.

FRACASO EN LA PROTECCIÓN

En una semana como esta hace 20 años, los francotiradores disparaban contra niños en las calles de Sarajevo y la masacre de ese espantoso conflicto oscurecía el horizonte de Europa.

Hoy día, solo un poco más lejos, los niños, las mujeres y los hombres de Siria gritan de dolor y suplican nuestra ayuda. Y una vez más, les estamos fallando, como ya ha sucedido en toda una retahíla de conflictos horribles, como en el Afganistán, Somalia, Rwanda, la República Democrática del Congo y el Iraq, por citar solo unos pocos.

Una y otra vez, la comunidad internacional ha prometido proteger a la población civil de la matanza y las graves violaciones de sus derechos. Sin embargo, incluso mientras me dirijo a ustedes, se están produciendo secuestros y violaciones de mujeres, se toma a los hospitales como blanco de ataques, y los bombardeos indiscriminados y las masacres deliberadas manchan la tierra con la sangre de inocentes.

Todo esto es intolerable. Y sin embargo, sigue sucediendo. Nuestro avance por la ruta trazada en Viena hace 20 años ha estado marcado por retrocesos constantes, junto a los numerosos logros que mencioné antes. Algunas promesas se han cumplido a medias (por ejemplo, en la esfera de la justicia internacional, donde tenemos una corte internacional a la que se remiten algunas situaciones que lo merecen pero no otras, como Siria). No obstante, hace 20 años no contábamos con ningún tribunal internacional desde Nuremberg, pese a que sí se habían cometido crímenes internacionales.

En 2005, la Cumbre Mundial, en una continuación lógica de todo lo que se había convenido en Viena, aprobó por consenso el concepto de la «responsabilidad de proteger». Pero Siria no es más que el ejemplo más reciente de una situación en la cual hemos fracasado estrepitosamente en el cumplimiento de esa responsabilidad, con un costo, hasta ahora, de más de 93.000 vidas.

Al reunirnos aquí no estamos conmemorando la historia. Estamos hablando del esbozo de una magnífica construcción que está todavía a medias. Es esencial que consideremos la Declaración y Programa de Acción de Viena como un documento vivo que puede y debe seguir orientando nuestras acciones y nuestros objetivos. Los derechos humanos todavía no tienen un alcance universal, ni se consideran indivisibles e interrelacionados, pese a nuestra promesa en ese sentido. Los Estados todavía defienden la relatividad cultural. Las mujeres, las minorías y los migrantes siguen sufriendo discriminación y abusos. El derecho al desarrollo todavía no es aceptado por todos. El poder sigue corrompiendo y los dirigentes continúan dispuestos a sacrificar a sus pueblos para conservarlo.

EL CAMINO HACIA EL FUTURO

Estoy convencida de que este 20º aniversario nos ofrece una oportunidad muy importante de volver a Viena para redescubrir el camino hacia el futuro.

Fue en Viena, hace 20 años, donde las organizaciones no gubernamentales encabezaron la iniciativa de crear el puesto de Alto Comisionado para los Derechos Humanos. Lo hicieron para asegurar que una voz autorizada e independiente hablara en contra de las violaciones de los derechos humanos allá donde se produjeran, coordinara y apoyara la labor de toda una variedad de órganos diferentes, y utilizara el peso de las Naciones Unidas en apoyo de los derechos humanos para todos.

Ahora tengo el honor de ocupar ese puesto y considero que mi Oficina ha llegado muy lejos en los dos primeros decenios de su existencia. Pero, como tantas otras cosas, no es un producto terminado. Tenemos una enorme tarea ante nosotros (promover y proteger los derechos humanos de todos y en todos los lugares) y recursos claramente insuficientes para llevarla a cabo. Pero sí que creo que la Oficina ha llenado un vacío importante en el sistema de las Naciones Unidas y se ha transformado en un defensor cada vez más fuerte y autorizado de las víctimas de todo el planeta, una voz para los que no la tienen. Y una voz, creada por los Estados, que tiene la posibilidad de recordar a esos mismos Estados las leyes y promesas que han hecho y que no están respetando.

Otro logro fundamental de Viena fue aportar un impulso importante a las organizaciones de la sociedad civil y otros defensores de los derechos humanos. Han crecido hasta una magnitud que era inimaginable en aquel momento, especialmente en el plano nacional. Pero ellos también, ahora en 2013, se enfrentan a desafíos sin precedentes, como leyes restrictivas y represalias (incluso represalias por participar en actividades de las Naciones Unidas en locales de las Naciones Unidas). En cierta forma, quizá, esto es un indicio de su influencia. Pero también es un signo muy perturbador de regresión.

Necesitamos hacer absolutamente todo lo posible por revivir el espíritu de la Declaración de Viena y volver a aprender sus mensajes. Tenemos que volver a centrarnos en la extraordinaria claridad de su propósito que, en esas fechas, casi no nos atrevíamos a tener la esperanza de cumplir. Su texto reafirmó la dignidad y los derechos de todos, y nos mostró cómo lograrlos. Cristalizó los conceptos de universalidad e imparcialidad en relación con la justicia. Nos mostró el camino hacia el futuro y, en cierta medida, hemos seguido ese camino. Pero, lamentablemente, es de reprochar que también, con demasiada frecuencia, seguimos desviándonos de él.

Muchas gracias.

Sección de Servicios de Internet, Departamento de Comunicación Global de las Naciones Unidas